Patricia
Andrade, una defensora de los derechos humanos venezolana, es ahora el alivio
de sus compatriotas que llegan a Miami apenas con las maletas y sin la
posibilidad de adquirir lo básico para solventar sus primeras semanas en EE.UU.
Prensa. EFE.
Andrade
reparte cada viernes colchones, muebles, lámparas, sabanas, toallas, ollas,
vajillas, juguetes a los venezolanos recién llegados, que en su mayoría son
jóvenes profesionales con hijos pequeños.
“Lo que más me duele es ver a las familias jóvenes que cuando llegan sus
bebés duermen igual que ellos en el piso, entonces ellos piden primariamente
una cama para sus hijos”, explicó Andrade a Efe.
De
invadir la sala de su casa con las donaciones de la comunidad venezolana en
Miami (Florida), Andrade pasó a rentar una bodega en Doral, ciudad aledaña a
Miami con una gran población de venezolanos, y ahora ya son cuatro llenas de
enseres. Lo que empezó como una ayuda informal a los venezolanos que huyen del
país ante la crisis económica y la escasez de alimentos, ahora lleva el nombre
de Raíces Venezolanas, un programa que Andrade fundó en enero pasado como parte
de su organización de derechos humanos Venezuela Awareness.
“La
situación ya no daba para más, sobre todo para los que tenemos niños”, explicó
hoy a Efe Bianca Fernández, quien llegó a Miami la semana pasada con su esposo
y dos hijos, de 5 y 2 años, y están temporalmente hospedados donde unos
conocidos. “Necesitamos cosas de cama y de cocina… no la cama todavía, pero en
lo que nos mudemos, no vamos a tener nada. Por lo menos necesitaremos lo básico
donde dormir donde sentarse”, expresó la joven venezolana que pasó hoy a
recoger sabanas y algunas cosas para la cocina.
Fernández
y su esposo, ambos analistas profesionales de laboratorios clínicos, se vieron
obligados a salir de Venezuela la semana pasada porque allí sienten que ya “no
hay sueldo que rinda”. Andrade, quien llegó hace cerca de treinta años al país,
dijo que todos los que llegan a las bodegas se vieron obligados a salir, “aquí
nadie viene de turismo”.
Precisó
que el perfil de estos inmigrantes es de “ingenieros, médicos, jueces… la clase
media profesional”, y todos con “optimismo y ganas de trabajar”. “Todos llegan
con un ánimo y un positivismo que este país es el de las oportunidades”,
agregó.
Andrade
y su grupo de voluntarios reciben a los inmigrantes en las bodegas, y con lista
en mano comienzan a buscar lo que necesitan de donaciones “usadas, pero en buen
estado”. Marily Fuenmayor, quien llegó el pasado 14 de julio a EE.UU., fue hoy
con su bebé de siete meses a la bodega por una mesa, un televisor y una
lámpara, entre otros artículos.
“Con
el bebé ya todo es más difícil. En Venezuela no se consiguen las cosas, tenía
un trabajo fijo, pero eso no alcanza para sobrevivir y tuvimos un robo bien feo
y nos estaban amenazando”, indicó. Nipcey Araújo, quien llegó hoy por sabanas,
toallas y ropa para su hija de 7 años, contó que su esposo era policía en
Venezuela y tuvo “un problema con grupos armados afectos al Gobierno” y
tuvieron que salir del país.
Andrade
confesó que al principio cuestionaba que muchas de las mujeres que llegaban
corrían el riesgo de viajar a punto de dar a luz, pero ellas le decían que no
tenían otra opción. “Qué quieres que haga si en Venezuela no hay comida, no hay
leche, no hay pañales, no hay medicina, no hay comida, preferí arriesgarme y
venir”, recordó que le decían.
“Llegamos
solo con las maletas, pero con ganas de trabajar, sobre todo por los niños”,
aseguró por su parte Fernández. “No tenemos nada, necesitamos todo, los que
estamos saliendo de Venezuela, estamos saliendo con las maletas, con lo mínimo
que uno puede venirse”, agregó.
Andrade,
quien tiene una “lista de espera para colchones”, dice que está preparando un
paquete en un supermercado para aquellos que quieran donar una bolsa que
incluya una cafetera, almohadas, cobijas y una vajilla. “Las raíces nuestras son venezolanas y
tenemos que pensar cuáles frutos vamos a dar aquí, en Estados Unidos, con esas
raíces”, expresó.