Crónica. Aljer “Chino” Ereú
(Cuento
llanero)
Sabanas
del Alto Apure
donde
el Cristofué con su canto
va
anunciando los días santos
en
las ramas del merecure.
Que
el llanero se apresure
con
temprana cacería,
chica,
dulces y comías,
para
la gente que viene,
en
el patio se entretienen
con
cuentos en noches frías.
La
siguiente reláfica llanera tiene como escenario las sabanas de Buría, a pocos
minutos del pintoresco pueblito La Trinidad de Orichuna en el estado Apure,
específicamente en la cercanía de la “Y” de Daico, en el fundo “Mi Querencia”
propiedad de don Ramón Castillo y su esposa doña Chepa Colmenares.
En
el llano alto apureño es costumbre arraigada que al llegar la Semana Santa, las
faenas llaneras entran en receso para dar paso a la elaboración de comidas
típicas, entre ellas: el pisillo de chiguiere, guiso de galápago, morrocoy
empantalonao y buñuelos, así como, la elaboración de una variedad de sápidos
enmelados como el dulce de lechosa, la jalea de mango, el arroz con leche,
majarete, carato, acompañados sobriamente por la infaltable chicha criolla, exquisiteces
que hacen despertar la gula hasta de los menos dados a la gastronómica
vernácula. En los hatos y fundos ubicados en las extensiones del Alto Apure la
llegada del triduo pascual se convierte en días de regocijo, de encuentro y
compartir familiar. El ambiente del llano es único y más en esos días mártires.
En
el fundo “Mi Querencia”, sus dueños se encontraban muy regocijados por la
llegada de sus hijos, nietos y amigos, provenientes de diferentes partes del
país, quienes anualmente visitan a los patronos durante el asueto religioso.
Bien lo dice un adagio popular: En la fiesta de Cristo, no puede faltar el
malo. Resulta que entre los nietos de los amos estaban dos zagaletones
aficionados en extremos a la pelea de gallos, esta costumbre es una de la más
prevalecida en la geografía apureña. Su origen tiene connotación milenaria,
existe documentación fehaciente de que en China se efectúan estas riñas hace
más de 2500 años y, anterior a esto, ya en la Roma Mediterránea eran celebradas
con fines místicos, luego serían los conquistadores españoles los encargados de
esparcirla en el nuevo continente.
El
mayor de aquellos muchachos de unos 12 años, y de nombre Ramón Eduardo
(homónimo en honor a su abuelo) había llevado para el fundo un gallo de pelea
del cual fanfarroneaba ante sus primos y amigos diciendo:
-Mi
gallo zambo es un fenómeno camarita, enrazado con águila real y gallo español,
tiene doce peleas sin perder, no tiene rival, entre otras presunciones
gallísticas.
El
jueves santo en horas de la tarde, parte de los invitados descansaban y
charlaban bajo las sombras de los mángales y guamos que habían en el extenso
patio del predio. Esto lo aprovecharon Ramón Eduardo y el grupo de muchachos
para irse detrás de un topochal que estaba a unos cien metros de la parte
trasera de la casa, para así convenir una pelea improvisada entre el famoso
gallo zambo y el no menos famoso pataruco o padrote viejo de doña Chepa.
Pactaron
la riña sin el acuerdo previo de los alados contendientes. Al momento empezó a
oírse en baja voz (para no llamar la atención):
-Al
zambo voy, al pataruco voy, van mil, van dos mil (y ninguno con plata) apuestas
de boca, juegas de muchachos.
Habrían
transcurrido tres minutos de la riña cuando el zambo atina un artero espuelazo
en el pescuezo del pataruco, en el remate lo terminaría de desgargantar sin
ninguna compasión. La sangre empezó a fluir con efervescencia sobre la tierra
vegetal, hasta allí llego la pelea, hasta allí llegó don pataruco. Recojan su
gallo muerto dijo un efusivo y extasiado Ramón Eduardo. Estando seguros del
fallecimiento del ave combatiente ocurre la reacción de los jóvenes, pero ya
era muy tarde. Acordaron enterrarlo y callar para siempre lo sucedido a
sabiendas que, si alguien se enteraba el castigo que recibirían seria por
partida doble (el de los padres y los abuelos) ya que por experiencia sabían
cómo eran los flagelos con don Pedro Moreno, en mención a un grueso rejo de
cuero seco colgado sobre un pardusco clavo de acero en una esquina de la casa,
el decir para el este cuero castigador era: Allí esta don Pedro Moreno el que
quita lo malo y pone lo bueno.
Mientras
en la cocina, las mujeres preparaban los alimentos alegremente, dando rienda
suelta a sus cuentos y chistes, unos verdaderos y otros de mentira, típicos cuentos
llaneros. En el que hacer doña Chepa, matrona de unos 77 años le pregunta a una
de sus hijas:
-¿Rosa
María, donde andarán esos muchachos que no se oyen, ni se ven?
Ante
la interrogante, la hija contesta:
-Tranquila
mamá, deben de andar visitando a los vecinos, ya sabes cómo son.
Y
doña Chepa en verdad sabía cómo eran de tremendos sus descendientes. Algo que
la extrañó- aun inocente de todo, fue que al llamar a sus gallinas para
echarles un resto de comida no vio a su orgulloso y plumoso pataruco, lo
llamaría varias veces: Toc, toc, toc, pero nada de aparecer ¿Pero cómo? si ya
era difunto y yacía bajo tierra.
Vengan
a comer -vociferó una de las cocineras. Muchachos a lavarse la cara y las
manos. Poco a poco la mesa fue atiborrándose de comensales. Los cómplices
galleros en melindre simulaban el bocado, como quien dice: masticando por
masticar, solo intercambiaban miradas acusatorias unos contra otros.
Llegó
la noche y, con ella: la orden de prenderle el humo al ganado. Bocanadas
blanquiazules empezaron aparecer, las que la brisa ardorosa de marzo esparcía
libremente por los cuatro puntos cardinales. La tertulia tomo forma y parecía
inagotable. Los más viejos contaban cuentos de aparatos y aparecidos,
agregándoles por sus cuentas extrema imaginación que, los muchachos temerosos
oían en silencio con suma atención. El sueño empezó a rendir a los cuentistas,
a dormir todo el mundo.
Serían
como las doce de la noche cuando en la sala, que era un espacio amplio
utilizado a veces para la celebración de algún baile sabanero, empezó a oírse
un gallo cantando fuertemente: Kra kra kra, kra kra kra kra.
Doña
Chepa que tenía un sueño muy liviano, y cuyo oído parecía biónico (ya que era
capaz de detectar hasta el sonido de un insecto en acecho) toca la pierna de su
esposo, lo despierta y le dice:
-Viejo
apareció el gallo, anda a sacarlo pa ra el patio.
Don
Ramón se levanta pero no ve tal gallo, vuelve al cuarto y le dice a su esposa:
-Vieja,
estás oyendo mal, allí no hay nada, eso sería uno de esos sueños tuyos, yo sé
cómo son o, tal vez es la radio que dejaste prendida. Viejo, pero aquí no hay
radio- fue la réplica.
Pasados
unos minutos el plumífero vuelve a su cantinela, esta vez más claro y fuerte
frente al cuarto en donde pernoctaban los muchachos. Según relataban doña Chepa
y su esposo, el canto ahora era: ¿Dónde están, dónde están, dónde están?
Imagínense ustedes a esos asustadizos galleros, como estarían, el miedo debe de
haberlos paralizado por completo. El gallo difunto o su espíritu acusador
prosiguió con su tétrico cantar varias veces, pero ya nadie se levantó y
tampoco nadie lo vio.
En
la mañana del día siguiente empezaron a abrirse lentamente las viejas y
rusticas puertas de tablas de cedro de las habitaciones. Al salir doña Chepa,
el muchacho Ramón Eduardo se dispara a las piernas de su abuela, con lágrimas
en los ojos le dice:
-Abuela,
perdóneme, perdóneme, a su pataruco lo mato el zambo mío, sóbeme y perdóneme
abuela, no lo hare nunca más, no me deje solo, por allí cantó, por allí viene,
escuche como canta: ¿Dónde están, dónde están?
Ante
la confesión presurosa, la matrona tendría clemencia con su retoño familiar. No
lo castigaron porque el miedo se encargaría del escarmiento por varios días.
Los encubridores igual de asustados y llorosos, solicitaban indulgencia
reiteradamente. Lo sucesivo fue buscar al pataruco detrás del topochal, allá
estaba enterrado quien un día fue el presumido rey del patio y consorte de
gallinas y pollas, pero ahora sirviendo de banquete a las hormigas bachacas del
fundo Mi Querencia, ya era cuento para contar, triste fin para el ave criolla.
Paso en una Semana Santa, paso en el Alto Apure, tierra fértil para la leyenda
y el mito.
ALJER
“CHINO” EREU