La grave crisis
económica y social que vive Venezuela hizo reaparecer el fenómeno de los
filibusteros. Asaltan y roban barcos pesqueros y asolan las poblaciones
costeras de varios países, publica Infobae
Prensa.
Infobae America / Gustavo Sierra
Por
siglos, las costas de Venezuela estuvieron infestadas de piratas. En su mayoría
eran ingleses y franceses que habían quedado fuera de la bula del Papa
Alejandro VI, del año 1493, por la que se concedía sólo a España y Portugal el
derecho de posesión de las tierras que se iban descubriendo tras la llegada de
Colón a América. En la madrugada del 8 de septiembre de 1567 el corsario
francés Nicolás Vallier, después de asaltar e incendiar las pequeñas ciudades
de las islas de Margarita, Cumaná y Borburata, llegó a Coro, la ciudad de los
vientos, sede del primer obispado sudamericano. Sus hombres robaron todo lo que
encontraron, profanaron las iglesias y mataron a decenas de vecinos que
intentaron poner alguna resistencia. Fue la primera incursión pirata en el
territorio de lo que a partir de 1810 sería Venezuela.
Ahora,
450 años más tarde, los filibusteros salen de las costas caribeñas de este rico
país petrolero para asaltar cualquier embarcación que pase por allí como lo
hacía François “Pata de Palo” le Clerc en el siglo XVI. Los piratas regresaron
al Caribe de la mano de la necesidad creada por la gravísima crisis económica y
social que vive Venezuela desde que Hugo Chávez implantó el “chavismo” y su
sucesor, Nicolás Maduro, la dictadura de la escasez.
Según
un informe sobre la piratería en el mundo elaborado por la ONG One Earth
Future, el año pasado se registraron 71 asaltos de este tipo en el Caribe, la
mayoría de ellos en el litoral venezolano. Esto constituye un aumento del 163%
con respecto a los 27 de 2016. En el informe denominado “Ocean Beyond Piracy”
(Océanos más allá de la piratería), la ONG compara esta situación con la que se
vivió en Somalia tras la guerra civil y las hambrunas. Grupos de ex pescadores
y pequeños contrabandistas se dedicaron a la piratería de los grandes cargueros
que pasaban por el Cuerno de África. Sólo la intervención de los cruceros de la
marina estadounidense logró detener temporalmente las acciones de estos
filibusteros del siglo XXI. La situación en las aguas venezolanas no es tan
grave como la somalí. En particular, porque los sudamericanos aún no cuentan
con las poderosas lanchas rápidas y el armamento que tenían los africanos. Pero
ya se están pertrechando para lanzar operaciones cada vez más arriesgadas. En
el último año y medio se registraron denuncias de actos de piratería en
Honduras, Nicaragua, Haití y Santa Lucía. Pero en ninguna parte han sido tantas
como en la costa de Venezuela.
Los
primeros actos de esta piratería del nuevo milenio comenzaron con el robo de
lujosos yates en las marinas ubicadas en las fantásticas islas cercanas a las
costas de Guyana y Trinidad. Las organizaciones de navegantes de esa región
hicieron varios llamados a los propietarios de los barcos para que tomen precauciones
especiales. De acuerdo a las investigaciones policiales, los autores de los
asaltos son pescadores de la región venezolana de Sucre que acosados por la
hiperinflación y la escasez de alimentos y otros productos básicos comenzaron a
contrabandear latas de tomate y pañales, después incluyeron algunas drogas y,
finalmente, se dedicaron al robo y asalto en toda la costa.
En
abril, tres lanchas rápidas se acercaron a cuatro barcos guyaneses que pescaban
a 30 millas de la costa venezolana. Un grupo de al menos diez enmascarados
redujeron a las tripulaciones y se llevaron las embarcaciones y su carga. Según
el relato de los sobrevivientes, apenas los abordaron los piratas rociaron el
barco y a los marineros con aceite caliente y comenzaron a atacarlos con
machetes. A los heridos los tiraron por la borda y los más afortunados se
lanzaron al mar por su cuenta. Hubo apenas cinco sobrevivientes de los 20
tripulantes. Los barcos desaparecieron. El presidente de Guyana, David Granger,
denunció la acción como una “masacre”.
El
acto más espectacular se produjo en marzo de 2016, cuando un grupo de
venezolanos enmascarados mataron a un marinero alemán e hirieron al capitán de
un poderoso yate en la bahía de Wallilabou de la isla de Saint Vincent, el
mismo lugar en el que se filmó una buena parte de la serie de películas de los
Piratas del Caribe con Johnny Depp, a la cabeza del elenco. El famoso
empresario británico Sir Richard Branson, que tiene varios yates de envergadura
en Necker, su isla privada, también tuvo la aproximación a su marina de varios
barcos piratas en los últimos meses. Sus custodios los repelieron.
Gerry
Northwood, un ex capitán de la Marina Real que comandaba la fuerza
antipiratería del Reino Unido frente a Somalia y que ahora lidera una compañía
de seguridad marítima, dijo al diario The Telegraph que “en el Caribe, en
general, hay un nivel continuo de criminalidad, en parte alimentado con drogas,
que ahora se está extendiendo por las costas de Venezuela a raíz de la crisis
económica como ocurrió en las aguas somalíes una década atrás. Pero aún no hay
grandes grupos de piratas operando ni tienen, por ahora, las embarcaciones
artilladas para amenazar a los grandes cargueros o yates veloces. Más bien se
trata de gente que actúa ante el descuido de los otros. Por ejemplo, cuando los
yates de lujo tiran ancla en algún islote aislado o una playa desierta”.
El
capitán de la marina mercante venezolana José Bellaben, presidente de la ONG
Asociación Civil de Gente de Mar, dijo al diario ABC de Madrid que los nuevos
corsarios actúan con un gran nivel de impunidad gracias a la corrupción creada
por la decadencia en su país. “Tiene que haber complicidad con las autoridades
policiales, y de los guardacostas. De otra manera es imposible que puedan
actuar tan libremente como lo hacen. Los actos de piratería son difíciles de
comprobar, principalmente porque las autoridades ocultan la información”.
Y
no es sólo aguas adentro. Los ataques también ocurren en la costa. Los primeros
asaltos comenzaron hace cinco años en las playas e islas de los estados de
Sucre y Anzoátegui. En la Navidad de 2014, cuando unas 300 personas festejaban
la Nochebuena en la playa Arapito, aparecieron ocho delincuentes con
pasamontañas, pistolas y fusiles R-15. Se llevaron todo lo que los turistas
tenían encima. A muchos los dejaron desnudos. Tres meses después en las islas
de Mochima, los piratas llegaron en un bote, arrasaron con todo lo que podían y
huyeron en un “peñero”, un bote pesquero que era el principal sostén económico
de la población.
Luego,
los atracos se extendieron a las costas de Zulia, Falcón, Carabobo y Caracas.
El diputado Omar González, del partido Vente Venezuela, denunció que el
gobierno de Maduro perdió el control y no hace nada para enfrentar a las
mafias. “Volvió la piratería de los siglos XVI y XVII, de mar y tierra firme”,
dijo González al ABC, “porque hay una relación estrecha entre los militares,
las bandas de narcotraficantes y de piratas que actúan como mulas en el
transporte de drogas. La península de Paria, en Sucre, está en poder de los
narcotraficantes por su cercanía a Trinidad”.
En
la isla de Trinidad y Tobago, una nación de 1,4 millones de habitantes, muy
cerca de la costa de Venezuela, hay una enorme preocupación por la creciente
delincuencia exportada por su vecino. Desde los años 80, los traficantes
colombianos y venezolanos utilizaron la isla como puente para operar en el
Caribe y desde allí llegar a México y Estados Unidos. Pero ahora, hay una
combinación de piratería para cubrir necesidades básicas con operaciones de
robo a gran escala. Los pescadores de la zona cuentan que las embarcaciones
venezolanas llegan con armas, animales exóticos y hasta mujeres para canjearlas
por comida.
Con
una inflación que supera el 1.000.000%, escasez de alimentos y medicinas,
epidemias sin control, las redes de agua y energía colapsadas por la falta de
personal capacitado y repuestos, casi tres millones de venezolanos forzados a
ir al exilio, policías y suboficiales de las fuerzas armadas abandonando sus
puestos a medida que sus sueldos se vuelven prácticamente inexistentes, el
régimen de Nicolás Maduro sólo persiste por un enorme aparato de represión y
corrupción. A los criminales que operaran desde siempre en las costas del
Caribe, ahora se le suman los que piratean para obtener comida para sus
familias. De la misma manera que lo hacían los corsarios del siglo XV, nobles y
mendigos juntos en busca de alguna riqueza que cambie sus vidas.