Opinión. Abraham Gómez.
Hasta algunos
años resultaba impensable que podría desatarse en nuestro país los mecanismos
de un régimen totalitario, cuya característica fundamental es la descarada y
siempre detestable pretensión de concentrar y controlar las más mínimas
actividades de las personas.
El pensador
francés Foucault estudió este tipo de comportamientos, suficientemente, y le
construyó una categoría: biopoder. Los militares inscritos en el “gorilismo”
(que someten a la gente por sus necesidades fisiológicas) tienen en su mente
una cuadrícula con los siguientes elementos: obedecer, perseguir, someter y
aniquilar. Con tal cartografía actúan.
La crisis
sociopolítica que se ha desatado en nuestro país, causada por la ineptitud de
los gobernantes en el manejo de los asuntos económicos, ha dejado a los
militares retratados a cuerpo entero en su abominación. Muy pocas excepciones
de racionalidad en sus comportamientos.
Para ocupar
los distintos ámbitos naturales de la sociedad civil, en cada ente de la
administración pública, como caricatura de gerente de algo, hay un militar para
cumplir (¿) las funciones que ha aprendido: escrutar como perro sabueso,
informar a sus superiores, obstruir cuando algún procedimiento sobrepase su
capacidad interpretativa.
Por tal camino
pronto tendremos un trastocamiento de civilización: de los valores cívicos, las
costumbres de los naturales intercambios, las sensibilidades que nos vinculan a
los otros, de los elementos culturales pertenecientes a los ciudadanos que los
hacen compartibles en sus legítimos espacios.
Si la cosa
sigue como va pronto hablaremos de civilización (con b larga), que al colocar
la palabra en el campo léxico de cibus deviene en: poder caprichoso de cebar,
engordar a la población para avivar su animalidad, al tiempo que practican los
ensañamientos para quienes osen desmandarse del orden impuesto.
No por
ingenuidad o casualidad al frente de la mayoría de los ministerios de la
administración pública conseguimos militares venezolanos y cubanos, con pobrísima
formación universitaria para regir tales designios. Sus superiores los
prefieren cuando piensan poco.
Mayor
desprecio a los sustantivos principios de la civilidad, de la ciudadanización
no puede haber. En un régimen militarista, como el que se ha desatado últimamente
en Venezuela, resulta absurda la conexión dialógica, de confrontación intrínseca
de ideas.
El régimen
militarista que flagela y acogota a nuestro país ha venido conculcando los
espacios para dirimir. Sólo auspician y promueven desde la oficialidad los
foros de “los espejos” donde los epígonos del militarismo se regustan de lo que
ellos mismos dicen y oyen, sin que nadie se atreva a disentir.
Hay una
indisimulada disposición desde todas las esferas oficiales a improntar con
sesgos militaristas los diferentes modos de ser de la civilidad venezolana. Hemos escuchado a mucha gente imponerle un
tono marcial a cada cosa. Las naturales expresiones civiles las tuercen con términos
militaristas.
Los
militarismos, sean de izquierda o derecha, desembocan en las peores calamidades
por cuanto, como acto reflejo, su fin último es eliminar a los oponentes. La
intención es darle rienda suelta a la consumación de las hostilidades. En los
sistemas auténticamente democráticos la esencia es la tolerancia, sin en el mínimo
rasgo cuartelario. Las victorias que afloran en la Democracia se asumen sin
divisiones; por eso son hermosas, porque corresponden a todos, porque fue el
resultado a partir de un disenso fértil. abrahamgom@gmail.com