En esta columna
Tarso Genro, exministro de Justicia y de Educación de Brasil y exgobernador del
estado de Rio Grande do Sul, sostiene que la actual crisis brasileña se deriva
en parte de que el modelo impulsado por los gobiernos del Partido de los
Trabajadores, después de haber rescatado de la pobreza 35 millones de personas
y mejorar el nivel de vida de otros 20 millones, no fracasó sino que se agotó
al cumplir su meta, planteando nuevas exigencias insatisfechas a la sociedad.
Prensa. Via IPS.
Tarso Genro.
La
actual crisis política en Brasil emerge, fundamentalmente, de dos variantes
históricas. Primera, el agotamiento del modelo “lulo-desarrollista”, que
durante los gobiernos del presidente LuizInácio Lula da Silva (2003-2011)
rescató de la pobreza a 35 millones de personas y mejoró el nivel de vida de
otros 20 millones de brasileños.
La
segunda causante es la crisis del “sistema-mundo” financiero, que promueve sus
políticas de recuperación económica y de realización de sus ganancias mediante
la manipulación de los intereses que pagan los países endeudados, cuyos
gobiernos tienen estrechos márgenes de soberanía para encontrar salidas no
ortodoxas para cumplir con sus compromisos.
El
modelo lulista fue alimentado por el alto precio de las materias primas e
impulsó la inclusión social y el aumento del poder adquisitivo de los
asalariados. También efectuó ingentes inversiones en vivienda popular,
educación pública e infraestructura, y emprendió una política internacional de
relaciones diversificadas.
Lo
cierto es que quien está perdiendo con la demonización de la política y la
radicalización fascista que los medios de comunicación dominantes están
atizando contra el PT y la izquierda, es la democracia brasilera y la población
trabajadora, que puede sufrir un gran retroceso en sus conquistas sociales y en
su protagonismo político.
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Fue
un período de intenso diálogo social que abarcó desde los banqueros hasta son
“sin-tierra”. El modelo se agotó, no porque fracasó, sino porque al cumplir su
meta planteó nuevas exigencias a la sociedad. Los gobiernos de Lula
reestructuraron las clases sociales en Brasil, y ahora gran parte de la
población quiere proseguir el ascenso y mejorar su vida. Esto sería posible
solo mediante la reducción de las brutales desigualdades sociales.
No
existe otra manera de impulsar la economía sin aumentar el endeudamiento, o sea
mediante la expansión de la demanda en un gran mercado interno de masas de este
país de 204 millones de habitantes que, según los parámetros del capitalismo
avanzado, en gran parte continúa en nivel de subconsumo.
Brasil
posee riquezas inexploradas. El caso más evidente es la inmensa reserva de
petróleo de aguas profundas costa afuera. Aparentemente, la actual crisis
política se origina en la corrupción. En realidad sería correcto decir que la
crisis se agravó en función del descubrimiento de casos de corrupción
enquistados hace décadas en el aparato estatal que fueron revelados durante los
gobiernos de Lula y el actual de DilmaRousseff. Esos casos nunca habían sido
investigados con eficacia e independencia, como ha sucedido ahora.
La
corrupción nace de acciones internas dentro de sistemas de poder de tipo
criminal, incrustadas en el Estado, proveniente de gobiernos anteriores a los
del Partido de los Trabajadores (PT), el de Lula y Rousseff, y que parte de ese
PT “utilizó” para beneficio propio y para poder gobernar.
Esto
fue posible por la valorización de los órganos de control e investigación,
principalmente durante los gobiernos de Lula. Porque así como el PT compartió
con los demás partidos la corrupción instalada en el Estado y el sistema
político, también lo es que la corrupción nunca fue tan combatida como durante
los gobiernos del PT.
Pero
esta es también una crisis “bendita”, porque después de este ciclo resurgirá
una nueva conciencia anticorrupción en el país, en las elites políticas y
empresariales y, finalmente, porque si el PT quiere sobrevivir como exponente
de una utopía democrática e igualitaria, deberá acometer una profunda reforma
organizativa, programática y ético-política.
La
crisis política en Brasil no puede ser comprendida integralmente si no se
consideran dos factores vitales en la historia nacional. Primero, que este es
el periodo democrático más prolongado de su historia. que transcurre con el
fortalecimiento de la Constitución de 1988, que aunque haya sido producto de un
pacto conciliado con el régimen militar, encaminó al país hacia una democracia
social, cuando paralelamente estaba retrocediendo a escala mundial, presionada
por las reformas neoliberales.
Segundo,
que la jerarquía social brasileña tiene profundísimas desigualdades sociales y
contrastes económicos, resultantes de las políticas de una elite culturalmente
colonial-esclavista, renuente a todo tipo de distribución de la renta a través
del Estado, al que considera un intruso que pretende apropiarse de su riqueza privada.
Estos
dos factores originan la crisis como ámbito de disputa por el poder y por la
definición del modelo de desarrollo y de la reforma del sistema político que
tendrá lugar en el período venidero. En el centro del proceso está la siguiente
disyuntiva: ¿el modelo de Estado y de sociedad que será reestructurado, en el
marco de la crisis global, será más aproximado al modelo social europeo
(adaptado a las condiciones brasileras) o cristalizará en una sociedad del tipo
“tres tercios”?
En
esta última, un tercio de miserables, un tercio de pobreza relativa y un tercio
de incluidos plenamente, coexistirían en una democracia con espasmos de
excepción y autoritarismo. Lo que se disputará en Brasil en las próximas
décadas, por lo tanto, no será la implementación de un régimen socialista o
“poscapitalista”, actualmente sin paradigmas, sino si tendremos un proyecto
nacional democrático, con más o menos cohesión social, con más o menos
desigualdades y pobreza.
La
posibilidad de una democracia social se comenzó a construir en los gobiernos de
Lula, mantenida en el primer gobierno de Rousseff (2011-2015), cuyo segundo
período, iniciado en enero de este año, fue forzado por circunstancias
políticas internas (el sistema de alianzas) e internacionales (la crisis financiera
mundial) a abandonar ese rumbo y a adoptar las propuestas de política monetaria
exigidas por la oposición liberal y neoliberal.
Lo
hizo sin consultar a la base de su propio partido y a la base social y
parlamentaria que la apoya con creciente insatisfacción. Este es el impase que
hoy rige la coyuntura política brasileña y que estimula, por parte de la
oposición, intentos golpistas “dentro del orden”, como sucedió en el caso de
Paraguay con el presidente Fernando Lugo, destituido en 2012 por un pronunciamiento
parlamentario.
Pero
la crisis presenta dos aspectos malditos. Por un lado, nunca fue sembrado tanto odio contra una
parte de la sociedad representada por el PT y los demás partidos de izquierda,
lo que abrió heridas de difícil cicatrización. Cualquier gobierno que suceda al
actual, considerado de izquierda pero en verdad centrista de cuño democrático y
social, si no pudiese responder rápidamente a las demandas actuales, será
violentamente desestabilizado por grandes movimientos de masas que se sentirán
engañadas por los grandes medios de comunicación y los partidos conservadores,
o falsamente socialdemócratas.
Por
otra parte, la encarnizada campaña contra los gobiernos del PT ha generado una
situación de inestabilidad económica que, aprovechada por el sector rentista,
aumenta la fortuna de los más ricos y empobrece al resto de la sociedad. Según
datos publicados por fuentes confiables “las fortunas han vuelto a crecer en el
primer semestre”, lo que implica que el déficit social aumenta, combinado con
la reducción de las funciones del Estado.
Aún
es temprano para prever el destino del PT y del gobierno de Rousseff. Pero lo
cierto es que quien está perdiendo con la demonización de la política y la
radicalización fascista que los medios de comunicación dominantes están
atizando contra el PT y la izquierda, es la democracia brasilera y la población
trabajadora, que puede sufrir un gran retroceso en sus conquistas sociales y en
su protagonismo político.
Asistiremos
a excesos lamentables, durante este período de enjuiciamiento de los antiguos
sistemas de financiamiento ilegal de los partidos y de corrupción, impulsados
por las disputas de protagonismo entre las instituciones del Estado, y por la
manipulación política que los mayores medios de comunicación promueven, en este
tema, contra Lula y el PT.
Editado
por Pablo Piacentini