Prensa. Alcides
Ereu. Aljer
BREVE EXORDIO.-
y no los contamos, y cuando empezamos
a contarlos ya estábamos viejos, y
cuando estábamos viejos nacimos de nuevo,
nacimos de un vientre de recuerdos
tomados de las manos,
tomados del corazón para
siempre amarnos. Ahora nuestros años
son eternos.
Muchas son las prosapias fundadoras que han aportado
con su empeño, trabajo y constancia al avance de nuestro pueblo, dejando para
la posteridad un meritorio e impoluto ejemplo que permanecerá en el tiempo como
dechado simbólico de Aegis para las nuevas y próximas fecundaciones de
guasdualiteños, por lo que también resulta importante hacer recuerdo de sus
transitos terrenales como forma de ensalzar sus memorias, y a la vez a nuestra
identidad y gentilicio, entendiendo que la médula familiar es la asienta y
columna que sostiene la ontología e integridad de un pueblo. Siendo así, se
presenta en los párrafos ulteriores un ajustado epítome referente a la
conmemoración, este 13 de Diciembre, del centenario (1920-2020) del matrimonio
de Francisco Miguel Padilla y Carmen Cecilia Hurtado, dualidad que conformaría
con ímpetu, amor y esmero un hogar ejemplar, estando impresas sus honorables
calcas en el buen recuerdo del Guasdualito contemporáneo.
FRANCISCO MIGUEL PADILLA ZAPATA.-
Francisco Miguel Padilla
hombre digno y laborioso
un almácigo frondoso
que esparció buena semilla.
Vestigios indelebles los dejado por este hijo adoptivo
y afectivo de Guasdualito, nacido en la tierra apureña del soldado sin miedo:
Bruzual, un veinte (20) de noviembre de 1896, en el seno familiar de Pedro
Padilla Moreno (nacido en Guanare, de familia portugueseña, con diferentes
ascendientes que irrumpieron en la carrera de las armas, por lo cual eran
dueños de tierras tanto en Barinas como en Apure, recibidas como asignaciones
militares) y de Josefa Zapata, natural de Guasdualito, condueña junto a sus
hermanos Álvaro y María de un extenso lote de tierra en sabanas llamadas
Chaparral y Valentín, del casamiento también nacerían Josefa, Pedro, Manuel y
Amelia. Muere la madre prematuramente, quedando a cargo de los renuevos el
padre, ante circunstancias adversas su hermana Josefa asume siendo muy joven el
rol de madre y jefa de hogar, a la manumisión llegaría su tío Álvaro Zapata
como benefactor y mentor de los hermanos Padilla Zapata, el protector familiar
se encargaría del retorno de la familia a Guasdualito, y de la formación
primigenia de aquellos infantes.
Ya en Periquera
Francisco Miguel recibe sus primeras nociones a cargo de la preceptora
Clementina Pérez, facultada y acreedora institutriz colombiana, que con esmero,
dedicación y mística impartía enseñanza en su escuela particular. Gracias a la
excelente calidad de la maestra y a su excepcional inteligencia, adquiere una
preparación de primera en lo fundamental, aprende a leer y escribir
correctamente con depurada ortografía e impecable caligrafía y redacción. Pedro
Padilla Hurtado en la recopilación familiar con motivo del centenario del
nacimiento de su padre, estampó lo siguiente:
“El tío Álvaro Zapata acude en rescate y retornan a
Guasdualito ocupando una residencia ubicada en la llamada Costa Del Caño. Se
suceden años de estrechez, sufrimientos y angustias, que la abuela soporta con
amor, abnegada y fiel, con verdadero estoicismo y tolerancia, sin protesta ni
amargura, inculcándole a sus hijos el respeto, la obediencia y el amor hacia su
padre. Pero esta dura vida, de sufrimiento y angustia afecta su salud y de
grave enfermedad fallece a temprana edad. Rindamos un tributo de amoroso
recuerdo a la noble y sufrida abuela, que no tuvimos la suerte de conocer”
(p.16, 1996).
Para ayudar al sostén del hogar el joven Francisco Miguel se emplea concertado, con residencia y alimentación en casa de Silverio Aguero. Este hombre era un personaje de verdadero mérito y de gran ayuda para toda la región. Se trataba de un próspero comerciante medio alquimista y filántropo pero de carácter estricto y formal. Además de poseer un gran negocio de mercancía y víveres, estableció quizás la primera farmacia de la región. No hay duda alguna sobre la benéfica influencia que en la formación del mozo Francisco ejerció el boticario Agüero, le proporcionó cariño y se esmeró en enseñarle todas las artes que dominaba, moldeando en el joven su futura y recia personalidad. Con este apoyo adquiere conocimientos de farmacia y de comercio en general, aprende a elaborar jabón a base de cebo de ganado, soda cáustica y pez rubia, a fabricar velas de esperma y muchos oficios más.
La formación adquirida por Francisco Miguel Padilla en
su pubescencia le sería de gran ayuda en la constitución y consolidación del
usufructo familiar; su responsabilidad, capacidad y honorabilidad, sumados a
los dotes de su esposa como mujer, esposa y madre ejemplar, los haría conformar
una pareja exitosa tanto en lo familiar como en otras actividades incluyendo la
ganadera, separados únicamente por el designio divino luego de toda una vida de
acompañamiento. Mucho puede escribirse sobre este digno ser humano, siendo su
vida el más fiel testimonio de una existencia integra y responsable. Pionero
adelantado a su tiempo, siempre motivado a mejorar la explotación bovina, sería
el primer ganadero en la región local en introducir la técnica de mejoramiento
de pastizales, así como la medra genética del ganado a través de la importación
de especies brahmán desde los Estados Unidos, fundador de la Guardia Nacional
en Guasdualito, al igual que de la Asociación de Criadores del Distrito Páez,
merecedor en vida de la condecoración “Francisco de Miranda” por su defensa y
respaldo al sector. Su ascendencia moral, integridad, honradez, hombría,
seriedad, responsabilidad y muchas virtudes más adornaban su figura,
acrecentaban su estatura personal y le imprimían un magnetismo particular.
CARMEN CECILIA HURTADO.-
Nace esta digna y admirable mujer el 16-06-1900, hija
de don Enrique Hurtado (nacido en Guardatinajas estado Guárico el 15 de Junio
de 1.863, y fallecido en Guasdualito el 11 de Agosto de 1.945, nieto del
coronel independista José Francisco Hurtado, el llamado por el general Páez:
Lambe Lanza) y doña Mercedes de Hurtado, propietarios del hato San Pedro,
ubicada la extensión entre Guasdualito y La Trinidad de Orichuna. Percibe una
educación hogareña muy destacada, pues junto a sus hermanas es enviada por sus
padres a Pamplona (Colombia) recibiendo una educación católica e impecable en
el Colegio de las Bethlemitas, donde más tarde estudiarían sus hijas Chepita y
Griselda.
Doña Carmen fue toda una matrona y abnegada ama de casa
que dominó todos los quehaceres del hogar y criò a sus hijos bajo una férrea
disciplina y valores ejemplarizados por su esposo, donde destacaban: la
honestidad, responsabilidad, dedicación al trabajo, honorabilidad y otras
muchas destacadas cualidades, que la definían como una buena mujer en el amplio
sentido de la disquisición, lo que le permitió junto a su esposo superar
dificultades de todo tipo para lograr felicidad y estabilidad conyugal,
resultando la compañera ideal, la amiga y el apoyo necesario para formar y levantar
un hogar honorable, un prodigio de mujer que toda su vida se dedicó al trabajo
desde el clarear del día hasta las horas nocturnas, empezando por preparar el
café así hubiera servicio doméstico, ordeñar sus vacas y preparar los envases
para la leche, ocupándose luego en lo concerniente en apoyar a don Francisco en
la fábrica de jabones de potasa y el empacamiento de panelas de caña de azúcar
molidas por yuntas de bueyes, caballos y mulas; igualmente mucho tiene que
escribirse sobre las virtudes y anécdotas de Carmen Cecilia Hurtado, un ejemplo
de mujer abnegada y laboriosa.
NOVIAZGO Y MATRIMONIO.-
Llegaría el año 1920. Unos abriles antes oriundo del
estado Bolívar había arribado al Guasdualito provinciano el estimable Juan
Trejo, hombre visionario que observaría en el enclave la oportunidad de
emprender con éxito la actividad comercial, lo que logra al poco tiempo,
convirtiéndose en el comerciante más próspero de la comarca. Su casa de
habitación la construye frente a la iglesia, como residencia familiar y con
varios locales comerciales, destacándose el de la esquina donde funcionaba su
gran almacén con mercancías y víveres muy variados, la mayoría importados
directamente de Europa, y llegados al pueblo en los vapores de CAVN. El
acaudalado Trejo enamora a la primaveral Josefa Padilla y, contraen nupcias
cuando apenas ésta había cumplido quince años. La nobel desposada se lleva a
sus tres hermanos pequeños y a una sobrina de nombre Alida, para su nuevo
hogar. Al poco tiempo Trejo en conversaciones motivadoras convence a su cuñado
Francisco Miguel para que sea su empleado y lo ayude en el negocio. Esta sería
una decisión muy favorable para ambas partes. El comerciante se hace de un
empleado capaz, eficiente, responsable y de su absoluta confianza y el lozano
Francisco tiene la oportunidad de capacitarse en buenos oficios, mejorando y
ampliando sus conocimientos en la actividad comercial por la cual sentía
auténtica vocación, va adquirir entonces una valiosa y tajante experiencia que
le sirvió de gran ayuda y provecho en el devenir de su existencia,
convirtiéndola en su hábito existencial.
Por el otro lado, para el tiempo el paìs padecìa la
dictadura del general Juan Vicente Gómez, don Enrique Hurtado, quien para el
momento se hallaba en Colombia junto con su familia, toma la crucial decisión
de regresar a su patria y, liquida en venta su feudo casanareño, retornando
definitivamente. Llega al hato San Pedro con su esposa y sus cuatro hijos:
Mary, Carmen Cecilia, Emperatriz y Sandalio, luego nacerían Elías y Mercedes,
todos de tierna edad. Al poco tiempo erige una vivienda bautizada como Las
Mercedes, en homenaje a su esposa, exclusiva para la familia, separada de la
casa de los obreros y corrales de faena por la mencionada cañada. Hombre de
temple vigoroso, recia fortaleza y férrea voluntad, que nunca conoció ni le dio
tregua al cansancio, trabajando con empeño y con ahínco todos los días de Sol a
Sol, con el dominio que ejercía sobre la actividad pecuaria en poco tiempo
desarrolló su propiedad hasta convertirla en uno de los hatos más ricos de la
región, viéndose obligado a adquirir otros lotes de tierra para disponer el
ganado que ya no le cabía en San Pedro. No obstante, a pesar de ser un hombre
criado y formado en un medio si se quiere salvaje y vivir en remotos parajes,
tenía el merecido aprecio por la familia, por su formación y su educación. El
matrimonio no cesó en procrear hijos hasta llegar a dieciséis, de los cuales
apenas sobrevivieron seis. Esta alta mortalidad, sobretodo infantil, era la
regla en aquella época en aquellas regiones y similares de otras latitudes
debido a la ausencia de una oportuna atención médica. A los dos varones
sobrevivientes Sandalio y Elías, don Enrique los envia a Trinidad para ser
internados en un colegio. Y a las cuatro hembras Mary, Carmen, Emperatriz y
Mercedes, a lomo de mula en viaje de más de quince días de duración las llevó a
Pamplona (Colombia) y allí las dejó internas en un colegio de religiosas,
recibiendo instrucción, educación y formación general. Ya de regreso las
señoritas, adquiere una amplia casona en la población para residencia de la
familia, le asigna el nombre “La Guariqueña” ubicada en la llamada Calle Real,
en la esquina que hoy ocupa la Farmacia Apure, justo frente a la casa de Juan
Trejo en donde Francisco Miguel Padilla era su principal empleado. Enrique
Hurtado luego de enviudar en 1.923 se une a Victoria Hernández y procrea a José
Enrique, Lázaro Ezequiel, Inés, Víctor Hugo y Victoria Hernández.
Ya en Guasdualito, Francisco Miguel y Carmen Cecilia
estarían en residencias muy próximas, frente a frente, apenas calle por medio.
Así resultó en sobremanera fácil a Cupido hijo de Venus, flechar con su dardo a
los jóvenes, se iniciaría el romance entre el educado joven y la agraciada y
gentil damisela. Ceñidos estrictamente a los preceptos sociales de la época,
transcurren los amores de esta pareja hasta convenir formalmente su matrimonio.
Fue un noviazgo lleno de romanticismo, sortilegio y formal señorío. Los bailes
ajustados a los preceptos y formalidad de moda, eran oportunidad especial para
los novios de compartir y estrechar el vínculo afectivo. La novia portaba su
tarjeta para anotar y comprometer las piezas musicales. En la de Carmen
Cecilia, Francisco Miguel con su nombre llenaba toda la página. El matrimonio
se realiza el 13 de Diciembre de 1920, por lo civil en Guasdualito, pero por no
haber sacerdote en esta población, tienen que trasladarse hasta la vecina
población de Arauca (Col) en donde reciben la bendición marital del clérigo
Francisco Villanea, religioso llegado de su natal Puerto Rico, asentándose y
cumpliendo laudable gestión evangelizadora en aquella inhóspita provincia.
Juan Trejo no queriendo por ningún respecto perder un
empleado tan valioso, consigue para residencia de la joven pareja una casa
vecina a la suya, justo al frente de la iglesia. Allí inician su vida
matrimonial y ahí, en esa vivienda, engendran y nace su primer hijo cristianado
como Pedro, el 13 de Septiembre de 1921, justo a los nueve meses de haberse
consumado la unión. Pero para la joven pareja resultaría incómoda la
dependencia se había establecido con el padrinazgo del comerciante. Analizaron
y razonaron sobre su porvenir hasta deducir que les era indispensable adquirir
una total independencia, decidiendo en mutuo acuerdo emprender la lucha en
pareja por un horizonte de vida de mejores perspectivas. Tomada en firme esta
decisión, don Enrique Hurtado en un gesto de solidaridad adquiere para ellos
una propiedad en el barrio Los Corrales, la que designan con el nombre: La
Estación, donde se establecen en el año de 1922, allí va a transcurrir el resto
de sus vidas, trabajando los dos con ahínco, sin tregua ni descanso, procreando
hijos hasta llegar a dieciséis, formándolos con amor y ternura pero con
disciplina y rigor estrictos, perdiendo a cuatro de ellos, fallecidos muy
niños, ante el terrible dolor de verlos morir indefensos sin poder hacer nada
para salvarlos víctimas de enfermedades para entonces mortales y que hoy, con
el avance de la ciencia prácticamente han desaparecido.
LA ESTACIÒN.-
Inicialmente la morada familiar era una vivienda en
cierta forma cómoda, con la casa principal con techo de tejas, quizás la única
en todo el poblado en donde prevalecían los techos de palma y zinc, poseía
varios potreros que se fueron cubriendo de pasto artificial (pará y guinea). En
La Estación se veía llegar casi amaneciendo personas allegadas al matrimonio, a
quienes se les apartaba de antemano el producto lácteo, luego de inmediato dos
o tres muchachos, de los mayores o allegados a la familia, salían a vender el
producto de unas treinta o cuarenta vacas que pastaban en los potreros
contiguos. De allí Pedro Enrique, luego de asistir a la escuela, iba al potrero
a buscar al burro Mano Mío, para ir al Tambo por la producción lechera, este
asno en extremo manso y baquiano, fue bautizado así por el mismo Pedro, por
haber llegado a la vida el mismo año que él, y a quien consideraba su hermano
contemporáneo. También en La Estación llego a funcionar una fábrica de jabones
de potasa, algo muy novedoso para la época, además de la siembra de tablones de
caña de azúcar, para el empaquetamiento de panelas, que luego eran vendidas a
las principales casas comerciales del poblado, e igualmente funcionò un
próspero negocio de mercancía seca para surtir en lo necesario a los dueños de
hatos y fundos. Con los ingresos de este trabajo don Francisco y doña Carmen
mantenían a su prole y familiares cercanos que se levantarían dentro de sus
tutelas.
LOS HIJOS.-
A los nueve meses de realizado el matrimonio llega al
seno del hogar: Pedro Enrique Padilla Hurtado, el primogénito, futuro médico y
constituyentista a los 23 años, seguiría Francisco Elías, fallecido al cumplir
el primer año de edad, y en orden sucesivo: Francisco Antonio (Toco toco) en
1924, farmaceuta de profesión y generoso de corazón; Miguel Elías, fallecido al
año de su nacimiento; Manuel Gerónimo, graduado como ingeniero; Josefa
Mercedes, desempeñaría como secretaria; Carlos Eduardo (perito agropecuario),
Griselda, (docente) vendrían Álvaro, Carmen Amelia (farmaceuta), Virginia
(bionanalista), Miguel, (almirante) Cecilia (docente), José (ingeniero) Delfina
(arquitecta) y Alberto, todos ellos dignos y fructíferos, formados con valores
y ejemplo de trabajo.
SUS DESPEDIDAS.-
En el año 1970 al cumplirse Las Bodas de Oro de los
Padilla Hurtado, el poeta Héctor Avilio Torres trazaría un sentido poema, del
cual se extraen unas líneas:
Dios bendiga vuestros lazos con cariño y armonía
Dios bendiga vuestro amor por siempre desde el altar
Dios bendiga siempre el pan que les depara cada día
Dios bendiga vuestros hijos, Dios bendiga vuestro
hogar.
Para esa celebración diversas actividades y acciones
benéficas se llevarían a cabo, entre ellas: apoyar en su totalidad la
construcción de la iglesia Nuestra Señora del Pilar, situada en el añejo barrio
Los Corrales, así como la donación de espacios contiguos para la construcción
de nuevas vías y viviendas en la confluencia urbana. Parte este digno
guasdualiteño a las moradas celestiales el 28 de abril de 1974, dejando para la
posteridad el recuerdo de una vida de muchas huellas, sus restos reposan en el
camposanto municipal. Doña Carmen muere el 10 de Septiembre de 1.991, sus
restos reposan junto a los de su esposo en el panteón familiar del sacramental
principal de Guasdualito, como legado dejó su luctuosa que solicita “Me ponen
la dormilona, me envuelven con las sábanas, me ponen el Cristo y un rosario, la
almohadita para la cabecera. La urna que sea sencilla, como ha sido mi vida. Me
muero satisfecha y feliz. Dios el tributo después de mi muerte”.
Una de sus nietas, María Claudia Padilla la rememora de
esta forma: “Muchas son las memorias de una madre de dieciséis hijos y abuela
de cuantos más, silenciosa en sus oficios, observadora y sencilla, de sonrisa
dulce, así nos recibía, en sus días sola se valió a pesar de su caminar, no
paro ni dudò para entrar en la pajarera. Le quedaba tiempo para cuando caía la
tarde, darse un baño y con aroma a Jean Nate, se dedicaba a tejer sin
interrumpir, solo de pie se iba cuando a las cartas dedicaba otras tardes. Sus
ricas hallacas eran de verdad, muy esperadas y qué decir de verla hacer el
queso de mano, delicia y receta que no pude escribir”.
En sus recuerdos el poeta José Juan Grieco Laporta
expresaría lo siguiente: La “verdad es tan verdadera”, que por lo menos en el
caso mío, yo consideré a las viejitas Hurtado y por extensión a la familia
Padilla Hurtado como que si fueran parte de mi propia familia. Los recuerdos
vividos en mi infancia, juventud y adultez en mi Guasdualito de entonces, así
como en “La Estación Padillera” son recuerdos imborrables que me acompañarán
hasta el día de mi muerte. Me recuerdo las “mañaneadas” a La Estación “dizque a
ayudar” en el ordeño, luego las tareas de mano hechas luego del estrujo, tales
como limpiar el corral, llevar las vacas y los becerros a sus respectivos
potreros, luego barrer el patio, “guindarse” del “rabo de la bomba” para llenar
los tanques elevados del agua de la casa y claro una vez concluidos los oficios
venían aquellos opíparos desayunos llaneros, con su hermosa bandeja de arepas,
suero, queso, carne frita, etc, con toda esa muchachada alrededor de la gran
mesa presidida por don Francisco (qepd). Por supuesto que uno se paraba no
porque se acababa la comida sino porque ya no nos cabía más nada en la tripa.
Me recuerdo cuando mi “hermano mayor” Pedro Enrique agarraba un par de hachas y
me decía Bose: vamos a tumbar un par de árboles secos al potrero porque falta
leña, y después de terminada la faena le mostraba yo con orgullo las ampollas
de las manos, y el muérgano me decía: “eso es lo que hace a los hombres,
musiú”. Cuando había algún animal extraviado, me decía Pedro Enrique, “Bose te
mandé a ensillar un mocho para que me acompañes al “Urero” pues allá apareció
la vaca perdida y ahí salíamos los dos, pasábamos por el potrero de Sandalio
Hurtado, por el estero y palante hasta llegar al sitio. (Dixit).
Para finalizar la publicación, ha sido para mí de mucho
beneplácito, el haber resumido en parte, la trayectoria de este digno
matrimonio cuyo aporte a la guasdualiteñidad es perceptible e imperecedero en
el tiempo, honra a sus memorias.
ALJER.-.
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