Prensa.
Infobae. Por Pascual Albanese.
La intervención del Papa Francisco en la
crisis venezolana, oficializada a partir de la audiencia concedida el lunes al
presidente Nicolás Maduro, veinticuatro horas antes de que la Asamblea
Legislativa, dominada por la oposición, resolviese la apertura del juicio político
contra el primer mandatario, es cualquier cosa menos una causalidad. Responde a
una estrategia orientada a encontrar una fórmula que garantice una transición
pacífica, evite una tragedia humanitaria y avente el peligro de una guerra
civil.
Importa subrayar que Francisco es el
primer Papa latinoamericano de la Historia, pero también el primer Papa
jesuita. Por primera vez fue elegido un Sumo Pontífice no europeo. Desde marzo
de 2013 la responsabilidad de la conducción de la Iglesia Católica se traslada
a América Latina, la región con mayor número de católicos del mundo. Y es
precisamente bajo el pontificado de este Papa latinoamericano y jesuita, que un
sacerdote venezolano, Arturo Sosa Abascal, acaba de ser electo como el nuevo
“Papa negro”, denominación con que suele caracterizarse al Superior General de
la Compañía de Jesús. Es también la primera vez que el jefe de la orden fundada
en 1540 por San Ignacio de Loyola no proviene de una nación del viejo
continente sino que se trata de un latinoamericano, nacido en el país
actualmente más convulsionado de toda América del Sur.
En la Iglesia puede haber misterios y
milagros pero no casualidades. Lo importante es develar el enigma. Porque el
nuevo Superior General de los jesuitas no es una personalidad desconocida en
Venezuela. Es uno de los politólogos de mayor prestigio de su país, donde
residió hasta hace dos años y desarrolló una intensa experiencia pastoral en
las poblaciones pobres. En su primera conferencia de prensa concedida una vez
electo, Sosa destacó que había dedicado la mayor parte de su vida académica a
“comprender el proceso político venezolano y el papel de la Iglesia en él”.
Reveló asimismo que desde sus nuevas
responsabilidades no olvida sus raíces. “Hay que construir puentes para el diálogo
en Venezuela –recalcó-. En la coyuntura actual, los puentes hay que
construirlos. Apenas se han puesto algunas bases para esa construcción”. Esa
afirmación, días antes del la reunión del Papa con Maduro, anticipaba su
voluntad de coadyuvar al éxito de la intervención del Vaticano, que fuera
solicitada semanas atrás por la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) y el
propio gobierno de Caracas.
La trayectoria de Sosa es reveladora de
los cambios operados en la situación venezolana. En la actualidad, está
considerado como un crítico de Maduro. En una orden signada por una férrea
disciplina interna, es sugestivo que el jesuita colombiano Francisco de Roux,
quien trabajó al lado de Sosa en defensa de los refugiados en la frontera entre
sus dos países, haya salido rápidamente a aclarar la postura del Superior
General: “Si bien es una persona de mucha avanzada, es contrario al ‘chavismo’,
contrario a Maduro. Ha sido muy crítico, justamente porque considera que ese no
es el camino para resolver las cosas”.
El comentario resultó oportuno, porque
no siempre había sido así. En 1999, un año después de la elección de Chávez, en
su carácter de Provincial de los jesuitas, Sosa apoyó su convocatoria a una
Asamblea Nacional Constituyente. Expresó entonces que “el liderazgo personal
que ha ejercido Hugo Chávez Frías en los últimos meses, por ausencia de
liderazgos ciudadanos maduros, ha servido de muro de contención a las fuertes y
crecientes corrientes impulsoras de la anomia y la anarquía en la sociedad
venezolana”.
Con el transcurso de los años esa
postura fue variando progresivamente, como ocurrió con la mayoría de los
venezolanos. Hoy, su diagnóstico es muy preciso: “Estamos frente a un sistema
de dominación, no frente a un sistema político que tiene legitimidad para
funcionar tranquilamente”. “La propuesta chavista se autodenomina
cívico-militar. Se reconoce que la forma militar es parte esencial del régimen.
Si yo lo dijera, lo diría al revés, es un sistema militar-cívico, porque lo
militar es más importante”, dice Sosa hoy.
La cultura del encuentro
Pero esa descripción crítica del régimen
de Caracas, no implica un respaldo a la oposición. Con realismo, Sosa entiende
que “no existe en Venezuela una alternativa política al chavismo; lo que existe
es una oposición al régimen chavista, que une a todos aquéllos que por una
razón o por otra están en contra del chavismo. Ninguna es una alternativa
política que haga posible que esa fuerza social se convierta en gobierno”.
En una nada ingenua analogía, Sosa
ensayó una comparación entre el camino necesario para superar la crisis en
Venezuela y las negociaciones para poner fin a la guerra civil en Colombia.
Puntualiza que “en Venezuela no hay un conflicto armado en las mismas
condiciones, pero sí hay que hacer un proceso de reconciliación”.
En otros términos, Sosa estimaba
conveniente reforzar la mediación internacional impulsada por la Unasur, una
tarea a cargo de una comisión encabezada por el ex presidente colombiano
Ernesto Samper y en la que ahora se involucra la diplomacia vaticana, que
cuenta con la ventaja de que el actual Secretario de Estado de la Santa Sede,
cardenal Pietro Paolo Parolin, antes de su designación por Francisco, era el
Nuncio Apostólico en Caracas.
Este proceso está asociado con la
reapertura del diálogo entre Estados Unidos y Cuba y con las tratativas de paz
en Colombia, los dos acontecimientos centrales de la política latinoamericana
de los últimos años, en los que se manifiesta el protagonismo de Francisco.
Cuba, que agradece al Papa su intercesión ante Barack Obama, influyó sobre las
FARC para la pacificación de Colombia y usa su ascendiente sobre Maduro para
profundizar el diálogo en Venezuela.
Desde su nacimiento hace cinco siglos
para resistir la embestida de la Reforma Protestante, la Compañía de Jesús,
cuyos miembros se distinguen por su cuarto voto de obediencia al Papa, fue un
instrumento de extraordinario valor para la Santa Sede. En esa historia no
exenta de conflictos, que motivaron su disolución por Clemente XIV y su
intervención por Juan Pablo II en 1981, la orden jugó siempre un rol de
vanguardia política de la Iglesia.
Francisco, quien como sacerdote nunca
mantuvo una relación idílica con la orden de la que fue Provincial en la
Argentina de la década del 70, conoce bien su enorme potencialidad. No es
extraño que su opinión haya incidido en la elección de Sosa Abascal, cuyas
reflexiones sobre Venezuela están inspiradas en el espíritu de la “cultura del
encuentro” preconizada por Francisco a escala global, que se refleja en la
Argentina a través de los lazos que mantiene simultáneamente con el gobierno de
Mauricio Macri y el peronismo en sus distintas expresiones. Es una paradoja
cargada de sentido que el representante escogido por Francisco para asumir su
representación en la mediación sea monseñor Emil Paul Tscherrig, actual Nuncio
Apostólico en la Argentina.
Pascual Albanese: Vicepresidente del
Instituto de Planeamiento Estratégico