Columna. Orlando
Nieves.
Las
seis de la mañana con cuarenta y ocho y minutos, ella caminaba por la calle en
compañía de su madre y su pequeño hijo rumbo al colegio, era una mañana como
cualquier otra, solo le preocupaba llegar a tiempo antes que sonara el timbre y
el portero cerrara la puerta. A su alrededor el mundo giraba normalmente, el
mecánico en su taller, el vendedor de revistas degustando de un buen café, el
señor de la bodega limpiando el mostrador y cada quien en lo suyo sin mirar
hacia los lados. Una moto se acerca lentamente y el conductor estaciona detrás
de la joven, ella conversa con su madre de lo más tranquila, de pronto siente
un brazo alrededor de su cuello y el filo de un cuchillo presionando la
yugular, la madre queda petrificada momentáneamente y el niño caminaba
tranquilo jugando con un godines de tela.
El
delincuente (era un joven de aproximadamente unos 23 años, su ropa sucia y un
casco de motorizado para que la policía no lo detenga) le susurra al oído
–sigue caminando tranquila, si gritas te mato ¿entendiste?- ella asintió con la
cabeza, su mirada buscaba ayuda de algún transeúnte que se diera cuenta de lo
que estaba pasando, pero no encontró una mirada de apoyo, -suelta la cartera
lentamente y sin apuro, si gritas o te mueves te corto la garganta y vas a
dejar a tu hijo huérfano- miles de pensamientos cruzaban por su mente en ese
momento pero solo pensaba en lo que le dijo el delincuente, su mirada recorría
la ondananza con la esperanza de que una patrulla apareciera y la liberaran del
horror que estaba viviendo…
Pero
nada, sus esperanzas estaban casi perdidas, el bodeguero miraba, volteo y
siguió limpiando el mostrador, el mecánico apretaba las tuercas más rápido, el
vendedor de revistas empezó a hojear un periódico al revés, el cuchillo
apretaba más y más su garganta, con su mano izquierda apretaba la mano de su
mamá, subió su mano derecha y lentamente bajaba el bolso de su hombro – mucho
cuidado con que te pongas mona porque te mato- cada vez que escuchaba al
delincuente su corazón se aceleraba más y más, pero tenía que controlarse
porque su vida estaba en riesgo y pensaba –no me voy a dejar matar por una
cartera- saco fuerzas de donde no había, le entrego la cartera al antisocial
quien lentamente y como si nada se la coloco en el hombro y subió a la moto, su
compañero de fechorías lo esperaba con la mano dentro de la camisa.
Ella
al ver que él estaba un poco alejado y que habían personas en la calle grito
–me robo mi cartera llamen a la policía- el antisocial voltea con una sonrisa
en los labios –la policía está en el comando en el cambio de guardia- solo se
veía el humo de la moto y la mirada triste de ella al ver cómo fue tan vilmente
atracada a plena luz del día y sin la esperanza de un agente policial a esa
hora para defenderla de la inseguridad. Su rostro solo retrataba impotencia y
un gracias a Dios por permitirle seguir viva y estar al lado de su familia.
Cada vez que mira a un policía piensa -¡Que desgracia de policía tenemos en
este pueblo!-