Prensa. Especial. Laura Solórzano.
El
28 de noviembre comenzó en el centro de Caracas, municipio Libertador, el
Festival Latinoamericano de Música Suena Caracas. El 18 de noviembre, el
alcalde Jorge Rodríguez solicitó un crédito adicional para la realización del
mismo y el monto aprobado por la mayoría oficialista fue de Bs. 168.291.200.
“Este crédito adicional de más de 168 millones de bolívares se traduce en 14
millones de dólares (calculados a tasa Sicad I), o en 3,3 millones de dólares
(si se tasa a Sicad II).”
El
sábado 29 de noviembre, desde las cuatro de la tarde, en la Plaza Diego Ibarra
había gente. Muchos con franelas de sus bandas preferidas, brazaletes con el
tricolor en los brazos y algunos con tatuajes del presidente Hugo Chávez o su
firma. También había personas que no parecen estar a menudo por el centro de
Caracas, a quienes se les reconoce por la cautela con la que andan.
Para
entrar a la plaza se debía atravesar algunas de las seis “alcabalas”
controladas por la Guardia Nacional Bolivariana. Ellos revisaban los bolsos de
los hombres, mientras las mujeres no tenían ningún tipo de problema para
entrar. Ni con el pétalo de una rosa, en una semana en la que tanto se habló
del rol de la mujer en la sociedad desde el discurso oficial. Los periodistas,
aunque tuviesen acreditación, sí tenían algunos problemas: la igualdad se
manifiesta en formas misteriosas.
El
cartel del sábado lo componía Palmeras Kanibales, Campesinos Rap, Los que
Rezan, Zapato 3, Desorden Público, Cafe Tacuva y Cultura Profética. A las seis
de la tarde salieron los animadores del evento y presentaron la primera banda.
Ya había mucha más gente y más caos. Más Caracas sonando.
En
la terraza del Consejo Nacional Electoral, a la derecha del escenario, había
una carpa blanca con decoraciones rojas. Desde abajo no podían distinguirse a
quienes disfrutaban del espectáculo desde una suerte de palco VIP instalado
allí, pero sí podían verse los vasos largos con una bebida amarilla y el
reflejo de la luz de los reflectores en unos cuantos hielos.
Muchas
de las calles aledañas al festival no tenían luz. Si alguien caminaba desde la
Plaza Diego Ibarra y atravesaba el CNE, lo hacía en medio de la oscuridad. Si
caminaba desde la estación del metro Capitolio hasta la entrada a la plaza que
está cerca de la Asamblea Nacional también. En esas mismas calles no había
policías, ni guardias nacionales, tampoco guardias del pueblo. Lo sustituían
vendedores ambulantes, incluso algunos que vendían “la guarapita a 250, mi
reina, pa’ que no te dé pálida”. una misma voceada que se repetía en medio de
la gente en la Diego Ibarra, que escuchaba a las bandas que tocaron antes de
los “grandes” e incluyeron en sus set-list mensajes llenos de propaganda.
Zapato
3 se montó y comenzó con “Pantaletas negras”. Ni un comentario a favor ni en
contra de la situación. Euforia, energía, muchas caras de alegría. Después
apareció en la tarima Yeilove a animar, vestida con una braga que dejaba ver sus
nalgas. Se meneó en la tarima y hubo reacciones, aunque no tantas como se
esperaba.En un año donde se ha criticado desde el Miss Venezuela hasta Diosa
Canales, además del cuestionamiento a la nueva imagen que está tomando TVES,
ahí estaba Yeilove meneando su cuerpo, en medio de comentarios sexuales y
referencias fáciles a “Pantaletas negras”.
La
Diego Ibarra seguía repleta de gente, dando la impresión de que nadie se había
ido, pero si se prestaba atención era una renovación constante e ininterrumpida
del flujo. Muchos se iban. Muchos llegaban. Un poco después de las diez de la
noche se montó en tarima Desorden Público. Su líder, Horacio Blanco, tenía en
el cuello una kufiyya, el pañuelo típico que representa a Palestina. Se habló
de la paz, de la posibilidad de caber todos en el mismo lugar, se dijo lo que
muchos sabemos “son más las cosas que nos unen, que las que nos separan”. Eso
no le gustó a todos. Los rostros comenzaron a cambiar.
Horacio
Blanco empezó a presentar una canción del disco que saldrá en 2015. Su
introducción decía: “La próxima canción que vamos a tocar, es una canción del
2015 y decidimos tocarla porque nos parece que suena sabroso. Esta canción le
planta cara al tema de la corrupción, es la verdad”. Acá empezaron aplausos y
abucheos a la vez. Casi a partes iguales. Casi mitad y mitad. Horacio siguió:
“Y escúchenme una cosa… escúchenme una cosa: estamos tan de acuerdo… estamos
todos tan de acuerdo que hasta el Presidente de la República lo ha dicho”. Eso
se escuchó en la Plaza Diego Ibarra, pero quienes veían la transmisión en vivo
por Ávila TV sólo vieron esto:
Comenzó
la canción. Una canción nueva que nadie podría corear. Sin embargo, la frase
que más sonó hizo que eso que se tomaba en la terraza del CNE quedara caliente
tras el estribillo: “Si nos van a seguir robando, al menos cámbiennos los
ladrones”. Hubo silencio en la mitad de lo espectadores. Confusión, quizás. Luego
cada quién tomó la canción por el lado que quiso… o que pudo. El grito de
Horacio “¿Estamos de acuerdo o no?” fue respondido por un sí rotundo,
colectivo, global. Ahí: detrás del CNE. La canción estrenada en el Suena
Caracas termina con un repetido “¡No nos jodan más!”. En adelante, la banda
icónica del ska caraqueño mezcló sus canciones: las que sirven para bailar con
las escritas para pensar. Mientras tanto, aparecían mensajes en la pantalla
como: “Viva la diversidad”.
A
mitad de la presentación sonó “Llora por un dólar”, “El poder emborracha” y
“¿Dónde está el futuro?”. El cierre del toque se lo llevó “Valle de Balas”, esa
canción que también habla sobre cómo suena Caracas. Aún
quedan días de presentaciones de bandas nacionales e internacionales. Aún
quedan horas extras del metro. Aún quedan sonidos para tapar el rugido de
Caracas. El show debe continuar.