Columna.
(Marlani Sánchez. @marlanisanchez)
Que
la lengua es castigo del cuerpo. Me confieso anti-colas, no me gustan pues.
¿Que yo hacer cola para comprar azúcar? ¿Que para comprar mantequilla? ¿leche?,
ahora, vean, el contexto del papel toalé, su contexto (casi como el de la crema
dental), es otra cosa, más aún si las servilletas también escasean, y aquí no
caben los chistecitos esos de mal gusto de la tusa, mucho menos los de las
hojas de topocho, que si bueno, tocará la respectiva
lavaíta, oye, ¡que incómodo!, ni de decir el del papel periódico; procuren que no
sea del lado de la columna esta, esos no son juegos.
Y
así pues me vi yo en esa cola. Antes, le pregunté a varios de los que vi con su
paquete de 12 rollos: “Buenas tardes, ¿cómo está? disculpe, ¿dónde hay?, ahh,
ok, y ¿hay mucha cola?, umm, ¿será que quedan?, gracias”. Llegué. “¿Quién es el
último?”. Como en el banco. La cara de relevancia del vigilante del local no
tenía marca. Pensé: “Pero no está tan larga, larga la de Mercatradona”. Todos
llamaban para pasar el dato: “Mira aquí, sí, el de Casa de Zinc, ahí están
vendiendo, vente ahorita”.
Por
un momento, en esos viajes imaginarios que hago todos los días a lugares
desconocidos, me sentí como en un pelotón; nos pasaban de 10 en 10, el
vigilante, por el uniforme, y quizás un supervisor, por lo pelón, nos contaban:
Uno, dos, tres, cuatro…con la respectiva jaladita (sí con j) por el hombro.
Así, casi sin mirarnos a la cara.
Pasé.
Primero el preciado papel, después lo demás, no había que preguntar nada, para
donde agarraba el gentío pá llá era la cosa, y a lo lejos se veía el turrumute;
El Rosal. De a uno por cabeza, ¿o debo decir por trasero?.Dos paquetes de
servilletas y dos de Toallín, no más. Salí cargadita, compré lo máximo que me
permitieron, más unos protectores diarios que también a veces se ponen que ni
tan diarios.
Yo
que he dejado de usar ese famoso teléfono, sí el blackberry, ese, en la calle,
porque bueno, presuntamente están atracando para robarlos, y salir con esas
bolsas medio transparentosas que, como algunas prendas de vestir de estos
tiempos, dejaban ver su contenido, me sentí casi tan asustada como con el
blackberry, era como estar hablando con ese móvil en la calle pues, algo así.
Es una comparación. Les acabo de explicar lo de los viajes imaginarios.
Lo
cierto es que yo también cargué mi paquete de El Rosal por ahí. Y me pararon al
menos unas cinco veces, (yo casi me sentía importante; já, miren, yo sí tengo
papel), para preguntarme: “¿Mamita dónde están vendiendo?”. “¿Señora dónde
consiguió?” (a ese ni le contesté, qué es eso de “señora”).
Pareciera
que antes, uno elegía al papel, y que ahora es él quien lo elige a uno. Imagino
que en otrora presumiéramos: “No ese es el de lija guacala, que rudo, por
favoooor”, ahora, ¡el que venga!, que se adapte, que aprenda que no todo es a
su antojo pues”. (Ese fue otro viaje imaginario).
Ahora,
lo de la comparación del teléfono, no es tan descabellada. Nosotros todo el
tiempo vale, hacemos chistes de toda cosa; las fotos de los pines dejaron de
ser autofotos y pasaron a ser rollos de papel toalé con mensajes de estado
como: “Muahahahaha”. Los cadeneros se han puesto sensatos y ya no envían que sí
el bojote de caritas (“emoticones”, ¿no es que se llaman?) que ahora sí
funcionaban o que si no reenvías tal asunto te mueres mañana, sino, así como:
“Hey llegó el papel a Mercatradona”, “hey la china está vendiendo azúcar a 6”,
“se vende cemento no menos de 60 ni más de 85, información aquí”, bueno la de
“se venden huevos de iguanas y galápagos”, ese es otro tema. Juro que me las
mandaron, los cadeneros míos eso sí te tienen; estilo y solidaridad ante todo.
Ah
en los últimos días, ya llevo dos colas; El Rosal y Scott, bueno tres, con la
del azúcar a 6, donde la china que me dijo el cadenero. Por cierto, que me quito
el sombrero con los evangélicos, están predicando en la acera del frente de la
maceta de cola de Mercatradona, ¿quién se mueve de ahí pues? ¿mala la
estrategia?. Brillante.