Crónica.
ALJER.
Camejo dijo: Ya estás listo para la
pelea. Toma el machete más ancho y prepárate, porque la próxima vez entras en
combate. Era una tarde de principios de febrero. Había una brisa fresca y un
sol rojo de verano. El Mocho Payara me entrego el arma. No tuve necesidad de
practicar. Siete años de correrías ya me habían enseñado. Estaba familiarizado
con las descargas sangrientas de machete, y eso era lo principal. Era diestro
en el manejo del arma y solo me faltaba entrar en batalla (…). Sin embargo, no
vería acción sino en la batalla de Guasdualito (19 de junio de 1.921).
Días después de aquella conversación mi
general (Emilio Arévalo Cedeño) me envió con un correo urgente a Arauca
(Colombia) poniéndome así al margen de la lucha. Protesté, rogándole, quería
pelear. Replicó señalando que era importante y que confiaba solo en mí. Nunca
supe lo que decía la carta. Además, no hubo oportunidad de entregarla. La vida
alegre me retuvo en Guasdualito, donde hice escala antes de enfilar hasta a
Arauca, el cual era mi propósito.
Era la primera vez que andaba solo por
el mundo y me preste a probar suerte con mujeres. El aguardiente no me
enloquecía, pero si la música, la copla y el ambiente del bar de la pensión de
Magdalena Lara a orillas del caño Periquera. Era un bar antiguo, donde decían,
había nacido Guasdualito. Allí conocí a esa morena alta y buenamoza llanada
Juana Guerrero, y a Modestia Castillo, y a la que llamaban la Ñapa Emilia.
Estaban La Perica, La Totumita y La Iguana, una catira ojos rayados. Todas
cobraban cinco bolívares, que era mucho dinero, con decir que un peón de los
mejores del llano ganaba dos bolívares diarios.
Pero la mejor, siempre la recordare, fue
Otilia Reyes. Aquella noche me dijo que era virgen, y por ser yo joven, se me
entregaría completico. En la mañana me contó: que durante un mes había estado
jugando con los hombres, bebiendo con ellos hasta emborracharse (…) pero nunca
llegando al acto total. La primera noche me cobro diez bolívares. Los pague
mientras en el salón sonaba el arpa de Cupertino Rivas. Y después no hubo
tarifa alguna.
Llegue a enamorarme de esta pelirroja
fuerte y pequeña. Pude haber pedido la cabeza por ella, pero la batalla vino en
mi auxilio. Por pura casualidad, las tropas, los hechos y la revolución, me
sacaron de esa parranda de varios días y varias noches. Esto nunca lo supo mi
general. No sé si lo sospecho. El no volvió a nombrar la carta. No pregunto qué
hacía en Guasdualito. No le intereso si había entregado el mensaje. De todas
maneras, después de la derrota de Guasdualito, nada volvió a ser igual. Ni el
volvió a ser el mismo. Lo acompañe unos días y luego volví a este pueblo donde
me quede para siempre.