Prensa. Infobae.
Menos
de 30 días tienen que pasar en Venezuela para que se duplique el promedio de
precios de la economía. No hay aumento de salarios que pueda compensar
semejante desequilibrio, y ni siquiera existe la posibilidad de comprar por
anticipado, ya que el desabastecimiento de bienes básicos es regla desde hace
mucho tiempo.
La
inflación de junio ascendió a 128,4%, el nivel máximo desde el comienzo de la
Revolución Bolivariana, en 1999. El dato fue difundido esta semana por la
Asamblea Nacional —controlada por la oposición—, que debió crear su propio
Índice de Precios para suplir el silenciamiento de las estadísticas oficiales,
a cargo del Banco Central de Venezuela (BCV).
No
es casual el momento elegido por el gobierno de Nicolás Maduro para dejar de
informar. En 2015, el último año difundido por el BCV, la inflación fue del
180,9%, alcanzando por primera vez los tres dígitos. Si bien Venezuela tiene
una larga historia de descontrol en su sistema monetario, nunca había vivido un
proceso hiperinflacionario como el que se abrió en 2015.
En
2016 se triplicó la proporción de aumento y terminó en 550 por ciento. El año
pasado estuvo cerca de quintuplicarse y alcanzó los cuatro dígitos: 2.616 por
ciento. La espiralización continúa. En los últimos seis meses, la inflación
llegó a 4.684 por ciento. Entre junio de 2017 y junio de 2018, alcanzó la
astronómica cifra de 46.305 por ciento. No sólo es un récord sin precedentes en
Venezuela. El país se perfila a concluir el año con la mayor inflación en la
historia latinoamericana, y una de las diez más altas de la historia mundial.
“Si
se repite este comportamiento en lo que resta del año se espera que la
inflación culmine en 700.000%, aproximadamente. Si sigue, como hasta ahora, con
incrementos intermensuales de 20 puntos con respecto a la tendencia anterior,
es bastante probable que se registre una inflación de por lo menos 1 millón por
ciento anual”, advirtió Natan Lederman, profesor de economía de la Universidad
Metropolitana de Caracas, consultado por Infobae.
“La
causa raíz del problema deriva de la naturaleza de Estado empresario, que viene
desde los años 70, pero que se exacerbó al extremo durante la administración de
Hugo Chávez, con la decisión de subordinar el desempeño de las empresas
públicas al logro de objetivos políticos, una característica del régimen
dominante desde 1999?, dijo a Infobae el economista David Ceccato, experto en
finanzas.
La
historia venezolana ha estado atravesada por el rentismo, la enfermedad crónica
de los países que cuentan con valiosos recursos naturales, pero que no tienen
instituciones políticas y económicas sólidas. Toda su economía se nutre de los
recursos generados por las exportaciones de petróleo, y el resto de las
actividades están mínimamente desarrolladas. Con el tiempo, esto va generando
una combinación letal: estados ricos y sociedades civiles pobres.
Como
la producción petrolera es poco intensiva en mano de obra, los sucesivos
gobiernos venezolanos crearon innumerables empresas en distintos rubros, que
tienen una productividad mínima o nula, pero emplean a muchas personas. Este
fenómeno, siempre problemático, se radicalizó con el chavismo, que pretendió
crear un régimen hegemónico, para lo cual debilitó a todos los actores que no
podía controlar, como los empresarios y la oposición política.
Al
mismo tiempo, PDVSA empezó a producir cada vez menos desde que dejó de estar a
cargo de profesionales y comenzó a ser utilizada para financiar al gobierno.
Con la caída del precio del petróleo, el gasto público se volvió inmanejable.
“Dado el colapso generalizado de la economía
venezolana —continuó Ceccato—, la única vía que tiene el Estado para financiar
los gastos es mediante la impresión de dinero, recordando que el BCV es una
dependencia más del Ejecutivo Nacional. El dinero, como cualquier otro bien,
responde a las leyes de la oferta a la demanda. En la medida en que el
crecimiento de la oferta monetaria excede al crecimiento de la economía, se
produce más inflación”.
El
cierre de los mercados internacionales de crédito agravó aún más la crisis y
forzó al Gobierno a recostarse aún más en la emisión monetaria. En lo que va
del año, se estima que la liquidez creció alrededor de 1.200 por ciento.
“A
pesar de que el gasto público disminuyó en términos reales, sus ingresos reales
también cayeron por efecto de la misma inflación que contribuye a crear. Es lo
que se conoce en la literatura como efecto Olivera-Tanzi, por lo que el
Gobierno no tiene otro recurso que seguir imprimiendo dinero. Es como un perro
que da vuelta en círculos mordiéndose la cola. Se encuentra atrapado en esta
dinámica perversa, en virtud de que no dispone de otros ingresos”, dijo
Lederman.
Lo
que termina de hacer estallar la crisis es la respuesta de la administración de
Nicolás Maduro. Desde su óptica, los problemas no son consecuencia del fracaso
de sus política, sino el efecto de no haber ido lo suficientemente lejos.
Entonces, opta por incrementar el ahogo a lo poco que queda del sector privado,
acusando a empresarios y comerciantes de obrar con una lógica conspirativa,
para derrocarlo.
“El
Gobierno ha fracasado rotundamente en sus intentos por controlar el tipo de
cambio y los precios de la economía a través de mecanismos administrativos y
punitivos. Sin embargo, no se observa ningún intento de rectificación, sino que
se recurre a la misma práctica de insistir en el argumento de una guerra
económica, y de militarizar la economía, procurando colocar un gendarme detrás
de cada venezolano. Se autoengaña al asumir que por esta vía va a lograr
disciplinar el comportamiento de los precios, sin tomar en cuenta las señales
de que la situación tiende a empeorar cada vez más”, sostuvo Lederman.
Los
economistas proyectan para 2018 una caída del PIB de 18%. De concretarse, la
economía venezolana se habrá contraído un 50% en cuatro años. No hay muchos
antecedentes de derrumbes comparables sin que haya mediado una guerra o una
catástrofe natural.
La
mayor hiperinflación en América Latina la padeció Nicaragua durante el primer
gobierno de Daniel Ortega. Comenzó en 1986 y culminó en 1991. En 1988 los
precios se incrementaron 13.109%, el pico máximo de la región en términos
anuales. El récord anterior pertenecía a Bolivia. En 1985, durante la última
presidencia de Víctor Paz Estenssoro, la inflación fue de 11.749 por ciento.
En
tercer lugar está el Perú de Alan García, que terminó con 7.481% en 1990.
Después aparecen Argentina en 1989, con 3.079%, y Brasil en 1990, con 2.947 por
ciento. El dato de 2017 ya le alcanza a Venezuela para tener el sexto registro
más alto. Considerando el 4.684% acumulado en estos primeros seis meses, y el
46.305% anualizado, aún las previsiones más optimistas coinciden en que la
República Bolivariana superará a fin de año cómodamente el récord nicaragüense.
Si
se comparan los picos de inflación mensual, el máximo lo vivió Perú en agosto
de 1990: 397 por ciento. Le siguen Nicaragua (261%), Argentina (197%), y
Bolivia (183%). El 128% de junio dejó a Venezuela en el quinto lugar.
La
peor hiperinflación de la historia mundial ocurrió en Hungría a partir de 1945.
Con la economía devastada por la guerra, la moneda fue perdiendo valor
estrepitosamente. En julio de 1946, el porcentaje de aumento de los precios fue
de 41.900 billones. El promedio diario de inflación era 207%, lo que significa
que los precios tardaban 15 horas en duplicarse.
El
pengo fue retirado de circulación al mes siguiente, así que no es posible hacer
un cálculo preciso de la inflación anual. Una estimación conservadora es que
superó los 3.800 cuatrillones por ciento.
La
crisis que más se acerca a la húngara es mucho más reciente. Zimbabwe, aún bajo
la égida del eterno dictador Robert Mugabe, tuvo una inflación de 79.600
millones por ciento en noviembre de 2008. Se puede cifrar el incremento de ese
año en 89.700 trillones por ciento.
Como
la mayoría de los países que pertenecían al bloque comunista, Yugoslavia pasó
por una aguda crisis económica a principios de los 90, tras la disolución de la
Unión Soviética y el tránsito abrupto hacia las reglas del mercado. En enero de
1994, la inflación fue de 313 millones por ciento. A fin de año, acumló 1.160
billones por ciento.
Esos
tres países están en un podio al que parece muy difícil llegar. Los dos que le
siguen son la Alemania de la República de Weimar (1918 — 1933), que registró
26.000 millones por ciento en 1923; y Grecia en 1944, con 123 millones por
ciento. El resto de los casos tuvieron inflaciones por debajo de los siete
dígitos.
Todo
indica que Venezuela terminará 2018 por encima de la República Democrática del
Congo (23.773% en 1994), y puede que incluso supere a China tras el triunfo de
la revolución comunista de 1949 (412.000%). Eso significa que se perfila a
concluir el año con la sexta o la séptima disparada de precios más alta de
todos los tiempo.
Lo
que evidencia esta comparación histórica es que, si no hay un cambio político y
económico profundo, el país puede estar aún peor en los próximos años. “Es
necesario un programa económico creíble, que busque la transformación de la
economía venezolana desde sus cimientos, y que cuente con un fuerte apoyo
internacional. De no darse las condiciones para que ello ocurra, la
probabilidad de que el proceso hiperinflacionario se detenga son prácticamente
nulas”, concluyó Ceccato.