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y Ciencia.
Dos barcos se están hundiendo, uno con un humano, el
otro con un perro dentro. Solo se puede salvar a uno. ¿A quién rescatar?
Investigadores de las universidades de Yale, Harvard y Oxford han enfrentado a
niños y adultos con este trágico dilema. ¿Su objetivo? Comprobar si los niños,
como los adultos, valoran una vida humana por encima de la de un animal. Al
parecer, no es así. Los resultados se publican en Psychological Science.
El equipo dirigido por el psicólogo Matti Wilks, de la
Universidad de Yale, reclutó a cerca de 220 adultos, con una media de edad de
37 años, y a unos 200 niños de entre 5 y 9 años, en escuelas, parques públicos
y museos, entre otros lugares. A todos se les pidió que indicaran a quién
rescatarían de una embarcación que está zozobrando: a un humano o a un animal
(a veces se trataba de un perro, otras, de un cerdo). En uno de los barcos
siempre había un ejemplar de una determinada especie, en el otro, uno, dos,
diez o cien.
Entre los adultos, los resultados fueron claros: el 85
por ciento optaba por salvar a los humanos, el 8 por ciento a los perros, y en
el caso de los cerdos, ese porcentaje disminuía aún más (4 por ciento). Entre
los niños, sin embargo, la proporción resultó casi pareja: el 35 por ciento
prefería a los humanos, el 28 por ciento a los perros, y el resto (37 por
ciento) no conseguía decidirse. A la hora de elegir entre persona o cerdo, el
57 por ciento optó por el humano y el 18 por ciento por el animal. Pero cuando
se trataba de la vida de varios perros, la balanza se inclinaba notablemente
hacia el lado de los canes: el 71 por ciento de los niños prefería salvar a 100
perros que a un humano. En cambio, en los adultos, el 61 por ciento, es decir,
la mayoría, se decidía por rescatar a una persona.
«En promedio, los niños no tienden a preferir los
humanos a los perros», resumen los autores en su estudio. Los adultos, en
cambio, sí. Con todo, cuando se trataba de cerdos en lugar de perros, tanto
unos como otros tendían a preferir a los humanos, aunque los niños no lo hacían
tan claramente.
Los investigadores examinaron, a continuación, de qué
dependía la decisión de decantarse por unos u otros. En el caso de los niños,
influía la experiencia que tenían con el contacto con perros, factor que apenas
intervenía en la decisión de los adultos. Para estos últimos, el papel decisivo
era la inteligencia que atribuían a los animales, característica que solo
influía de manera moderada en el caso de los niños.
Especismo, una tendencia social
Con todo, tanto los adultos como los niños consideraban
que la inteligencia y la sensibilidad se hallaban más desarrolladas en los
humanos que en los perros y los cerdos. Sin embargo, los participantes más
jóvenes no preferían a los humanos antes que a los animales en el mismo grado.
«Ello sugiere que existen otros factores que subyacen a su juicio», escriben
los investigadores. La razón estriba, señalan, en el llamado especismo, es
decir, la tendencia a favorecer a la propia especie y a valorar menos la vida y
el sufrimiento de otras. Al parecer, los niños están menos inclinados a esta
tendencia; solo en el curso de la adolescencia se convencen cada vez más de que
los humanos ocupan una posición moral especial.
«La marcada expresión del especismo en los adultos
podría deberse a una ideología socialmente adquirida», concluyen los
investigadores. Esto explicaría, asimismo, por qué los adultos mayores
valoraban más la vida humana en comparación con los adultos jóvenes: «Ello
podría reflejar el cambio de actitud de la generación más joven hacia el bienestar
animal».
Según subrayan los investigadores, estos hallazgos
desafían la extendida teoría de que el valor especial por la vida humana se
encuentra profundamente arraigado en nuestra moralidad.
Christiane Gelitz
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