Columna. (Marlani
Sánchez.@marlanisanchez)
Que es jueves otra vez. Que he
tenido que invocar a las musas; esas diosas inspiradoras que imagino muy
hermosas y con despampanantes melenas, les dije que con que me dieran el primer
párrafo me conformaba. Pero nada. Ni internet tengo, exacto, un virus, y mi
móvil, donde últimamente absorta escribo se puso popy, dice que no tiene
espacio, pero no es cierto, ya le saqué la memoria pero me dio flojera
reiniciarlo, se le acaba la carga de la batería y también me da flojera
enchufarlo. De todo lo anteriormente expuesto; las incoherencias, de ahí.
"Escribe de las redes
sociales", me dijo la amiga de mi amiga, sí, la "pantera" (debo
dejar de juntarme tanto con ella o me convertiré en una...dentro de al menos
unos siete años, claro) ¡Ni que yo fuera Leonardo Padrón o Mónica Montañés! No,
yo me voy por las incoherencias.
Y es que cuando le pedí, casi
supliqué, a las musas siquiera el primer párrafo, se me vino a la mente un
episodio que me ocurrió apenas anoche. Ya se los cuento. Antes se me antoja
decirles que -no crean- venía pensando que se me acaban las horas y no había
escrito nada, y entonces se me ocurrió escribir algo acerca de esa gente que
está hablando contigo, o con otro, u otra, o viceversa, y no dejan de mover la
pierna, no googlé, pero a mi juicio (sí, hasta yo misma dudo de él) esa gente
no le está parando pelotas a nada de lo que le estás diciendo, y más allá, a
nada de lo que está ocurriendo a su alrededor, solo deben estar pensando en
cuantas repeticiones por minuto le van a dar a su extremidad inferior, que
puede variar de derecha a izquierda, o al revés.
El episodio de anoche fue el
siguiente...tengo un compañero de un "proyecto" al que le percibo me
aprecia, y yo a él, pero como todo el mundo, menos usted (mi madre es gocha y
mi abuela también por eso usaré hasta que me muera el "usted", no por
el origen de ese par de mujeres, sino porque me enseñaron a respetar, y más si
se trata de uno de los cuatro o cinco lectores de este espacio, incluidos el
editor, diagramador y yo) no me lee. No, no me lee. He dicho hartamente en
estas líneas que soy obsesiva compulsiva, y esa no es una de las mentiras que
he escrito por aquí, al contrario, es una de las pocas verdades.
Bueno, y es que yo tenía mi
potecito de agua, él tenía el suyo pero se lo prestó a otro compañero, yo tenía
el mío quizás mal puesto, en esa “mesa-silla” cuando de repente me dice:
"Dame agua", mirando fijamente mi potecito de agua. Dije que lo
aprecio ¿verdad? No fue fácil, accedí sabiendo que ya no tomaría más del -como
diría un periodista- preciado líquido, ahí almacenado. Él tomó agua y volvió a
colocar mi potecito donde estaba. Minutos después volvió a pedirme agua, pero
mi reacción fue distinta, le dije que yo me había traído mi pote para tomar
agua, que hiciera él lo mismo, que a mí no me gustaba eso. Su mirada no fue
normal. ¿Saben esa famosa del Gato con Botas, el de la película, el de la voz
de Antonio Banderas?, algo así. Luego me dijo que estaba dolido conmigo.
Terminé confesándole que soy obsesiva compulsiva. No me creyó. O quizás
sí. Al final me sentí así como mal pues.
Pero igual, boté el potecito.
Ambos temas, el de la
metralleta de la pierna y el del potecito de agua, requieren de cierta
investigación previa, creo que avales de opiniones de especialistas, y no los
tengo, por eso no voy a ahondar en ellos. Por eso solo puedo decir que las
cosas están muy caras, que me están vendiendo un bulto de papel toalé en 420
bolívares ¿está caro verdad?, que ¿en cuánto está el kilo de Coporo?, que he
bajado de peso (sonrío), que en este momento está tronando, que ya el editor me
envió un PIN (¿les comenté que es jueves?), que ante tanta incoherencia casi
caigo en la artimaña esa de poner un titular muy llamativo pero que nada tiene
que ver con el contenido, pero nahhh, no lo hice, y que aunque casi no he
escuchado gaitas, todo me sabe a hallaca.