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Fotografía:
Mariela Reyes | AP
Se llaman entre ellos “chamo” o “pana” y
se los escucha decir que “está difícil la vaina”. Conversan sobre sus
familiares en Caracas, Valencia y Maracaibo. Son unas 80 personas que esperan
en fila bajo un intenso sol mientras una furgoneta blanca se estaciona frente a
una iglesia de Miami. De la camioneta baja un grupo de
voluntarios que en tres mesas portátiles entregan quesos, yogurt, arroz, pan y
frijoles a los inmigrantes que habían comenzado a llegar más de una hora antes.
A unos 10 minutos en automóvil, en un
depósito de un área cercana al aeropuerto de Miami, unos 60 venezolanos hacen
fila para recoger sábanas, colchonetas, toallas, ollas, platos y otros
implementos donados. Voluntarios sociales aseguran que cada
vez es mayor la cantidad de venezolanos que busca asistencia, un reflejo de la
emigración forzada por el deterioro en la nación sudamericana sacudida en las
últimas semanas por masivas protestas contra el presidente Nicolás Maduro.
Se trata de una nueva ola de inmigrantes
venezolanos de clase media y baja, muchos de ellos profesionales, que salen de
su país escapando de la crisis económica, la inseguridad y la persecución
política y en Estados Unidos se enfrentan a una dura realidad: sin dinero en
sus bolsillos se ven forzados a pedir comida y artículos usados en
organizaciones comunitarias y aceptan empleos en tareas de limpieza, como
pintores o choferes de compañías de transporte.
Los venezolanos encabezaron la lista de
extranjeros que pidieron asilo político en Estados Unidos en 2016 con unas
18.000 solicitudes, un incremento de 146% respecto de 2015, de acuerdo con el
Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos.
Casi la mitad de ellos reside en el sur
de Florida, donde los costos de vida son elevados. “No pensaba que iba a necesitar recibir
comida pero llega un momento en que no te queda otra”, dijo a The Associated
Press Alejandra Mujica, una abogada venezolana de 26 años que se encontraba
entre las 80 personas que esperaban alimentos en la iglesia católica Nuestra
Señora de Guadalupe.
En el depósito donde se entregan las
otras donaciones Carmen Elena Rodríguez recibió platos, cubiertos, una olla y
una lámpara. Con una maestría en Educación en su Caracas natal ahora vende
jugos de fruta en un quiosco de una feria ambulante de Miami.
“Hago magia para sobrevivir”, expresó
mientras sujetaba la caja con las donaciones. “No es sencillo lo que estoy
viviendo, pero estas ayudas hacen el camino más fácil”, explicó Rodríguez, de
29 años. Gracias a su riqueza petrolera Venezuela
fue durante décadas uno de los países más ricos de Latinoamérica. En las buenas
épocas los venezolanos viajaban a Estados Unidos para pasear o hacer compras.
Pero la economía cayó en picada por el
deterioro de los precios del petróleo y la administración socialista que inició
el entonces presidente Hugo Chávez y continuó Maduro y se agravó con la huida
de capitales y una tasa de criminalidad que está entre las más elevadas del
mundo. En 2016 el producto bruto interno se contrajo un 18%, el desempleo
superó el 21% y la inflación de tres dígitos alcanzó uno de los niveles más
alto del mundo.
Cuando comenzaron a avizorar estos
problemas tras la llegada al poder de Chávez en 1999 los primeros en salir
fueron empresarios que veían en Estados Unidos las oportunidades de inversión
que desaparecían en su país. Aquí obtuvieron visas de inversionistas, abrieron
negocios y compraron viviendas lujosas, principalmente en el sur de Florida.
La delincuencia, la hiperinflación y la
escasez de alimentos y medicinas son los problemas que más agobian a los
venezolanos, según las principales encuestadoras de la nación sudamericana, y
han impulsado a una nueva ola migratoria que también los ha llevado a países
como Brasil, República Dominicana, Colombia, Panamá y Perú.
Mujica recordó que su salario apenas le
alcanzaba para sobrevivir, que en su familia comían sólo dos veces al día y que
hacían colas de más de 48 horas frente al supermercado para recibir “lo que
había”.
Después de que le robaron su teléfono
celular a punta de pistola ella y su esposo resolvieron huir de Venezuela. Los
3.500 dólares de ahorros que traían “se fueron muy rápido”. Primero vivieron en
un sofá cama de una sala que alquilaban en una casa de familia, luego se
mudaron a un garaje y posteriormente a un cuarto de otra casa. Su esposo, que
estudiaba para ser chef en Venezuela, carga cajas, coloca techos o pinta casas
y ella limpia en un centro de estética.
Con frecuencia a los venezolanos les es
difícil separar las motivaciones económicas de las políticas que los impulsaron
a abandonar su país. Andreina Molina y su esposo vendieron su tienda de
artículos electrónicos y se mudaron a Estados Unidos en 2016 en parte por la
crisis económica y la inseguridad, pero también porque ella era activista
política y había recibido amenazas.
“Vinimos por la inseguridad y la
persecución política y por la escasez y la falta de comida para mis hijos”,
explicó la mujer de 34 años que dejó su apartamento con piscina y playa privada
en Puerto La Cruz y se acomodó en Miami en una habitación con un baño en una
casa.
Los 10.000 dólares que trajeron los
usaron en el nacimiento del bebé ya que no tenían cobertura médica. Su esposo
ahora maneja una grúa en un depósito de mercaderí as y ella hace postres caseros
y los vende para ayudar económicamente. “Nos tocó muy duro. A veces no tenemos
ni para pagar la renta”, dijo la mujer. En las últimas semanas decenas de miles
de personas han tomado las calles para manifestar su rechazo a Maduro y a la
decisión del Tribunal Supremo, luego revertida, de asumir los poderes del
Congreso, controlado por la oposición.
“Lo que estamos viendo ahora es a todo
el mundo tratando de huir y encontrar una máscara de oxígeno para sobrevivir”,
explicó Javier Corrales, analista político venezolano. “Venezuela se ha
convertido en un país invivible”, aseguró el profesor de política latinoamericana
del Amherst College en Massachusetts. Muchos venezolanos ingresan a Estados
Unidos con visa de turista y algunos piden asilo posteriormente. Pero también
hay gente sin estatus legal.
“Venden sus casas, venden sus carros y
vienen acá con un pequeño capital que en cuestión de meses desaparece y al no
poder regularizar su situación (migratoria) no tienen opción de trabajo,
entonces tienen necesariamente que acudir a la ayuda de terceros”, explicó
Eduardo Gamarra, experto en temas de América Latina de la Universidad
Internacional de Florida.
Para aliviar estas dificultades han
surgido organizaciones como Raíces Venezolanas, fundada en enero de 2016, que
ayuda a unas 100 familias al mes. El grupo católico San Vicente de Paul,
que entrega alimentos en iglesias, ha asistido en el último año con comida,
ropa, muebles y el pago de la electricidad a unas 100 familias venezolanas sólo
en el área de Doral, donde están concentrados, además de las más de 150 que se
presentan a buscar alimentos tres veces a la semana.
Patricia Andrade, una de las fundadoras
de Raíces, explicó que ahora ve una angustia que no percibía en los primeros
inmigrantes venezolanos. “Hoy buscan escapar del horror y la
misma desesperación con la que salen los lleva a pensar que si están mal no
puede haber algo peor y salen sin nada, con la ropa y muy poco dinero”, dijo.