Columna. Marlani Sánchez. @marlanisanchez.
La que no haya usado nunca un
baño público que tire la primera puerta y me diga cómo le fue con la cistitis.
Es una experiencia realmente desagradable, en ocasiones vomitiva. Cuando
resulta esto último, me salgo, sigo aguantando. Que va. Después les digo cómo
resuelvo.
Sí, el asunto es feo, ahora,
cuando has entrenado las piernas, así como las entrena una mujer como yo, se
convierte en una odisea, en deporte extremo. Ve, ya de por sí debes tener equilibrio,
no tanto como eso de "hacer el cuatro" en medio de una rumba, pero
casi, y si tienes el ácido láctico alborotado, es un ejercicio físico, y
mental: No debo caerme, las piernas me tiemblan pero no debo chorrearme, no
puedo acercarme tanto como para tocar esa tapa de poceta que está plagada
mínimo de un VPH, no debo tener tan excelente puntería como para hacer que me
salpiqué lo que ya está en la poceta (sí, salpique, porque usar el baño público
es y será siempre la última opción, esa de cuando ya te vas a reventar y la
mente te juega una mala pasada e imaginas a la cistitis anteriormente
mencionada, y ustedes comprenderán que con esas ganas ¡claro que salpica!), ahí
agachada pensando en todo eso, con tu trastorno obsesivo compulsivo casi
provocándote un ataque de pánico (esto es muy en serio), estás con la nariz más
cerca de lo debido de la papelera con su variopinto (literalmente) contenido,
con la frente a centímetros de la puerta de hierro oxidada que casi siempre
tiene el pasador dañado y mensajes de amor y sida, con la amenaza de que cada
vez que entra alguien va a escoger precisamente ese donde ya estas tú metida y
en esa engorrosa posición, con el cachete casi pegando de la percudida
cerámica, con una mano agarrando la puerta porque no solo es que no cierra ¡es
que se abre sola!, con la otra mano apartando tu jeans y/o mono (no quiero ni
imaginarme si se trata de una falda) y tu ropa interior (sí, yo sí uso) para no
hacer un desastre, y de paso escuchando como quién sabe qué civil expele en el
otro "cubículo" sus gases tras haber relajados su insolentes
esfínteres.
No es fácil. Y menos si eres de
las que se toma más de esos ocho vasos de agua que recomiendan. Hoy mismo, hace
minutos, entré a uno, estaba limpio, bueno, decente, o sea, no estaba asqueroso,
y me encuentro con la tapa de la poceta puesta, me explico; tenía que levantar
la tapa de la poceta para poder hacer pipí. ¿El número dos en un baño público?
¡Jamás! Prefiero el monte, así mismo. (Sí, soy de carne y hueso y también me
ocurrió una vez una emergencia, no, ni sueñen que voy a hablar de eso, gracias
a Dios estaba con una amiga que me dio un gran apoyo moral). Bueno…quedamos en
levantar la tapa de la poceta…¡los pies!, jamás mis manos tocarán nada de una
poceta de un baño público ¡Lo juro!, soy de las que abro sus puertas con una
patada, soy de las que o empleo los codos para entrar en contacto con las
manillas de las puertas, o en cuestión de segundos fabrico un guante de papel
toalé (no, que casi no se consigue no es el tema) y así y solo así abro la
puerta, de lo contrario espero, alguien tiene que salir o entrar, y entonces
salgo sin siquiera rozar la puerta, he adquirido una genuina habilidad para
hacerlo.
He leído y, según, hay más
microbios y bacterias en las manillas de las puertas que en la poceta misma, no
crean todo lo que leen, además depende del baño, a mí que no me vengan con esa.
Los olores, Dioooos, los
olores, qué abanico de olores puede proporcionarte un baño público…a
menstruación, a pupú, a cigarro, a mistolín, a pachulí y a vagina…
Estar haciendo pipí, agarrando
la puerta con una mano, el pantalón y la ropa interior (sí, les dije que yo sí
uso) con la otra, y una señora pasando cepillo con jabón casi encima de tus
Nike, son cosas que pasan.
¿Y los de las paradas esas de
autobuses? ¿Y los de los terminales? No, son realmente una prueba, hay que
poner en práctica aquellos consejos del Método Silva de Control Mental.
Una vez estaba cuidándome de no
tocar nada, a pesar de ser un baño muy pequeño todo iba bien, no me había chorreado,
no me había salpicado, la puerta tenía pasador, no se me cayó el celular en la
poceta, no se me cayeron los lentes al piso y cuando me fui a secar he sentido
un frío horrible…¡Había pegado mi desnudo glúteo en esa cerámica contaminada!
¡Iba como a morirme!. Ocurrió hace como cinco años, y todavía, al bañarme, me
concentro y esmero más en esa nalga que en la otra.
Les dije que revelaría cómo
resuelvo.
Nada como eso de las dos
puertas del carro abiertas y listo, problema resuelto, en calma y sin gérmenes.
¿Yo? Soy mujer, y generalmente
estoy con ellas, tengo en mi carro una vasijita de esas de las que usé cuando
niña para hacer pipí, rosadita y con la calcomanía del animalito lindo ese y
todo, siempre limpia, siempre lista, sí, puedo prestarla, pero me sobran
exactamente cuatro dedos de una mano…