Columna. Crónicas Alto Apureñas por Aljer “Chino” Ereú.-
PREÁMBULO.-
Lo que se conoció como
camino ganadero, y que tuvo vigencia
para la actividad del comercio vacuno durante más de cien años,
comprendía el titánico recorrido
Guasdualito-Selva de San Camilo-La Concordia, alcanzado su auge entre las dos
últimas décadas del siglo XIX y las cinco primeras del siglo XX, lapso de
tiempo que coincidió con el desate de guerras internas y la conformación
estructural del país a cargo del nacido en la hacienda La Mulera, general Juan
Vicente Gómez, presidente de la república en tres periodos. Para desarrollar el
tema, es importante mencionar que en
tiempos prehispánicos los primeros pobladores étnicos: betoyes, jirajaras,
achaguas y guahibos, conocían con total precisión las embrolladas e inhóspitas
rutas para comunicarse con las tribus cercanas de la serranía, ya con la
llegada del primer welsar Felipe Von Hutten en el siglo XIV se adelantarían las
expediciones que permitirían abrir las sendas del nuevo territorio, entre los
expedicionarios además de los teutones
estaría el cauto indio jirara Antonio Calaimi, venido de las entrañas de
Tame (Col) quien recorrería junto a los betoyes por más de cincuenta años las geografías del
Táchira y Apure, incluyendo Guasdualito,
constancia de este hecho se guarda en la Biblioteca de la Academia Nacional de
la Historia, con la signa de Joseph Casasani, bajo el rotulo de Historia de la
Provincia de La Compañía de Jesús del Nuevo Reino de Granada.
Dos siglos después de
fundada en 1561 por Juan de Maldonado, San Cristóbal (Tac) era un fructuoso
collado óptimo para la agricultura, pero deficiente en la producción carnìcola,
igual característica se presentaba para el resto de las economías municipales
del estado, esta tendencia se mantendría hasta mediados del siglo XIX, cuando
por iniciativa gubernamental se promueve por recuas y en un pesaroso recorrido
la traída del ganado vacuno llanero, mayormente de las haciendas y hatos alto
apureños, para ser comercializado en el occidente y principales plazas de
aquella embrionaria Venezuela. Llegaría el siglo XX con muchas expectativas.
Con la nueva centena se inicia el proceso de transición económica, lo que
implicaba el salto de la hacienda agrícola al patrimonio mineral, teniendo en
la explotación petrolera su principal dinamismo, y es para 1914 con el
descubrimiento de los yacimientos de Mene Grande por la Caribbean Petroleum
Company cuando oficialmente se inicia la explotación del oro negro en suelo
patrio.
Mientras lo anterior
ocurría en el occidente venezolano, al suroeste del estado Apure, el Guasdualito de las tres primeras
décadas del siglo veinte (XX) era considerado a pesar de las constantes
asonadas antigomecistas un sosegado villorrio de aspecto totalmente agreste y
silvestre, en donde cuatro (04) calles de tierra, aproximadamente cien (100)
casas (la mayoría de bahareque) con techo de palma real, caminos de recuas como
arterias de conexión y el recalar de los steams boats o barcos de vapor
configuraban la cotidianidad del enclave ribereño. Aunado a estos componentes,
la concentración de italianos emprendedores en actividades comerciales,
agrícolas y en servicios terciarios daba un importante impulso a la incipiente
economía particular de la época, proyectando a la población fronteriza como un
territorio pujante a pesar de las calamidades. En este contexto, la explotación
ganadera era la actividad económica predominante debido a la eficiente
explotación extensiva puesta en práctica a través del sistema de grandes hatos.
Conocido es que durante mucho tiempo el Alto Apure fue considerado - basado en
estadísticas fehacientes- como la zona más rica del estado apureño;
Bajo el cielo alto apureño
La Odisea de los arrieros era escrita no por Homero, si no por muchos aedos
vernáculos, verdaderos prohombres que desafiaban al miedo y al peligro y, que
escribieron su teogonía en la
Titanomaquia Selva de San Camilo, legendaria espesura cuya extensión
real comprendía desde el estrecho occidental del estado Apure, contiguada con
Barinas, Táchira y Arauca (Colombia), a su vez constituida por el macizo
selvático de Caparo, Cutufí y Arauca, extendiéndose por más de un millón de
hectáreas a lo largo y ancho de su delimitación geográfica, lo que permitió el
desarrollo de un pródigo y exuberante paraíso natural, desaparecido
criminalmente por la acción irracional del ser humano.
LA TRAVESIA GANADERA.-
/
Cuando al hombre alto
apureño,
su valor le era probado
por La Manga a Boca e
Monte,
por San Luis y Caracaro,
por El Caimán y San Pedro,
el Manguito muy nombrado,
luego estaba San Camilo,
peligros por todos lados.
¡Viva La Virgen! Esta era el grito consolador de los hábiles canoeros encargados de guiar el cruce de ganado por El Paso de La Manga del Río, una especie de versión criolla del bizantino Nobiscum Deus (Dios con nosotros) de aquellos proverbiales hombres, a lo que respondía la compañía: ¡Y a notros también! al no resultar extraviado ningún ser humano o res en el peligroso cruce por el afluente Sarare, el mismo alarido era repetido por los caporales, nalgas peladas y cagones una vez salidos de la espesa Selva de San Camilo, verdadera devoradora de hombre y reses, que por muchas décadas fue cruzada de punta a punta cobrando su correspondiente y alta factura. La difícil y constante tarea se iniciaba con el arreo a caballo del ganado bovino proveniente de los hatos alto apureños y de otras jurisdicciones por un grupo de hombres cuya probidad y sagacidad no daba cabida a dudas de ningún tipo. Grandes rebaños provenientes de grandes feudos como: Mata de Totumo (propiedad de Pancha Vásquez), Las Angosturas, Temblador, Hato Nuevo, Campo Alegre, La Trinidad de Arauca, El Cedral, El Frío, Los Caracaros, La Gallardera, La Cañada Avileña, La Victoria, San Pedro, El Caimán, El Palito, Santa Elena, La Venganza, Tabacare, El Socorro, Cardonal, La Yeguera, Caracaral, por solo mencionar algunos, eran traídos a los potreros colindantes de Dolores Sayago y de Clariso Farías, para luego enrumbarlos con duras implicaciones hasta La Concordia en la villa de San Cristóbal, en una distancia aproximada de 300 kilómetros. Entre los canoeros que merecieron respeto por su pericia en el cruzamiento fluvial se tienen que mencionar a: Macario Suarez (mentado Bala Perdía, un prototipo de Lorenzo Barquero), El Renco Claudio Roa, Pedro Solís, Ramón Torres, Pedro Daza, Prospero Núñez, el indio Agüero, entre otros argonautas criollos que con chaparro mano espantaban a los caimanes y evitaban las riesgosas atracciones rotatorias de los remolinos dararinos.
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Esperando en la otra
orilla
aguardaban los arrieros
Santos Blancos era el
primero
por enrumbarse en la
trilla,
baquiano de muchas millas
fue don Isacc Ontiveros,
un auténtico llanero
don Casimiro Delgado
fiel arreador de ganado,
una raza de hombres
fieros.
Una vez cumplido el cruce,
al otro lado en el paradero aguardaban
los Nalgas Peladas, bautizados así por ser los encargados del arreo a caballo
del ganado, eran estos jinetes unos indiscutibles centauros capaces de permanecer
sobre los lomos de sus monturas días
enteros acompañados de sus raciones de carne seca, queso y panela; estos
expertos y hábiles montadores eran distribuidos en funciones por un cabrestero,
siendo este un hombre de confianza del dueño del ganado y responsable principal
para que el rebaño arribara a su destino con una mínima perdida de cantidad y
peso. Entre los míticos arrieros de a caballo se tienen que mencionar por
obligatoriedad y respeto a: el catire Jesús María Escobar, el renco Alejo
López, Luisito Moreno, Santos Blanco, Cipriano Cavanerio, Isaac Ontiveros,
Bonifacio Ereù, Cornelio Sayago, Luis Madrid, Clariso Farías, Jesús Lara,
Santiago Volcán, Domingo González, Ernesto Hurtado, Miguel Macías y muchísimos
más que igualmente merecen membresía y dogma por sus valentías y sagacidades,
ya que no solo enfrentaron los peligros y acechanzas naturales, sino igualmente
con machete y revolver en mano no dudaban de soltar el plomo y el hierro a los
salteadores de los caminos que valiéndose de un sinfín de artimañas buscaban
perderlos en la montaña abriendo nuevos caminos en trochas cenagosas. El
trayecto del arreo de los Nalgas Peladas era: desde el paradero al otro lado
del Sarare hasta El Manguito, sitio localizado en los que se conoció como Boca
de Monte, en una trayecto aproximado de 90 kilómetros.
LA ENTRADA A LA SELVA DE SAN CAMILO.-
Escribiría Pedro Padilla
Hurtado en la conmemoración del centenario de su padre Francisco Padilla
Zapata: “Al ingresar a la selva la ruta semejaba una especie de túnel formado
por el tupio follaje de frondosos y seculares árboles, que en muchos trechos ni
siquiera permitía el paso de los rayos solares, con un piso lleno de socavones
y lodo que hacia el transito dificultoso en extremo e imposible para el
arreo a caballo, por estas razón la
manada era recibida por hombres de a pie…” (Fin de cita)
Esas líneas describen en
parte lo intricado y riesgoso de la nueva comprometida asignada a los célebres arrieros de a pie
bautizados popularmente como cagones, mentados así por sus constantes disenterías
causadas por el régimen de alimentación
basados en carnes semi crudas y lácteos ácidos. Otro autor de obligatoria
mención es el doctor y ganadero Fernando Calzadilla Valdés, quien en su texto:
Por Los Llanos de Apure, describe por experiencia propia lo que implicaba
adentrarse en la montaña de San Camilo, en un lenguaje de poética leve el
galeno señala: “La Selva de San Camilo asombra por su majestuosidad y
enmarañada exuberancia. ¡Cuánta riqueza y que prodigalidad de follaje! La
mirada absorta apenas si alcanza penetrar distancias al través de la sombría
espesura… (pag.82). Este intelectual y hombre del llano apureño recopilaría en
su vandemecun su recorrido por los caminos ganaderos, en el documento con
exactitud y veracidad narra lo observado y vivido por èl y sus acompañantes en
la dura travesìa.
Casimiro Delgado hombre
que cumplía funciones de canoero, hombre de a caballo y de a pie, dejaría para
la posteridad su testimonio sobre la épica odisea, en una de las travesías
contaría a Calzadilla Valdés anécdotas particulares que el médico escritor
plasmaría en su obra, una de ellas sería la pérdida del guate Francisco García
Camacho, mandadero de Pancha Vásquez (la doña Bárbara apureña) a comerciar unas
reses a Guasdualito, jugándole un mal lance a la doña, yéndose a San Camilo con una considerable cantidad de
novillos cimarrones, la dueña consultaría con su socio del más allá, luego
besaría su medallón y le exclamaría al comprador de ganado Jorge Villamizar,
representante de la Casa Blohm: ese no llega muy lejos- lo que en efecto
ocurrió, a los pocos días perecería de forma accidental García Camacho al caer
a un precipicio rocoso con el ganado plagiado. Volviendo al itinerario, la
faena de los llamados cagones comprendía un trayecto de 130 kilómetros desde
Boca de Monte hasta La Morita en la población de El Piñal, por allí desfilaron
con sus tucos y lazos hombres valientes sin temor a las fieras ni asaltantes
como: Ismael Roa, el propio Casimiro, Alberto Griman, Boanerges Navas, Daniel
Peñaloza, Pedro Solís, Jesús Heredia, Víctor Hernández, Daniel Quintana, Manuel
y Pedro Emelier, Antonio Márquez (Perra Chuta) quien en un extraño percance en
la selva quedaría cojo de un pierna, Jesús Coro, por solo resumir al grupo de temerarios que
desafiaron toda clase de ventura. El total de travesías por la montaña eran
treinta y dos, siendo la última jornada desde Puente Teteo (La Esmeralda) hasta
La Concordia, en un distancia estimada de noventa y cinco kilómetros, ya en La
Concordia el ganado era entregado a los compradores y transados en morocotas de
oro puro. Para finalizar, se debe resaltar que estas travesías épicas tan
dignas de ser escitas por un Homero, permitieron abrir los horizontes viales
interconexos y la fundación de poblados como El Nula, El Cantón y Guacas, así
como el consiguiente poblamiento urbano, quedando en la actualidad solo
recuerdos en los escenarios mentales de quienes vivieron y observaron en una
época única y feraz lo que fueron y dejaron ser el camino ganadero y la Selva
de San Camilo.
ALJER “CHINO” EREÙ.
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