Un
testigo de los sucesos del sábado cuenta en esta crónica lo que vio. El
comercio reabrió este martes con un ala de la puerta cerrada, por si acaso
Prensa.
lanacionweb.com. Daniel Pabón.
Una vorágine. La turba que el sábado
pasado se tomó las calles 2 y 4 de La Fría no solo saqueó comida, sino que tuvo
tiempo para arrancar a sus dueños originales los objetos más increíbles: desde
los motores de neveras de los comercios hasta la ropa por lavar de una familia
de origen chino que habita en el segundo piso de un local. Arrasaron con todo.
Aquello empezó como un rumor que, al
regarse de boca en boca, excitó la temperatura en el ya cálido centro del
pueblo. “Cerramos a mediodía porque nos dijeron que supuestamente iba a haber
saqueos”, rememora Pedro, nombre ficticio para resguardar la identidad de un
comerciante que presenció la jornada rebelde.
Almorzaba cuando escuchó que los
buhoneros comenzaron a recoger sus cosas. Algunos dueños de tiendas hasta les
permitieron resguardar la mercancía. Entonces apareció la multitud: hombres, la
mayoría, pero también mujeres. Jóvenes, adultos. Más de 50, con seguridad. “Nos
tocó armarnos con lo primero que encontramos”, confiesa Pedro.
Con palos, botellas y piedras
enfrentaron a los saqueadores que, al verse atacados, corrieron hacia otros
comercios. “Con mecates intentamos trancar las cuadras mientras algunos los
dispersaban con bombas caseras, de esas que llaman molotov”, describe el
testigo. Del otro lado del mecate saqueaban porque, alegaron, no tenían billetes
para hacer sus compras.
El primer local ultrajado está frente al
mercado, por la calle 4. “Unos guardias nacionales llegaron al ratico, pero se
fueron como a los 20 minutos porque la gente empezó a lanzarles piedras”,
relata Pedro. La barbarie desbordaba a la autoridad. De un comercio brincaban a
otro, y de ese a otro más. Y así con por lo menos 15 tiendas. Y así durante más
o menos 40 minutos de impunidad a cielo abierto. Los uniformados demoraron en
repelerlos”, denuncia Pedro.
El bus que ese sábado salió a las 3:00
de la tarde de San Cristóbal rumbo a La Grita cargó en La Fría a una mujer
morena que, con mucha expresividad en las manos, proclamó la noticia: pares de
manos que entraban vacías a establecimientos con rejas metálicas recién forzadas,
salían cargando aires acondicionados, colchones o picadoras de queso.
Este diciembre ya venía mal. El día
siguiente al anuncio de retiro de los billetes de 100 -la semilla que habría
engendrado los saqueos-, en el local de Pedro apenas vendieron un solo artículo.
Las medidas presidenciales desplomaron 40 % las operaciones, pondera el
trabajador. Y lo del sábado terminó de hundir la actividad comercial de García
de Hevia por esta temporada.
A 72 horas del relajo, los almacenes de
La Fría se asomaron como un niño con timidez. Este martes, muchos abrieron una
sola puerta; la otra la mantuvieron cerrada por si acaso. “Eso lo hacemos
porque, si vemos mucha gente o alboroto, trancamos de una”, explica Pedro,
habitante de un pueblo caluroso que, ahora más custodiado por militares, ya le
bajó la temperatura al desorden.
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