Prensa. Voluntad Popular.
“Es
normal que los políticos se refieran al petróleo en sus discursos, pero es
igualmente normal que sus pronunciamientos sobre el tema sean vaguedades
banales o pruebas de su profunda ignorancia sobre el tema. La verdad es que
pocos líderes venezolanos saben de lo que están hablando cuando hablan del
petróleo. Este no es el caso de Leopoldo López, el político. Estas páginas son
una buena evidencia de que López ha estudiado, investigado y pensado a fondo
sobre los temas más importantes de la industria de la que depende Venezuela”.
Así define el intelectual y economista venezolano Moisés Naím la propuesta
“Venezuela Energética”, escrita a 4 manos por el líder político venezolano y
preso de consciencia, Leopoldo López, y el experto petrolero Gustavo Baquero.
Naím
publica este domingo, en su cuenta en tuiter @MoisesNaim, el Prólogo que
escribió para Venezuela Energética, destacando que “Otra característica inusual
de estas páginas es que tanto López como su coautor, Gustavo Baquero, no pueden
ayudar a su país con lo que saben y han investigado sobre el tema. Baquero es
un experto petrolero que ha venido desarrollado la mayor parte de su carrera
profesional fuera de Venezuela, en países como España, el Reino Unido, Italia,
Colombia, Brasil y Noruega. Y López es un preso político”.
Recuerda
Naím que “esta no es la primera vez, ni la última, en que ideas importantes son
incubadas en las inhumanas condiciones de una prisión. Verbigracia, el propio
Don Quijote fue “engendrado” por Miguel de Cervantes en la Cárcel Real de
Sevilla. También los viajes de Marco Polo, el despertar espiritual de Oscar
Wilde, los Cuadernos de la cárcel del influyente escritor marxista italiano
Antonio Gramsci, la “Carta desde la cárcel de Birmingham” de Martin Luther
King, las Conversaciones conmigo mismo de Nelson Mandela, son ejemplos de obras
trascendentes cuyos autores las han escrito mientras estaban privados de
libertad”.
Otro
de los interesantes aspectos que Naím encuentra en Venezuela Energética es que
“nos invitan a ver el petróleo ya no como un “excremento del diablo”, una
maldición para nuestra economía que ha alimentado generaciones de políticos
corruptos, empresarios criminales y gobiernos autoritarios, sino como una
bendición que nos permitirá encarar los próximos 100 años”.
Para
el intelectual de renombre mundial “en estas páginas está el catalizador de una
fructífera discusión acerca de cómo nos puede ayudar el petróleo a ser un país próspero,
pero cuya economía y sociedad no solo dependan del petróleo. Una propuesta en
la que esos cambios obligatorios en nuestra economía, en la política y hasta en
nuestros valores y cultura no sean dramáticos debido a un estado de cosas
insostenible, sino más bien producto de un plan debatido, consensuado y
ejecutado seriamente”.
Estima
Naím que “la propuesta de democratización del ingreso petrolero que aquí se
expone y donde cada venezolano percibirá de manera directa una parte de este
ingreso, del cual tendrá que pagar una tasa como contribución directa al
Estado” dejará claro que “somos todos los venezolanos, dueños del petróleo, los
que financiamos al Estado. Este es un cambio que va mucho más allá de una
identidad contable. El simple hecho de que todos los años los venezolanos vean
en una cuenta personalizada cómo del ingreso que les corresponde se hace un
pago directo al Estado, permitirá un cambio significativo en la relación y las
exigencias de los ciudadanos al Estado”, lo que “estimulará, a su vez, el
surgimiento de una profunda conciencia social, así como un alto nivel de
exigencia sobre la transparencia en la inversión de esos recursos, lo que
iniciará el camino dirigido hacia la superación de la relación clientelar que
hoy impera entre el Estado y los ciudadanos”.
A
continuación, reproducimos el texto de Moisés Naím:
Prólogo
a “Venezuela energética”
Por
MOISÉS NAÍM
Este
es un libro poco común que no debería de serlo. Sus temas son el petróleo, los
retos que plantea el tenerlo en gran abundancia y cómo hacer para que su
explotación beneficie a los venezolanos. Uno pensaría que en un país en el cual
el 95 por ciento de las exportaciones son de petróleo y sus derivados, estos
temas son tratados a fondo, con frecuencia y desde múltiples ángulos. Pero no
es así. Lo que ha dominado y sigue dominando la conversación en Venezuela ha
sido el conflicto político y sus consecuencias.
Esta
es una de las razones por las cuales este es un libro poco común. Es sobre
petróleo.
Otra
peculiaridad de estas páginas es quien las escribe. Leopoldo López, uno de los
autores, es político. Y eso también es inusual. Los políticos venezolanos no
escriben mucho y, aquellos que escriben libros, rara vez lo hacen acerca del
petróleo. La economía y la geopolítica de la energía, y en particular del
petróleo, no son el fuerte de los políticos venezolanos. Es normal que los
políticos se refieran al petróleo en sus discursos, pero es igualmente normal
que sus pronunciamientos sobre el tema sean vaguedades banales o pruebas de su
profunda ignorancia sobre el tema. La verdad es que pocos líderes venezolanos
saben de lo que están hablando cuando hablan del petróleo. Este no es el caso
de Leopoldo López, el político. Estas páginas son una buena evidencia de que
López ha estudiado, investigado y pensado a fondo sobre los temas más
importantes de la industria de la que depende Venezuela. Otra característica inusual
de estas páginas es que tanto López como su coautor, Gustavo Baquero, no pueden
ayudar a su país con lo que saben y han investigado sobre el tema. Baquero es
un experto petrolero que ha venido desarrollado la mayor parte de su carrera
profesional fuera de Venezuela, en países como España, el Reino Unido, Italia,
Colombia, Brasil y Noruega.
Y
López es un preso político.
La
relevancia del contenido de Venezuela energética es innegable por su urgencia,
pero muy especialmente por la forma y el lugar donde fue escrito. Al leer estas
páginas es difícil no sentirse conmovido. Estamos leyendo un argumento
claramente racional, una visión experta sobre el futuro de la economía
venezolana y el rol del petróleo cuando, de repente, nos sorprenden las imágenes
de unas hojas manuscritas. Son fragmentos del texto, escritos de puño y letra
por Leopoldo López. El prisionero de conciencia ha aprovechado cuanto papel
caía en sus manos, incluso servilletas, para escribir sus notas y así dejar
escapar sus ideas de la prisión militar en la que estuvo injustamente
encarcelado por tres años y siete meses (del 2014 hasta mediados de 2017).
Durante las pocas visitas que se le permitieron (casi la mitad de los más de
tres años que estuvo en prisión los pasó en solitario, en celdas de castigo) y
cuando era trasladado a las audiencias en el tribunal, las hojas sueltas
burlaron la censura de hierro al pasar a manos de su esposa Lilian Tintori, de
familiares y de su abogado. Y de allí, este contrabando de ideas llegaba al
escritorio de su coautor, Gustavo Baquero.
Una
prisión no es el mejor lugar para diseñar el futuro de una industria tan
compleja y cambiante como la del petróleo y mucho menos para imaginar el
destino de una nación que sueña con escapar de la bancarrota económica,
política y moral en la que la han hundido. Basta pensar en el gran desafío que
de por sí implica cambiar el rumbo de un país secuestrado por una mafia
política, la misma que ha llevado a la industria venezolana a un estado
calamitoso, para afirmar que esta obra es nada más y nada menos que una labor
quijotesca.
Pero
esta no es la primera vez, ni la última, en que ideas importantes son incubadas
en las inhumanas condiciones de una prisión. Verbigracia, el propio Don Quijote
fue “engendrado” por Miguel de Cervantes en la Cárcel Real de Sevilla. También
los viajes de Marco Polo, el despertar espiritual de Oscar Wilde, los Cuadernos
de la cárcel del influyente escritor marxista italiano Antonio Gramsci, la
“Carta desde la cárcel de Birmingham” de Martin Luther King, las Conversaciones
conmigo mismo de Nelson Mandela, son ejemplos de obras trascendentes cuyos
autores las han escrito mientras estaban privados de libertad. Más que escapes
mentales de prisioneros solitarios, estas obras se transforman en poderosas
fuentes de inspiración que ayudan a la humanidad a expandir las fronteras de la
libertad.
Una
sola noche en la prisión de Concord le sirvió de impulso al poeta e intelectual
norteamericano Henry David Thoreau para escribir su ensayo sobre La desobediencia
civil (1848). Este se convirtió en uno de los más influyentes alegatos contra
la esclavitud. El texto de Thoreau es una alegoría al coraje de los que están
dispuestos a arriesgarlo todo, la libertad y hasta la vida, por sus ideas:
“Bajo un Gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar del hombre
justo es la cárcel”, escribió. Inspirado por Thoreau y luego de ser encarcelado
por organizar una protesta no violenta contra la segregación en Alabama, Martin
Luther King acuñó su histórica frase: “Una injusticia en cualquier parte es una
amenaza para la justicia en todas partes”.
Hoy,
cientos de hombres y mujeres justos padecen torturas y privación de su libertad
a manos de los carceleros de Leopoldo López. Sin duda, las terribles
violaciones a los derechos humanos que padecen la mayoría de los venezolanos
por la acción del Gobierno de Nicolás Maduro representan también una grave
amenaza para la justicia en toda la región.
De
modo que el legado de grandes pensadores universales, sus ideas de justicia que
mueven a la resistencia contra la opresión, constituyen el legítimo telón de
fondo para este interesante libro de López y Baquero sobre el futuro del
petróleo, que es, a fin de cuentas, sobre el futuro de los venezolanos.
El
petróleo moldeó la Venezuela moderna. Así lo comprendió Rómulo Betancourt, el
fundador del partido Acción Democrática y único presidente venezolano que
escribió un libro sobre el tema petrolero. Viviendo exiliado en México,
mientras huía de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, Betancourt
publicó su libro Venezuela, política y petróleo (1956), que se convirtió en un
texto de referencia para el diseño de la nueva política petrolera de la segunda
mitad del siglo XX.
Sin
embargo, en el siglo XXI, dada una trágica confluencia de ideas equivocadas, el
petróleo terminó siendo el combustible que propulsó otra dictadura en
Venezuela. Gozando de precios récord del crudo, el Gobierno que lideró Hugo
Chávez (de 1999 al 2015) logró financiar una desmesurada e irresponsable expansión
del gasto público. Chávez usó como premisa de su política petrolera la
insensata suposición de que la economía mundial seguiría creciendo
indefinidamente y demandando cada vez más petróleo. Y que la oferta sería
contenida gracias a los acuerdos que habría entre los países exportadores de
petróleo para recortar su producción. El resultado de estas dos suposiciones
–alta demanda y oferta controlada– serían precios del crudo siempre altos y
siempre al alza. Y mucho dinero para que el Gobierno, es decir Hugo Chávez,
gastase miles de millones de dólares como mejor le pareciese.
Las
escenas de venezolanos comiendo basura en las calles y de bebés desnutridos son
solo dos de las muchas tragedias que dejaron la inepta política petrolera de
Hugo Chávez y su desenfrenado gasto público.
Así,
embriagado con una inédita bonanza petrolera que se extendió por más de una
década –desde 2003 hasta el 2014–, el difunto presidente Chávez no se midió a
la hora de usar la inmensa fortuna del país para el clientelismo político tanto
dentro como fuera de nuestras fronteras.
Mientras
en el extranjero Chávez construía una imagen de revolucionario desafiante y
generoso filántropo, en Venezuela los aportes para la construcción de
infraestructura, por ejemplo, se esfumaban en la negra nube de corrupción que
asfixió al país. Se pagaron miles de millones de dólares a la gigante empresa
de construcción brasileña Odebrecht, pero unas 22 obras de gran envergadura ya
iniciadas fueron abandonadas y quedaron inconclusas luego de destaparse el
masivo escándalo de sobornos y negociados que ha manchado a gobernantes de todo
el continente. Odebrecht pagó comisiones ilegales a políticos y funcionarios
públicos en toda América. Pero, según las declaraciones juradas que hicieron
sus directivos en los tribunales, ningún país superó a Venezuela en cuanto a
los montos de los sobornos que allí pagaron durante el régimen de Hugo Chávez
primero y en el de Nicolás Maduro después. Venezuela es también el único país
donde no se han iniciado investigaciones judiciales serias sobre este masivo
robo de dinero público.
Por
otro lado, la inversión que hicieron los gobiernos de Chávez y Maduro para
dotar a la nación de una economía sana y sostenible fue prácticamente cero. No
voy a redundar acá ofreciendo cifras que están claramente expuestas por los
autores. Sin embargo, vale la pena destacar que no bastándoles el torrente de
petrodólares que llegaron por la exportación del petróleo a los altos precios
de la época, Chávez y luego Maduro emprendieron una política de endeudamiento
masivo que para el 2017 supera la aplastante cifra de 190 mil millones de
dólares. Hoy el mundo ya sabe que esa inimaginable cantidad de dinero solo
sirvió para subsidiar temporalmente el consumo de las clases populares y, sobre
todo, para el inmenso enriquecimiento ilegal que engendró una de las castas más
adineradas del planeta, la oligarquía chavista, la boliburguesía.
Antes
de ser electo alcalde en el municipio Chacao de Caracas y mucho antes de
convertirse en uno de los prisioneros de conciencia más conocidos del mundo,
López trabajó como profesional en Pdvsa. Así, antes de ser político, fue un
tecnócrata petrolero. Ahora pertenece a una generación de nuevos líderes
políticos venezolanos que cuentan tanto con una sólida formación académica como
con útiles experiencias profesionales fuera de la política. Tanto él como
Baquero, por ejemplo, pasaron por las aulas de la Escuela de Gobierno de la
Universidad de Harvard. Pero Baquero, luego de haberse graduado de ingeniero
industrial en la Universidad Católica Andrés Bello y habiendo iniciado sus
primeros años de carrera trabajando como ingeniero en la industria petrolera
venezolana, específicamente en proyectos en la Faja Petrolífera del Orinoco,
tuvo que continuar el desarrollo de su carrera profesional en el exterior ya
que en la Pdvsa “bolivariana” no hay espacio para expertos como él. Gustavo
Baquero fue rápidamente reclutado por empresas internacionales, ocupando
posiciones en operaciones de campos petroleros, de desarrollo de nuevos
negocios, hasta ocupar en la actualidad posiciones ejecutivas en el área de
estrategia energética. Claramente, esta es una pérdida temporal para Venezuela
y una ganancia para otros países. Y la gran tristeza es que Baquero es solo uno
de los miles de talentosos ejecutivos petroleros venezolanos que tuvieron que
emplearse fuera del país. Afortunadamente, estas páginas le están dando la
oportunidad de compartir con sus compatriotas lo que ha aprendido trabajando a
los más altos niveles de la industria energética mundial.
Este
libro está lleno de energía. Los autores ofrecen interesantes puntos de vista
que pueden contribuir a que los venezolanos nos relacionemos con optimismo y
con realismo con nuestra materia prima principal. Nos invitan a ver el petróleo
ya no como un “excremento del diablo”, una maldición para nuestra economía que
ha alimentado generaciones de políticos corruptos, empresarios criminales y
gobiernos autoritarios, sino como una bendición que nos permitirá encarar los
próximos 100 años.
La
ilusión petrolera chavista se basó en una fe ciega en una noción hoy considerada
obsoleta que es conocida como peak oil, o pico petrolífero. En 1938, el geólogo
M. King Hubbert propuso que la producción de crudo inevitablemente alcanzaría
un nivel máximo, el “pico”, y luego comenzaría a declinar ya que las reservas
de hidrocarburos del planeta son finitas. Según él, nuestro consumo haría más
escaso el petróleo y finalmente lo agotaría.
Más
concretamente, Hubbert mantenía que cuando se extrajera la mitad de las
reservas de petróleo convencionales que son recuperables, la producción
disminuiría y no se podría hacer frente a la creciente demanda, pues la
población del mundo seguiría aumentando. De modo que, ante una demanda
inagotable, empujada por el auge de economías emergentes hambrientas de
energía, Venezuela –una de las naciones más ricas en reservas del planeta– solo
necesitaba limitar su producción e invitar a sus países socios de la
Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) a hacer lo mismo para así
contar con una bonanza de precios altos y una alta renta garantizada. Para el
chavismo, el modelo de pico petrolífero calzaba como anillo al dedo. A los
estrategas chavistas no les importó que Hubbert había pronosticado que ese tope
crítico se alcanzaría poco antes de 1970. Obviamente, la fecha se fue
posponiendo para hacer sobrevivir a esa teoría. Hoy la premisa del declive de
las reservas de petróleo está seriamente cuestionada y ninguna empresa o
gobierno la toma en serio. Resulta que el petróleo es más abundante de lo que
nos imaginábamos y los geólogos e ingenieros petroleros siguen encontrando
formas más fáciles y económicas de sacarlo de las más profundas entrañas de la
Tierra. Los lugares en los cuales antes resultaba prohibitivo buscar y producir
gas y petróleo, como el Ártico, por ejemplo, ya no lo son.
Las
reservas de gas y petróleo con las cuales hoy cuenta la humanidad son
inmensamente superiores a las proyecciones más optimistas de consumo de las
próximas décadas. O para decirlo en palabras del economista jefe de BP, Spencer
Dale, “por cada barril de petróleo consumido en los últimos 35 años, se han
descubierto dos barriles nuevos”.
En
el año 2000, el jeque Ahmed Zaki Yamani, ex ministro de Petróleo de Arabia
Saudita, dijo en una entrevista que estaba muy preocupado porque el precio del
barril había caído a 30 dólares. Yamani temía que los países de la OPEP se
quedaran sentados sobre millones de barriles de reservas porque dentro de 20 ó
30 años nadie querría comprarlos. “La edad de piedra no terminó por falta de
piedras y la era del petróleo terminará, pero no por falta de crudo”,
sentenció. En efecto, en menos de dos décadas, la conversación energética
mundial dio un nuevo giro, aunque no como lo imaginaba Yamani.
Tal
y como quedó demostrado por los precios récord alcanzados en la última década,
con un barril que superaba la barrera de los 100 dólares, ni siquiera los altos
precios fueron suficientes para disminuir el consumo mundial. Incluso fueron
infundados los temores más recientes de algunos analistas que pensaron que el
desplome de los precios del barril a partir de 2014 haría poco rentable extraer
el crudo de las zonas más profundas y técnicamente complicadas. El defecto de
la teoría del pico del petróleo es que ignora que las nuevas tecnologías han
ampliado el horizonte de la producción de hidrocarburos y han abaratado sus
costos. Y aunque es cierto que a los humanos puede resultarnos difícil ser
ahorrativos con lo que tenemos de sobra, hay otros imperativos que pueden
llevarnos a modificar nuestra conducta (como, por ejemplo, la sobrevivencia...).
Cumplir
el objetivo de limitar el aumento de la temperatura promedio de la superficie
terrestre a menos de dos grados centígrados requiere que dejemos de quemar una
gran cantidad de las reservas existentes de combustible fósil. La demanda
mundial de hidrocarburos podría caer sustancialmente y no por falta de oferta
de crudo o por los altos precios, sino porque su consumo continuado puede
llegar a hacer imposible la vida en el planeta. Por ello lo que debemos
preguntarnos no es si el precio del petróleo será lo suficientemente alto como
para extraer los próximos mil millones de barriles del subsuelo (el volumen que
se necesitaría para satisfacer el consumo mundial de los próximos 30 años). Más
bien la nueva y urgente pregunta es si el clima nos va a permitir que esto
suceda.
Los
grandes actores del sector energético ya están tomando precauciones. Según un
estudio publicado por la revista Nature, un tercio de las reservas estimadas de
petróleo, la mitad de las reservas de gas y más del 80% de las reservas de
carbón conocidas pueden hoy considerarse “stranded assets” o activos varados o
bloqueados. En fin, inutilizables.
A
mediados de 2017, los accionistas de Occidental Petroleum aprobaron una
resolución que obligó a la gerencia de la petrolera a ser transparente respecto
a sus stranded assets. Esta debía indicar claramente qué proporción de las
reservas probadas que reportaba como activos en su balance jamás llegarían a
ser extraídas y vendidas. Pocas semanas después, el turno le tocó a ExxonMobil.
Los directivos de la gigante del petróleo se vieron obligados a ceder a la
presión de los accionistas que exigieron que la compañía revelara sus
vulnerabilidades ante el cambio climático y, concretamente, que hiciera
públicas sus estimaciones acerca de cuánto caería el precio de sus acciones
cotizadas en la bolsa si parte de los activos –las reservas de gas y petróleo–
que justifican su actual valor se volvieran inutilizables.
Un
reciente informe público de Shell estima que el pico de demanda petrolero (¡no
el pico de oferta que había erróneamente pronosticado Hubbert sino, todo lo
contrario, un pico máximo de demanda!) será alcanzado aproximadamente en el
2030. Estamos hablando de poco más de una década. Según la empresa, después de
esa fecha, el consumo de hidrocarburos caerá como consecuencia de la
“descarbonificación” de la economía mundial por presiones medioambientales.
Así
que, a pesar del retiro de Estados Unidos del acuerdo climático de París, la
industria petrolera anticipa un futuro marcado por mayores impuestos, más
severas regulaciones ambientales y límites más estrictos a las emisiones de
gases que fomentan el calentamiento global. Es por ello que las grandes
compañías petroleras del mundo, las que no solo deben responder a sus gobiernos
y al público en general, sino también a sus accionistas, se están preparando
para lo que estiman será el más grande giro en el consumo de energía desde la
Revolución Industrial.
Un
nuevo consenso se está conformando alrededor de la idea de que la demanda de
combustible para los carros de pasajeros caerá en la medida que nuevas
normativas del carbono entren en vigor, las baterías sean más eficientes y
baratas, los automóviles eléctricos se hagan más comunes y el motor de
combustión sea rediseñado para que consuma sustancialmente menos gasolina. Ya
las nuevas tecnologías han mejorado la eficiencia del combustible y esto ha
llevado a reducir la cantidad de gasolina y diésel utilizados para el
transporte, disminuyendo así la demanda de crudo.
Por
otro lado, la inevitable masificación de los carros eléctricos, de los
vehículos sin conductor y de las plataformas de economía compartida como Uber
también apuntan a una menor demanda de energía. Además del transporte, las
nuevas tecnologías que consumen menos hidrocarburos están penetrando hogares,
industrias, gobiernos y las fuerzas armadas de muchos países de manera
acelerada. El crecimiento económico solía ir aparejado con el mayor consumo de
energía, pero en las economías avanzadas esto está dejando de ser así, por lo
que, cada vez más, crecimiento y consumo corren separados.
¿Y
en las economías emergentes? Aún con la reciente desaceleración de su
crecimiento, más chinos e hindúes entran en la clase media. Ellos consumirán
más, comprarán más autos y viajarán más lejos. ¿No aumentará eso la demanda de
combustibles? Sí, pero también en Asia el aumento en la demanda se equilibrará
con esfuerzos para reducir los gases de efecto invernadero y limitar el cambio
climático. En esto, China ha empezado a ejercer un sorprendente liderazgo. El
Gobierno chino está subsidiando los carros que funcionan solo con electricidad
y en las ciudades, en los días cuando la calidad del aire es mala, solo
permiten circular vehículos eléctricos. Y no hay que hablar chino para entender
a dónde apunta la tendencia. En París y Ciudad de México los vehículos diésel
estarán completamente prohibidos para el 2025. Y en Noruega y en la India no
estará permitido el uso de automóviles a gasolina en el año 2030.
¿Qué
tiene que ver todo esto con este libro? ¿Con Venezuela? Mucho.
Tener
reservas de hidrocarburos que se puedan tornar inutilizables no es solo una
amenaza para el valor de las acciones de las empresas petroleras. También es
una amenaza para los petroestados que, como Venezuela, dependen de la
exportación de crudo para darle de comer a su gente.
Ojalá
los venezolanos estemos a tiempo para adecuarnos a esta nueva realidad de un
mundo donde el petróleo ya no es lo que era. Un mundo en el cual las grandes
reservas de hidrocarburos de que dispone Venezuela sean inutilizables es un
mundo que obligará a que en el país se hagan dramáticos cambios en su economía,
en su política y hasta en sus valores y su cultura.
Todavía
falta para que esto llegue. Pero no mucho. Por eso es que es tan urgente
comenzar a manejar mejor nuestro petróleo y nuestra industria petrolera. Hay
que repensarla urgentemente y con visión de futuro. En estas páginas está el
catalizador de una fructífera discusión acerca de cómo nos puede ayudar el
petróleo a ser un país próspero, pero cuya economía y sociedad no solo dependan
del petróleo.
Una
propuesta en la que esos cambios obligatorios en nuestra economía, en la
política y hasta en nuestros valores y cultura no sean dramáticos debido a un
estado de cosas insostenible, sino más bien producto de un plan debatido,
consensuado y ejecutado seriamente.
Unos
cambios que permitan la transformación de un Estado venezolano que se ha
estructurado como lo que se ha denominado un petroestado, es decir, un Estado
grande con inmensos recursos que siendo propiedad de los ciudadanos han sido
gestionados como si fuesen una riqueza personal de los gobernantes y sus
partidos, lo cual ha mineralizado una relación de dependencia clientelar entre
el Estado y los ciudadanos.
Y
al afirmar que más allá de los cambios políticos y económicos que se proponen
en este texto se pueden producir cambios culturales, nos viene a la mente la
propuesta de democratización del ingreso petrolero que aquí se expone y donde
cada venezolano percibirá de manera directa una parte de este ingreso, del cual
tendrá que pagar una tasa como contribución directa al Estado. De esta forma
quedará de manera clara y transparente que somos todos los venezolanos, dueños
del petróleo, los que financiamos al Estado. Este es un cambio que va mucho más
allá de una identidad contable. El simple hecho de que todos los años los
venezolanos vean en una cuenta personalizada cómo del ingreso que les
corresponde se hace un pago directo al Estado, permitirá un cambio
significativo en la relación y las exigencias de los ciudadanos al Estado.
Esta
realidad estimulará, a su vez, el surgimiento de una profunda conciencia
social, así como un alto nivel de exigencia sobre la transparencia en la
inversión de esos recursos, lo que iniciará el camino dirigido hacia la
superación de la relación clientelar que hoy impera entre el Estado y los
ciudadanos.
Venezuela
energética plantea un debate necesario y urgente. López y Baquero provocan una
conversación que los venezolanos necesitamos tener ahora, pues de ello depende
que el país esté en posición de aprovechar las últimas oportunidades de
prosperidad que el petróleo podría brindarle en años venideros.
Inicié
este prólogo aplaudiendo la relevancia del contenido de este libro, a la vez
que me confesé conmovido por su valentía: lo que podría ser un mapa para
explorar el futuro de una gran nación fue escrito en servilletas y hojas de
papel sueltas, como furtivas cartas de amor que lograron escapar a la censura
de una prisión militar.
A
pesar de su naturaleza técnica, esas cartas no son otra cosa que una forma más
de demostrar el amor por Venezuela. Ese amor que ayudará a rescatar la
democracia y usar nuestros recursos para construir el país mejor con el que
sueñan y por el que luchan los autores de este libro.
Y
millones más.
NOTA
IMPORTANTE: La contribución de Leopoldo López al libro “Venezuela Energética”
la escribió desde la cárcel militar de Ramo Verde entre 2015 y febrero de 2017,
superando las graves violaciones a sus derechos humanos, incluyendo la censura
de sus comunicaciones