Prensa. Voanoticias.
En
el lado ecuatoriano del puente internacional Rumichaca, en la frontera con
Colombia, la Cruz Roja les da a los migrantes dos cosas: agua potable y
comunicación. Ansiosos por hacer saber a sus familias que llegaron bien o
simplemente por escuchar una voz amiga después de días de viaje, los migrantes
venezolanos se agrupan bajo la carpa del organismo internacional.
Su
símbolo, asociado con salud y primeros auxilios, representa en Rumichaca un
enlace con las personas que se dejaron atrás, en un país que se hunde cada vez
más en la crisis económica y política y que expulsa a sus ciudadanos a un ritmo
vertiginoso.
Varios
enchufes de electricidad, acceso a una red wi-fi y llamadas internacionales son
las herramientas que la Cruz Roja pone en servicio de los migrantes. Luis
Oviedo no había hablado con su novia desde que salió del estado de San Felipe
de Yaracuy para hacer su viaje a pie hacia Perú.
Junto
con varios amigos, el joven de 23 años recorrió los más de 2000 kilómetros que
separan su ciudad, al noreste de Venezuela, con Rumichaca. Se subió a camiones,
atravesó trochas, durmió en parques sin saber nada de su pareja, con la que
tiene un hijo, ni que ellos supieran nada de él.
“Escuché
su voz y me dio mucha más fuerza de seguir adelante”, dijo Oviedo, quien llamó
a su novia con uno de los celulares de la Cruz Roja el viernes. Sin embargo,
con la voz quebrada y la mirada gacha, el joven migrante dijo que prefiere “no
pensar mucho” en que ella y su hijo están lejos.
Una
de las labores que hace Henry Cadena, voluntario de la Cruz Roja en el lado
ecuatoriano de la frontera, es atender a los venezolanos después de que hayan
hablado con sus seres queridos. Él estudió psicología y dijo que su objetivo es
“que entiendan que es natural llorar y es necesario poder expresar sus
emociones.”
Para
Cadena, lo que hace de verdad enriquecedor su trabajo es provocar una sonrisa,
que le den un abrazo o escuchar un “coño, gracias”, cuando un migrante cuelga
después de hablar con su familia.
Para
Nazareth Márquez, de 22 años, lo más importante era que su novio supiera que
ella estaba bien. Aunque admite que, al pasar la frontera con Colombia, se puso
a llorar porque le embargó una sensación de soledad, dice que no quería que
Nelson, quien está esperándola en Lima, la escuchara llorar.
“Sería
una preocupación más para él”, dijo la caraqueña, quien ha viajado sola por más
de un mes. Sin embargo, al igual que Oviedo, Márquez dice que fue una alegría
poder conversar con su novio “a pesar de estar lejos”.
Tanto
ella como Oviedo y al menos otros veinte migrantes más, se encuentran ahora en
un limbo debido a la manera en la que el gobierno de Ecuador acató un fallo
judicial que buscaba eliminar el requisito de pasaporte.
De
ahora en adelante, aunque no será obligatorio enseñar el documento para poder
cruzar la frontera ecuatoriana, se podrá hacerlo con cédula siempre y cuando se
tenga un documento apostillado que certifique la validez de la cédula.
Ni
Oviedo ni Márquez tienen pasaporte o un documento apostillado, viajan solo con
la cédula. Este es el caso para la mayoría de los migrantes que sólo tienen
este documento. Andrea
Obando, secretaria ejecutiva del Consejo de Protección de Derechos Humanos de
Tulcán, dijo que obtener una apostilla en Venezuela era “casi más difícil que
conseguir un pasaporte”.