Columna. Vito Vinceslao.
En el último índice de
Percepción de la Corrupción 2012 presentado por Transparencia Internacional,
Venezuela ocupa el puesto número 165 de un total de 176 países estudiados. En
América comparte el último puesto con Haití, ya que ambos obtuvieron una
calificación de 19 puntos.
La corrupción no es un invento
de la V República, es un cáncer que ha enfermado a Venezuela durante años,
nublando su desempeño económico, despilfarrando sus recursos y frenando su
desarrollo. Pero en los últimos años, la multiplicación de controles y
obstáculos administrativos han sido caldo de cultivo para nuevas y retorcidas
formas de corrupción que se han convertido en la regla. Los controles son un
estímulo fenomenal para la corrupción. Cuanto más control y más trabas
burocráticas, mayor es la corrupción.
Ambos, controles y trabas, se
idean justamente para que “no haya más remedio” que caer en la corrupción que,
conscientemente, es propuesta por los funcionarios intermedios. La primicia
aquí es que quienes los proponen son los
funcionarios superiores y de ese modo, ¡BINGO!, han logrado “auspiciar” y de
hecho “autorizar” la corrupción de sus subordinados, e incluso, de quienes
están sometidos a controles; empresas y ciudadanos, quienes en la búsqueda de
los recursos o bienes controlados, caen en el juego perverso del poder mal
manejado.
Hoy día, después de 15 años de
fomento de la corrupción, se intenta “frenar” lo que se ha convertido en una
cultura gubernamental, mediante una Ley Habilitante, aunque los analistas
políticos consideran que esta solicitud es en realidad un pretexto para
arreciar la persecución política, la cual se ha ondeado como una bandera de
lucha en contra de la corrupción.
Pero no hacen falta poderes
especiales para desmantelar las mafias qua actúan a la sombra del Estado;
primero hace falta voluntad política para empezar a cumplir el marco legal
vigente existente, compuesto por la Ley contra la Corrupción, el Código de
Ética del Funcionario Público, el Código de Ética de Jueces, la Ley de
Contrataciones Públicas, la Ley del Estatuto de la Función Pública, y la Ley
del Estatuto de la Función Policial.
Luego, la organización
Transparencia Venezuela propuso recientemente en el documento Programa
Anticorrupción Venezuela 2013 – 2019, cinco acciones concretas que podría
ejercer el Estado para erradicar o al menos, disminuir este flagelo; mayor y
mejor información sobre actividades gubernamentales y servicios prestados a la
ciudadanía; entidades y funcionarios que respondan sobre sus decisiones y
acciones; manejo transparente de las finanzas públicas; presupuesto,
endeudamiento, contrataciones y empresas públicas; contralorías, participación
ciudadana y contrapeso estadal que realmente funcionen; y por último, el
respeto a los derechos humanos y la lucha contra la impunidad.
El venezolano no tiene porqué
“vivir con ella” ni justificar su existencia. La corrupción es una situación de
abuso de poder que no tiene porqué ser tolerada, pues se traduce en el
favoritismo a ciertos sectores de la población para acceder a los recursos,
programas y subsidios controlados por el Estado; en el deterioro de la
educación, la salud, los servicios públicos al malversar los fondos; en definitiva,
en pérdida de competitividad y freno al progreso, tal y como lo demuestra el
último índice de competitividad 2013 – 2014 publicado en Ginebra por el Foro
Económico Mundial (WEF), en el cual Venezuela ocupa el puesto 134 de 148 países
estudiados, descendiendo ocho escaños respecto al estudio anterior.
Solo nos queda darnos un poco
de aliento, porque al parecer la mayoría de la gente ya no cree en las buenas
intenciones del gobierno y sus dirigentes de luchar contra la corrupción. Más
aun, es que ya no pueden. Es tal la guerra entre capos por el botín que ya no
pueden controlarlo y mucho menos ocultarlo. Y esa acción devastadora los va a
conducir al fin del régimen. Ya no se habla de incompetencia administrativa.
Están tan cebados por los dólares que se enfermaron y ahora defienden a
dentelladas lo que creen que les corresponde. Es una cloaca putrefacta
terrible. Y la gente, la mayoría de la gente, ya no les
cree.
Abog. Vito
Vinceslao