Prensa. El Nuevo Herald.
El
presidente interino Juan Guaidó, que asumió poderes ejecutivos desde el 23 de
enero, dice que la asistencia humanitaria es clave para salvar la vida de miles
de venezolanos enfermos y hambrientos en medio del desplome económico que
afecta al país sudamericano.
Maduro
—quien también se considera presidente— afirma que los planes de ayuda son
parte de una trama más amplia para derrocarlo. Y alega que lo que Estados
Unidos debe hacer es levantar las sanciones financieras y petroleras y dejar
que el país haga lo suyo.
En
Cúcuta, una ciudad de unos 800,000 habitantes y ubicada en la frontera con
Venezuela, será una de las primeras áreas de preparación para almacenar
asistencia humanitaria, dijo Miguel Pizarro, legislador de la oposición
venezolana que coordina el esfuerzo. Otras zonas de preparación se designarán
en Brasil y el Caribe.
Pero
llevar la asistencia al otro lado de la frontera sin ayuda de los militares
venezolano, que en lo fundamental se mantienen fieles a Maduro, será un reto,
reconoció Pizarro.
“Nuestra
capacidad logística es limitada”, dijo. “Estamos diciendo a las fuerzas armadas
que tienen una gran responsabilidad de dejar pasar la ayuda. Ellos también
necesitan asistencia, en sus cuarteles, para sus familias… Queremos que sepan
que esta asistencia beneficiará a todos”.
Estados
Unidos ha prometido $20 millones para el esfuerzo y durante el fin de semana el
jefe de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional publicó
fotos de cajas de alimentos decoradas con la bandera estadounidense, que dijo
estaban destinadas a Venezuela.
En
las redes sociales se han publicado numerosas imágenes y mensajes que
supuestamente muestran a militares colombianos y estadounidenses destacados en
la frontera para entregar la asistencia, pero tanto Bogotá como Washington lo
han negado y en el terreno no ha señales de que eso esté sucediendo.
Mariana
Latuff, una pastelera de 30 años, hizo un recorrido de 10 horas en autobús
desde Maracaibo hasta el puente internacional en Ureña, Colombia, en las
afueras de Cúcuta, donde no hay señales de convoyes o presencia militar
extraordinaria. Sentada junto a una acera y rodeada de maletas vacías, Latuff
dijo que planea regresar a Venezuela con harina, aceite de cocinar y cualquier
otro alimento básico que pueda conseguir. Pero el motivo principal de su viaje
fue buscar un medicamento anticonvulsivo para su esposo.
“Ya no podemos encontrar la medicina, y cuando
la encontramos no la podemos comprar por el costo”, dijo. Un frasco de 10
píldoras cuesta unos 20,000 bolívares, equivalente a 8 dólares, una suma
imposible de pagar en un país donde el salario mínimo mensual es el equivalente
a 7.50 dólares. Al preguntársele si Venezuela necesita asistencia
internacional, Latuff dijo: “Mucha, y ponga eso en mayúsculas”.
Pero
Maduro no concuerda. El lunes anunció que lanzará una campaña para rechazar la
ayuda, que dijo es parte de un plan de invasión de Estados Unidos. “No queremos
una invasión gringa. Queremos paz”, dijo.
Pero
cómo se transportará la ayuda, particularmente sin la cooperación de las
fuerzas armadas, es un misterio. Pizarro no desecha la idea de que fueras de
seguridad colombianas o estadounidenses ayuden a proteger los cargamentos,
particularmente a lo largo de las zonas fronterizas.
Pero
la gente de Guaidó espera que eso no sea necesario, y quisiera ver un ejército
de miembros de la sociedad civil, grupos religiosos, médicos y entidades sin
fines de lucro que formaran un “corredor humanitario” para llevar medicamentos
y alimentos a los más necesitados.
“No
va a ser una invasión ni una fuerza de ocupación”, dijo Pizarro. “Eso es un
asunto de salvar vidas”.
En
cierto sentido, entre los dos países ya existe un corredor. Cada día, unos
80,000 venezolanos cruzan la frontera a Colombia para comprar alimentos,
medicinas y otras cosas que ya no existen en su país. Y aunque la gran mayoría
regresa a casa, unos 5,000 se queda a diario en Colombia o siguen camino a
otros países de la región. En los últimos años, unos 3.3 millones de
venezolanos han huido de su país, la mayor ola migratoria en la historia
reciente de América Latina.
Rey
Peña, un caraqueño de 23 años, estaba en el puente internacional vendiendo
medicamentos contra la hipertensión y píldoras anticonceptivas a sus paisanos
que salía de Colombia. Peña dijo que los medicamentos básicos escasean tanto
que el país necesita toda la ayuda posible. Y no le preocupa que un esfuerzo
internacional grande elimine su negocio.
“Ellos
pueden aceptar la asistencia y cubrir las necesidades de la gente un día o dos,
¿pero qué pasa después de eso?”, preguntó. “Al final tendrán que venir de nuevo
a mí”.
Pizarro
está al tanto de que la asistencia internacional no es la solución a largo
plazo y que lo único que puede salvar el país es un nuevo liderazgo y la
reactivación de la economía, dijo.
Guaidó
—con el respaldo de Estados Unidos, Canadá, Brasil, Colombia y una docena de
otras naciones— ha pedido a Maduro que deje el cargo y abra el camino a nuevas
elecciones. Maduro dice que tiene el derecho a gobernar hasta el 2025.
Pero
el impasse en lo relativo a la asistencia es una prueba clave para los dos
hombres. Guaidó necesita probar que su gobierno puede abordar las necesidades
del pueblo, aunque no tenga ningún poder real. Por su parte, Maduro tiene que
probar que sigue controlando a los militares y las fronteras del país.
Pizarro
dijo que la primera ola de asistencia vendrá de los gobiernos de Estados Unidos
y Colombia, junto con empresas venezolanas con operaciones en Colombia. Una vez
que los insumos lleguen a cierto nivel, los llevarán al otro lado de la
frontera, dijo.
“No
queremos usar la tragedia de Venezuela como una herramienta de propaganda. [La
asistencia] tiene que ser efectiva, tiene que ser suficiente para cambiar y
salvar vidas”, afirmó.
Margarita
de Urea, una pastor evangélica venezolana de 70 años, dijo que el ascenso
meteórico de Guaidó y las perspectivas de que la asistencia logre cruzar la
frontera son cosas de intervención divina. “Dios ha extendido su mano para
sacar a Venezuela de este desastre”, dijo. “Lo puedo sentir”.