Crónica. ALJER.
Alto Apure.
En
cuanto a la oleada de inmigrantes advenida a la capital del municipio Páez
(Guasdualito) durante las dos primeras décadas del siglo pasado (XX), diversas
fuentes tanto bibliográficas como orales coinciden en señalar que, entre los
predecesores patriarcales que arrancaron sus raíces y cruzaron el océano, para
posteriormente adentrarse y aventurarse en el Alto Apure en busca de mejores
oportunidades fueron: los Grieco (José Antonio, Giussepe y Nicola), Labanchi
(Cayetano padre de Genaro), los Fulco (Giussepe, Francesco y Pedro), los
Guarino (Francesco y Vicenzo), los Migliola (Giovani y Andrea), los Maiorana
(Ruggerio), D´Stella (Vittore transliterado Víctor Donato), los Laporta (Juan y
Francesco), los Panza (Pascuale y Matteo); otras genealogías mediterráneas que
se mezclaron con la raza criolla fueron los Lamoglia, Portela, Lomónaco,
Caroprese, Baggio, Ballesteros y Collazo.
El
mayor porcentaje de estos italianos emprendedores se concentró en actividades
comerciales, agrícolas y de servicios terciarios, consolidando sus empresas y
propiedades agrícolas en la mitad del siglo XX, alcanzando gran auge en la
incipiente economía local. Con el paso de los años, debido a las precariedades
rurales muchas de estas familias se vieron en la obligación de desplazarse hacia
los centros urbanos más cercanos (San Cristóbal, Barinas) o cruzar la frontera
para establecerse en la otrora intendencia y hoy Departamento de Arauca
(Colombia).
Don
Genaro Labanchi (El Último Italiano de Periquera) ya desaparecido, hijo de don
Cayetano y doña Carmela Panza, originarios de Potenza (Italia), fue testigo
junto a sus padres del ocaso del pueblo viejo y el nacimiento del pueblo nuevo.
A sus 90 y tantos años su mente aún era lucida, resultando referencia obligada
para historiadores y escritores, cuya inquietud los llevo a indagar de primera
fuente sobre el proceso migratorio en el Guasdualito de principios del siglo
XX. A continuación se presenta parte de su testimonio escrito:
"El
primer italiano que llegó aquí fue Don José Antonio Grieco, en 1874, seguido en
1876 por mi tío Francisco Fulco, el musiú de la chiva, que era casado con una
tía hermana de mi abuelita por parte materna. Después vino el hermano de él y
luego mi abuelo, Mateo Panzza, y ahí siguieron llegando los otros paulatinamente,
pero todos eran familiares. Ese grupo de hombres que con trabajo y mucho
esfuerzo levantaron Pueblo Nuevo, o Periquera, como entonces se le conocía,
quisieron rendir tributo a la patria abandonada y crearon el Círculo Italiano
Giuseppe Garibaldi, que mantuvo intactos los vínculos con la tierra madre. Ahí
se jugaban cartas, se revivían tradiciones y se compartían noticias de Italia.
Allí se vivió la guerra, se celebraron victorias y se lloraron derrotas. Como
sede se eligió la casa de mi tía Eugenia Panzza de Fulco.
De
grata reminiscencia para donde Genaro, era el padre Francisco Antonio
Contreras, de él, referiría lo siguiente:
Fue
promotor y primer patriarca de los progresos de aquí de Periquera. Yo fui su
discípulo, él me enseñó a contestarle la misa en latín, todavía me acuerdo, y
yo estuve de sacristán con él, en la iglesia del Carmen". Fue él quien
empezó las obras de reconstrucción de la iglesia. "En 1917 recubrió con
cemento las torres que allí había de madera, con ladrillos traídos por el
general Matute." Años después, sería en el templo donde los sorprendería
la revolución de 1921, con Pedro Pérez Delgado a la cabeza. "Maisanta
llegó un sábado y el domingo, cuando estaban todos en misa, llegó la voz de que
la revolución había entrado y que Pedro Pérez Delgado estaba matando guates
allá en La Manga, que es más o menos la actual avenida Táchira. Ahí, guate que
pasaba le caían a machetazos y sucedió una pelea que duró dos días y una noche.
Y
el padre Contreras, como no se podía aguantar la hediondez de los cuerpos
deshacidos salió con una bandera blanca para pedir una tregua de armisticio
humanitario para enterrar algunos muertos. Como la revolución era victoriosa lo
dejaron darles sepultura en la Placita Páez, junto con otros 40 que habían
enterrado allí en 1914, cuando la revolución de Valentín Pérez", relata.
Al mítico Maisanta lo dibuja como un hombre del llano que usaba jipi japa.
"Él llevaba una pajisa de esas de color, la puso en el suelo y debajo
escondió el revólver. Ése era Pedro Pérez, Maisanta". Aunque con menos
detalle, también recuerda al profeta, de quien revela el nombre, hasta ahora
desconocido. "Laureano Ojeda, se llamaba. Su hablado no era de aquí de
Venezuela. Cuando llegó nadie le hacía caso, fue luego, cuando se fue, cuando
se descubrió la cosa. Era un hombre de nariz aguileña y perfilada, con la vista
fija, como un gavilán".