Columna.
Orlando Nieves.
Hace
algunos años las barberías eran un lugar donde acudían los hombres a cortarse
el cabello, un sitio para conversar, donde se hablaba de política y
especialmente de deporte, de chistes y de lo que ocurría a diario.
Antiguamente, los barberos eran también cirujanos, sangradores y hasta
dentistas, eran expertos en manejar navajas, utilizaban la técnica del
sangrado, que hasta bien entrado el siglo XIX, se consideraba buena para
diversos problemas de salud.
Los
barberos también extirpaban diviesos y hacían operaciones de cirugía menor. Sus
establecimientos por lo general olían a alcoholado glacial, esterilizaban sus
toallas, tenían brochas de pelos de camello, taza de espuma de afeitar y, por
supuesto, no podía faltar la navaja alemana de acero inoxidable. Las tijeras
iban y venían entre frascos de loción y demás tónicos capilares que prometían
abundantes cabelleras y se rociaban con unas curiosas bombitas metálicas con
pera de goma. Contaban además, con una
tira de cuero que colgaba del respaldo de la butaca, con ella amolaban
la navaja mediante un giro efectuado con la muñeca mientras frotaban el filo
por ambas caras.
Las
revistas para los clientes eran variadas entre Mecánica Popular, la Gaceta
Hípica o viejos recortes de Panchita.
Los barberos eran personas amables e impecablemente bien vestidos,
hábiles con las tijeras y buenos conversadores. Las barberías eran el sitio
obligado para obtener un buen corte de cabello y una buena afeitada con navaja,
algo así como un club privado para hombres. En la actualidad quedan muy pocos
establecimientos de este tipo, con la masiva incorporación de los salones de
belleza unisex, muchos caballeros han optado por dejar a un lado a los barberos
y colocarse en las manos suaves de las mujeres que también te ofrecen el servicio
de manicure y pedicure.
Sin
embargo, debido a los altos índices de desempleo este oficio aumenta en medidas
desproporcionadas, nada calculadas y sin planificación. Es común ver en las
avenidas, calles, aceras, parques, plazas e incluso en las entradas de las
casas pequeños letreros ofreciendo el servicio de corte de cabello a un costo
menor al de una barbería o un salón de belleza.
Estos
pequeños establecimientos improvisados con una silla de plástico, un espejo y
algunos implementos como tijeras, máquinas y secadores se han convertido en una
alternativa para las personas con menos ingresos, para el barbero, peluquera o
estilista también solventa sus necesidades económicas y lo lleva a no ser parte
de los índices de desempleo de la nación. Estos trabajadores informales son
parte de los más de tres millones y medio de personas que se incorporaron a la
fuerza de trabajo como población activa de aparato productivo del Estado,
recordando que en el 2002 era de 16,6%, y en 2013 9,4% según fuentes oficiales del INE.
Muchos
de los que practican este oficio de manera informal aprendieron en las escuelas
de capacitación laboral, algunos son autodidactas y otros provienen de cursos
implementados por instituciones adscritas a las alcaldías donde se les enseña
el oficio y en algunos casos se les dota de material para iniciar su negocio en
la casa, el cual ante la poca afluencia de clientes lo han trasladado a las
calles donde se les hace más rentable económicamente y sin ningún tipo de
control gubernamental. Las barberías y salones de belleza, quienes como
empresarios formales, cuidan su estética para ofrecer un servicio impecable a
sus clientes, hoy ven como sus niveles económicos han descendidos gracias a la
gran cantidad de puestos ambulantes de peluquería en toda la ciudad.
Los
establecimientos formales pagan impuestos nacionales y estadales, empleados,
servicios básicos, implementos de trabajo, local de funcionamiento entre otros,
mientras los informales con pocos implementos, sin pagar lo que pagan los
formales, obtienen recursos económicos iguales o en algunos casos superiores a
aquellos que cumplen con la ley a cabalidad. A estos trabajadores informales,
en algunos casos, ya es común verlos cortar el cabello en camisetas, mostrando
las vellosidades de las axilas, en pantalones cortos y hasta en chancletas,
olvidándose incluso de las normas de higiene personal y colectivo.
Ante
la proliferación de estas improvisadas barberías unisex, las alcaldías
capitalinas pareciera no ejercer ningún control sobre ellas, lo que dentro del
mercado interno se convierte en una competencia desleal entre los prestadores
de servicio, porque mientras unos cumplen con los requisitos exigidos por la
ley, los segundos trabajan sin preocupaciones gubernamentales, además la falta
de estética de dichos locales convierten nuestras ciudades en espacios visuales
nada agradables para los lugareños y turistas. Esta situación debería llamar la
atención de las “autoridades” y proporcionarles a estos trabajadores informales
espacios adecuados para que puedan ejercer su oficio dignamente y presten un
mejor servicio a los usuarios y clientes que utilizan estos servicios, teniendo
así una ciudad con mejor planificación y más humanizada .