Crónica.
ALJER. Alto Apure.
Introito
Maestro del latín “magister” o docente
derivado de “docens”, poseedor de la ciencia y el arte de la sabiduría y la
enseñanza. Que con firmeza y templanza moldeas el futuro de tus hijos, porque
eso son: hijos; los niños y niñas que van a encontrarte en el aula, hombres y
mujeres, ciudadanos dignos del mañana. Reconocimiento sincero a todos aquellos
educadores que sin dejarse arrastrar por obstáculos, egos inservibles, ni
prepotencias, ni complejos, dejan huellas con sus actos y palabras en las
generaciones venideras.
En este transitar terrenal peregrinan
seres humanos que al partir del mundo físico dejan mucho para recordar, siendo
protagonistas de hechos para no olvidar; hechos para escribir y hechos para
contar. Siendo así, entonces la vida habrá sido bien vivida, se habrá
trascendido de lo mortal a lo abstracto, viviendo para siempre en las mentes y almas
de quienes por breves momentos detienen el paso a hacia lo eterno.
Puede resultar en parte fácil escribir
sobre algún personaje histórico, encontrándose las fuentes de información
recopiladas en la fuente oral y en los antecedentes bibliográficos; pero cuando
se trata de escribir sobre alguien muy cercano, sea familiar o alguna amistad
cercana, puede existir el riesgo que lo escrito sea influenciado por lo
emotivo, debido a que la fontana de los sucesos es afectiva, directa e
inmediata. Ante esto, puede ocurrir que se soslayen aspectos importantes de la
persona creándose un intersticio, lo que no es el fin ni el propósito deseado.
Se pide disculpas de antemano por la libertad de escribir una anécdota de
alguien muy cercano al autor de esta publicación.
El protagonista principal de esta
historia es un maestro rural ya jubilado, con más de 30 años al servicio del
país en el área educativa. Nacido en una zona rural adyacente a la ciudad de
Guasdualito (Apure), exactamente en un vecindario ya desaparecido y recordado
como Valentín (cercanías al Hato Santa Elisa). Este personaje ante las
vicisitudes propias del entorno campestre se inicia como autodidacta, en vista
de la ausencia de escuelas en zonas agrarias para la época (años 50 y 60).
Obteniendo empíricamente sus primeros conocimientos, improvisa una aula, y se
atrinchera en sabana abierta a multiplicar lo aprendido a sus familiares y
amigos.
Posteriormente, ya con la titularidad
del cargo de maestro estadal recorre buena parte del Alto Apure; sembrando no solo
nociones básicas, sino solidos principios ciudadanos y moralidad, aspectos
estos, difundidos y abonados en las mentes de quienes tuvieron la oportunidad
de ser sus discentes. Muchos de ellos, ya desarrollados como personas y
profesionales dignos, le han hecho sentir su verdadero aprecio en visitas y
emotivas palabras, agradeciéndole la dedicación puesta en los lejanos días
escolares.
Año 1981. Para ese año, quien estas
lineas escribe cursaba el tercer grado de educación primaria en un conocido
centro educativo local. El Guasdualito de ese entonces, ya empezaba a digerir
su nueva morfología urbana, impulsada por la inmigración descontrolada y la
ausencia de una planificación adecuada que al menos regulara las pautas del
crecimiento poblacional, así como lo referente a los espacios aptos para la
habitabilidad de seres humanos.
Años aquellos en los que aún funcionaban
el recordado Cine de Carranza, Restaurant Italia, La Estrella Roja, El
Baratillo, Bodega Sol y Sombra, Hotel La Garza (hoy PDVSA), entre otros
comercios y hostales que empezaban a extinguirse; e igualmente recordada esa
década por algunos sucesos que conmocionaron a la incipiente ciudad, como la
explosión de la estación de servicio de El Gamero, propiedad del señor Pinilla.
La diversión de muchos jóvenes de esa generación eran los famosos y recordados
carros de Carlos Martínez (a) Pata e´ Palo, innovador mecánico de bicicletas
que causaría una gran revuelo por lo original y llamativo de sus invenciones;
la de los aficionados a la hípica era el sellado del 5 y 6 de don Dimas Cañas.
Aún en los 80’s existían las pulperías de Casimiro, Cermeño y Orduz, viejos
pulperos, que hasta el final de sus días fueron constantes en sus labores
comerciales, de sol a sol sus horarios. Otros tiempos y otros personajes.
Retomando el tema, ser hijo de un
maestro de escuela puede resultar para un niño 8 años una ventaja, pero a la
vez una exigencia adicional en lo que respecta al aprendizaje. Siendo el caso,
las primeras nociones son recibidas en el hogar, guiado siempre por el faro
motivador y brazo alentador del tutor familiar. En cierta ocasión, al
efectuarse la entrega de boletines, los aspectos cualitativos y cuantitativos
del rendimiento escolar de este redactor, eran en varias materias
sobresalientes. No obstante, como la perfección no existe en la dimensión
tangible, en una de las temáticas la apreciación fue distinguida.
Para la época, en la estructura o diseño
de los boletines existía un espacio destinado a la observación de los padres y
representantes. La observación escrita por el maestro rural (glosando) fue:
“Profesora, la felicito por colaborar con la instrucción y el rendimiento de mi
representado, agradeciéndole mayor énfasis en la materia donde presenta
debilidad. Tal vez en la comprensión del escrito hubo -en mi opinión
particular- una mala interpretación de parte de la institutriz, de quien omito
el nombre por razones de aprecio y respeto. Lo cierto fue, que al día siguiente
se exigió la presencia del representante. Lo seguidamente ocurrido quedo grabado
en la escenografía mental del entonces niño.
En presencia de la directora del
plantel, la profesora hacia alardes de su intelectualidad adquirida en una
universidad foránea (antes y para esos años no existía alguna institución de
educación superior en Guasdualito). Parafraseando su palabras, profirió lo
siguiente: “Señor, si sabe tanto enséñelo usted, y si sabe tanto que hace en
una escuela rural con monte, vacas y culebras”.
Terminada la intervención de la docente
del centro, el maestro rural dando muestras de su sapiencia, humildad,
empirismo y respeto, expresó en palabras más y palabras menos: “Respetada
profesora y estimada directora: Con todo claridad me permito decirles, que en
la observación escrita por mí, no hubo ninguna intención de ofensas, y menos de
irrespeto.
En cuanto a lo otro, que estoy en el
monte con vacas y culebras, en eso se equivoca, estoy en aquella escuela con
niños campesinos, que tal vez no tendrán las comodidades que tienen estos
alumnos; pero lo que sí tienen, son unas inmensas ganas de aprender y ser
útiles, y yo prefiero estar allí con ellos, porque siento que mi labor en el
campo resulta más meritoria y gratificante. Continuó: también he podido
desempeñarme en el área urbana, incluso en esta sede educativa, en donde su
directora en cierta oportunidad ofreció contratarme, cosa que rechace motivado
al apego hacia mi labor en el monte con niños, vacas y culebras.
Intervino la directora, hubo
conciliación, y hubo lágrimas espontaneas y francas de parte de mi recordada
preceptora. Luego, al salir del centro educacional, agarrado de la mano del
maestro rural iba con destino a su hogar un niño orgulloso de su padre,
repitiéndose en su ingenua mente: ganamos padre, que grande eres, ganamos. Con
el correr de los años esta anécdota la he mantenido presente como una enseñanza
de humildad edificante. Tiempo después caería en mis manos un poemario del
poeta y tío Eulises Duran, titulado Desde La Tierra de Dilatados Horizonte, en
él, está incluido un hermoso poema del cual recuerdo una de sus primeras
partes:
Maestro de la tierra mía,
escultor de la esperanza,
que vas puliendo el perfil
de los hombres del mañana,
yo te vi solo en mi llano
atrincherado en una aula,
como Páez en el Apure
librando cruenta campaña.
Con la tiza cual montura
por tu mano jineteada,
en el valle verde claro
del campo de la pizarra,
sembrando moral y luces
con abnegación del alma…
y le agregaría:
y gritando como Páez:
mis alumnos vuelvan caras…
Honor a quien honor merece
ALJER.