Opinión.
Héctor Ignacio Escandell Marcano
Con
todo lo que ha pasado, la crónica de la semana pudiera escribirse sola. Los
últimos ocho días huelen a gas; pican. Las calles parecen campos de batalla; un
déjá vu. Las tanquetas regresaron aceitadas y con el mismo argumento. Las
capuchas ocultan rostros y unen frustraciones.
Caracas,
la de los techos rojos humea consignas. Las ballenas se enfrentan a la marea
humana que pide paso; aunque retroceda de vez en cuando. Gente de quince, de
veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta y hasta de ochenta años
sale del confort -si es que existe- y se lanza con poco menos que un suspiro y
esperanza.
“Quiero
volver a ver a mis nietos”, dijo una señora mayor, a Radio Fe y Alegría la
tarde del sábado, después de haber superado una avalancha de gas. Su familia se
fue a otro país en busca de lo básico. Ella se aferra a la calle.
Desde
el estudio los veo, cierro los ojos, los abro, respiro y sigo describiendo. El
helicóptero alza vuelo, -con el mismo argumento de las tanquetas- lanza bombas,
amedrenta y repite la escena. Mis compañeros corren, intentan respirar y siguen
describiendo. Son mis ojos y mis ganas en la calle. Los admiro.
Los
días pasan y la escenografía no cambia. Comienza una nueva función. Al otro
lado de la barrera están los otros. Bailan, se mofan y hacen como si no pasara
nada. Son poquitos pero, tienen el mismo argumento de las tanquetas y las
ballenas. Descalifican, juzgan y apresan.
El
país es un 80 a 20, eso cada día está más claro. Ellos lo saben y amenazan con
sacar las armas. ¿Más armas? Los “Colectivos” hacen rondas, amenazan, sacan
pistolas y golpean al que esté en medio. Nadie los persigue. Nadie les lanza
bombas.
Desde
los edificios “públicos” lazan balas y luego llaman a la policía porque los
están agrediendo. Tiran la piedra y esc…
El
sol se oculta, -obstinado de tanto gas- la luna lo suple y se convierte en
testigo de lo más oscuro. ¡Más bombas!, ahora contra las casas. La gente suena
cacerolas, quema basura y se atrinchera. Los más osados dan la cara, ponen el
pecho, y reciben un balazo; como a Jairo que, lo mataron protestando.
…”segunda
mitad del noveno”…, …”hombre en tercera”…
Las
tanquetas, las ballenas, las bombas, la pimienta y las balas son acaso, el
último argumento.
¿Qué
pasó con el proyecto bolivariano de inclusión?, ¿Qué pasó con la suprema
felicidad?, ¿Qué pasó con el hombre nuevo?, el país de hoy no tiene nada de
aquello que la gente votó.
¿Por
qué no hay elecciones?, ¿Por qué la comida es incomprable?, ¿Por qué las balas
no escasean?
El
profesor Aristóbulo Isturiz dijo: “el peo está prendido”, ¿Estamos en guerra?
¡Qué nivel!
Diosdado
replicó: “Ningún funcionario público puede quedarse en las oficinas y no salir
a defender la revolución”. ¿Cuál revolución? Ya entiendo el por qué las instituciones
públicas son menos que espacios desolados e inoperantes.
De
verdad, pregunto: Bombas ¿Último argumento?
La
historiografía ha registrado que hasta de las ruinas renacen los países. Los
pueblos, por más oprimidos que estén, en algún momento se revelan y gritan
libertad.
“Venezuela
Indestructible” dice el slogan del gobierno. Claro, tienen razón, ya no hay más
nada por destruir; solo queda la esperanza y eso sí que no se puede aniquilar.
Semana
ruda pero esperanzadora. Los días por venir seguirán reclamando un espacio en
los libros de historia.
Pd:
Pienso en ustedes, en los que se fueron y desde la otra orilla siguen pensando
y sufriendo con nosotros. …Nunca se irán del todo”… Canta Buena Fe.
Héctor Ignacio
Escandell Marcano