COLUMNA: CRÓNICAS ALTO APUREÑAS: El camino ganadero “La odisea por San Camilo” por Aljer “Chino” Ereú.- - SenderosdeApure.Net

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martes, 3 de mayo de 2022

COLUMNA: CRÓNICAS ALTO APUREÑAS: El camino ganadero “La odisea por San Camilo” por Aljer “Chino” Ereú.-

Columna. Crónicas Alto Apureñas por Aljer “Chino” Ereú.-

PREÁMBULO.-

Lo que se conoció como camino ganadero, y que tuvo vigencia  para la actividad del comercio vacuno durante más de cien años, comprendía el titánico  recorrido Guasdualito-Selva de San Camilo-La Concordia, alcanzado su auge entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las cinco primeras del siglo XX, lapso de tiempo que coincidió con el desate de guerras internas y la conformación estructural del país a cargo del nacido en la hacienda La Mulera, general Juan Vicente Gómez, presidente de la república en tres periodos. Para desarrollar el tema,  es importante mencionar que en tiempos prehispánicos los primeros pobladores étnicos: betoyes, jirajaras, achaguas y guahibos, conocían con total precisión las embrolladas e inhóspitas rutas para comunicarse con las tribus cercanas de la serranía, ya con la llegada del primer welsar Felipe Von Hutten en el siglo XIV se adelantarían las expediciones que permitirían abrir las sendas del nuevo territorio, entre los expedicionarios además de los teutones  estaría el cauto indio jirara Antonio Calaimi, venido de las entrañas de Tame (Col) quien recorrería junto a los betoyes por  más de cincuenta años las geografías del Táchira y Apure, incluyendo  Guasdualito, constancia de este hecho se guarda en la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, con la signa de Joseph Casasani, bajo el rotulo de Historia de la Provincia de La Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada.


Dos siglos después de fundada en 1561 por Juan de Maldonado, San Cristóbal (Tac) era un fructuoso collado óptimo para la agricultura, pero deficiente en la producción carnìcola, igual característica se presentaba para el resto de las economías municipales del estado, esta tendencia se mantendría hasta mediados del siglo XIX, cuando por iniciativa gubernamental se promueve por recuas y en un pesaroso recorrido la traída del ganado vacuno llanero, mayormente de las haciendas y hatos alto apureños, para ser comercializado en el occidente y principales plazas de aquella embrionaria Venezuela. Llegaría el siglo XX con muchas expectativas. Con la nueva centena se inicia el proceso de transición económica, lo que implicaba el salto de la hacienda agrícola al patrimonio mineral, teniendo en la explotación petrolera su principal dinamismo, y es para 1914 con el descubrimiento de los yacimientos de Mene Grande por la Caribbean Petroleum Company cuando oficialmente se inicia la explotación del oro negro en suelo patrio.


Mientras lo anterior ocurría en el occidente venezolano, al suroeste del estado Apure,     el Guasdualito de las tres primeras décadas del siglo veinte (XX) era considerado a pesar de las constantes asonadas antigomecistas un sosegado villorrio de aspecto totalmente agreste y silvestre, en donde cuatro (04) calles de tierra, aproximadamente cien (100) casas (la mayoría de bahareque) con techo de palma real, caminos de recuas como arterias de conexión y el recalar de los steams boats o barcos de vapor configuraban la cotidianidad del enclave ribereño. Aunado a estos componentes, la concentración de italianos emprendedores en actividades comerciales, agrícolas y en servicios terciarios daba un importante impulso a la incipiente economía particular de la época, proyectando a la población fronteriza como un territorio pujante a pesar de las calamidades. En este contexto, la explotación ganadera era la actividad económica predominante debido a la eficiente explotación extensiva puesta en práctica a través del sistema de grandes hatos. Conocido es que durante mucho tiempo el Alto Apure fue considerado - basado en estadísticas fehacientes- como la zona más rica del estado apureño;

 

Bajo el cielo alto apureño La Odisea de los arrieros era escrita no por Homero, si no por muchos aedos vernáculos, verdaderos prohombres que desafiaban al miedo y al peligro y, que escribieron su teogonía en la  Titanomaquia Selva de San Camilo, legendaria espesura cuya extensión real comprendía desde el estrecho occidental del estado Apure, contiguada con Barinas, Táchira y Arauca (Colombia), a su vez constituida por el macizo selvático de Caparo, Cutufí y Arauca, extendiéndose por más de un millón de hectáreas a lo largo y ancho de su delimitación geográfica, lo que permitió el desarrollo de un pródigo y exuberante paraíso natural, desaparecido criminalmente por la acción irracional del ser humano.

 

LA TRAVESIA GANADERA.-

/

Cuando al hombre alto apureño,

su valor le era probado

por La Manga a Boca e Monte,

por San Luis y Caracaro,

por El Caimán y San Pedro,

el Manguito muy nombrado,

luego estaba San Camilo,

peligros por todos lados.


¡Viva La Virgen! Esta era el grito consolador de los hábiles canoeros encargados de guiar el cruce de ganado por El Paso de La Manga del Río, una especie de versión criolla del bizantino Nobiscum Deus (Dios con nosotros) de aquellos proverbiales hombres, a lo que respondía la compañía: ¡Y a notros también!  al no resultar extraviado ningún ser humano o res en el peligroso cruce por el afluente Sarare, el mismo alarido era repetido por los caporales, nalgas peladas y cagones una vez salidos de la espesa Selva de San Camilo, verdadera devoradora de hombre y reses, que por muchas décadas fue cruzada de punta a punta cobrando su correspondiente y alta  factura. La difícil y constante tarea se iniciaba con el arreo a caballo del ganado bovino proveniente de los hatos alto apureños y de otras jurisdicciones por un grupo de hombres cuya probidad y sagacidad no daba cabida a dudas de ningún tipo. Grandes rebaños provenientes de grandes feudos como: Mata de Totumo (propiedad de Pancha Vásquez), Las Angosturas, Temblador, Hato Nuevo, Campo Alegre, La Trinidad de Arauca, El Cedral, El Frío, Los Caracaros, La Gallardera, La Cañada Avileña, La Victoria, San Pedro, El Caimán, El Palito, Santa Elena, La Venganza, Tabacare, El Socorro, Cardonal, La Yeguera, Caracaral, por solo mencionar algunos, eran traídos a los potreros colindantes de Dolores Sayago y de Clariso Farías, para luego enrumbarlos con duras implicaciones hasta La Concordia en la villa de San Cristóbal, en una distancia aproximada de 300 kilómetros. Entre los canoeros que merecieron respeto por su pericia en el cruzamiento fluvial se tienen que mencionar a: Macario Suarez (mentado Bala Perdía, un prototipo de Lorenzo Barquero), El Renco Claudio Roa, Pedro Solís, Ramón Torres, Pedro Daza, Prospero Núñez, el indio Agüero, entre otros argonautas criollos que con chaparro mano espantaban a los caimanes y evitaban las riesgosas atracciones rotatorias de los remolinos dararinos.

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Esperando en la otra orilla

aguardaban los arrieros

Santos Blancos era el primero

por enrumbarse en la trilla,

baquiano de muchas millas

fue don Isacc Ontiveros,

un auténtico llanero

don Casimiro Delgado

fiel arreador de ganado,

una raza de hombres fieros.


Una vez cumplido el cruce, al otro lado en el paradero  aguardaban los Nalgas Peladas, bautizados así por ser los encargados del arreo a caballo del ganado, eran estos jinetes unos indiscutibles centauros capaces de permanecer sobre los lomos de sus monturas  días enteros acompañados de sus raciones de carne seca, queso y panela; estos expertos y hábiles montadores eran distribuidos en funciones por un cabrestero, siendo este un hombre de confianza del dueño del ganado y responsable principal para que el rebaño arribara a su destino con una mínima perdida de cantidad y peso. Entre los míticos arrieros de a caballo se tienen que mencionar por obligatoriedad y respeto a: el catire Jesús María Escobar, el renco Alejo López, Luisito Moreno, Santos Blanco, Cipriano Cavanerio, Isaac Ontiveros, Bonifacio Ereù, Cornelio Sayago, Luis Madrid, Clariso Farías, Jesús Lara, Santiago Volcán, Domingo González, Ernesto Hurtado, Miguel Macías y muchísimos más que igualmente merecen membresía y dogma por sus valentías y sagacidades, ya que no solo enfrentaron los peligros y acechanzas naturales, sino igualmente con machete y revolver en mano no dudaban de soltar el plomo y el hierro a los salteadores de los caminos que valiéndose de un sinfín de artimañas buscaban perderlos en la montaña abriendo nuevos caminos en trochas cenagosas. El trayecto del arreo de los Nalgas Peladas era: desde el paradero al otro lado del Sarare hasta El Manguito, sitio localizado en los que se conoció como Boca de Monte, en una trayecto aproximado de 90 kilómetros.


LA ENTRADA A LA SELVA DE SAN CAMILO.-

Escribiría Pedro Padilla Hurtado en la conmemoración del centenario de su padre Francisco Padilla Zapata: “Al ingresar a la selva la ruta semejaba una especie de túnel formado por el tupio follaje de frondosos y seculares árboles, que en muchos trechos ni siquiera permitía el paso de los rayos solares, con un piso lleno de socavones y lodo que hacia el transito dificultoso en extremo e imposible para el arreo  a caballo, por estas razón la manada era recibida por hombres de a pie…” (Fin de cita)


Esas líneas describen en parte lo intricado y riesgoso de la nueva comprometida  asignada a los célebres arrieros de a pie bautizados popularmente como cagones, mentados así por sus constantes disenterías causadas  por el régimen de alimentación basados en carnes semi crudas y lácteos ácidos. Otro autor de obligatoria mención es el doctor y ganadero Fernando Calzadilla Valdés, quien en su texto: Por Los Llanos de Apure, describe por experiencia propia lo que implicaba adentrarse en la montaña de San Camilo, en un lenguaje de poética leve el galeno señala: “La Selva de San Camilo asombra por su majestuosidad y enmarañada exuberancia. ¡Cuánta riqueza y que prodigalidad de follaje! La mirada absorta apenas si alcanza penetrar distancias al través de la sombría espesura… (pag.82). Este intelectual y hombre del llano apureño recopilaría en su vandemecun su recorrido por los caminos ganaderos, en el documento con exactitud y veracidad narra lo observado y vivido por èl y sus acompañantes en la dura travesìa.


Casimiro Delgado hombre que cumplía funciones de canoero, hombre de a caballo y de a pie, dejaría para la posteridad su testimonio sobre la épica odisea, en una de las travesías contaría a Calzadilla Valdés anécdotas particulares que el médico escritor plasmaría en su obra, una de ellas sería la pérdida del guate Francisco García Camacho, mandadero de Pancha Vásquez (la doña Bárbara apureña) a comerciar unas reses a Guasdualito, jugándole un mal lance a la doña, yéndose  a San Camilo con una considerable cantidad de novillos cimarrones, la dueña consultaría con su socio del más allá, luego besaría su medallón y le exclamaría al comprador de ganado Jorge Villamizar, representante de la Casa Blohm: ese no llega muy lejos- lo que en efecto ocurrió, a los pocos días perecería de forma accidental García Camacho al caer a un precipicio rocoso con el ganado plagiado. Volviendo al itinerario, la faena de los llamados cagones comprendía un trayecto de 130 kilómetros desde Boca de Monte hasta La Morita en la población de El Piñal, por allí desfilaron con sus tucos y lazos hombres valientes sin temor a las fieras ni asaltantes como: Ismael Roa, el propio Casimiro, Alberto Griman, Boanerges Navas, Daniel Peñaloza, Pedro Solís, Jesús Heredia, Víctor Hernández, Daniel Quintana, Manuel y Pedro Emelier, Antonio Márquez (Perra Chuta) quien en un extraño percance en la selva quedaría cojo de un pierna, Jesús Coro,  por solo resumir al grupo de temerarios que desafiaron toda clase de ventura. El total de travesías por la montaña eran treinta y dos, siendo la última jornada desde Puente Teteo (La Esmeralda) hasta La Concordia, en un distancia estimada de noventa y cinco kilómetros, ya en La Concordia el ganado era entregado a los compradores y transados en morocotas de oro puro. Para finalizar, se debe resaltar que estas travesías épicas tan dignas de ser escitas por un Homero, permitieron abrir los horizontes viales interconexos y la fundación de poblados como El Nula, El Cantón y Guacas, así como el consiguiente poblamiento urbano, quedando en la actualidad solo recuerdos en los escenarios mentales de quienes vivieron y observaron en una época única y feraz lo que fueron y dejaron ser el camino ganadero y la Selva de San Camilo.


ALJER “CHINO” EREÙ.

 

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