Opinión. Periodista.
Gustavo Emilio Balanta Castilla
Foto: Cortesia.
Es
un país de contrastes. De madejas complejas, que hacen más difícil su deshilación para una
lectura coherente y aproximada a la realidad.
Las
Farc están marchando. Han quemado las
canoas de la guerra y encienden el mechón de la paz. Andan para acampamentar.
Son campamentos con tiempo determinado. Esa temporalidad contrasta con los
campamentos de la confrontación bélica. Aquellos, podían durar minutos, horas o
días y, si eran en el marco de la guerra de posiciones, hasta meses. Todo ello
pendía de la dinámica de las operaciones.
El
gobierno al fin reconoce que la demora en el cumplimiento logístico no ha
permitido la celeridad en el proceso.
Inclusive se habla de varias semanas más para acondicionar con los
mínimos vitales los campamentos para que las tropas insurgentes puedan estar en
las zonas veredales como condición para la dejación de las armas y el paso a
partido o movimiento político.
Mientras
esto ocurre para la salud del país y su gente, los promotores de la muerte y la
guerra tratan de sacudirse de las manchas corruptas que les dejan los
chantajes, cohechos, dádivas, mordidas, coimas y peajes que han tenido como
condición de su ADN antiético y criminal.
A
los doctos herederos de Mambrú se les ha ido cayendo la carátula, la fachada
maquillada de grandes señores. Son delincuentes de tarjeta de crédito. Ellos,
deben dar paso a un lado para que se pueda consolidar el sosiego social en esta
sufrida patria.
Según
las informaciones de prensa más de 6.300 combatientes atraviesan campos,
montañas, cuerpos de agua para cumplir la palabra empeñada de no más tiros
y conquistar el poder desde los espacios
de esta restringida democracia para construir una Nueva Colombia.
El
desescalamiento del lenguaje está al orden del día como cláusula obligada que
promueva una cultura y una pedagogía de paz. Una cultura y una pedagogía de paz
que debe superar las grandes enfermedades que hoy padecemos. La corrupción, las
malas prácticas en el ejercicio de lo público, el respeto a los derechos de los
y las demás, la conservación del medio ambiente y el cese de los crímenes
contra la vida de líderes y lideresas, deben ser páginas leídas y de sólo
consulta en la historia del país para saber qué no debe volver a pasar. Sólo
así la reconciliación entre hombres y mujeres de Colombia será una
realidad.
Mientras
la marcha del no retorno a la guerra sigue inexorable, en el Congreso debe
caminar la normativización de los puntos que conforman el cuerpo del acuerdo
final para la culminación del conflicto armado en Colombia. Las reformas
estructurales que requiere el Estado son la carne que el esqueleto del
articulado, de ese acuerdo, reclama para una viabilización seria y efectiva en
la implementación de lo acordado.
El
país debe aclimatarse. Debe evitar el mal de altura para construir espacios de
convivencia. La verdad, el perdón, la justicia social, la no repetición hacen
parte de la guía a seguir. El país entra en una nueva era. En una nueva época.
En un momento único en su historia. Debemos estar al nivel de los
acontecimientos, máxime cuando el ELN y el Gobierno Nacional reafirman la
voluntad mutua de dialogar y explorar senderos de paz.
Por
lo pronto nosotros aportaremos, desde la sandunga, la alegría, nuestra gota de
agua y nuestra flor para que las raíces de la paz estable y duradera se
siembren hasta lo más profundo de la tierra para que la bulla de la muerte
bélica sea un epitafio.