Columna. Marlani Sánchez. @marlanisanchez
Los
mototaxistas. Altos panas. Ve, a los mototaxistas hay que verlos
-necesariamente- desde distintas dimensiones, como todo en esta vida. Cuando
uno está manejando, no la moto, sino su carro, el de uno, casi que les agarra
animadversión, sí, ellos se la han buscado (no todos, ya les cuento).
Impresiona
que tienen la certeza que son especie de híbrido entre Iroman (III) y el chico
este de Tres Metros Sobre el Cielo (ay sí, Mario Casas, ese, el del cuerpo
definido y los abdominales marcados), casi nos resulta increíble ver, dícese,
no es que nos lo han contado, ¡es que lo vemos! ¡Lo padecemos!, lo temerarios
que son. Yo, por ejemplo, veo uno y tengo reales síntomas de taquicardia y
disnea, me encomiendo al Nazareno de Achaguas y a San Miguel Arcángel y me
convierto en la conductora más amable de estas pampas: -"Pasa, pasa, dale,
amiguito, tranquilo flaquito", les digo.
Las
piruetas que hacen son dignas de solicitud de consejos de parte de Johnny
Cecotto. Tienen otra cosa, (atención señores autoridades), ose usted tocarle
siquiera el caucho a uno de sus bólidos, se reproducen como el patas blancas,
no te das cuenta y ya tienes hombro a hombro, codo a codo, a unos 50 intimidándote,
o pretendiendo hacerlo, con esas actitudes (no caras, dije actitudes), casi
siempre lo logran. Y nadie hace nada, (señores autoridades), muchos testimonios
hay de este tipo. Quizás más adelante les cuente algunos propios, nahhh, eso ya
está planificado, sí voy a contárselos. Ok.
La otra
dimensión desde la que hay que verlos es desde el lado bueno, claro que lo
tienen, y también me consta. Pero para que puedas adentrarte en esa otra
extraña dimensión debes montarte con ellos, o sea, debes tener la experiencia
del deporte extremo de montarte en un (o más) mototaxi. Sí, yo lo hice, como
periodista seria que soy lo hice para escribir con propiedad estas líneas y
afirmar con certeza lo que a continuación describiré. Naaaaa ¡mentira! ¿Van a
creer ustedes? Lo hice solo porque por razones ajenas a mi voluntad no disponía
en ese momento del carro y no tuve ninguna otra alternativa.
…les juro
que vi, en San Fernando de Apure, a un joven mototaxista con un rostro y
cabello digno de portada de People en Español, una sola vez, más nunca, pero si
alguien lo veía, já, ¡tenía que ser yo! (¿ninguna de ustedes lo vio?, le
pregunto a ustedes porque cuanto les cuesta a ellos reconocer la belleza en
otro), supongo que se trataba de un muchacho ocioso que quería demostrarle algo
a sus desesperados padres, o, estaba ahorrando para su próxima ipad. Está el
otro, el que me explicó cómo se debe andar en moto, o sea, de
"parrillera" de moto, sí, este se las traía; hizo que le apretara sus
caderas con la cara interior de mis rodillas para no decirles que con los
aductores: -"Así, así es que te agarras, con las piernas, y si yo me echo
con la moto para un lado, tú tienes que echarte también porque si no, nos
podemos colear". -Ah ok, le dije con ganas de ir al baño.
No, al
motorizado que atracó a mi amiga no voy a mencionarlo, ese no era mototaxista,
o al menos no cargaba el chaleco. Hubo otro mototaxista, este menos obvio y
menos galán también, que me preguntó si estaba acostumbrada a andar en moto.
Solo le dije que "algo". Pero Roberto Mejías (quien era mi compañero
fotógrafo en los tiempos reporteriles aquellos) y yo, bien que sabemos cuanto
tubo de escape tuvimos que echar para encontrar esas primeras planas. Por
cierto, está también el mototaxista que hizo que mi colega Jessica Pereira se
quemara el tacón, claro, solo a ella se le puede ocurrir encaramarse en una
mototaxi con unos Luis XV, en realidad, no sé qué pudo serle más engorroso, si montarse
en esa moto o en esos tacones, y la única manera que tamaño tacón no pegara en
ese tubo de escape es que se hubiera venido con las piernas suspendidas hacia
adelante, y conociéndola, fue que no se le ocurrió.
Vean, más
que el papel toalé, la crema dental o la harina, por estos tiempos tenemos una
grave escasez de detalles, eso sí que es alarmante, ¿y se sorprenderían si les
digo que uno de los que recuerdo me lo procuró precisamente un mototaxista de
San Fernando de Apure?, bueno, al menos, es de los que tengo más frescos en
este cerebro mío, en honor a la verdad, dudo que olvide aquello. Encontrábame
yo bajo el rapio sol, serían cercanas a las doce del mediodía, y el don divino
que me fue otorgado estaba en sus niveles más bajos. ¿El escenario? cerca de
"chucha sola", no requiero decir más nada.
Me acerco
a uno de esos tarantines que por ahí hay, puse en la balanza: El calor de ese
zinc o el abrasivo sol, me quedé con lo primero. Había una moto. Normal pues.
Pero relativamente cerca de ella un señor de unos 48 años con su anaranjado y
distintivo chaleco, lo abordé: -"Buenas, cuánto me cobra por llevarme
hasta..." (jamás digo ni dónde estoy ni para dónde voy). 20 bolívares como
que eran, no me interesaba, solo quería salir de ahí. Cuando tengo ya la pierna
derecha levantada para montarme en ese caballo de acero, el señor me detuvo:
-"Ya va mi reina". (Ni modo, "mi reina" me quedé).
No
entendí, pero algo quería él. Observé. Tomó una totuma y de un cuñete lleno de
agua que había en el piso dentro del tarantín cargó la totumita, la vació con
delicadeza inusitada en el asiento de la moto e iba midiendo con la palma de su
mano la rapidez de la merma de lo caliente del asiento, como cuando alguien
chequea si un niño tiene fiebre. Repitió la operación unas dos veces, agarró un
trapo previamente escogido entre al menos tres, el menos sucio, y secó el
asiento, cuando terminó me dijo: -"Ahora sí, móntese". No pude
evitarlo, puse mi palma en el asiento de la moto. Listo. El hervor había
desaparecido. Era un señor mayor, la madurez, quizás tenía hijas, quizás le
recordé a una de ellas (me pasa con frecuencia), era un caballero,
era un mototaxista.