Prensa. País de
España.
En
un extenso artículo pubicado en el diario español El Pais, el magnate
venezolano Gustavo Cisneros, dueño del canal televisivo Venevisión, resalta la advertencia de Conatel de bloquear
los sitios web que “agredan al pueblo venezolano” y “causen desestabilización y
zozobra”. Cisneros afirma que “Necesitamos comenzar un diálogo sincero,
trabajar juntos en la construcción del país que todos deseamos“. Agrega que “El
nivel de polarización que ha alcanzado Venezuela merece ya la mediación externa
de una figura que goce de credibilidad ante ambas partes: un árbitro que
conozca y quiera a Venezuela y que comprenda la complejidad de su situación“.
Al respecto dice que “En este contexto —tal como diversos personajes han
propuesto ya— la intervención de una figura al margen de cualquier interés
político, como la del Papa Francisco y la ecuánime cancillería del Vaticano,
emergen como la opción más viable”
Lea
a continuación el artículo completo
Tolerancia
y diálogo sincero, las vías de la reconstrucción en Venezuela
Con
la violencia en ascenso, la situación en Venezuela ha alcanzado un punto
insostenible al cual no podemos ser ajenos. Más allá de cualquier ideología, el
país exige una reconfiguración y toma de decisiones inmediata, que nos permita
definir el rumbo que Venezuela necesita tomar para encontrar —de mutuo
acuerdo—, la senda de la paz, la reconciliación y el crecimiento.
Desgraciadamente,
hoy la intolerancia y la desconfianza, así como el ánimo de confrontación visto
en nuestras calles, parecen reinar en el país. La reciente advertencia por
parte de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) a proveedores de
Internet para bloquear los sitios web que “agredan al pueblo venezolano” y
“causen desestabilización y zozobra” es una clara muestra de ello, al igual que
la consideración de una posible restricción para el ingreso a redes sociales
como Twitter y YouTube.
Ante
este tipo de actitudes, la idea de sentar en la mesa a dos Venezuelas tan
distantes parece lejana. No obstante, resolver los grandes problemas que hoy
nos aquejan —criminalidad y violencia, desabastecimiento, un alto índice de
inflación y una apremiante situación económica— requiere de la voluntad de
todos. Se necesita una apertura en la que cada una de las partes reconozca los
derechos de sus interlocutores, poniendo por encima de cualquier diferencia,
esa gran coincidencia que nos une a todos los venezolanos: el amor y la lucha
por nuestra patria.
Necesitamos
comenzar un diálogo sincero, trabajar juntos en la construcción del país que todos
deseamos: un país en el que todas las opiniones cuenten; en el que el respeto
de los derechos humanos, los derechos de las minorías y la estabilidad no estén
peleados. Un país de progreso en el que las madres de familia no necesiten
hacer una larga fila para adquirir lo básico. Un país en el que la gente pueda
caminar confiada por la calle. Un país en el que los jóvenes puedan alcanzar
sus sueños. Un país en el que sus periodistas no tengan que jugarse la vida
todos los días para hacer su trabajo, en el que la libertad de expresión y el
oficio de la comunicación sean respetados. Un país en el que todos los
venezolanos podamos expresarnos y ser escuchados.
Estamos
en el momento justo para demostrar la madurez política de Venezuela y decidir
la forma de resolver un conflicto que está afectando a todo el pueblo
venezolano, no sólo al Gobierno o a la oposición. El nivel de polarización que
ha alcanzado Venezuela merece ya la mediación externa de una figura que goce de
credibilidad ante ambas partes: un árbitro que conozca y quiera a Venezuela y
que comprenda la complejidad de su situación. Alguien que cuente con capacidad
técnica para llamar a la reconciliación, con disposición para el diálogo y cuyo
fin último sea la consecución de la paz y la unión entre todos los venezolanos.
En
este contexto —tal como diversos personajes han propuesto ya— la intervención
de una figura al margen de cualquier interés político, como la del Papa
Francisco y la ecuánime cancillería del Vaticano, emergen como la opción más
viable. Desde el recrudecimiento de las protestas en Venezuela, el sumo
pontífice se ha mostrado especialmente preocupado por la violencia desatada y
ha sido uno de los primeros en hacer un llamado “a la paz y la concordia” al
pedir que “todo el pueblo venezolano, comenzando por los responsables políticos
e institucionales, se una para favorecer la reconciliación nacional a través
del perdón mutuo y el diálogo sincero, el respeto por la verdad y la justicia,
capaces de hacer frente a cuestiones concretas para el bien común”. El Vaticano
cuenta además con figuras como el cardenal Pietro Parolin, hoy secretario de
Estado, que en su calidad de nuncio apostólico de Venezuela, tuvo la
oportunidad de conocer de cerca nuestra situación y cuenta también con gran
experiencia en materia de negociación internacional. La Conferencia Episcopal
Venezolana tiene la confianza del país y podría tomar parte de este arbitraje y
del establecimiento de un ambiente propicio para un diálogo sin exclusiones.
Se
puede o no estar de acuerdo con lo propuesto hoy en Venezuela, es justo ese
debate el que da fuerza a toda democracia. Lo que no podemos negar es lo
insostenible de la situación que atraviesa hoy nuestro país, donde la protesta
es un derecho como lo es en cualquier sociedad democrática; no obstante, debe
poder hacerse sin violencia.
Si
queremos encontrar la reconciliación, resulta indispensable el cese a la
persecución; así como la investigación independiente y transparente de los
fallecimientos ocurridos y las denuncias existentes sobre violaciones a los
derechos humanos durante las protestas. La violencia —provenga de donde
provenga— es totalmente reprobable.
Tal
como ha sido la constante en las grandes transformaciones de América Latina,
los jóvenes venezolanos han sido los primeros en alzar la mano, mostrando al
mundo el espíritu de nuestra patria: echado pa’lante, decidido, valiente, que
no se doblega. Se trata de jóvenes que entienden que el progreso también está
ligado con el bienestar de los menos favorecidos; que son capaces de visualizar
las consecuencias, a mediano y largo plazo, que trae consigo la carencia de
certeza; y que pugnan por la reconstrucción del país.
Venezuela
requiere de la unión de Gobierno, instituciones, partidos políticos y
ciudadanos, de un debate constructivo que nos permita recuperar esa Venezuela
de oportunidades, de progreso y de bienestar.
Hoy
me duele mi Venezuela tan dividida, me duele el grado que han alcanzado
nuestros desacuerdos. Me duele una Venezuela que sufre; pero confío en que el
amor que los venezolanos sentimos por nuestra patria nos permitirá superar la
intolerancia que ha dominado el escenario político en los últimos años, para
dar paso al debate democrático y a la recuperación de la confianza en las
instituciones. No podemos darnos el lujo de continuar divididos.
Si
bien este pronunciamiento recibirá, estoy seguro, críticas de muchos; también
estoy convencido de que si las partes se sientan a la mesa del diálogo
—contando con una mediación externa como la del Vaticano—, mi país encontrará
de mutuo acuerdo, la paz y la reconciliación que todos aspiramos.
Gustavo
Cisneros es presidente de la Junta Directiva de la Organización Cisneros