Mientras Venezuela se desmorona, un
equipo de científicos está decidido a ignorar la turbulencia política y
económica y registrar la desaparición del último glaciar que queda en el país.
Prensa. Diario las Américas.
Las
temperaturas están subiendo más rápido en las partes elevadas de la Tierra que
en los llanos y los científicos pronostican que el glaciar --una capa de hielo
en las montañas andinas -- podría desaparecer en 20 años.“Si nos vamos y
volvemos en 20 años, nos habremos perdido todo esto”, expresó Luis Daniel
Llambí, ecólogo de la Universidad de Los Andes de Mérida.
Los
científicos dicen que Venezuela será el primer país sudamericano que se quedará
sin glaciares. A lo largo de la historia, los glaciares se han expandido y
reducido en tamaño numerosas veces. Pero la velocidad con que se han venido
encogiendo en el último siglo y medio --agravada por la actividad humana y por
la quema de combustibles fósiles-- hace que los científicos se afanen por
comprender cómo las rocas que quedan descubiertas generan nuevos terrenos y
ecosistemas.
Si
bien la mayor parte del hielo del planeta se encuentra en las regiones polares,
también hay glaciares en algunas montañas del trópico, sobre todo en América
Latina. “Casi todos los glaciares tropicales de alta montaña se encuentran en
Los Andes. También quedan algunos en el Monte Kilimanjaro”, dijo Robert
Hofstede, ecólogo tropical de Ecuador que asesora a agencias internacionales
como el Banco Mundial y las Naciones Unidas.
El
monitoreo del glaciar Humboldt de Venezuela requiere visitas continuas, según
Llambí. E incluso en las mejores circunstancias, no es fácil llegar a pie desde
Mérida hasta la capa de hielo del Parque Nacional Sierra Nevada de Venezuela, a
casi 5.000 metros (16.500 pies) sobre el mar.
Cuando
Llambí y otros tres científicos fueron al glaciar a mitad de año para trabajar
en un nuevo proyecto, primero se montaron en un teleférico y luego caminaron
todo un día hasta un campamento que usan como base, levantando sus carpas bajo
la lluvia.
Todos
los días tenían que escalar la montaña durante tres horas para llegar al
glaciar, a veces usando cascos y aferrándose a sogas en vista de lo escarpado
del terreno. Algunos de los científicos habían tratado sus viejas botas con
cera de vela derretida para que resistiesen el agua.
El
trabajo en la montaña es siempre agotador, pero la crisis que padece Venezuela
desde la muerte de Hugo Chávez en el 2013 hace que tareas sencillas resulten
grandes obstáculos.
“Las
cosas que uno da por descontadas en una investigación --la internet, la
gasolina, la electricidad-- empiezan a escasear y todo se hace imprevisible”,
dijo Llambí.
Lo
más duro tal vez ha sido ver a muchos de sus colegas y estudiantes partir,
sumándose a los más de cuatro millones de personas que se fueron de Venezuela
en los últimos años.
“Cada
semana alguien me pregunta ‘¿por qué no te has ido?’”, dijo Alejandra Melfo,
física de la Universidad de los Andes e integrante del equipo.
“El
cambio climático es real y hay que documentarlo”, explicó. “Hay que estar ahí”.
El Instituto de Ciencias Ambientales y Ecológicas de la Universidad de Los
Andes fue fundado hace 50 años, en 1969, y los científicos que trabajan allí se
sienten custodios de la información recogida a lo largo de los años sobre cómo
las temperaturas y la flora están cambiando en la región, incluido el
ecosistema andino conocido como los páramos, una pradera con matorrales de
montaña que se encuentra entre el límite forestal y el fondo del glaciar.
Mientras
que la mayoría de las tundras tienen escasa vegetación, los páramos son famosos
por sus frailejones, plantas que pueden ser más altas que un ser humano y que
parecen una cruza de cactus y palmera. La zona almacena agua que alimenta las
ciudades y las tierras de cultivo más abajo.
Los
glaciares andinos son fundamentales en el ciclo del agua en la región.
“Más
de 50 millones de personas de América del Sur reciben agua de Los Andes”, dijo
Francisco Cuesta, ecólogo tropical de la Universidad de las América de Quito,
quien se maravilla del trabajo que hace el equipo venezolano en condiciones tan
adversas.
“Para
mí, es increíble que todavía sigan investigando allí”, acotó Cuesta.
La
región está a la vanguardia del cambio climático. Los glaciares de Los Andes
tropicales se han estado derritiendo más rápidamente que los demás glaciares
desde que los científicos comenzaron a monitorear este fenómeno en la década de
1970, dado que las latitudes tropicales reciben el sol y la radiación con más
fuerza.
Cuando
un glaciar se derrite, lo único que queda al principio es un “lecho de roca”: a
veces una gravilla rugosa, otras una roca lisa, desgastada por siglos, si no
milenios, de contacto con el hielo.
Pero
en pocos años o décadas, bacterias y líquenes colonizan la zona. Descomponen
los minerales de las rocas y sus cuerpos se pudren y se transforman en materia
orgánica, el primer paso en la formación de tierra. La tierra es la base del
nuevo ecosistema pues ofrece una estructura que puede retener agua y donde
pueden crecer las raíces de las plantas.
“La
formación de tierra es la diferencia entre un ecosistema que surge rápidamente
y uno que se demora siglos”, dijo Llambí.
En
las rocas que quedarán al descubierto con el derretimiento del glaciar los
científicos creen que podría surgir un nuevo ecosistema parecido al de los
páramos. Sin embargo, hay muchos interrogantes: ¿Tomará décadas el surgimiento
de tierra? ¿Las especies animales y vegetales que sobreviven a baja altura
podrán hacerlo más arriba? ¿Podrán adaptarse a temperaturas que cambian
constantemente?
Venezuela
tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, pero una economía que
gira desde hace décadas en torno a la demanda del combustible ha resultado
inestable. Llambí cree que tiene una obligación especial de ayudar a informar
al público acerca del impacto del cambio climático en un país en el que un
ciclo caracterizado por altibajos en la exploración de combustibles fósiles ha
dado forma a la vida de casi todos los venezolanos.
“Nuestra
universidad se encuentra en Mérida, que es llamada desde hace tiempo ‘la ciudad
de las nieves eternas’”, comenta Llambí. “Estamos descubriendo que la eternidad
no dura para siempre. Tenemos que habituarnos a un mundo con cambio climático”.