Opinión.
Abril Morillo.
Hoy somos millones, hoy cada vez son más
jóvenes e inquietos los que caminan por el piso de Maiquetía, esa maravillosa
obra del maestro Cruz Diez que ahora es símbolo de despedidas, quedando
inmortalizado en los recuerdos de todos aquellos que tuvieron que caminar hacia
adelante y cruzarlo hacia un destino incierto. Casi se pueden contar uno a uno
los pasos que se dan para atravesar ese pasillo, mientras se carga en el pecho
un dolor agudo y punzante, imposible de expresar con palabras, los nervios, la
voz temblorosa, la respiración agitada y las manos sudorosas, mientras se
recita de memoria un salmo o una oración que calme nuestro espíritu afligido.
Con la mano derecha sujetamos
fuertemente el pasaporte, ese pequeño librito donde se resguarda nuestra
identidad como venezolanos, remembranza sublime de nuestro sentido de
pertenencia irrevocable. Con la mano izquierda cargamos una maleta donde no
cabe el amor de la familia, la alegría de los amigos, el cariño de la gente y
la belleza de un país que se deja atrás. No pesa tanto el equipaje, ¡Pesa el
alma y los recuerdos! ¡La añoranza de un
mejor mañana! ¡La promesa de un volvernos a ver!
Yo soy una de ellas, y como duele saber que
soy un dato más en la cifra de los millones de venezolanos que han tenido que
abandonar su hogar en busca de un mejor futuro.
Las estadísticas jamás podrán reflejar el precio de lo que significa ese
número, ¿Acaso puede contabilizarse también la cantidad de amigos y familias
separadas? ¿De días, semanas y meses lejos de los que se ama? No se podría, así
como nada ni nadie podrá devolvernos el tiempo que hemos estado lejos de los
nuestros. Es imposible saber la magnitud de la herida que ha abierto este
Gobierno infame, cruel y despiadado al arrebatarles a los jóvenes la esperanza
de un mejor futuro y empujarlos hacia destinos lejanos y desconocidos para
ellos.
Si, ¡Yo culpo al Gobierno! Lo culpo por
su insensatez a la hora de tomar medidas en mi país, lo culpo por su
negligencia para resolver nuestros problemas, lo culpo por su incompetencia e
ignorancia para reconocer la realidad cruda y fatídica de los venezolanos. Pero
más que eso, yo culpo al Gobierno Venezolano por haberme arrebatado la
Venezuela que conocí y anhelo volver a ver ¡Por su mezquindad y egoísmo! Por su
sed insaciable de violencia y avaricia desmedida, todos y cada uno de ellos ¡Son
culpables! Hoy no solo les quitan a
muchos jóvenes su derecho irrevocable de tener una tierra libre, en la que
puedan echar raíces y florecer, también le quitan la vida.
Sin embargo, más allá del dolor, la
frustración y la impotencia que sentimos todos aquellos que amamos nuestro país,
dentro o fuera de sus límites, hoy se ve germinar de nuevo la semilla de
esperanza, que se abre paso contra los pronósticos turbulentos que vivimos. Si,
esas corrientes de aire limpio con olor a libertad han cruzado océanos y
desiertos, han recorrido caminos y todo venezolano en el extranjero ha podido
sentirlo en su cara; huele a sabana y mastranto, tiene sabor a café y cacao, se
siente fresquito como la brisa del mar caribe y está lleno de especias y
sazones de nuestra tierra. Acá sentimos los vientos de libertad que soplan, nos
aferramos a eso, para esperar el momento en que podamos izar las velas de nuevo
y volver a casa.
No quepa duda de ello, somos muchos, jóvenes
e inquietos, llenos de ideas, llenos de interés y pasión, somos los criollos
que entre gringos y europeos nos estamos abriendo camino para aprender y ser más
eficientes en el futuro. Para no cometer los errores del pasado, ¡Somos la
gente criolla de Venezuela! Los que aún tienen el sabor de la arepa en la boca,
los que se toman el guayoyo por las mañanas, los que dicen “Bien chévere” y
sonríen, aunque lleven en pena el alma. Yo soy criolla, sigo siendo criolla y
llanera, buscando entre paisajes lejanos esa brisita que llega de Venezuela y
me refresca el espíritu.
Hoy sé que no hemos dejado de tener una
responsabilidad con nuestro país, sé que demandará nuestro retorno ¡Y muchos
estamos dispuestos a oír su llamado! Los que estamos en el extranjero tenemos
el deber cívico y moral, de dar lo mejor de nosotros mismos, ser competente,
hábil y certera, para demostrar que donde está un venezolano hay una persona
honesta que persevera ante las circunstancias. Estoy en deuda con todos
aquellos que hoy luchan por nuestra libertad, con los académicos y
profesionales, los obreros y empresarios, los médicos y maestros, los músicos y
artesanos, los indígenas, los campesinos, todos los que han salido a la calle
sin retorno y hoy al pie del cañón gritan ¡Abajo Cadenas!
El que soltó el lápiz y el cuaderno y
hoy se ve obligado a vestir con capucha y franela, mis hermanos son, a esos héroes
estudiantes de Venezuela, espero que sepan que ¡No están solos! ¡No nos hemos
olvidado de ustedes! Desde más allá de nuestras fronteras, perseveramos en
seguir indagando y estudiando sobre nuestras tierras, nuestras riquezas,
nuestro potencial como país. ¡Ay si estos gringos y europeos supieran! El
criollo es vivaz y audaz, es ágil y todos los que estamos aquí, estamos
aprendiendo, mucho más rápido de lo que esperan. Es la única manera de
sentirnos útiles en este proceso que vivimos como país y contribuir en un
futuro con su reconstrucción.
Con su lucha y constancia, con su pasión
y compromiso, con nuestras esperanzas de retornar, con su valor y nuestro
conocimiento, con su entrega y nuestro optimismo podremos construir esa mejor
Venezuela que todos soñamos. ¡Espero verlos pronto! Fuerza y fe. La lucha
continúa, fuera y dentro de nuestros límites territoriales, hasta que podamos
gritar y que se oiga en todo el mundo:
¡Venezolanos izad las velas! ¡Soplan
vientos de libertad! ¡Regresamos a casa!
Hoy y siempre, ¡Gloria al Bravo Pueblo!
Abril Morillo Yapur.
Una Criolla en España.