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SEBASTIANA
BARRÁEZ @SebastianaB
La
Guardia Nacional Bolivariana cumple 40 días, casi sin respiro, de estar en la
calle enfrentando manifestaciones, repartiendo agua, gas lacrimógeno,
perdigones y golpes. Recibiendo piedras, bombas molotov, excrementos y hasta
algunas balas. Desde que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) emitiera las
sentencias atribuyéndose las funciones de la Asamblea Nacional y dejando sin
inmunidad a los parlamentarios, la violencia en las calles no ha cesado, ni
siquiera después que el TSJ rectificara.
Se
han aplicado medidas extremas, incluso el Plan Guaicaipuro, antiguo Plan Ávila,
de manera exclusiva y solo en el estado Carabobo, con la participación del
Ejército, único lugar en el que ha actuado ese componente. En todo el país el
control de las manifestaciones lo ha tenido la Guardia Nacional.
La
revolución bolivariana tiene hitos que han colocado a los militares en primer
plano, aun cuando algunos son tan bochornosos como los del golpe del 11 de
abril. Pero en esos escenarios no había, entre la población civil, una
diferencia del componente militar que actuaba. Ha bastado más de un mes de
manifestaciones contra el gobierno para que la Guardia Nacional sea el más
odiado de los componentes, el que más conflictos internos exhibe, el que debe
cargar con el rechazo exasperado de la población.
Desde
que el general José Eleazar López Contreras fundara la Guardia Nacional, el 4
de agosto de 1937, han pasado por sus filas honorables y destacados oficiales,
algunos por su heroísmo, por su honestidad y por su disciplina. Ha tenido feos
lunares en su historia. En estos momentos tiene amenazas, morales, éticas y de
formación.
Tiene
años cargando con un progresivo desprestigio esencialmente por su actuación en
las zonas de fronteras, el cobro de dinero a contrabandistas y por su feo
ejercicio en la retención injustificada de productos en las alcabalas del país
o el cobro de “ayudas”.
La
gente ya no recuerda o prefiere no recordar hechos relevantes de la Guardia
Nacional en el control del orden público, en actividades antisecuestro que
ningún otro componente ha ejercido con tanta eficacia. El roce con la población
civil la fue desgastando, la desdibujó hasta reducirla a una imagen de ente
opresor y corrupto.
El
creador de la Guardia Nacional, el general Eleazar López Contreras, es
considerado en la historia de Venezuela como un presidente de la República con
gran sensibilidad democrática, que lo diferencia de la dictadura, ya que a la
muerte del general Juan Vicente Gómez, en su condición de ministro de Guerra y
Marina, asume el poder y ese día ordena la libertad de todos los presos
políticos e invita a los exiliados a regresar al país.
Llegó
2017
Si
bien es cierto que el año 2014 representó una prueba de fuego para la Guardia
Nacional, en el marco de las llamadas guarimbas, que tienen en zonas del este
de Caracas, algunas ciudades del interior pero principalmente en el Táchira, el
escenario más difícil de controlar, también lo es que la habilidad demostrada
por el entonces ministro del Interior y justicia, el Mayor General (Ej) Miguel
Rodríguez Torres y la actuación del General Antonio Benavides Torres Director
de Operaciones de la GNB, permitió que el presidente Nicolás Maduro superara el
que era el momento más álgido durante su gobierno, hasta ahora.
La
Fuerza Armada Nacional Bolivariana ha sido duramente golpeada en su imagen ante
la población civil. Pero es la Guardia la que ha cargado sobre sus hombros el
mayor de los desprestigios, que ha ido en avance hasta ser odiada
profundamente.
Los
manifestantes, reprimidos en las protestas; la sociedad civil que censura con
dureza; los medios de comunicación que señalan a los responsables de lanzar
bombas lacrimógenas, golpear a quienes lanzan piedras o marchan contra el
Gobierno, no señalan al Ejército, a la Armada, a la Fuerza Aérea o a la añadida
Milicia Bolivariana. El peso del odio lo recibe la Guardia Nacional.
Los
símbolos de dicho componente son identificados claramente por la población. Sus
integrantes son señalados sin ningún tipo de piedad. Las tanquetas la
distinguen. La ballena lanza agua es asumida como parte de la Guardia Nacional.
Los robocops, como llaman a los guardias que usan la indumentaria exigida para
salir contra las manifestaciones, es otra de sus características.
El
más crudo y violento escenario contra el gobierno de Nicolás Maduro es el que
se vive en estos momentos. Han pasado las semanas y los manifestantes no se
cansan. Todos los días, y simultáneamente, hay protestas en diferentes partes
del país.
Los
guardias, que ya venían enfrentando una manifestación tras otra, reciben la
orden de detener, el 19 de abril, quizás la marcha más grande que haya sucedido
en Caracas y en muchos rincones del interior del país. La rebelde Táchira del
2014, la rebelión de los gochos, como llamaron a la guarimba, esta vez cedió
paso. Valencia ha sido la ciudad del interior del país que con mayor fuerza ha
salido a la calle, seguida de Barquisimeto y Maracaibo.
Los
opositores al gobierno, sin distingo, sin color, con o sin Mesa de la Unidad,
avanzaron hasta la columna de uniformados verdes, de los robocops con sus
ballenas y tanquetas. Aquella no parecía una lucha de hombres, la fuerza con la
que guardias y opositores se enfrentaron fue animal. Huesos rotos, sangre que
chorreaba, ancianos y niños que se ahogaban ante la inútil intención de la
Guardia de tratar de frenar la marcha con cientos de bombas lacrimógenas. La
enorme nube de gases reprimió y empujo a los manifestantes.
No
hubo descanso. Los guardias que esperaban que en los días siguientes pudieran
ser relevados, sólo fueron trasladados de un sitio a otro del país. A veces
comiendo mal, otras durmiendo en el piso, algunos heridos e incluso al menos un
muerto, en San Antonio, cerca de Los Teques.
Pero
cada día la violencia aumentó, estalló en muchos sitios. Vinieron los muertos.
Los guardias llevan día tras día de combate, ante manifestantes que no se
rinden, algunos marchando pacíficamente, otros con inusitada violencia. Y a las
manifestaciones se le sumaron los saqueos, que se han extendido a varios
estados.
La
Guardia se fue resintiendo, afloraron las decisiones de varios de sus militares
de negarse a salir a enfrentar marchas. Quienes tienen más años en la
institución decidieron que no saldrían. Varios son arrestados por negarse a
obedecer, pero el número crece por lo que decidieron sustituir a los más
veteranos por aquellos que apenas se están estrenando, los “nuevos” como les
dicen a los recién llegados en la FANB.
Malas
experiencias
La
crisis interna de la Guardia Nacional no afecta solo a los militares de bajo
rango. En el caso de Valencia ya van dos generales sacrificados por la
desmedida ola de protestas, pacíficas y violentas, detenidos, muertos y saqueos
en viviendas y negocios.
Apenas
tenía seis días en el cargo como director de la Policía Nacional Bolivariana, y
el general de Brigada (GNB) Carlos Alfredo Pérez Ampueda dirige una Unidad
Operativa de la GNB, adscrita al Comando de la 41 de la Guardia, y Policía
Nacional, con la cual fueron allanadas las instalaciones de la Universidad de
Carabobo. Las autoridades universitarias, el gobernador Francisco Ameliach y el
Defensor del Pueblo solicitaron que se investigara el hecho.
El
comandante general de la Guardia Nacional, el mayor general Benavides Torres
informó que los funcionarios involucrados están a órdenes de la Inspectoría del
componente. Después se supo que fueron destituidos 30 funcionarios militares.
Pérez Ampueda fue sustituido por el general (GNB) Nelson José Morales Guitian.
No
alcanzó a cumplir 15 días en el cargo, cuando el huracán de las manifestaciones
también sacó del cargo al general Morales Guitian. No hubo explicación.
Subalternos aseguran que el alto oficial, cuando empezaron los saqueos más
fuertes en Carabobo, no salió de su oficina y cuando su Jefe de Estado Mayor,
coronel Jonás Páez Cabrera pretendió salir a la calle con los guardias, el
general Morales no se lo habría permitido.
Al
día siguiente se presentó a Carabobo el comandante general de la GNB y
destituyó a Morales por el general Juvenal Fernández.
La
población civil poco percibe que en la Guardia Nacional se ha ido dando una
transformación del radicalismo. Algunos se han declarado y asumen que defenderán
a la revolución; otros, ya no quieren acompañar esa misión. La cantidad de
guardias que han dejado de presentarse a sus comandos, crece.
“No
voy a regresar, prefiero que me declaren desertor y me metan preso”, dice un
joven guardia.
Jóvenes
y ancianas se han parado frente a la columna de guardias. Hay quienes los han
insultado. Otras los han abrazado. También están las que le han hablado
maternalmente.
Los
días han pasado y los guardias cargan en sus hombros el terrible odio de parte
importante de la sociedad, la que se opone al gobierno de turno. La otra parte,
los afectos al gobierno, han guardado silencio, porque en el fondo tampoco
creen en la GNB.
Queniquea
es un pequeño pueblo, y no es exageración decir que es de dos calles. Está
enclavado entre montañas del Táchira, al cual se llega a través de una
serpenteada carretera a unas horas de San Cristóbal. Ahí nació López Contreras.
Es lógico suponer que la Guardia Nacional siempre tuvo allí un trato
preferencial como hija del otrora presidente y general. Hace unos días la
comunidad protestaba contra el Gobierno, pero cuando vieron que la Guardia se
acercaba le gritaron consignas denigrantes, casi les caen a golpes y los
militares se fueron del lugar entre asombrados y abochornados.
A
la Guardia Nacional ya le está pegando el odio.