Crónica.
ALJER. Alto Apure.
Quien haya leído la novela costumbrista
venezolana “Doña Bárbara” de Don Rómulo Gallegos, recordara al personaje
Antonio Sandoval, caporal del hato Altamira que recibe a Santos Luzardo a su
regreso. Este actor novelesco fue incluido por el escritor en su obra egregia,
en tributo a quien fuera su narrador o cuentista en 1927, en el Hato La
Candelaria (Paso Arauca), nos referimos a Antonio José Torrealba Ostos “El
hombre que se creía caballo”.
Este singular apureño además de ser un
extraordinario centauro llanero, puede ser considerado como un excepcional
autodidacta, escritor y trovador popular. Nacido en el pueblo de Cunaviche,
posiblemente el 23 de enero de 1883. Hijo de Antonio José Torrealba y de Josefa
Vinicia Osto. Descendiente directo de Felipa Páez, indígena Otomáca, siendo sus
abuelos maternos Manuel Solórzano y una india también otomana. Parte de su
odisaica vida ha sido mencionada por algunos autores, quienes han visto en este
otomano trascendental, fuente exuberante para la tipificación del llano apureño
y su influencia en la bonhomía propia llanera.
Antes de viajar el maestro Gallegos al
Apure por invitación de su alumno José Félix Barbarito, ya Torrealba tenía su
fama regada por el bajo y medio llano apureño. Era en todo el sentido de la
palabra: un “llanerazo”. Afirman -y esto lo corroboran sus descendientes
directos- que habiendo quedado huérfano (al año) fue amamantado por una yegua,
a la que hasta su muerte considero como su madre. Esta afinidad hizo que
imaginara a sus caballos como hermanos y parientes.
Una de las referencias más objetivas
sobre el mencionado la presenta el profesor Edgar Colmenares del Valle
(escritor, filólogo e investigador) en la introducción de la obra “Diario de un
Llanero” (recopilación de cuadernillos de Torrealba) asevera: “Hay quien dice
que su renquera fue por un mal de ojo, pero también dicen que fue por haber
mamado de una yegua”. Este hecho marcaria su afinidad inquebrantable por los
equinos y la naturaleza llanera. (Sic)
La periodista e investigadora Elizabeth
Fuentes, por muchos años redactora del diario El Universal, escribiría sobre el
personaje en referencia: “Tal vez se sentía caballo, y quién sabe si ese mal de
ojo que lo visito tan temprano (su pie equino) fue más bien las ganas de ser
potro que lo acompañaron hasta después de viejo”. (Sic)
En ese contexto, un aspecto curioso
sobre el legendario Torrealba era su costumbre que después de bañar a las
yeguas, les adornaba las crines con flores, colocándoles zarcillos en las
orejas, hablándoles con cariño y delicadeza. Este hábito aunado a su bizarría
lacera, le haría construir sin premeditación su propia novela real, su propia
fama. En las faenas llaneras sobresalía del resto debido a sus destrezas de
buen jinete, coleador, enlazador, además de cantador, excelente rimador y
maraquero.
Algo que sorprendió a Gallegos de
Antonio Torrealba, fue el conocimiento que este tenía sobre las lenguas
indígenas yarura y otomana, y aún más; que sin tener alguna educación formal
tuviera amplio discernimiento sobre las manifestaciones literarias universales.
En tertulias con sus amigos más cercanos siempre sacaba a relucir citas de
obras como las de Cervantes, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Balzac y de los
grandes poetas latinos como Lazo Martí, Alberto Arvelo Torrealba, Gabriela
Mistral, Juan Santaella entre otros.
Sus inquietudes intelectuales quedaron
grabadas en sus célebres cuadernos, que darían pie a la obra “Diario de un
Llanero”. En ella llama la atención los nombres dados a los equinos: Ulises,
Agamenón, Homero, Proserpina, La Gioconda, Sandokan, Jorge Abril, Sagitario, Azabache,
Vainilla, Chichulita; y a los pérfidos: Holmes, Stalin, Bachiller entre otros
nomines. Habría que imaginar la cara de embeleso del maestro Gallegos frente a
este hijo del bajo Apure. El mismo Edgar Colmenares del Valle, llegó afirmar
que este llanerazo hizo entrega de los diez primeros ejemplares a Gallegos sin
ninguno interés económico, solamente por aparecer en la novela. El aporte
primitivo y genuino de Antonio José Torrealba a la actividad literaria del
novelista fue meritorio y transcendental, las obras Doña Bárbara y Cantaclaro
estuvieron muy influenciadas en su narrativa y contexto por el mundo natural,
silvestre e inhóspito conocido por el indio otomano.
Ángel Rosenblat, fundador del instituto
de Filología de La Universidad Central de Venezuela (UCV) en referencia a los
cuadernillos de Torrealba señala:
“Narran la cotidianidad de un grupo de
llaneros, el día a día, desde que amanece hasta que anochece, con una
continuidad sorprendente. Incluyen costumbres criollas e indígenas, refranes y
expresiones locales de mucho interés, coplas, galerones, joropos, septillas,
corridos, contiendas, vida animal y vegetal, creencias, conocimientos médicos
populares, detalle de faenas, de alimentos, entre otros, haciendo mucho
hincapié en lo autóctono en lo auténticamente llanero, condición que enaltece
en el personaje protagonista, llamado Agamenón; el cual los entendidos dicen
que es su propia representación. A pesar de la rusticidad de la narración, está
matizada con pinceladas de cultura general, de mitología y de historia”. (Sic)
El conocido historiador Oldman Botello,
entrega un aporte interesante al referirse al origen del personaje Marisela
(hija de doña Bárbara), como una becerrita del hato La Candelaria, muy querida
y cuidada por Antonio José Torrealba (El Renco), quien le comenta a Gallegos y
este la humaniza en la obra cumbre venezolana (Sic).
Por ser una persona casi analfabeta
(Torrealba), para el manuscrito de sus historias se apoyaba en muchachos del
pueblo (Cunaviche) a quienes dictaba los relatos desde su chinchorro en el
caney. Esta es la razón por la cual los cuadernos tienen distintos tipos de
letras. Contaba el profesor Carmelo Aracas, músico apureño, recién
desaparecido: “Llegada las 9:00 de la noche, él se acostaba en un chinchorro y nos
dictaba sobre las costumbres de los llanos, la fauna, la flora, los caballos,
las vacas, todas esas cosas. Torrealba nos decía: “Algún día ustedes sabrán
para qué están escribiendo, para qué yo le envío esto a Gallegos".
Ya siendo presidente del país el novelista
en agradecimiento, lo nombra prefecto de San Miguel de Cunaviche. Muere el 14
de julio de 1949, según consta en el acta de defunción, de diabetes. Supo su
sobrino que había pasado 3 días en el monte comiendo miel de aricas (SIC).
Dejó muchos proyectos inconclusos para
su pueblo, los cuales no se llevaron a cabo por el derrocamiento de Rómulo
Gallegos de la presidencia. Como homenaje a su trayectoria y labor, su nombre
fue tomado como epónimo del Museo de Arte de San Fernando, capital del estado Apure.
Resulta considerable el aporte de la
obra original y nativista del legendario Torrealba y de los muchos Torrealbas
del llano apureño. Nuestra cultura llanera es de una riqueza invalorable;
rescatarla, difundirla y promoverla debería de ser una prioridad o proyecto
ícono para las nuevas generaciones, de no ser así, seria en extremo lamentable
que nuestra consonancia se pierda por la indolencia e ingratitud de unos pocos
en prejuicio de muchos. Un pueblo sin identidad y pertenencia es un pueblo que
camina hacia el olvido.
ALJER.