Crónica.
ALJER. Alto Apure.
CUENTOS
DE JUAN DE LA CALLE (III PARTE)
En la anterior entrega de mis jácaras
hacía referencia al deseo de quedarme en Guasdualito, y el echar raíces después
de salir del cuartel. Ese era mi deseo, me enamoré de ese pueblo llanero
atrayente, y a decir verdad de una que otra muchacha bonita que conocí en mi
tiempo de servicio militar. En esos años Guasdualito era un pueblo bonito y
sano, lamenté mucho no quedarme y morirme en él. El destino no compartía mi
sentir.
Yo, Juan de La Calle, siempre he sido
una persona autoinstruida, sin diplomas ni grandes títulos, pero con el buen
hábito de la lectura diaria y contemporánea, lector de Kalimán, el de serenidad
y paciencia; Arandú, el de vencer es la ley de mi raza; de Doña Bárbara y
Santos Luzardo, del sabio Andrés Bello y del maestro Uslar Pietri, de este
último no perdía su programa Sembrar El Petróleo, mucho aprendí viéndolo por
TV, aunque lo de siembra quedo en veremos o para más adelante.
Sin ser artista filósofo he establecido
mi propia filosofía de vida. Estudioso de las caídas y agradecido de la vida,
he aprendido a tener y a no tener, a entender que algunas veces estamos arriba
y otras veces en el subsuelo, que las verdaderas amistades están en las buenas
y malas, no como algunas, que las riquezas las atrae y al terminarse se
diseminan con los gases de la atmosfera o la estratosfera, ambas ellas: capas
esféricas invisibles pero existentes; hago uso de la metáfora invisible porque
así existen amistades capaces de vender sus almas y desaparecerse por cuatro
lochas, así no es bueno vivir. Pero así es el mundo y así será siempre.
Cumplido el tiempo exigido en el
servicio castrense, llegó el momento de decir adiós a mi vida militar. Eso lo
sentí, a decir verdad no deseaba salir, quería continuar sirviéndole al país
desde mi modesta posición. Recuerdo parte del discurso de despedida de mi
coronel Peña Martínez, él citaba con repetición una frase del señor comandante
Napoleón Bonaparte: La victoria pertenece al más perseverante. Al oírla mi
curso Epaminondas Cuello me preguntaba en baja voz: ¿Quién es ese señor curso?
y la verdad para ese entonces tampoco yo sabía, Buenas Partes es un don amigo
del coronel, fue lo que se me ocurrió contestarle.
Siempre agradeceré a mi coronel el
aprecio para con todo su batallón, hombre recto y digno como pocos he conocido;
a su despedida me obsequio un diccionario grande de un señor de apellido
francés Larousse o Laurencio traducido al español, e igualmente un libro de
historia de Venezuela del insigne Eduardo Blanco. Sus palabras las recuerdo
bien, fueron: Juan de La Calle conserve estos ejemplares, le serán útiles en
sus años terrenales, enriquecerán su intelecto y lenguaje. Aún los conservo en
buen estado, y serán parte de la herencia que dejare a mis familiares cuando
llegue el tiempo de mi rendición mortal.
Para esos años, las diversiones en el
pueblo eran pocas, pero buenas y sanas, y eso era lo importante. En los
permisos y venidas a Guasdualito, aprovechábamos disimuladamente para observar
la cartelera de películas del cine del señor cinematógrafo Carranza. Varias
veces asistimos a la moderna sala de cine, mi compadre Abrahán Barrido Salas y
el soldado Bravo Sequeda se quejaban siempre por el tremendo calor del recinto,
eso parecía una caldera de vapor, por lo general nos sentábamos retirados de
los ventiladores ya que estos desde el inicio al final danzaban
vertiginosamente de un lado a otro, alguien decía que había caído uno
decapitando atrozmente un soldado, algunos asistentes cuando nos observaban
decían la chanza: esta noche va haber otro soldado difunto - pero que no sea
yo, eran mis palabras mentales. En lo particular me concentraba más en esos
instrumentos de aire que en las películas.
En una oportunidad se proyectaba en
doble tanda: Santos el Enmascarado de Plata contra Huracán Ramírez, y en la
otra Power Black con Sergio Oliva y la cantante Puma Lila Morillo. Al terminar
las películas fue tanta la impresión que salimos como quien dice: sacando
pecho, sin respiro y metiendo estómago con intestinos incluidos, todos
influenciados sicológicamente por algunos de esos actores del séptimo arte.
Siempre he sido prácticamente del
deporte en forma aficionada, no profesional. Eso se incrementó en esa época por
la siguiente razón: en esos años estaban de moda los campeones mundiales
Betulio González y Rocki Balboa Sánchez, además de estos púgiles estaban muchas
historietas de Juan Sin Miedo y una novela de Radio Rumbos cuyo nombre era
Martin Valiente. Entusiasmado por los personajes solicitamos el permiso para la
práctica del físico culturismo en grado uno, es decir; de forma primitiva.
El levantamiento de pesas era en grado
artesanal, estas cosas eran unas latas de aceite Diana rellenas de cemento y
piedras, incluimos muchos abdominales y el trotar todos los días después del
primer toque diana. Asumí el reto de ser el instructor, aunque también a decir
verdad, el resultado de esa dinámica física no fue del todo bueno. La
animosidad de los pesistas del grupo conllevo a una serie de hernias lumbares y
torceduras en las muñecas, nombre científico Macizo Óseo Carpiano. Fuente de
esta definición: Revista Atalaya.
En las cercanías de la celebración del
día de la juventud el Conscripto recibió la invitación para participar en un
Maratón Binacional a realizarse por las calles del pueblo. El sargento Mora
viendo mi supuesta condición física me incluyo en el equipo. Entrenamos fuerte
dos semanas y en total cuarentena. El día de la competencia éramos los
favoritos, pero fallaron las estrategias abruptamente. La deshidratación hizo
estragos en algunos de nosotros.
El motivo: a un lado del comando en la
noche anterior se celebraron unos quince años, fuimos invitados informalmente
por las jóvenes bellas y hermosas de los alrededores, como faltar en tan
especial y bonita ocasión. Luego de la competencia, uno de los maratonista del
equipo confesó equivocadamente la causa, el premio por esta irregularidad fue
una planta de un día entero y otro maratón pero dentro del cuartel. No volvería
a suceder.
La primera novia que tuve en Guasdualito
nunca la he olvidado, razón tenía Reynaldo Armas en la canción Pesadilla entre
las Rosas: Dicen que el primer amor se quiere y nunca se olvida… Por ahí va la
cosa. Eso es filosofía popular, muy cierto. Nos conocimos en el Puente
Internacional del Gamero. Amor a primera vista. Yo la miré y ella me sonrío,
los dos nos miramos con amor. Quede prendido de ella y ella de mí. Hablamos y
compartíamos cuando se podía. Se llamaba Rosa Angelina. Recuerdo bien la
oportunidad que la llevé a una famosa discoteca llamada El Rincón, propiedad de
un señor de apellido Ochoa.
Este centro nocturno quedaba cerca de la
bomba de gasolina, por un callejón que tal vez hoy no existe. Allí oíamos y
bailábamos a cada rato: Eres muy bonita, pero mentirosa y Revoliá revoliatico
Francisco el matemático, éxitos del momentos. Y era bonita, pero mentirosa
también, resulto comprometida con un pescador del Sarare, hasta allí nos trajo
el río, hasta allí llego ese amor de juventud. Igualmente recuerdo ese famoso
puente, porque días después de la ruptura amorosa ocurrió una infernal
explosión de los tanques subterráneos de la gasolinera del señor Pinilla, por
orden superior acudimos a auxiliar en lo que se pudiera, muchos en desespero se
lanzaban por el puente y otros optaban por cruzar el río y así resguardar sus
vidas. En esa tragedia el cielo parecía un árbol de navidad, pero sin
bambalinas, alumbrado en las alturas por la ignición de combustible. Esto deben
recodarlos muchos.
Ya salido del servicio militar por
invitación de los cursos Archila y Centella me quedé un tiempo en Guasdualito
compartiendo con las familias de ambos, ayudando en lo que podía. Centella y
Archila vivían donde llaman Los Corrales, recuerdo que había un terraplencito
desde un puente de concreto hasta donde llaman La Y de Mercecurito o Mereicito,
terminación en ito todo el sector, todo debe haber cambiado. Algo para contar,
era que, para el ir y venir había que transitar por la calle vieja o Barra
Vieja, por allí era prohibido circular de noche, esto no es cuento.
Supuestamente después de las 8 pm los
difuntos en penas salían en caravanas ahuyentando a las personas. Yo poco creía
en el asunto. Una vez el curso Centella fue invitado a una fiesta en el centro,
así que nos invitó también. Ensayamos los pasos de Rock Dinamita previamente
con un gigantesco radio que parecía más bien una rocola andante, ya empezaba yo
a dejarme mi afro cabellera, a la que empecé a darle forma con un trinchete
rustico hecho de mi ingenio o en su defecto con un tenedor partido por la mitad.
Enamorados en el pueblo se nos pasaría
las horas sin darnos cuenta, ya tarde, mi curso sugestionado por los cuentos de
aparatos nos contagió esa creencia. En una esquina donde funcionaba el liceo
Bolívar o Libertador, optó por contarnos sobre un muerto sin cabeza que se reía
y llamaba a la gente para entregarle unas morocotas, estas eran unas monedas de
oro de alto kilate. Algo que no entendía ninguno, ni logre entender con los
años: era que no teniendo cabeza se reía y llamaba a la gente; no porfié curso,
era la respuesta de Centella. En vista de la sugestión, no insistí más,
solicitamos hospedaje provisional en el comando de policía hasta el otro día.
Luego, un familiar de Archila nos contaría que yendo por esa ruta en su
bicicleta Rally ensamblada, se le montaría en la parrilla una mujer bella con
cara de rana y dientes de pez payara, trató de bajarla y ella lo abrazaba con
amorosidad pidiéndole mucho afecto y amor. Yo guardaba silencio ante esas
peculiares historias, como olvidarlas.
Ese tiempo estuve en Guasdualito,
conociendo gente, haciendo amistades que aún conservo, algunas han partido de
la dimensión terrenal y me he enterado mucho después. Agradecidos de todos. Un
personaje que también conocí en esos años, fue al señor Carrero, este era un alto
técnico de radio y aparatos eléctricos muy solicitado. Lo conocí, porque la
madre de Archila tenía un picó de doble corneta donde sonaban día y noche El
Carrao de Palmarito y Nino Bravo con Nohelia, Nohelia, Nohelia; se había dañado
y ordenó a su hijo llevarlo al taller en el barrio Los Morrones. Ya, al saber
la dirección del mismo, yo mismo le hacia el favor a la señora de pasar y
preguntar por el aparato.
Entablé amistad con don Carrero. Las
apariencias engañan, ¿por qué lo digo? no hay que juzgar de primera. Este
técnico con su apariencia física, mal vestido y desliñado era un Sócrates o
Platón popular. Conocía ampliamente las ciencias griegas, dominaba en
consideración los sinónimos, antónimos y anónimos, igualmente la gramática
castellana, hablaba mucho de don Quijote, Sancho Panza, Homero y Miguel Manuel
Cervantes, según él, contemporáneos suyos y compañeros de estudios en Mérida.
Era meticuloso y erudito en la ortografía. Sus diserciones e interrogaciones
eran amplias y variadas. Afirmaba que no todo estaba en los libros, y lo creí,
allí habían letras, pero no la experiencia. Una vez me dijo: Juan usted que se
ve culto, dígame ¿Cómo se escribe hambre con “H” mayúscula o minúscula? Confusa
y fuerte la pregunta en mi profundo análisis respondí: con “H” siempre. Se
equivoca Juan de La Calle, y mucho.
Aprenda: si el hambre es mucha con
mayúscula, pero si es poquita con minúscula. Otra lección aprendida por mí de
este sabio, fue la siguiente: cuando vaya a escribir el verbo “viajar” aplique
el sentido común. ¿Porque motivo don Carrero? le pregunte; su respuesta: porque
si el viaje es de ida y vueltas y sin maletas se escribe con doble VV, pero si
el viaje es por largo tiempo entonces con una sola V. Y muchas cosas más
aprendí del susodicho. Con los años, al ampliar mi intelecto en esas áreas,
pensaba: que diría el maestro Andrés Bello de todas esas extraordinarias
enseñanzas empíricas de don Carrero.
Todo comienzo tiene un final, una alfa y
omega como lo señala el libro de Apocalipsis. Mi estadía en Guasdualito fue
agradable y fructífera. Un diecinueve de marzo del año 1982 me despedía de mi
segundo pueblo, llevándolo en el corazón para siempre. Mi compadre Abrahán
Barrido Salas y yo, agarramos rumbo en una busetica sardina a la población de
Elorza, recuerdo que sonaba la canción para un baile me invitaron, pero eso es
otra historia de Juan de La Calle.
Continuará…
ALJER.