Cróncia.
ALJER. Alto Apure.
Dedicado a todos aquellos que estando
lejos de su tierra la sienten en el corazón; la anhelan, respiran, suspiran y
nunca la olvidan. Y como olvidar a Guasdualito, Elorza, El Nula, La Trinidad,
El Amparo, La Victoria, Puerto Infante, Totumito y demás poblados del llano
alto apureño. Pueblos que nunca olvido, como diría el profesor Exer Armando Fulco.
Agradecimiento a Renato Grieco Laporta,
guasdualiteño de pura cepa, por ser fuente viva de esta historia, aunque
triste, también tiene que contarse para que no se disipe en los celajes de la
intranscendencia y el olvido.
Llano inmenso es el llano alto apureño,
abierto de par en par, generoso a la mirada y franco al andar. Tierra de
horizontes amplios en donde se estrechan la mano, el cielo azul infinito y el
llano bravío o quizás: es el llano quien expande sus impúdicas manos para que
el éter infinito con el aliento invisible del hálito llanero acaricie
dócilmente sus sabanas, pajonales y morichales. Eso y más es el Alto Apure,
tierra de lejanías, de poesías, canciones,
tierra de historias, cuentos y leyendas, mi tierra, nuestra tierra.
LA HISTORIA DE ROSA AMELIA
Entre los vecindarios de Buria y
Buriita, jurisdicción del municipio Rómulo Gallegos, específicamente en las
cercanías de La Trinidad de Orichuna (Apure) se encuentran Las Sabanas del
Tavacare, llamadas así por el famoso hato, propiedad para aquel entonces del
doctor Alfonso Grieco Saballo (hijo de
José Antonio Grieco y Doña Felicita). Quien bautizo su propiedad en honor al
cacique que habito esta zona del Apure
en el año de 1646. Es importante resaltar que, este galeno, fue el primer
especialista nacido en Guasdualito, graduado en la Universidad de Nápoles
(Italia), y que serviría a su pueblo con
gran vocación y humanismo.
Hato ganadero era Tavacare, al igual que
el vecino hato Mata e´ Charo, (propiedad de los Briceños, rama familiar del
popular Combate). Como encargado del mismo estaba Benjamín Moreno, hombre recio
del llano, conocedor de las faenas y actividades llaneras, quien por su
responsabilidad y esmero fue ganándose el aprecio del patrón. La familia de
Benjamín, estaba integrada por Gabriela García
(cocinera del hato) y su hijita de tres años, llamada Rosa Amelia. A
Rosa Amelia, por cariño le decían La Princesita del Tavacare, y de verdad era una
princesita. Su piel morena, su cabello negro y largo, sus radiantes ojazos
negros saltones, la hacían ver como una muñequita muy hermosa. Era ella, el
resultado de un amor nacido en esas noches de alegrías con arpa, bailes y
cantos. Rosa Amelia, niña buena, nacida en esas sabanas, con su inocente
sonrisa era la alegría de las mañanas, tardes y noches en el hato llanero. La
amaban la luna, las estrellas, los luceros, el azul cielo, las aves cantarinas
del campo trinaban sus melodías en las ramas del guayabo y ella atenta las oía.
Pero la congoja acechaba a Rosa Amelia,
sentía envidia de su dulzura, de su inocencia, alegría y pureza. Había llegado
el verano y con él: el ardiente sol. En una noche, luego de dormirse la niña,
empezó a cantar una pavita (ave de mal agüero en el llano). Su canto era el
anuncio de las lágrimas que se avecinaban. Algunos peones, inquietos por ese
cantar, lanzaban pedazos de ramas secas y terrones, tratando con ello de
espantar el ave agorera de las cercanías de la casa principal. Llego el
silencio y todos se dispusieron a descansar. Luciérnagas y cocuyos competían
con las estrellas del cielo de Tavacare, irradiando su intermitente
luminiscencia natural.
Es costumbre en el llano, iniciar
labores en las primeras horas del día, mejor dicho en la madrugada. Por lo
general, se desayuna entre las 4 y 5 am, y; el almuerzo y a la vez cena a las 4
de la tarde. Benjamín, como encargado y caporal del hato, alienta a la peonada
a tomarse el guarapo ligero, para así agarrar camino y comenzar las vaquerías
temprano. En su mente estaba el cumpleaños de su hijita Rosa Amelia, por lo que
pronto iría al pueblo a comprarle algunas cosas a la princesita del Tavacare.
Se prepararon las monturas y sale la peonada al trabajo de llano; Benjamín, se
despide de su esposa y va hacia la habitación en donde duerme la niña,
despidiéndola con un beso amoroso en su frente. Lejos estaba el padre, de
pensar que esta sería la última vez en ver con vida a su adorada hijita, a su
princesita.
Lentamente
transcurren las horas en el hato
Tavacare. Gabriela, la madre de Rosa Amelia, como todos los días, se dedica a
sus labores cotidianas; mientras, la niña se entretiene jugando con sus muñecas
de tusas y trapitos descosidos. Serian como las diez de la mañana cuando la madre
se dirige hacia la cocina a prepararle el tetero a la chiquilla, para que una
vez tomado, durmiera en una vieja y
suavizada campechana de cuero curtido, colgada entre las ramas de un espeso
mango y un guanábano ubicados cerca del lavadero y la troja aliñera. Ya era
hábito, que después de tomarse su alimento, la niña cayera en profundo sueño
(costumbre propia de los niños de esa edad). Dormida Rosa Amelia, su madre
aprovecha para ir al conuco situado algo lejos de la casa, en busca de algunos
topochos y tubérculos para la
preparación del almuerzo.
En
el hato estaban dos perros: Pintaliano y Cazador, el primero como constumbre se
iba con los peones a la sabana; mientras que el segundo permanecía por lo
general en la casa como fiel guardián y celador de la familia. Esta vez,
Cazador por razones desconocidas desapareció. Y por otras razones
desconocidas, Rosa Amelia se despierta mucho antes de lo habitual. Sollozante y
asustada como pudo se bajó de la campechana y, al no ver a sus padres cerca,
con lágrimas corriéndole sin cesar por
su carita inocente, camina hacia el paradero y de allí con rumbo desconocido.
Al regresar la madre, de inmediato observa
que ya no se encuentra Rosa Amelia, ni en la campechana, ni en los
alrededores. Desesperada sale al camino real llamándola: ¿Hijita mía, Rosa
Amelia, Rosita dónde estás? En vano fueron sus preguntas, nadie contesto, el
silencio lúgubre presagiaba una infamia cruel. Al regresar Benjamín junto al
resto de los peones, se enteran de la aciaga noticia. Organizan rápidamente la
búsqueda con los perros, la buscaron toda la noche, el día y la noche siguiente
sin lograr encontrarla.
Estos
sucesos lo recuerda claramente a sus 80 años Renato Grieco Laporta, para la
época tendría unos 6 o 7 años, el mismo nos dice que su padre (el doctor
Alfonso) apesadumbrado por la noticia se dirigió al Hato, para unirse a la
búsqueda. Ya casi vencidos por el cansancio, encumbrados en el monte, divisan
una caterva de zamuros sobrevolando una
mata muy densa, hacia allí se dirigieron. Fue muy triste lo que
descubrieron: allí estaba Rosa Amelia, con su muñequita, sin vida, con sus
manitos pegadas en su boca, la insolación y la deshidratación le habían cegado
la vida a la princesita del Tavacare.
Fue
un acaecimiento muy triste. Rosa Amelia, fue muy querida y muy llorada. Fue
enterrada en esas sabanas, sembrada a la orilla de un camino sabanero, en ese
paraje luego nacería un frondoso árbol como señal natural de su presencia en el
hato Tavacare. Su alma descanso en la paz del Señor. Años después el poeta José Juan Grieco Laporta, con su prodigiosa
pluma poética, le concertó un hermoso poema. Igualmente yo (ALJER) con mi
humildad característica motivado por su historia, sin conocerla, ni verla,
quise dedicarle unos compungidos versos que comparto con ustedes.
PRINCESITA DEL
TAVACARE
Rosa Amelia niña
buena,
princesita del
Tavacare
¿dónde estás
niñita hermosa?
regresa que ya
es muy tarde,
dime sol si
tú la has visto,
si lo sabes no
te calles,
no te ocultes
sin decirnos,
ve la angustia
de su padre,
lágrimas brotan
y brotan
en los ojos de
una madre.
Dime sol: ¿cuál
es tu pena?
que ya es
temprano y no sales,
dime sol ¿por
qué te ocultas?
yo sospecho que
algo sabes,
¿en veranos
nubarrones?
¿en verano
lluvia suave?
¿porque pasaron
temprano
al dormitorio
las aves?
¿dime sol,
tienes tu culpa,
de algo que
ninguno sabe?
Dime viento tú
que andas
por los secretos
parajes,
dime caño tú que
bañas
los llanos del
Tavacare,
¿han mirado a
Rosa Amelia
que se perdió con la tarde?
dime luna: ¿tú
la has visto?
¿o tus hijas
siderales?
caminos y
tolvaneras,
digan algo, si
algo saben.
¡Vean allá, por
ese monte!
con tristeza
dijo alguien,
una danza de
carroñas
revoloteando en
el aire,
allá estaba Rosa
Amelia
inerte sobre el
follaje,
el zénit solar
ardiente,
fue tan crudo
con la infante,
su cuerpecito
quedó
enterrado en
Tavacare,
el Creador la
recibió
para convertirla
en su ángel.
ALJER.