Crónica. ALJER.
Candelario
Rubio, militar andino de bajo perfil en fuentes bibliográficas, nacido en las
postrimerías de la guerra federal, quien en el transcurso de su vida abrazaría
sin vacilamientos la causa rebelde, auspiciada la misma por caudillos y alzados
de turno, entre ellos: el general José Manuel Hernández (El Mocho), general
Valentín Pérez (El Espaletao), general Emilio Arévalo Cedeño, general Pedro
Pérez Delgado (Maisanta) y otros.
Tomaría
parte activa en la Revolución Legalista, encabezada por Joaquín Sinforiano de
Jesús Crespo Torres (Joaquín Crespo), luego, por algunos años se mantendría al
margen de la acción bélica, dedicado a su vida familiar, hasta que un día
motivado quizás por sus preceptos e ideales liberales, se une a la campaña
financiada por el ganadero y comerciante Víctor Machado, y liderada por el
general apureño Valentín Pérez; quien en forma homérica planteaba la épica
odisea, bizarra y espartana, de con un grupo de hombres mal vestidos, y
deficientemente armados, invadir al país por el suroeste del estado Apure,
específicamente por Guasdualito, y de allí avanzar a la capital del estado
llanero, para posteriormente hacer presencia en el centro del país. Ambos militares
(Valentín y Rubio) tenían mucho en común, incluyendo el día y lugar para sus
últimas horas de vida.
Siendo
el 15 de septiembre de 1913, las fuerzas rebeldes acamparían a las afueras del
entonces pequeño poblado, no sin antes realizar las rondas necesarias que les
permitiera pernoctar sin ser percatados por los celadores gomecistas. Un
calmoso Guasdualito se preparaba sin previo aviso, ni sospecha a una ablución
de sangre que inundaría las cuatro calles de tierras arenosas y polvorientas.
Mientras tanto, los habitantes en la cotidianidad de sus quehaceres se
repartían las preferencias y simpatías políticas, unos en apoyo a la dictadura
y otros a favor de la causa insurrecta.
En
el bar de Magdalena Lara, serian varios los altercados entre coetáneos por el
apasionamiento de las preferencias. Llegado el día 16, luego de la hora
meridiem ordenaría el general Valentín Pérez (El Espaletao) la entrada en
combate, segundos más tarde, mausolines y carabinas vomitaban el plomo
centellante con insistencia, impactando en las humanidades de los enfrentados
de uno y otro bando, llevando la peor parte los rebeldes. Relucientes machetes
Collins eran el respaldo de las fuerzas hostiles al gobierno, pero sin poca
mella en los adversarios, equipados los últimos con modernas armas de
repetición. Cantidades de proyectiles y perdigones quedarían enterradas en
árboles y casas como recuerdos por algún tiempo de este baño de sangre.
Con
el fragor de la batalla llegaron bajas importantes para los alzados, al general
Valentín Pérez, lo sorprendería la muerte con sable en mano, en el sitio
conocido como Los Corrales (barrio de Guasdualito). El coronel Hilarión
Larrarte La Palma, participante de este hecho narraría el suceso al doctor,
historiador y Premio Nacional de Literatura José León Tapia: “Iba ciego es la
verdad, por eso los balazos le parecían pájaros de vuelos fugaces, y los gritos
desgarrados de los heridos vítores de triunfo como los escuchado en Torreón
(México). Levantó la varita y fue como si llamase la bala, porque un plomo
candente le partió el corazón. Cayo de bruces en la tierra…y solo tuvo tiempo
para gritar: ¡Viva La Patria! Un soldado que iba a su lado, se detuvo, lo miro
y exclamó: ¡Carajo nos mataron el alma de la revolución!
Minutos
después, por donde está ubicada La Quinta “La Estación” propiedad de la familia
Padilla Hurtado, caería inerte, víctima de varios balazos el coronel Candelario
Rubio, no sin antes haberse llevado consigo al viaje sin regreso a varios
soldados oficialistas que le salieron al encuentro. Años más tarde el general
Emilio Arévalo Cedeño, casi al inicio de la segunda batalla (18 de junio de
1921) en su entrada por la vieja portica, al llegar a la residencia de la
familia antes mencionada, observaría una peculiar cruz sembrada a la orilla de
la corredera, preguntaría a varios de sus soldados y a locales ¿de cuál muerto
es esa extraña cruz? Observándose los interrogados, uno respondería: de mi
coronel Candelario Rubio, caído en la última pelea. Agregaría EAC: hoy
descansara en paz, su sangre no se vertió en vano; apurando su caballería para
incorporarse al combate.
Uno
de los fundadores de esa calle y del Guasdualito nuevo, fue el doctor Francisco
Padilla, personaje que en vida fue respetado y apreciado por la colectividad
guasdualitense, como otros sería testigo presencial de aquellos hechos, incluso
en los corredores de La Estación, velaría íngrimo y solo (por miedo de
familiares y amigos a las réplicas de la batalla) al boticario Silverio Agüero,
muerto por equivocación por las balas del soldado corneta e infalible franco
tirador Pedro Becerra. Don Francisco, con el tiempo solía asustar a familiares
y amigos con el fantasma del coronel, su decir era: te va agarrar Candelario si
no te portas bien. Esto fue nutriendo la creencia de apariciones
fantasmagóricas por la importante vía, hoy conocida como Avenida Nepatli
Quintero, cuya intersección con La Barra Vieja, era el escenario preferido de
los distintos espectros de ultratumba, al punto, que durante muchas décadas
transitar de noche por esta arteria vial resultaba traumático y pesaroso.
ALJER