A
partir del domingo 4 de septiembre, Agnes Gonxha Bojaxhiu -Teresa de Calcuta-
es santa, 13 años después de ser beatificada por San Juan Pablo II. Proclamar
la santidad de la religiosa que dedicó su vida a los más pobres entre los
pobres es uno de los actos más importantes instaurados por el Papa Francisco en
el Año de la Misericordia
Prensa.
Estimulo.com. @Emily_Avendano
Las campanas de la Iglesia San Gerónimo,
en Cocorote, repicaron. Cuando la Madre Teresa de Calcuta llegó a ese pueblo
del estado Yaracuy no las dejaron frente al templo. Ella y las cinco hermanas
que la acompañaban caminaron varias cuadras antes de pisar el santuario y en
todo ese tiempo las campanas nunca dejaron de sonar, y siguieron haciéndolo
incluso cuando entraron a la capilla y dieron gracias por haber podido llegar a
Venezuela después de todos los obstáculos.
Hace 51 años Yaracuy pertenecía a la
Arquidiócesis de Barquisimeto. Ángel Romero, párroco de Cocorote, recuerda que
era una zona desasistida de presencia eclesiástica hasta un encuentro religioso
celebrado en Roma. El entonces arzobispo de Barquisimeto, monseñor Críspulo
Benítez Fontúrvel y el Nuncio Apostólico de Calcuta afinaron los detalles. El
de Calcuta le habló al de Barquisimeto sobre la Congregación de las Misioneras
de la Caridad y el primero estuvo contento de recibirlas; aunque no fue cosa
sencilla. Se necesitó intervención divina.
La Madre Teresa fue junto con otras
cinco misioneras a Roma para recibir la bendición del papa Pablo VI –ahora
beato, como lo fue la monja hasta el domingo 4 de septiembre. La traba fue
burocrática. Las hermanas necesitaban una visa para ingresar al país y el
trámite retrasó su visita durante semanas. Pero Dios siempre ha estado del lado
de estas misioneras que han encontrado en la providencia divina el motor de su
vocación. Para recibir las visas tuvieron que viajar a Francia y, de nuevo como
cosa de Dios, se encontraron al padre Tomás Mompo, que había sido párroco de
Cocorote y las ayudó en la diligencia. Se subieron al avión, pero no llegaron a
Venezuela sino a Puerto Rico, pasaron la noche en la isla, hasta que un segundo
aeroplano las trajo a Maiquetía. Pero no hablaban español, así que fue entre
señas y sonrisas que lograron llegar primero a San Felipe y después a Cocorote.
“Todas las dificultades y todo lo que
pasaron para poder llegar a Venezuela la convenció de la necesidad de su obra
en esta tierra”, asegura monseñor Víctor Hugo Basabe, obispo de la Diócesis de
San Felipe y secretario general de la Conferencia Episcopal. Entonces, la
Congregación de las Misioneras de la Caridad tenía apenas 15 años de fundada, y
esa casa de abrigo fue la primera que la Sierva entre los Siervos fundó fuera
de la India.
“Para hacer que una lámpara esté siempre
encendida, no debemos de dejar de ponerle aceite”, dijo alguna vez la religiosa
que recorrió los barrios más pobres del mundo, para llevar consuelo a los
olvidados. La Hermana Teresa obraba desde el ejemplo, así que mientras pudo
visitó con cierta periodicidad Venezuela para ser la luz de los enfermos bajo
su cuidado. A la hermana no le gustaban los regalos ni las ostentaciones, así
que Cocorote la recibía siempre con flores y con los actos culturales hechos
por los niños de la catequesis del Buen Pastor. El ejercicio de educación
inicial en la fe a cargo de la Misioneras de la Caridad en Venezuela.
La Casa de la Caridad en Cocorote no fue
la única que la congregación fundó en el país. Hay una segunda en Yaracuy, en
el poblado de Marín, que abrió cuatro años después. Luego crearon las de Catia
la Mar (Vargas), San Félix (Bolívar), Barquisimeto (Lara) y Carapita y Petare,
en Caracas. “La caridad tiene dos facetas. Una es la atención a los más
necesitados entre los necesitados, que es el que practican en las casas de
abrigo, cuidando con amor a quien más lo necesita, y el otro servicio a la
caridad es la catequesis. Buena parte de los jóvenes de Yaracuy han sido
formadas en la fe por las misioneras”, asegura Basabe. El padre Ángel se cuenta
entre quienes recibieron la catequesis del Buen Pastor, cuando era un niño en
el pueblo de San Javier.
La Hermana Francella es una de las
misioneras apostadas en Cocorote. Es oriunda de Belice y conoció el trabajo de
la congregación en Jamaica. La vestimenta sencilla y el trabajo con los niños
pobres la conmovieron al punto de impulsarla a unirse a la hermandad.
Particularmente la cautivó una frase de la ahora santa: “Yo soy el lápiz de
Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe aquello que quiere”. Francella
se ha convertido en uno de los lápices de la Casa de la Caridad en la que
tienen a su cargo a 25 hombres que fueron abandonados a su suerte. Hizo votos
de obediencia, pobreza, castidad y de servicio libre y de todo corazón a los
más pobres entre los pobres. Trabaja por su fe y también por convicción.
Siempre confiando en la providencia de Dios: “El Señor nunca nos abandona. Él
siempre va a proveer y eso es verdad. Sobre todo en estos tiempos difíciles
hemos logrado que quienes tenemos bajo nuestro cuidado tengan siempre sus tres
comidas. Contamos con la generosidad de la gente”.
Recibir sin pedir es el reto de las
misioneras. “Es muy hermoso el trabajo que realizan. Amoroso y cuidadoso.
Ayudan a personas con cuadros difíciles en unas situaciones bien particulares,
y siempre están bien cuidados y aseados. Nunca va a haber una cama sin hacer o
malos olores; y no andan pidiendo dinero. Quien ayuda lo hace porque quiere. En
los momentos de más necesidad siempre cualquier persona aparece con algo”, dice
Basabe. Yaracuy fue una tierra bendita por los pies de la Madre Teresa, quizás
por eso la providencia siempre cumple. Incluso, hace dos meses, cuando se
estaban quedando sin nada, y la preocupación comenzaba a asomarse. Un donativo
sirvió para alimentar no solo a Cocorote, sino también a las 40 mujeres bajo
cuidado en Marín.
La fama de santidad de Teresa en Yaracuy
la tiene asegurada incluso antes de su muerte. Allí en Juan José de Mayer, la
Madre Teresa de Calcuta ya tiene una capilla dedicada todavía siendo beata.
Bienvenida a los altares
Como obra de la misma providencia, 2016,
Año de la Misericordia, fue el escogido por el Papa Francisco para canonizar a
la Madre Teresa de Calcuta, una de las mujeres más emblemáticas del siglo XX
que se destacó justamente por su misericordia para con los “más pobres de los
pobres”, como a ella misma le gustaba decir. A un día de cumplirse 19 años de
su fallecimiento, el pontífice la eleva a los altares, luego de certificar la
curación de un hombre brasileño, gracias a su intercesión.
De sangre albanesa y nacida en Skopje,
Macedonia, Agnes Gonxha Bojaxhiu –su nombre de bautismo– nunca le hizo ascos a
los necesitados, a los enfermos. De hecho, dejó su puesto como directora del
colegio St. Mary en la comunidad de Loreto Entally, luego de un encuentro con
un moribundo famélico en una calle de Calcuta. Entonces repensó su vocación.
Recibió su “llamada dentro de la llamada”, adoptó el sari blanco orlado de azul
y se puso al servicio de quienes no tenían a nadie para morir con dignidad.
Llegó a decir: “Cuando nos ocupamos del enfermo y del necesitado, estamos
tocando el cuerpo sufriente de Cristo y este contacto se torna heroico; nos
olvidamos de la repugnancia y de las tendencias naturales que hay en todos
nosotros”. La orden de las Misioneras de la Caridad fue fundada oficialmente en
la India en 1950. Hoy tienen presencia en más de 100 países y hay más de 4.500
hermanas repartidas en el mundo.
Una Nobel en la ONU
Quizás es la religiosa más conocida del
planeta. El cardenal venezolano, Jorge Urosa Savino, afirma sin pudores que se
trató de una de las personalidades mundiales más importantes del siglo XX. “Se
destacó por su carácter emprendedor. Su iniciativa, personalidad y tremenda
fuerza espiritual; y sobre todo por su inmenso amor a Dios a través de los
pobres”, destaca.
Esa iniciativa sin parangón la llevó en
1979 hasta el Nobel de la Paz. La monja no desaprovechó la oportunidad para
solicitar que todos los gastos de protocolo más el monto del premio fueran
donados a sus menesterosos. “En un mundo volcado al dinero y al poder, ella
supo alejarse de lo mundano y dedicarse a sus obras. Lejos de la ambición y la
codicia. Eso lo replican las hermanas de la congregación acá en Venezuela, por
eso les va bien”, reafirma Urosa.
Teresa además era una ferviente
defensora de la vida. En 1985 fustigó a los representantes de la ONU con su
discurso en contra del aborto: “Creo que el mayor destructor de la paz hoy es
el aborto. Porque Jesús dijo: ‘Si recibís a los más pequeños, me recibís a Mí’.
Así que todo aborto es un rechazo a recibir a Jesús, es el desprecio de recibir
a Jesús. Realmente es una guerra contra los niños matar a directamente a un
niño inocente, asesinado por su propia madre”. En este mismo discurso lanzó su
famosa frase: “Hay que amar hasta que duela”.
En esa alocución la Madre Teresa admitió
que una de las cosas más exigentes en su vida era viajar “y con publicidad”, y
entonces agregó: “Yo le dije a Jesús que si no voy al cielo por cualquier otra
cosa, que iré al cielo por lo menos por todos los viajes, con toda la
publicidad, que hago, eso me ha purificado y me ha sacrificado, y en verdad me ha
preparado para ir al cielo”.