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En
2015, según cifras entregadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en
todo el planeta había unos 264 millones de personas afectadas por trastornos de
ansiedad. ¿Qué comprende específicamente esta definición médica?
En
muchos casos, la ansiedad es una reacción normal e incluso justificada del
organismo, pues sirve para protegernos del peligro. Un trastorno de ansiedad,
sin embargo, se presenta en situaciones donde el peligro brilla por su
ausencia. Desde un punto de vista meramente racional, la ansiedad en los casos
patológicos carece de fundamento, pero aun así afecta profundamente a los
pacientes.
Trastornos
de ansiedad generalizados
Hay
distintos tipos de trastornos de la ansiedad, entre los que se incluyen, por
ejemplo, las fobias. Uno de los más complejos es el trastorno de ansiedad
generalizada. Mientras en una fobia la ansiedad está relacionada con
situaciones u objetos concretos (por ejemplo, el miedo a las arañas o a volar),
en los trastornos de ansiedad generalizada la situación es mucho menos específica.
Es como una compañía constante, una sombra que se esconde en cada esquina y que
puede atacar en cualquier momento.
Esto
no significa que la gente que lucha contra esta enfermedad se encuentre en un
estado de calamidad permanente. Para muchos de los afectados, el estrés
permanente es la norma y nada más. Con la adolescencia, quienes sufren esta
forma de ansiedad aprenden a ocultar sus temores y a manejarlos en el día a
día. Pese a ello, el temor permanente pasa factura.
Factores
coadyuvantes
La
probabilidad de que un paciente sufra un trastorno de ansiedad depende de
varios factores. Por ejemplo, las mujeres tienen el doble de posibilidades de
padecer esta dolencia en comparación con los hombres. Algunas personas son
incluso genéticamente más susceptibles al estrés y la ansiedad. El entorno
ambiental y las experiencias traumáticas también pueden jugar un rol importante
en el desarrollo de estos trastornos.
Los
síntomas habituales incluyen fatiga, problemas para dormir y dificultades
digestivas. Cualquier persona que sienta que no puede salir del mar de
preocupaciones y temores por más de seis meses debería buscar la ayuda de un
especialista. Además, algunos pequeños cambios en la vida cotidiana podrían
tener un efecto positivo a la hora de combatir los síntomas.
Deportes
Hacer
ejercicio dos o tres veces a la semana por al menos 30 minutos es muy
importante. No importa qué tipo de deporte se practique: puede ser correr, ir
al gimnasio, jugar fútbol o nadar. Lo importante es agotarse.
La
actividad ayuda a descomprimir la adrenalina que se libera en situaciones de
estrés. Además, el organismo reacciona al deporte de manera similar a como
actúa frente al estrés: sube el pulso, genera sudoración y la respiración se
hace más agitada. De esta forma, el cuerpo aprende a lidiar con estas
reacciones y enfrenta de mejor manera los ataques de estrés.
Nutrición
Una
dieta saludable con mucha ingesta de granos y verduras puede ayudar a aliviar
el estrés. Deben evitarse alimentos ricos en almidón, como el pan o la pasta
hecha con harina normal. Este tipo de comida contiene altos niveles de insulina
que podrían provocar reacciones inflamatorias en el cuerpo, lo que afecta de
forma negativa al cerebro. La fruta fresca y los vegetales, en cambio, combaten
esa inflamación. Incluso hay sustancias que, si se consumen de forma regular,
actúan como tranquilizantes naturales. Entre ellas se cuenta el omega 3 y el
tristófano, un aminoácido que se encuentra en la leche.
El
café, sin embargo, es malo para la gente nerviosa porque contiene cafeína. No
solo sirve para mantenerse despierto: el café también aumenta el ritmo cardíaco
y el cuerpo interpreta esto como una señal de estrés.
Relajación
Además
del ejercicio y una nutrición adecuada, las técnicas de relajación son también
importantes a la hora de reducir el estrés. Yoga y meditación, por ejemplo, son
de gran utilidad. Esto tiene que ver con nuestra respiración. Quienes están
estresados respiran con violencia, lo que gatilla automáticamente una reacción
en el cuerpo que se conoce como "lucha o escape". El cuerpo asume que
está en peligro y secreta las hormonas del estrés. La respiración profunda y
lenta, en cambio, activa la reacción de "descanso y digestión". El
cuerpo se relaja y disminuye la presencia de hormonas del estrés.
Aquellos
que incorporan estos hábitos en su vida deberían sentir una mejora en unos dos
meses. Si esto no ocurre, someterse a una terapia con especialistas debería ser
un paso a considerar.