Opinión. Egildo Luján Nava
Definitivamente,
no es compatible con las pretensiones de su población ni las aspiraciones de su
dirigencia, el hecho de que se produzca
una situación tan peculiar como es el caso venezolano. Y es que después de
haber ocupado parte de su esfuerzo histórico en estructurar el contenido de 27
constituciones, esté comenzando su año 2019 sin saber qué quiso hacer con la
última, y cuál es el verdadero fin de la misma.
Dicha Carta Magna
nació al amparo de una denominada “revolución”, que, como propósito,
definitivamente, no equivalía a nada novedoso. Y no lo era porque si de “algo”
está llena la trayectoria política venezolana es de ofertas sobre presuntas
“revoluciones” y de “cambios” que luego
terminaron convirtiéndose en
“atornillamientos” de caudillos, oportunistas, populistas y de
aprovechadores del poder, entre otros.
Todos, desde
luego, exponentes de una especie de salvadores del país, reivindicadores del
derecho de los llamados pobres a acceder a
a ingerir 3 comidas al día. Asimismo,
promotores del colofón de una autoconversión en emblemas de la
continuidad del cultivo de la Independencia, de la misma que, como hoy, en su momento, fue arrastrada hacia el
colapso por las ambiciones que dieron
con el traste de la Gran Colombia.
Venezolano que
ambiciona posiciones de mando y no tiene a su alcance su propia Constitución,
mejor dicho, el recurso jurídico,
político y social ideal para ejercer el poder a partir de su particular
interpretación del mismo y de su máximo aprovechamiento, no sabe lo que es
mando, tampoco para qué sirve el poder, y mucho menos cómo se disfruta el
ejercicio de la actuación en nombre de
otros en cuyo nombre y derechos se actúa.
De ahí que a
partir del 10 de enero de 2019 y las implicaciones de todo lo que ha sucedido
cuando hubo unas elecciones a mediados del año anterior, las inquietudes de lo
que está planteado alrededor de cada discurso, propuesta, contraoferta, desde
adentro y de afuera de Venezuela, es la duda de lo que se plantea para la
inteligencia de todos los venezolanos.
En primer lugar,
porque sigue sin saberse si la última Constitución, 20 años después de haberse
aprobado y de estar esperando la estructuración de su base jurídica, es que, en
efecto, era realmente “la mejor del mundo”. De hecho, después de todos y cada
uno de los episodios que se suscitaron desde que le “solicitaron” la renuncia
al antecesor, hasta la situación que se genera con el desconocimiento de
artículos que adquieren preeminencia por la situación que se suscita con 3 de
ellos que se crecen por estar relacionados con una situación de legitimidad e
ilegitimidad de situaciones de mando, lo curioso es que la diatriba se suscita
entre una institución legislativa que se le califica de legítima, y de un ente
supremo jurídico que juramenta sin ser legítimo para hacerlo.
Lo otro es que,
entre exhortos y llamados a aclarar para ir a soluciones, aparece una
institución militar que la sociedad la percibe con voz y don de mando que no
termina de precisar el alcance de su autoridad. Y, entonces, emerge un ruido
que no precisa si es o no posible aclarar lo que está sucediendo, y si hay
alternativas que conduzcan o no a una solución.
Ante semejante y
complicado hecho, casi 30 millones de
venezolanos están obligados a seguir durmiendo en zozobra, a la vez que no
saben si su apreciación del evento es la
correcta ante lo que interpretan sus
connacionales que están fuera del país.
Pero, además,
como si fuera poco, ahora hay que esperar a que se despeje el panorama
venezolano. En vista de que, mientras tanto, instituciones internacionales y
decenas de países cercanos o no a la nación, se manifiestan a favor o en contra
de las interpretaciones que se dan desde diferentes lugares, a la vez que
diversos voceros insisten en que el problema venezolano lo deben resolver los
venezolanos. ¿Entonces?.
Por lo pronto, y
como si al enredo le faltara algún condimento que viniera a complicar -todavía
más- lo que se insiste en identificar con algo que supuestamente se habría
engendrado en la década de los ochenta, emergió durante los noventa y se reafirmó con la Constitución de finales
de la citada década, nadie sabe a qué habrá a qué atenerse después que se ha
dicho que Venezuela continuará siendo la madre de la mayor hiperinflación que
ha sufrido país alguno de Latinoamérica, con lo que es predecible en qué se
traducirá semejante hecho en la población, indistintamente sea cual sea su
condición económica .
Por ahora, no se
sabe si eso será o no cierto. En vista de que la recomendación es que hay que
esperar pacientemente cuál es el alcance real de los anuncios que,
supuestamente, hará el Gobierno de Venezuela el 14 de enero, en una nueva
avanzada de la multiplicación de las propuestas y las cuales se iniciaron el 17
de agosto del año pasado.
Ese día,
curiosamente, la esperada fecha cuando la Nación se reencuentre con sus
actividades productivas, estudiantiles y funcionales, después de concluir el
período de los días de descanso y relacionados con las fiestas de Navidad y de
Nuevo Año, la referencia a la Constitución se hará presente.
Pero como quiera
que se ha adelantado que el soporte será el Plan de la Patria, se darán a
conocer las nuevas estrategias gubernamentales para que se consolide la
recuperación económica del país, y hasta se describirán las estrategias que harán posible las acciones que -por
fin- le permitirán al país desarrollar
una proceso de fondo en contra de las causas de la corrupción, entonces, es
necesario esperar lo que sí será novedoso.
Y es si,
definitivamente, se está en presencia de un nuevo proceso que, 20 años después
de que un determinado gobierno no pudo demostrar lo contrario, Venezuela se
habrá convertido en el lugar del mundo donde habrían coronado las alternativas
satisfactorias que tenía reservado históricamente el socialismo para la
humanidad, luego de haberse escuchado que estos anuncios configuran la antesala
de la construcción del socialismo en el país.
Innegablemente,
los días venideros prometen, pero no precisamente tranquilidad, confianza y
seguridad en que se impondrá la voluntad de quienes desean, llaman y sugieren
cómo hacer posible que la Nación pase a ser un campo fértil para el
entendimiento entre los venezolanos. Y pudiera no serlo no por la ausencia de
causas, condiciones e interés.
Sí, en cambio,
por la inexistencia de la voluntad política imprescindible para que la Nación
confronte satisfactoriamente su situación regresiva. Situación que, por otra
parte, convierte en perdedora creciente a la dirigencia política, esté en dónde
esté, y castiga cruelmente a una población obligada a pagar con su ya
empobrecida condición de vida. De la misma manera que hoy y ayer lo ha tenido
que hacer entre variopintas
constituciones, sin que sus autores luego se hayan ocupado en precisar a qué se
debe que en esta parte del mundo las
Cartas Magnas son imprescindibles para gobernar, cuando luego
ellas se tragan la utilidad de la gobernanza, y condenan a los
ciudadanos a continuar viviendo entre sufrimientos infinitos.
Egildo
Luján Nava
edecio
brito escobar
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