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organización del premio Nobel de la Paz 2002 y ex presidente de Estados Unidos
anunció esta semana el final de su misión en el país, aunque ya en mayo había
cerrado su oficina en Caracas, activa desde 2003. El abandono coincidió con la
renuncia de los dos representantes que le habían dado identidad en la crisis
política local, Jennifer McCoy y Héctor Vanolli, y se produjo tan solo seis
meses antes de unas elecciones que se pronostican decisivas para su resolución.
Atrás deja la incomprensión de tirios y troyanos y un historial de metas frustradas.
Prensa.
Armando Investiga. Cristina González.
“I would say the election process in
Venezuela is the best in the world”. Tono de voz seguro, tajante. Mano
izquierda en movimiento, a modo de énfasis, con cada palabra. Jimmy Carter –ex
presidente de Estados Unidos (1977-81), en un conversatorio en la ciudad de
Atlanta, Georgia, a pocos días de cumplir sus 88 años– basaba su afirmación en
92 comicios monitoreados –aseguró a los asistentes– por su organización no
gubernamental, Centro Carter, dedicada a observaciones electorales, procesos de
mediación y defensa de derechos humanos. Transcurría el año 2012, a un mes de
las elecciones presidenciales en que Hugo Chávez –con dos periodos consecutivos
en el poder– estrenaría la reelección indefinida (aprobada por referéndum en
2009). El Centro Carter era entonces percibido, y desde su llegada al país,
como uno de los principales valedores del Consejo Nacional Electoral
venezolano.
Chávez agradeció el reconocimiento:
"Nosotros decimos que es uno de los mejores del mundo... Él ha dicho, el
mejor del mundo", celebró. La relación amistosa Chávez-Carter era de
público conocimiento desde una década atrás, cuando el mandatario invitó al
Centro Carter al país para labores de mediación, junto a la Organización de Estados
Americanos (OEA), en el conflicto político gobierno-oposición imperante en
2002. Y llegaron para quedarse –instalaron una oficina en Caracas– hasta mayo
de 2015.
Pero este año el Centro Carter cambió,
en medio de coincidencias llamativas, y Venezuela –a apenas meses de sus
elecciones parlamentarias, y luego de un año, el 2014, cargado de protestas de
calle con más 3.000 manifestantes detenidos y denuncias de violaciones de
derechos humanos– ya no está en sus prioridades. Asumió una nueva directora general,
Mary Ann Peters; la directora para el Programa de América Latina, Jennifer
McCoy, renunció, como también lo hizo el representante del Centro Carter en
Venezuela, el argentino Héctor Vanolli, y, tras sus retiros, la ONG cerró su
oficina en Venezuela para, según un comunicado, “enfocar sus recursos limitados
en otros países que han solicitado su apoyo”. Nadie asume, por lo pronto, la
vocería del abandono.
Invitados de Chávez
El Centro Carter fue fundado por el ex
presidente Carter y su esposa, Rosalynn Smith, asociados con la Universidad
Emory –también del estado de Georgia, coto de la familia Carter–, en 1982, como
una organización sin fines de lucro dedicada a promover la paz y la salud en el
mundo, con la resolución de conflictos, defensa de la democracia y prevención
de enfermedades en ochenta países, de acuerdo a lo expuesto en su página web.
Se ufana de una serie de logros como la observación de 100 procesos electorales
en 38 países, el apoyo al sistema de salud en miles de comunidades de África mediante
la capacitación de personal médico y voluntario, así como las actividades de
pacificación en Etiopía, Eritrea, Liberia, Sudán, Sudán del Sur, Uganda, Corea,
Haití, Bosnia y Herzegovina, y Medio Oriente.
La organización tiene su sede en la
ciudad de Atlanta, capital del estado de Georgia, en el sureste de EEUU, y
también incluye una biblioteca y un museo. Un mapa interactivo de su portal
digital muestra programas en los cinco continentes y en cuanto a América
Latina, aún aparece Venezuela entre sus campos de acción con proyectos de paz y
salud: desde 1996 el Centro Carter ha contribuido con la eliminación de la
oncocercosis, o ceguera de los ríos, en el territorio nacional, y desde 1998 se
desempeñó como observador electoral con la primera invitación de Chávez.
“Siempre trabajamos con invitaciones. Si nos invitan, participamos”, explica
uno de los consultores externos de la delegación venezolana del Centro Carter,
que pidió reservar su nombre.
Jennifer McCoy, quien llevaba la batuta
de las acciones del Centro Carter en América Latina y se presentaba como vocera
principal de la organización en el país, le puso el ojo a Venezuela desde su
tesis doctoral acerca del llamado Viernes Negro de 1983 –el 18 de febrero,
cuando el bolívar perdió su paridad histórica de 4,30 por dólar y se devaluó
39% frente a la divisa estadounidense–, para la Universidad de Minnesota. McCoy
atribuye el acercamiento de Chávez a Carter a las gestiones del ex mandatario
estadounidense en materia de soberanía y derechos humanos, como por ejemplo el
fin de la presencia colonial norteamericana en el Canal de Panamá. El Centro
Carter, invitado de Chávez, se mantuvo en territorio nacional durante su
gobierno hasta dos años después de su muerte, bajo algunas críticas tanto del
chavismo como de la oposición hacia sus gestiones.
“We can choose to alleviate suffering.
We can choose to work together for peace. We can make these changes – and we
must”. Estas fueron algunas de las palabras de Carter luego de recibir el
premio Nobel de la Paz en 2002, por sus proyectos de resolución de conflictos
internacionales y promoción de la democracia y los derechos humanos. Ese año,
precisamente, Venezuela se perfilaba como un foco de acción para cualquier
héroe de paz: una crisis política intensificada con un intento de golpe de
Estado y un paro petrolero en ciernes que desestabilizaría la economía y
desencadenaría constantes manifestaciones de calle de ambos bandos de la
polarización chavismo-oposición.
La OEA y el Centro Carter, junto al
Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), instalaron la llamada
Mesa de Negociación y Acuerdos, un proceso de mediación entre el Gobierno
nacional y la oposición venezolana, representada por la Coordinadora
Democrática. Cada grupo contó con seis representantes. Por el gobierno, estaban
el vicepresidente, José Vicente Rangel, el canciller Roy Chaderton, el ministro
de Educación, Aristóbulo Istúriz, la ministra del Trabajo, María Cristina
Iglesias, el gobernador del estado
Táchira, Ronald Blanco La Cruz, y el diputado Omar Mezza. La
Coordinadora Democrática contaba con los líderes políticos Américo Martín,
Timoteo Zambrano, Alejandro Armas, así como el sindicalista Manuel Cova, el
abogado Juan Rafalli y el empresario Rafael Alfonzo. El objetivo de esta mesa,
la búsqueda de una salida electoral al conflicto –el referéndum revocatorio de
2004–, se cumplió, pero entre reclamos de parte de la oposición que denunciaba
obstáculos de parte del gobierno para la concreción oportuna de los acuerdos.
Retrasos en las negociaciones, a través
–por ejemplo– de la no validación de firmas opositoras, y la derrota electoral
frente a la continuidad del gobierno de Chávez derivaron en críticas de la
oposición hacia el proceso de mediación: algunos, como el empresario Rafael Alfonzo,
aseguran hoy haber estado en desventaja entonces frente a una parcialidad de
los mediadores: “En el fondo, parecían mandados a satisfacer lo que el gobierno
pedía y no lo que los venezolanos y la oposición pedían, que era una salida
pacífica al problema y no un simple acuerdo (…) Defendían al gobierno y cuando
nosotros necesitábamos reclamar algo, ellos se quedaban como simples
observadores, dejaban que las cosas pasaran”, dice Alfonzo. Américo Martín,
también de la Coordinadora Democrática y uno de los fundadores en los años 60
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), por su parte, dice: “Debo
reconocer que el Centro Carter tuvo una actuación impecable. Yo entiendo aquel
ambiente apasionado y que algunos señalaran a los facilitadores de la negociación
cuando se querían acciones más radicales”.
McCoy, sobre el rechazo opositor de
entonces, asegura en entrevista por Skype desde Atlanta que el Centro Carter
hizo varias pruebas técnicas sin hallar algún tipo de fraude o cambio de votos.
“Ellos percibían que iban a ganar y cuando no ganaron, les era difícil creer
que el resultado era honesto”. Reconoce, a modo de autocrítica, haber tomado
decisiones que afectaron su credibilidad ante la oposición: el uso de un
software, previamente rechazado por algunos opositores, para la auditoría de
los votos del referéndum, así como la falta de seguimiento de propuestas que
rompieran el estancamiento de las negociaciones. “¡Cómo quisiera retroceder el
tiempo y usar el otro software!”, exclama.
El propio Jimmy Carter, además,
protagonizaría otra negociación con polémicas: el acuerdo entre el empresario
Gustavo Cisneros –el magnate de medios de comunicación, presidente de la
Organización Cisneros, que entonces arrancaba su proceso de
internacionalización– y el presidente Chávez. Luego de publicaciones y rumores
sobre el tema, Cisneros se dirigió a la opinión pública para desmentir y
confirmar versiones: se reunió con Chávez y Carter en junio de 2004 –dos meses
antes del referéndum– a solicitud de este último, en la Base Militar Fuerte
Tiuna (la mayor instalación militar del país, al suroeste de Caracas), para
“analizar la situación política tan delicada que atravesaba el país”, según su
comunicado. El dueño de Venevisión, entonces uno de los dos principales canales
nacionales –el otro, RCTV, desaparecería en 2007–, mencionó entonces un
consenso entre el gobierno y los medios privados en aras de garantizar una
campaña “transparente y equilibrada”. Negó la concreción de un pacto personal
con el mandatario, a pesar de que la persecución oficial en su contra y contra
sus propiedades cesaron, al tiempo que la línea editorial del canal bajó su
tono crítico contra el gobierno.
“La negociación directa entre los dueños
de los medios privados de comunicación y el gobierno fue una iniciativa del
Centro Carter desde el principio del conflicto, que fracasó en el primer
intento que hizo Carter y en la que yo insistí varias veces hasta que
finalmente se pudo llevar adelante (...) Respecto al encuentro secreto entre
Gustavo Cisneros y Hugo Chávez, fue posible porque Jimmy Carter tenía muy buena
relación personal con ambos y fue el mediador perfecto. Yo solo ayudé a
concertar los detalles logísticos”, relata por correo electrónico desde su
natal Argentina Francisco Diez, entonces representante del Centro Carter en el
país.
Vigilancia electoral limitada
Con los acuerdos y cambios de 2004,
algunos sectores de la oposición no sólo desconfiaron del Centro Carter sino
del sistema electoral venezolano: líderes políticos llamaron, con éxito, a la
abstención opositora de cara a los comicios parlamentarios de 2005, cuando el
chavismo obtuvo la práctica totalidad de la Asamblea Nacional. “Eso fue un gran
error, que ellos aprendieron después (...) El Centro Carter cumplía en
Venezuela un papel sumamente crítico, muchas veces pasado por alto, que era el
de mantener el foco de atención de actores locales y de la comunidad
internacional en el tema electoral”, dice Vanolli, el último vocero de la
organización en el país. “El Centro Carter era la única institución que
mantenía en Venezuela ese ángulo”. Asumió el cargo en 2005, en sustitución de
Diez, cuando la organización se dedicó al desarrollo de actividades formativas
como seminarios de buenas prácticas electorales.
Pero desde 2006 el Centro Carter y los
demás observadores electorales dejaron de serlo: McCoy y consultores externos
de la ONG explican que a partir de ese año desapareció la figura de la
observación electoral, reemplazada por la de “acompañamiento electoral”, con
mayores limitaciones de evaluación del proceso –en términos de tiempo, acceso e
independencia del organismo electoral–, así como la prohibición de emitir
informes públicos sobre sus consideraciones. Desde entonces, las organizaciones
invitadas sólo pueden elaborar informes privados para el ente electoral.
En 2012 no fueron acompañantes y se
limitaron a hacer un seguimiento de la jornada como una misión de estudio. Pero
en 2013 aceptaron la invitación del Consejo Nacional Electoral (CNE) bajo las
nuevas condiciones. “Lo vimos como una situación especial”, justifica McCoy. El
Centro Carter, sin embargo, sí publicó un amplio informe sobre esos comicios
presidenciales, en que triunfó el candidato abanderado por el partido de
gobierno, Nicolás Maduro, con menos de 2% de diferencia con respecto al
candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonski. “Explicamos que además
de la delegación de acompañamiento, teníamos otra misión de estudio de expertos
como en 2012 y que teníamos planes de publicarlo y el CNE entendió eso”, dice.
Uso abusivo de recursos públicos y desequilibrio en el acceso a los medios de
comunicación de parte del partido oficial fueron algunas de las irregularidades
reportadas por el Centro Carter en este informe, el documento con mayores
críticas hacia la parte oficial entre todos los que han publicado referente a
elecciones venezolanas.
Por la puerta de atrás
La oficina en Caracas cerró el 31 de
mayo de 2015. Armando.info contactó al Centro Carter para conocer su versión
sobre un retiro que hasta entonces había sido silencioso: al día siguiente de
la consulta, el miércoles 5 de agosto, la organización emitió un comunicado con
información sobre su salida del país, noticia que fue difundida por los
distintos medios de comunicación, sin mayores pronunciamientos, hasta ahora, de
parte de líderes políticos del gobierno o la oposición sobre el tema.
McCoy y Vanolli, antiguos voceros del
Centro Carter en el país, aseguran haber renunciado a sus cargos por razones
personales, antes de la decisión. “Todo es una casualidad. Mi renuncia no tiene
nada que ver con Venezuela, y lo de Vanolli también es aparte, con sus razones
aparte”, asegura quien hoy figura como consultora senior del Programa de las
Américas. Dejó el cargo de directora, dice, por una oportunidad laboral como
directora del nuevo Instituto de Estudios Globales de la Universidad de
Georgia. “Tomé la decisión a principios de año, pero formalicé mi renuncia en
mayo”. La última vez que viajó a Venezuela, a principios de año, solicitó una
reunión con el CNE –pues acostumbraba reunirse periódicamente con la presidenta
del organismo, Tibisay Lucena–, pero no obtuvo respuesta.
Vanolli, por su parte, asegura que
también renunció dos días antes del cierre de la oficina en Caracas del Centro
Carter. “El día de mi despedida, es decir, el día anterior a que eso pasara, yo
aún no sabía nada. Es la verdad”, afirma. Desvinculados de la ONG, no se
consideran en posición institucional para dar luces acerca de la decisión. “Lo
cierto es que estos últimos diez años estuvo incapacitado de hacer una
contribución eficaz para la transformación del conflicto político de fondo en
Venezuela. Su presencia respondía a los vínculos afectivos y el interés
personal de Jennifer McCoy en Venezuela y ella no está más en el Centro”,
considera Diez, hoy representante para América Latina del Proyecto “Matriz de
Acuerdos de Paz” del Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz de la
Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos).
Los antiguos miembros de la delegación
venezolana del Centro Carter tampoco despejan las dudas sobre el retiro de la
organización, más allá de precisar que fue una decisión de la nueva
administración. La nueva directora ejecutiva del Centro Carter, Mary Ann
Peters, ex embajadora de Estados Unidos, y la nueva directora del Programa para
las Américas, Jennie Lincoln, consultora del gobierno de EEUU, ONGs y empresas
con base en su experiencia en América Latina; no contestaron a las solicitudes
de entrevista para este trabajo sobre la reorientación de las estrategias y
prioridades de la organización. De puntillas y por la puerta de atrás el Centro
Carter se va de Venezuela.