Prensa. Muy Interesante.
La ópera prima —en su
sentido más literal de ópera— del compositor ruso Igor Stravinski. Una obra, El
canto del ruiseñor, cuya composición llevó a Stravinski un esfuerzo de 9 años
terminar. La ópera narra la historia de un ruiseñor que canta alegre al
emperador de China, hasta que su homólogo japonés le regala un ruiseñor
mecánico. El animal, al verse desplazado por la tecnología, decide regresar a
la naturaleza, mientras las personas se quedan disfrutando del ingenioso artefacto.
En la obra se escucha
claramente la diferencia entre el ruiseñor real, alegre, rico, fluido y
variante, en oposición al pájaro mecánico, que suena regular, repetitiva, casi
robótica. Los cantos de los pájaros son, efectivamente, ricos en matices,
cambiantes y vivos. ¿Pero cómo hacen las aves para emitir sonidos tan hermosos
e inspiradores? Los vocalistas de la ópera consiguen su canto modulando el aire
con las cuerdas vocales, unas bandas musculares que tenemos los humanos en la
entrada de la tráquea. Pero las aves no tienen cuerdas vocales, así que
necesitan otras estructuras anatómicas para producir esos sonidos con flexiones
y modulaciones de tal riqueza.
Para poder hacerlo, las
aves cuentan con un órgano en la base de la tráquea, que se llama siringe, en
honor a la mitológica diosa Siringa, cuyo cuerpo, transformado en cañas, fue
usado por el dios Pan para fabricar su flauta homónima. La siringe tiene las
paredes flexibles, a tal punto que en algunas especies de aves puede llegar a
hincharse como si de un globo se tratara. Esta flexibilidad le permite emitir
vibraciones mientras pasa el aire por ella, produciendo sonidos. Este órgano se
encuentra justo donde la tráquea se bifurca hacia los bronquios, por lo que
algunas aves incluso pueden modular de forma distinta las paredes de cada una
de las ramas, produciendo de este modo varios sonidos distintos a la vez.
Algunas afortunadas especies llegan a imitar sonidos de otros animales, e
incluso palabras y sonidos artificiales. Y aunque en el caso del ruiseñor, esta
capacidad no se ha desarrollado, sí que presentan una variabilidad de cantos
envidiable.
El canto del ruiseñor,
como el de muchas otras aves, está directamente relacionada con la selección
sexual a través de la elección de las hembras, por lo que tiene una función
social. Así, los cantos de los ruiseñores y la interacción que se produce entre
ellos tiene consecuencias en la población. Cada ruiseñor tiene su propio
repertorio de tres a cinco canciones, que puede cambiar con el tiempo. Canciones
que memorizan, y a veces, producen por sí mismos. El orden en que las cantan
puede cambiar, sin importar el orden en que lo aprendieron.
Dentro de la función
social, cabe destacar una forma de competencia dentro de la especie. Cada
ejemplar macho toma como propias las canciones que entona, y se muestra reacio
a la imitación de canciones de aquellos vecinos cercanos, que serán
competidores a la hora de reproducirse. Además también compite en volumen y en
ritmo, esforzándose por ser el vecino más escuchado. Tanto, que cuando un
ruiseñor tiene ya experiencia en competir con otros, presenta de forma más
constante una actitud competitiva, aun cuando deja de estar en esa situación.
Sin embargo, con aquellos vecinos más alejados, que aún están al alcance auditivo
pero están lo suficientemente distantes como para ser competidores directos,
llegan a compartir repertorio.
Otro problema al que los
ruiseñores se enfrentan al cantar, es que no son los únicos en hacerlo. También
existe una competencia con otras especies de aves. Sobre todo si hay muchas
especies cantoras en el entorno, el sonido de los cantos superpuestos unos a
otros puede enmascarar el canto de un solitario macho de ruiseñor que,
desesperado, busca una hembra con la que reproducirse. Para solucionar este
problema, los ruiseñores escuchan los cantos de otras especies, y aguardan
pacientes a que se produzcan silencios, momento que aprovechan para entonar
ellos su trino.
Para nosotros, los
humanos, el canto de los ruiseñores nos resulta realmente atractivo; su viva
naturaleza ha sido inspiración para no pocos artistas, que invocan con él la
belleza de la naturaleza, ya sea a través de la admiración del emperador de
China, o del deseo de escuchar un ruiseñor cantando en la londinense Berkeley
Square. Pero lo cierto es que cada vez es más difícil escuchar a los
ruiseñores, especialmente en las grandes ciudades, donde hemos sustituido su
canto por los esos ingeniosos artefactos que, con gusto, llevamos encima y que
nos pían con sintéticos sonidos cuando alguien nos tuitea (del inglés to tweet,
piar).
En la obra de Stravinski,
el emperador de China, triste por perder al ruiseñor, enferma y se enfrenta a
la muerte. Pero el ave regresa y canta a la muerte, convenciéndola de que le
permita vivir. Cuando los cortesanos regresan, ven al emperador perfectamente
saludable, aunque el ruiseñor se ha vuelto a marchar. Quizá podríamos sacar una
lectura de esa obra; no está mal que disfrutemos de nuestros aparatos, que sin
duda nos facilitan la vida, siempre que no olvidemos que seguimos siendo
animales y, al fin y al cabo, dependemos de que ese metafórico ruiseñor, que es
la naturaleza, siga cantando para nosotros.
Referencias:
Brumm, H. (2006)
‘Signalling through acoustic windows: nightingales avoid interspecific
competition by short-term adjustment of song timing’, Journal of Comparative
Physiology A, 192(12), pp. 1279–1285. doi:10.1007/s00359-006-0158-x.
Hultsch, H. and Todt, D.
(1981) ‘Repertoire sharing and song-post distance in nightingales (Luscinia
megarhynchos B.)’, Behavioral Ecology and Sociobiology, 8(3), pp. 183–188.
doi:10.1007/BF00299828.
Hultsch, H. and Todt, D.
(1989) ‘Memorization and reproduction of songs in nightingales (Luscinia
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Physiology A, 165(2), pp. 197–203. doi:10.1007/BF00619194.
Naguib, M. (1999) ‘Effects
of song overlapping and alternating on nocturnally singing nightingales’,
Animal Behaviour, 58(5), pp. 1061–1067. doi:10.1006/anbe.1999.1223.
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