Prensa. AFP.
Félix
Velásquez volvió a su casa con las manos vacías luego de recorrer cuatro
supermercados, una semana después de que el gobierno de Venezuela obligara a
empresarios a bajar precios en un escenario de hiperinflación desbocada y
múltiples protestas por comida. “Vine
a aventurar a ver qué productos llegan. La rebaja de precios fue una cortina de
humo, no sirvió de nada”, contó a la AFP el carpintero de 64 años, mientras
hacía fila en un abasto en el este de Caracas.
Pasillos
solitarios y anaqueles desnudos reciben a compradores. En las refrigeradoras
quedan algunas bandejas con cerdo y jamón. Vegetales como la cebolla y la
zanahoria, muy usados en la cocina venezolana, escasean. Tampoco hay legumbres.
Con golosinas, agua mineral, condimentos y envases plásticos se busca disimular
hileras de estantes vacíos.
En
los supermercados la situación “ha colapsado del año pasado para acá”, relató a
la AFP un empleado que trabaja desde hace 13 años en la panadería de una de las
cadenas más grandes de Caracas. Al
igual que los clientes, aseguró, compite por los pocos productos que llegan.
“Hoy nos vendieron dos kilos de azúcar”. Desde diciembre no despachan arroz,
harina de maíz, ni pasta, enumeró.
–
“No hay comida” –
El
pasado fin de semana cientos de compradores se aglomeraron tras la baja de
precios ordenada por la Superintendencia para la Defensa de los Derechos
Socioeconómicos (Sundee) a unos 200 supermercados, argumentando que especulan
con los productos.
Alejandra
Hidalgo, estudiante de odontología de 21 años, se negó a estar en la multitud
que luchó entre empujones por las rebajas. “No estoy de acuerdo con eso, hoy
vine y no hay nada, solo encontré huevos”. La
decisión de la Sundee causa “pánico” y “dudas de cómo reponer inventarios si
las reglas no están claras”, indicó a la AFP la economista Tamara Herrera.
“La
gente está muerta de hambre, no hay comida”, se quejó Félix, quien debe estirar
un salario mínimo de 797.510 bolívares (238 dólares a la tasa oficial y cinco
dólares a la del mercado negro). Los venezolanos se enfrentan a una severa
escasez de alimentos y medicinas, agravada por la merma en las importaciones
por la caída de los precios petroleros desde 2014.
En
los últimos días se multiplicaron las protestas por comida y los saqueos, que
dejan al menos seis muertos. A la carencia de alimentos, se suma una espiral
hiperinflacionaria que pulveriza el sueldo. El salario mínimo -que el
presidente Nicolás Maduro aumentó seis veces en 2017- alcanza para un kilo de
carne y un cartón de 30 huevos.
El
FMI proyecta una inflación de 2.350% en 2018. Según el Parlamento, de mayoría
opositora, Venezuela cerró 2017 con una inflación de 2.616% y una caída de 15%
en el PIB. María Ceballos, una desempleada de 59 años, cree que “el gobierno
tiene que poner mano dura”, porque “nos tienen escoñetados (muy mal)”.
Sin
embargo, empresarios afirman que el control de cambio -vigente hace 15 años y
mediante el cual el gobierno monopoliza las divisas- provocó la escalada de
precios, pues muchos deben acudir al mercado negro, donde los dólares se
cotizan 50 veces más caros.
–
“Una catástrofe tremenda” –
Apoyado
en un bastón, Marcelo Altuve, de 58 años, aguarda expectante el despacho de
algún producto en una fila de adultos mayores.
Piensa
que “Venezuela está pasando por una catástrofe tremenda”, pero culpa a la
oposición por “mandar a bloquear el país”, aludiendo a las sanciones de Estados
Unidos que prohíben a sus ciudadanos negociar nueva deuda con la nación
petrolera.
Maduro,
que atribuye la debacle a “una guerra económica” y al “bloqueo”, ordenó hace un
año la venta de alimentos subsidiados en barrios pobres, en un programa llamado
“Clap”, con lo que asegura llega a más de seis millones de familias. “Son
medidas populistas en un escenario electoral, que generan un ambiente confuso”,
mientras el venezolano “está alimentándose mucho peor”, dijo a AFP el
economista César Aristimuño.
Susy Núñez, de 70 años, habitante de Petare, la
favela más grande de Venezuela, no ve en el “Clap” una solución, pues no quiere
“depender” cada mes de esa caja de comida. “Queremos que el gobierno se aboque
realmente a tomar medidas”, demandó. Cansado del peregrinaje por los
supermercados, Félix se resignó: “En mi casa tengo plátano, nada más”.