Opinión.
Luis Borges.
Es un error pensar que nuestra crisis
como venezolanos sea esencialmente política, la política es apenas la punta del
iceberg de un entramado de traumatismos tan complejos que no hay intelectual
alguno capaz de diagnosticar dónde empezó el deterioro de la virtud de ser
venezolano. El resquebrajamiento de la institución de la familia, núcleo
fundamental de la sociedad, la descomposición de las instituciones del estado,
la perdida de las identidades individuales ante el colectivismo que reduce al
ciudadano a un simple número en una planilla hasta para comprar un paquete de
harina pan, la desconexión entre la fe y la religión, la abolición de todo principio
y todo valor republicano, la erosión de la clase media, motor esencial de toda
economía sólida y creciente, y la sobrevivencia del más vil y soez por encima
del más apto, reivindicándose el paradigma de que la viveza genera más réditos
que el esfuerzo, son apenas un abreboca del banquete de grotescas deformaciones
que hemos digerido y estamos digiriendo de modo consciente o inconsciente. Una
mescolanza de antivalores que hierven en un caldero sazonado con millones de
hombres y mujeres cuya hambre y miseria los hace aferrarse a lo que sea con tal
de comer un día más. Si algo debe caracterizar estos tres lustros de la
historia "democrática" de Venezuela ha de ser la exhibición de lo más
bajo en la sociedad venezolana. Lo peor que había en el interior de cierta
gente, floreció a niveles de espasmo.
Cuánto hemos perdido buscando culpables
cuando pudimos hallar menos culpables y buscar más soluciones. Cuánto hemos
perdido en la lucha por la imposición cuando realmente necesitamos la
aceptación. Aceptación de los unos y los otros en una composición variopinta
donde entendamos que esta pugna no es entre el ideal de la izquierda y el ideal
de laderecha. Esta pugna va más allá de “es que tú eres chavista” o “es que tú
eres deoposición”, esta pugna ha sido sólo útil en la medida en que nos ha
distraído de lo esencial y no verdaderamente importante, mientras distrajeron
al venezolano con trapos rojos, los menos aptos se colaron y de modo arribista
alcanzaron los más altos cargos. Si alguien me dijera cómo describir la
realidad del país en una gráfica imaginaria, respondería que visualizo una
mansión con paredes filtradas; marcos de puertas sucios propio de los hogares
donde la gente abre las puertas con las manos llenas de comida y deja unos
machones de mugre y aquel olor a aceite viejo y recalentado; los bombillos
quemados; un ring con leña a medio arder y un caldero humeando en una cocina
donde bajo las cenizas en el suelo, se deja ver un piso de mármol; habitaciones
con closet en fina madera pero el trapero tirado en la cama, revuelta la ropa
limpia con la ropa sudada; un calor infernal con aires acondicionados en el
piso y ventiladores enchufados con extensiones, y un baño con grifería de
bronce opacada por el moho y salpicaduras de agua sucia en un espejo quebrado,
sujeto a una cabuya y un clavo oxidado. La bastedad no está en ser pobre,
podemos vivir sobre piso de tierra y disfrutar del olor a fresco de unos
harapos bien lavados o podemos vivir en una mansión de acabados con opulencia y
ver más moscas en la cocina que sobre un animal muerto bajo un sol templado.
Ciertamente Venezuela es unpaís rico en manos de los seres más bastos que jamás
sus salones hayan pisado, entre ellos sin distinción algunos opositores y
ciertos revolucionarios.
Nuestro problema no es político, es
cultural. Vivimos tiempos en que las madres aceptan novios formales a sus hijas
de 12 años argumentando “prefiero que se vean en la casa y no que se vean en
otro lado”. Tal decisión es un estrepitoso fracaso de padre y madre quienes no
son honrados con el respeto de sus hijos, en quienes no confían si no los
tienen al lado, y aún así salen embarazdos. Vivimos tiempos en que ciertos
maestros exclaman con frecuencia “no hallo que hacer con mis alumnos”,
inverosímil argumentación propia de un profesional fracasado. Imaginémonos a un
médico en plena operación exclamando “Ya abrí al paciente, ahora por dónde
empezamos”. Visualicen a un abogado en juicio, cuyo cliente le pregunta “¿Dr.
voy a ser liberado? Ya va, es que no entiendo mucho al juez, ojalá el tipo no
sea malo”. Imaginen a un mecánico desmontando la cámara para ver por qué suena
la caja de cambios. Ese escenario vivimos en la educación de ciertos
venezolanos.
Atravesamos un contexto social donde la
gente vota más por lo bien que se ve un tipo en pantalla y porque habla arrecho
y dice sus groserías de vez en cuando. Vivimos tiempos en que cada día hay más
gente adorando dioses difusos con rituales paganos y menos gente orando con
base a algún credo sagrado. Perdimos la capacidad de impresión y cuando
perdemos la capacidad de impresionarnos, abrimos las puertas del infierno. En
un país donde los delincuentes más temidos bordean los 15 años, en una sociedad
donde la riqueza súbita se admira más que el trabajo de años, en una sociedad
donde vale más un matrimonio antes de los 30 que una estabilidad personal,
hallamos el caldo de cultivo perfecto para que incluso los seres de virtud
lleguen a apartarse de los espacios importantes pensando que el esfuerzo será
en vano.
Bien escribió Dante Alighieri en La
divina comedia: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para
aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral”. Sólo la
educación es capaz de las transformaciones más trascendentes, sólo la crianza
consolidada es capaz de asegurar la integridad necesaria para liderar los
cambios necesarios. Más vale un ser por su saber y lo mucho que ponga en
práctica que por lo mucho que cultive en un saber, sin práctica.
@borgesluis
l_borges_c@hotmail.com