Opinión.
Luis Daniel Álvarez.
Sin lugar a dudas, un gobierno que sea
capaz de disparar las armas contra su propio pueblo, en aras de permanecer en
el poder de forma indefinida, no puede ser tildado de otra manera que de
criminal o asesino. Ver como caen los ciudadanos que protestan de forma pacífica
exigiendo libertad y que en los partes oficiales se culpe de su muerte a los
opositores al régimen es un ejemplo más del profundo desprecio que los
autoritarismos tienen por la inteligencia y la sindéresis.
Uno de los episodios más dolorosos y que
mayor repudio crean es el ver como los estudiantes son masacrados por las armas
de la República, que son empleadas por funcionarios que se entregan servilmente
a los intereses y las apetencias de un mandatario que emplea sin tapujos una
retórica de control, sumiendo al país en una posesión particular donde sólo
importa la opinión del líder y se hace lo que él determine.
Junio es un mes que quedará plasmado en
la historia, no solo del país, sino de la región, como un período sangriento en
el que la saña del régimen terminó de evidenciarse al reprimir salvajemente
cualquier protesta que "osara" traspasar los piquetes de seguridad.
Sin importar la naturaleza de la manifestación, el afán de perpetuidad del
presidente y su séquito puede más que la dignidad, por ello que reprimir, a
veces hasta la muerte, y aplicar medidas discrecionales, no importa, con tal de
silenciar a la disidencia.
El 8 de junio de 1954 los estudiantes
colombianos salieron a manifestar para rendir homenaje a Gonzalo Bravo Pérez,
un estudiante de la Universidad Nacional que 25 años atrás había sido asesinado
por la Guardia Presidencial de Miguel Abadía Méndez. El tributo consistía en
visitar el cementerio y posteriormente realizar diversas actividades. Hubo
escaramuzas ante la actitud de las autoridades de impedir el paso, pero luego
se les permitió seguir. Sin embargo, al rato y en un confuso incidente con los
cuerpos de seguridad, fue asesinado Uriel Gutiérrez. El repudio llevó a una
multitudinaria manifestación al día siguiente, que fue abaleada sin pudor por
la dictadura, dejando un saldo importante de muertos, infinidad de heridos y un
número incalculable de detenidos.
Como todo gobierno criminal, la
dictadura se justificó manifestando que sus tropas solo respondieron a los
ataques y que la violencia la generó el sector de la oposición que respondía a
Laureano Gómez y al comunismo, es decir que en la típica actitud de las
irresponsabilidades, la culpa siempre la tiene el otro. Además, las
investigaciones que ofreció el régimen, nunca dejaron resultados claros.
A los 63 años de la masacre de los
estudiantes en Bogotá, duele ver como los personalismos y las apetencias de
poder llevan a los regímenes a mancharse de sangre las manos, con tal de
perpetuarse. Hoy Rojas Pinilla no es más que una tenebrosa referencia en la
historia y el emblema, como otros dictadores sanguinarios, de que el ostracismo
y el peso de la dignidad terminará por aplastarlos.
Por: Luis Daniel Álvarez V.