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viernes, 10 de junio de 2016

Enlazando a Elorza por José Luis Cestari Villegas

Tengo muchos amigos, porque creo en la amistad.  Hay una cantidad de anécdotas interesantes que he vivido junto a algunos de ellos. 
Prensa. Senderos de Apure.net.
Via: José Luis Cestari Villegas
Sucedió que una mañana, una de las tantas en que –religiosamente- caminaba en el parque Leonardo Ruiz Pineda con mi fraterno Régulo Cerezo Graterol, como era usual siempre se nos anexaban mi primo Orlando Botello y los buenos amigos Orlando Salas y Víctor Figueredo.  Entre los dos Orlando y Víctor aderezaban la caminata con chistes, anécdotas y comentarios generales.  Cállabamos, Régulo y yo, escuchando, riéndonos de algunas cosas graciosas o chistes que contaban.  Cuando tocaban el tema de Apure, Orlando Botello, Régulo y Víctor casi volaban.  Es  increíble cómo los llaneros permanecen sembrados en su llano y sus tradiciones, a pesar de residir en otros pueblos y ciudades.  Uno echaba un cuento, el otro echaba un chiste y así, entre risas y buen humor terminábamos la primera parte de nuestra ración diaria de cariño con nuestro cuerpo.  Mientras no llegaban Orlando y Víctor, casi siempre Régulo me hablaba de su pueblo, Elorza.  Fueron muchas las veces que me invitó a acompañarlo, pero él nunca imaginó que llegaría un día en que le aceptaría la invitación. 

Tal como convenimos, coincidí con Régulo en Valencia, en una Semana Santa.  Nos bajamos mi esposa y yo del autobús aquélla mañana, y Régulo me pasó buscando por el terminal.  Mi esposa se quedó esos días donde su familia, quienes también la habían ido a buscar allí.  Iba yo tan sólo con una maletica de mano, ya no tan nueva, con ruedas;  allí llevaba, entre otras cosas, una gran hamaca y, por las orillas y encimita, lo que me cupo de algo de ropa, cepillo de dientes, etc.  Por cierto, desde ese singular viaje que hice al pueblo de Régulo mis hijos bautizaron mi eximio y curioso equipaje como la maletica de Elorza, famosa desde ese día por tener capacidad para meter grandes cosas en su interior, sin que nadie pudiese explicar cómo cabían.

Bastante audaz pasando carros por las curvas de San Carlos, mas sin embargo Régulo hizo gala de buen conductor...aunque un poco veloz para el standard de la mayoría, a mi modo de ver.  Haciendo honor a la verdad, venía yo casi que soldado, encementado al cinturón de seguridad y adónde pudiese agarrarme, sobre todo en una recta donde el tipo le metió a su Camry 200 kph y venía pasando textos.  Confieso que me encomendé a mi Padre Creador, admitiendo el riesgo que había tomado al ser el acompañante de aquél insospechado piloto de carreras.

Las carreteras venezolanas tienen el encanto de sus polícromos paisajes, pero el llano disfruta de una belleza especial.  Aquellas grandes extensiones de tierra absolutamente plana siempre me han producido una sensación de amplitud corporal y mental muy agradable.  Sin buscarlo, transitando con Régulo por esas regiones vinieron a mi memoria recuerdos  gratísimos de mi lejano pasado, cuando de niño miraba los esteros y me preguntaba quién los mojaba, o miraba las blancas garzas o las corocoras y me preguntaba quién las pintaba, o simplemente me maravillaba ante la majestuosidad inalcanzable del horizonte.  Pasaron las horas...hablamos de todo...nos detuvimos en un sitio estupendo donde hacen todo con miel de abejas...otro donde venden cualquier modalidad de comida criolla, exquisita...en fin, íbamos tan entretenidos viendo las babas (un tipo de lagartos) y el pasto verdecito y, sin que me diera cuenta, mi amigo llanero me dijo: -“Mira, José Luis, ya estamos llegando”. –Miré, y allí estaba el puente “Lauro Carrillo”, sobre el río Arauca.  A su orilla, el pueblo de Elorza.  Curiosa la sensación que tuve al pasar el puente, parecida a las otras veces en que –cuando era adolescente- sabía que estaba en el mero núcleo de una aventura, sin saber exactamente ningún otro detalle. 

A medida que avanzábamos rumbo a su casa materna, Régulo me iba informando: -“Esta es la calle tal o cual...en esta esquina vive (o vivió) un tipo que era el cura del pueblo pero colgó los hábitos y se casó con Fulanita, etc.  “En esta casa vive el señor tal o cual, etc.” Y yo callaba, absorbiendo toda aquella interesante información del pueblo de mis ancestros maternos, la familia Borjas Flores, de los primeros fundadores de Elorza.

Hasta ahora tú, querido lector, vas siguiendo este relato de forma, digamos, lineal, de acuerdo a como te ha ido llevando la narrativa.  Pero hay otro giro informativo interesante que te contaré:  Sucede que desde hace ya cerca de veinte años, mi hermano y compadre Víctor Medina y yo descubrimos un maravilloso sistema de decodificación lingüística, basado en los trabajos sobre Sincronicidad, de Carl Gustav Jung.  Sincronicidad (sin-, del griego συν-, unión, y χρόνος, tiempo) es el término elegido por Carl Gustav Jung para aludir a la simultaneidad de dos sucesos vinculados, pero de manera acausal, es decir, no causal. Decía Jung: “Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar”.  Es decir, Víctor y yo descubrimos el uso de la multisensorialidad  para decodificar con multisistemas o multifactores de análisis los multilenguajes que podemos percibir en una sola unidad de tiempo.  Desconocemos que esto se haya hecho antes –casi aseguramos que no- pero en todo caso desde hace ya tiempo hemos hecho el registro legal respectivo, al menos en lo que se refiere a nuestro bienaventurado hallazgo científico.  Pues bien, sucede que en una ocasión que trabajábamos en unos códigos, mapas y anagramas, sincronizaron armoniosamente Elorza, Caracas y Maracaibo, lugares éstos donde –“casualmente”-teníamos posibilidades ciertas de ir.  Excepto Elorza, y fue allí donde el nombre de nuestro fraterno Régulo se insertó en el plan, como la figura que faltaba en el rompecabezas.  Muy largo sería el entrar en detalles de los intríngulis de estos viajes, pero lo cierto fue que las tres locaciones fueron “tocadas” por nuestros respectivos “desplazamientos geográficos”, en aquélla Semana Santa bastante difícil de olvidar y con propósitos especiales que este tipo de relato no permite expresar aquí.

Llegamos a la casa de Régulo, donde la familia Cerezo Graterol, gente muy querida y respetada en Elorza.  Permitiéndome disgregarme un poco, vale acotar que Elorza es la capital del Municipio Rómulo Gallegos del Estado Apure y tiene aproximadamente alrededor de treinta mil habitantes, no tengo la cifra exacta actualizada.  Elorza tiene la particularidad de haber compartido su casco urbano con la vecina República de Colombia hasta la presidencia de Eleazar López Contreras. La parte venezolana o zona este, recibía el nombre de Elorza en homenaje al prócer Andrés Elorza, y la parte colombiana o zona oeste, se llamaba El Viento. Según lo que logré también informarme, las comunicaciones están basadas en dos carreteras, una que comunica con las poblaciones de Mantecal y Bruzual y otra que comunica con La Trinidad de Orichuna y  Guasdualito.  Hay diversos puntos fluviales a través del río Arauca, y un aeropuerto que asegura la comunicación aérea.  Todos los años, el 19 de marzo, y en honor al patrón San José (importante ítem linguístico en nuestra codificación previa al viaje), Elorza se viste de fiesta para recibir a sus hijos, que residen en otras latitudes y vienen a celebrar junto a familiares y amigos las fiestas patronales.   Anualmente se incrementa la cantidad de visitantes que acuden a disfrutar de la amplia variedad de manifestaciones folklóricas en Elorza, haciendo de esta manera honor al nombre de "Capital Folklórica de Venezuela" con el que se conoce a este simpático pueblo fronterizo de nuestra linda patria.

Una casa estilo francamente colonial en una calle tranquila, a pocos metros de la orilla del río Arauca.  Los padres de Régulo, gente de edad pero aún fuertes y muy activos, diéronme la muy cariñosa bienvenida que en realidad esperaba, pues conozco el alma de los llaneros, amplia y fraterna como la tierra aplanada y luminosa en la que habitan.  Más que conocerla, llevo ese patrón llanero en mi corazón, pues toda mi familia es de allí, del llano.  Y allí en Elorza, burbujeaba mi sangre y mis genes al contacto con el mismo suelo que otrora pisaban mis ancestros maternos, la dulce y respetable estirpe de mis bisabuelos Félix Borjas y Sofía Flores, con su respectiva descendencia (mi abuela, incluída), personas que, como sigue siendo costumbre en muchas regiones de Venezuela, aman atender espléndidamente a propios y extraños.  Los llaneros son la gente más alegre, equilibrada y amorosa que conozco, hasta ahora.

Con muchísimo cariño y esmerada atención, Régulo Cerezo y sus padres me cedieron una confortable habitación, impecable, con aire acondicionado.  Sus hermanos fueron llegando, de otras zonas del país. Ya casi de noche...la cena, y luego...llegó la hora de la rumba, como decimos...Régulo, dos de sus hermanos –Guillermo y Osiris, según recuerdo- y yo caminamos apenas unos metros de la acera de su casa y llegamos a la licorería...compramos unas cuantas cervezas y nos ubicamos en el patio central de la casa...sillas, joropos  y una cavita para las frías...relajante rato...me acosté más temprano que ellos, cansado del viaje.  Muy temprano en la mañana saborée el cafecito de doña  Margarita, y luego me paré en la puerta, buscando señal telefónica para llamar a Rosiris.  En un pequeño recuadro de metro y medio logré una rayita de señal...todos bien por allá.  Otro cafecito provocaba...caminé por la acera buscando algún negocio donde tomarlo, cuando: “¡José Luis!” –Increíble...a tantos cientos de kilómetros de Ciudad Bolívar y alguien, a esa temprana hora, llamándome por mis dos nombres...¡Era el primo Moncho Ojeda!..lo conocí en Ciudad Bolívar...en aquella ocasión me contó un remolino de asociaciones familiares que explicaban por qué éramos familia. –“¿Qué haces por ahí tan temprano, primo?”-“Bueno, Moncho, Régulo y sus hermanos todavía duermen, y yo salí a ver si encontraba dónde tomar un cafecito”. –“No, primo, venga que le tengo algo bueno”. – Lo acompañé a su camioneta, y como de un sombrero de copa me coronó con una friíta a esa hora...bueno, uno a veces no puede negarse, aunque quiera...el Moncho se portó a la altura conmigo; me mostró el pueblo y sus alrededores, conocí dónde había sido la casa y el comercio de mis bisabuelos, también la extensión de terreno que correspondía a lo que fue el hato “La Aurora”, propiedad también de mi familia; fui con él al cementerio y con un cuatro cantamos ante una tumba(!!!)...luego al campo de su suegro...música y carne asada en vara...pisillo de chiguire...baba...yuca...ensalada...dulces.  Comenzó a llover y le dije que me llevara donde los Cerezo...se nos pegó la camioneta en un barrial de arcilla(!!!)...culminé así ese Jueves Santo, lleno de tantas bondades y cosas insólitas.

El Viernes Santo sí anduve con Régulo...nuevos manjares llaneros y esmerado trato. ¡Cómo olvidar los buñuelos con miel hechos por su señora madre!  Visitamos la Iglesia de San José, donde no está Jesús Crucificado sino Su Imagen, ascendiendo...es una Imagen preciosa, como si Nuestro Señor vá subiendo, en el aire...en los exteriores de la edificación, pájaros e indígenas...un chamán se nos acercó y nos hizo unos cánticos sagrados, en su lengua nativa...sentí su bendición...más tarde, nos incorporamos a la Sagrada Procesión del Nazareno, bajo un calor espantoso...ya dentro de la iglesia de nuevo, creímos asixiarnos por la elevada temperatura.  Más sabíamos que cumplíamos con un deber espiritual.

Llegó el sábado, día de regresar.  Raudo partimos temprano en la mañana, y paramos a almorzar en el sitio criollo que antes les mencioné.  Luego, Régulo se quedaría en Acarigua, donde su esposa y familia.  El me dejó en el terminal, allí conseguí abordar una buseta hasta Valencia. 

Llegué aún en horas luz a la quinta “Los Medrano”.  –“Hola”, saludé con voz algo apagada, porque venía deshidratado del intenso calor.  Si noté que, con ojos de asombro disimulado –y creo que también conteniendo una risita cómplice- tanto Rosiris como nuestros demás familiares me exploraban y evaluaban de arriba abajo.  No se me ocurrió verme en el espejo, pero me cuentan que llegué con mi maletica de Elorza, como tapizado en tierra roja, con ropa y sandalias inmundas y el cabello como si me había peinado con un clavo caliente.  ¡Todavía usan ese episodio de mi vida como aderezo cómico de cualquier reunión de familiares y amigos! Iría a Elorza de nuevo, lo que no estoy seguro es si lo haría con el mismo piloto de carreras, jajaja.

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