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La Venezuela del 2017 es idéntica a un
safari en el Kilimanjaro, en donde cada especie animal lucha por sobrevivir
dentro de un ecosistema feroz. La ley del más fuerte se apodera de cada arista
de la realidad nacional, consumiendo, devorando y arrasando con todo lo que
encuentra a su acelerado paso. En esta nueva fauna, regalo de la crisis
económica, política y social, se debe ir con cautela, pues cada paso del camino
supone nuevos riesgos.
Las estafas están desplegadas como un
campo de minas y son tan reales como cotidianas. Y cómo no serlo si estamos
hablando de supervivencia del más fuerte. A continuación compartimos algunos
casos con los que podría sentirse penosamente identificado.
No cuentes los pollos antes de nacer:
La señora Marina mantiene su casa con dos
pensiones, la de ella y su esposo, y una tarjeta de tickets que le suministra
su hijo mayor. Entre colas, insumos enviados por sus familiares en el exterior
y milagros, Marina consigue llenar su nevera para que su familia llegue sin
hambre a fin de mes. Claro está que la vida no es como solía ser y ahora en su
mesa se sirve lo básico. La señora se metió en un negocio para “resolver” —un
verbo que invadió el vocabulario del hombre de esta patria nueva— y pidió unos
pollos en Maracay que estaban muy por debajo del precio del kilo en el mercado.
Los pollos llegaron y Marina sintió que
su corazón se emocionaba. El negocio había sido exitoso, pues la mercancía
finalmente llegaba a la puerta de su casa. Abrió la cava en la que venían las
ocho unidades que había pagado y con tristeza trató de recordar si había
ordenado pollos o palomas.
Salado como el mar:
Más de un lector sabrá reconocer la
escena en la que con hambre se muerde una arepa con queso, un verdadero lujo en
estos tiempos, y el paladar se extraña por un sabor que no esperaba. El queso
salado, realmente salado no es una nueva tendencia gastronómica, es un truco
usado por los comerciantes para sacar provecho de su mercancía. Mientras más
sal se le coloque a la preparación, más será el peso final del producto, una
ecuación que no favorece al bolsillo del consumidor, ni a su paladar, ni a su
salud.
Rosa es una asidua compradora de quesos
en un mercadito local que se organiza los martes y domingos cerca de una cancha
de tenis en una zona del este caraqueño. “El queso duro de rallar es
incomparable y no se trata de su precio, sino de su sabor. Es una salmuera. Yo
he optado por comprar queso tipo paisa, pero para conseguir hay que estar aquí
de madrugada porque es el primero que se acaba”.
Adiós al pre-empacado:
El hombre nuevo ha tenido que cambiar
hasta sus rutinas de compra en los supermercados y otros establecimientos. Los
lácteos y embutidos listos y empaquetados que se exhiben en las neveras, fueron
en algún tiempo los mejores aliados para la comodidad y el ahorro de tiempo.
Hoy en día hay que tenerles cuidado. Mirta cuenta que compró una bandejita de
jamón de pavo en una panadería de su zona, cautelosa chequeó la fecha de
empaquetamiento y se sintió confiada al notar que era del día anterior. Cuando
llegó a casa y comió las primeras lonjas, notó que las de abajo estaban babosas
y hasta blancas y verdes en las esquinas. Mirta había caído en la trampa. “No
solo me pasó esa vez, hace poco compré en una cadena de supermercados
reconocida un paquetico de tocineta, no de estos que pides en charcutería, sino
los que están en las neveras… de las marcas clásicas. Mi sorpresa fue que al
llegar a casa todo el producto estaba baboso y con un olor muy peculiar. La
fecha de vencimiento aún no estaba ni cerca. Hay que estar muy pilas con lo que
llevamos a casa”.
Las redes sociales y la mensajería por
WhatsApp están repletas de contenido impactante y escalofriante. Hay videos de
personas sacando contenido sospechoso (que es atraído por un imán) de sus kilos
de azúcar, o hasta de un hombre que rellena empaques de desodorante con una
preparación casera y poco higiénica, mientras afirma que es para “vendérselo a
los sifrinos”.
El Venezolano consigue con cada día que
pasa, nuevos motivos para estar alerta y para no ser el camarón que se durmió
ante la astucia o hasta maldad de otros coterráneos, a quienes la viveza
criolla se les despertó en sentido contrario.