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martes, 14 de junio de 2022

COLUMNA: CRÓNICAS ALTO APUREÑAS: Antiguo Cuartel y el Suceso del 19 de junio de 1921 por Aljer “CHINO” Ereú .

Columna. Crónicas Alto Apureñas. Aljer “CHINO” Ereú

 PARA QUIENES SE IDENTIFICAN CON NUESTRA HISTORIA:

EL ANTIGUO CUARTEL Y EL SUCESO DEL 19 DE JUNIO DE 1921

 

Hecho sangriento fue aquel

cuando querían el cuartel

los alzados contra Gómez.

Un festín de sangre y llanto,

horas de terror y espanto

con tregua y con desplomes. 

 

PREÁMBULO.-

La fecha del 19 de Junio de 1921 permanecerá estampada para siempre en el testamento histórico de Guasdualito, capital del municipio Páez del estado Apure. Tropas revolucionarias comandadas por el doctor Roberto Vargas (a) “El Tuerto” (comandante en jefe), secundado por Fermín Toro (jefe de estado mayor), general Emilio Arévalo Cedeño (jefe de la primera división), general Pedro Pérez Delgado (jefe del batallón Aramendi) entre otros épicos, intentarían sin éxito tomar la plaza del poblado, la cual estaba defendida por 270 hombres bien apertrechados en el Cuartel Militar (hoy Casa de Gobierno) comandados los mismos por los oficiales gomecistas: general Benicio Giménez, coronel Antonio Pulgar y general Jesús Antonio Ramírez, veteranos militares que sin pestañeos ni titubeos ordenaron a sus hombres defender el cuartel a costa de sus vidas. Treinta y seis horas de plomo limpio con los Winchesters 30-30 y el continuo centelleo de los machetes Collins, fueron más que suficiente para inundar las cuatro calles de tierra del pastoril y apacible pueblo con la hemoglobina humana.

 

SOBRE EL CUARTEL.-

Los antecedentes históricos señalan, que por orden expresa del presidente designado del estado Apure, doctor  José Núñez, se construye en el año 1910 el primer cuartel en el nuevo Guasdualito, ubicado por la calle Bolívar, frente a la principal plaza pública. Esto con la finalidad de  tener el régimen del presidente  Juan Vicente Gómez Chacón una presencia activa que le permitiera la eliminación de los caudillos criollos que tenían en la franja Elorza-Guasdualito-Arauca su corredero y aliviadero. De techo de palma y paredes de adobe seria la primigenia obra. Para 1937 por orden directa del  trigésimo segundo presidente de Venezuela general Eleazar López Contreras, se construye una nueva instalación en el mismo sitio, pero ya con materiales de mayor resistencia y durabilidad, incorporando nuevos espacios para un mejor funcionamiento. El diseño arquitectónico estuvo a cargo del proyectista Andrés Ochoa, a quien mucho se le debe y poco se le ha reconocido su aporte al empuje del poblado de las cuatro primeras décadas del siglo caducado. En febrero de 1943 bajo la presidencia del tachirense Isaías Medina Angarita, se procede a efectuar una remodelación en contorno  con paredes de ladrillos adheridos con argamasa, como responsable de la rehechurìa estaría el ingeniero Carlos Feo. Durante dieciséis años la infraestructura serviciaría de sede del principal componente militar (ejercito) hasta que en 1959 es ocupado y reacondicionado para la entrada en servicio de La Guardia Nacional. Durante los años 80  e inicios de los 90, la instalación quedaría en abandono. En 1998 por empeño del alcalde Exer Armando Fulco, se elabora y presenta el proyecto de Reconstrucción del Cuartel de Guasdualito, siendo aprobado en primera revisión por las instancias superiores. Adicionalmente al proyecto se le incorporó una moderna dotación. Se culmina la obra y se inaugura en 1999 como sede administrativa y representativa del gobierno regional, teniendo ese funcionamiento hasta la actualidad, siendo conocida como Casa de Gobierno.    

 

EL SUCESO DEL 19 DE JUNIO DE 1921.-

Aquella mañana dominguera del 19 junio de 1921, el pueblito de cuatro calles fangosas anclado a la margen derecha del tributario Sarare despertaría sin cantos de gallos, pero si con una caterva de zamuros que cabrioleaban en el cielo nublado al compás silencioso del infortunio. Por la vieja Calle Real lentamente se fueron abriendo las puertas y portones de madera que chirriaban temerosas, como deseosas de volver al encierro invernal. El día anterior una extraña figura parecida a una ave enorme se había posado por varios minutos en la cruz del campanario de la rustica y vieja iglesia. Para unos, el hecho pasaría desapercibido pero para otros era el presagio de un mal porvenir, y no se equivocarían, algo oscuro y lúgubre cargaba esa amanecida. Pasadas las primeras horas vespertinas de aquel día litúrgico, el monaguillo Ramón Zambrano por orden del presbítero Contreras subió a la torrecilla a sonar campanas, como anuncio y llamado al servicio religioso. A los pocos minutos en andar apresurado pasaban las señoras y muchachas vestidas con impecables atuendos incluyendo los abanicos de pavo real para atenuar rítmicamente el calor del recinto. Mientras, a las 08: 00 am, en el viejo cuartel con paredes de adobe construido en 1910, el general Benicio Giménez, viejo castrense yaracuyano obediente e incondicional a la causa del general Gómez pasaba revista a la tropa. En la jefatura civil el general barinès Jesús Antonio Ramírez con sus setenta y tantos años, pero con la dureza de un roble hacia lo mismo, ausente del recinto militar se encontraban el coronel Antonio Paredes Pulgar, y el jefe civil coronel Ramón E. Peña, a quienes se esperaban en horas de la mañana proveniente de la vecina población Arauca (Col). Al llegar se entrevistarían a puerta cerrada en el acantonamiento, la razón: amonestación a los centinelas por el no acatamiento de la orden superior, estos vigilantes no realizarían como era habitual la ronda nocturna en los contornos del poblado, esta falla costaría sangre y vida. A las 8.15 am por las cercanías de las sabanas de La Miel, Misael Gallardo, campesino afecto al gobierno avizora un campamento y banderolas alusivas al movimiento de alzados en armas liderados por  Roberto Vargas, ingeniero,  caudillo  militar  y  político,  apodado  El  Tuerto, y el general guariqueño Emilio Arévalo Cedeño, el mismo que meses atrás en enero de 1921 había asaltado a San Fernando de Atabapo (Amaz) fusilando en plaza pública al terrible Tomas Funes. La osadía de Baldayo le valdría un plomazo en la garganta de los tiradores revolucionarios. Un día antes la sublevación que pregonaba: ¡Viva la Libertad! ¡Muera el Tirano Gómez!  había cortado las líneas del telégrafo, logrando incomunicar totalmente al poblado.

 

Por el paso de La Manga, caballo y machete en mano

entraría Pérez Delgado dirigiendo a La Sagrada,

un escuadrón del infierno, la muerte traían pintada.

¡Maisanta que son bastantes! Y siguieron las palabras:

“el que quiera se regresa y el que no plomo pa´ lante,

el que quiera se regresa, me lo descabezan antes”.

No crea que soy un farsante que tergiversa la historia,

esto me decía Caropres: no me falla la memoria,

pregúntele a José Fulco el pariente de Carmelo,

abría su carnicería cuando reventaba el duelo.

   

El tiempo empezó a correr de forma vertiginosa. En el pulpito el cura Contreras en singular homilía citaba la lucha entre David y Goliat ubicada en el libro de Samuel. Por la Calle Real don José Fulco descendiente directo de los venidos de la vieja Italia se dispondría abrir su carnicería, barriendo como tenia de costumbre el frente de su negocio, mientras hacia el oficio conversaba en un confuso italiano con su coetáneo Pascual Panza, dueño de una surtida pulpería por la misma corredera, inocentes los dos, así como el resto de los habitantes del infierno que se avecinaba. El desaparecido  Oldman Botello en el texto Guasdualito navegación por su historia, sobre el suceso señala: “la tropa gubernamental estaba desprevenida. No esperaban el ataque, los encargados de recorrer las sabanas permanecían en el cuartel, la carnicería seria espantosa” (1988:83).

     

Lo sucesivo. A las 9 am fue la entrada del caudillo de Ospinol, general Pedro Pérez Delgado, el llamado Maisanta por el puente 19 de diciembre, a la cabeza el batallón Aramendi, tomando por sorpresa a parte de la tropa gobiernera que aprovechaba la hora para bañar sus monturas y lavar vestiduras.  Allí iba el otrora jovenzuelo de La Mata Carmelera, como poseído por el espíritu de Keres, guiando a espectros carnales al Hades, arengándolos con su infernal grito: ¡El que quiera se regresa y si no plomo pa`lante! Testigos del hecho como Pascual Panza y Pedro Becerra afirmaban que de los 120 hombres de su escuadrón solo quedarían 17. La escena era de terror, plomo, machete y decapitaciones, una carnicería humana se iniciaba, la atmósfera se tornó más oscura debido a la pólvora quemada de los rifles Winchester, muertos de parte y parte empezaron a colmar las calles. Sin faltarle valor a ambos bandos arreciaron el enfrentamiento, los comandados por Pérez Delgado llevaron la peor parte, explicada por la forma desordenada del ataque, a él mismo casi le cuesta la vida  su terquedad y obstinación, en una reacción, viéndose disminuido envía a uno de su sagrada solicitando al Tuerto Vargas, quien se hallaba en Los Corrales con los generales Paris, Arévalo Cedeño y Parra Pacheco, refuerzos para seguir el combate y obligar al enemigo a replegarse en el cuartel. Como ayuda le dispusieron una compañía al mando de Isaías Bello, de la guardia del propio Vargas, complementada con parte del batallón “Pío Gil”, al mando del capitán Carrillo. Aquello no era para ganar la refriega, más bien para calmar la sed de sangre del caudillo. En el trayecto aflorarían las discordias esparcidas, el capitán Augusto Riobueno desertaría inesperadamente, en vista de ello Maisanta ordenaría cargar con lo que se pudiera hacia el cuartel.

 

Por Morrones Diego Arria metió su caballería,

traían una algarabía: que viviera El Tuerto Vargas.

La población se encerraba evitando así la muerte,

los infantes inocentes se metían bajo las camas,

y las mujeres al suelo todititas asustadas

atacadas por el miedo oraciones recitaban.

    

La refriega agarraba ardor, por orden expresa del general Fermín Toro (jefe el estado mayor de los alzados) entra por Morrones el doctor y general merideño Ricardo Arria Ruiz al frente de la brigada Páez, a su paso fue sembrando de cuerpos mutilados la entrada principal que bordeaba el caño. Al oír la plomacera y los gritos de las personas el párroco Contreras suspende el oficio y pide a los concurrentes echarse al suelo; el coronel Luis Felipe Hernández acompañado del capitán Marcos Porras disponen dirigirse al viejo puente, allí los esperaban los gomecistas en un destacamento provisional, más plomo, machete y muertos al caño, los enardecidos insurgentes vitoreaban loas revolucionarias, el ataque sorpresa daba sus frutos momentáneos. Una vez eliminado el frente  por orden del mismo Arria la tropa asaltante se dirige al acantonamiento, allí estaban atrincherados los jefes militares y sus escuadrones, superados ampliamente en número, 800 hombres contra 270, no era por así decirlo cualquier concha de mango. Ese 19 de junio estaba bajo el cielo de Periquera lo mejor de aquella insurgencia, pero desmembrada por rencillas internas y ambiciones personales. A pocos metros de llegar al fortín una bala certera da en el pecho del general Arria, el desconcierto en el batallón no se hizo esperar, como pudieron cortaron objetivo a los tiradores ocultándose en un cruce de calle, cargando en hombros dos soldados al bravo médico militar que ordeno seguir avanzado, casi desangrándose lo introducen en la casa de la familia Lara, posándolo en una mecedora. Al enterarse el boticario Silverio Agüero de inmediato prepara su botiquín con medicina e instrumentos de primeros auxilios, ambos eran farmaceutas de profesión y se profesaban estima y afecto. Al salir de su casa por la Calle Real en la encrucijada de las casas del italiano Guarino y del coronel Natalio Matute, una bala que vino de una trinchera gomera cercana y no de Pedro Becerra, como han escrito varios calígrafos, impacta en la cabeza del herbolario ocasionándole la muerte de forma instantánea, fue una perdida muy sentida para los habitantes, debido a que el fallecido era la mano munificente y sanadora de aquella ya diezmada población. Mejor suerte correría el general Arria, a la mañana siguiente fue llevado a la población vecina de Arauca, en donde lo atendería el prominente galeno Pérez Hoyos, salvando milagrosamente su vida.

 

Eran varios generales cada cual con sus soldados,

había uno de bigotes, de estatura era pequeño,

al que todos respetaban, Emilio Arévalo Cedeño.

Ese entro por Los Corrales con un grupo de insurrectos,

carajo que plomazón, la gente corría pa´ el templo.

    

Enardecido e impaciente el general Emilio Arévalo Cedeño al fin entraría en acción, el gritador de Cazorla, el siete por siete, llamado así por las siete invasiones fracasadas que llevó a cabo con el objeto de tumbar al régimen.  Con lo que restaba de la primera división entraría por Los Corrales vociferando su célebre baladro. Se detendría por unos minutos en el puente de madera ubicado en la cercanía en donde hoy se encuentra La Estación de la familia Padilla Hurtado, al costado derecho observaría la tumba del coronel legalista Candelario Rubio, caído en el enfrentamiento de 1914 junto al general Valentín Pérez “El Espaletao”.  Bajando de su montura le prometería a la memoria del difunto salir victorioso en la toma del cuartel, pero eso estaba por verse. Con la ausencia del doctor Vargas el pueblo estaba tomado en su totalidad por los insurgentes, con sangre y fuego fueron arrinconados los defensores del gobierno en el cuartel. Muertos por todas partes, empezaba la hediondez a cargar el aire. Inequívocamente el día y las horas más sangrientas en la historia de Guasdualito. Una breve llovizna brindó una pausa a la contienda, al cesar la misma, otro aguacero pero de plomo sulfuroso retomó su ventisca. Los del cuartel no daban tregua, su ideal por encima de todo  incluyendo sus propias vidas era defender al general Gómez, quien se hallaba en reposo médico en su hacienda La Mulera (Mar) pero al tanto de los movimientos previos, ya que en la primera semana de mayo el general Félix Simancas, ganadero y comerciante, le había informado por línea morse que la gente de Vargas y Carmelo París merodeaban y no con disimulo por Elorza y El Amparo. Y otro  comunicado pero desde Palmarito, fechado el 19 junio a las 10.15 pm, el general Adolfo Hernández le informaba directamente del estruendo de descargas que les llevaba el viento en las horas nocturnas. La decisión del andino fue comunicar a los presidentes de los estados Bolívar, Apure y Guárico dirigirse en máxima urgencia a Periquera.

 

Con machete y plomo bueno al gomecismo enfrentaron,

poco a poco los llevaron a encerrarse en el cuartel.

Pulgar que era coronel y su jefe un general,

y lo tengo que nombrar, este era el nombre de aquel:

señor Benicio Giménez un militar gomecista

colocó por las garitas a sus francos tiradores

ordenándoles: “Señores, no me fallen municiones,

una bala por un hombre, muerto sin contemplaciones”.


Dura reyerta en la mañana, y aún más en horas de la tarde, en el recinto militar el teniente Teófilo Cañas brindaba los primeros auxilios al general Benicio Giménez, comandante de las fuerzas, ante su presencia solicitó reunión con sus oficiales, todos entendían que allí iban a quedar cocidos por las balas y descuartizados por los filosos hierros Collins, su orden tajante fue no desperdiciar municiones, una bala por muerto, al día siguiente (20) mandó a colocar los francotiradores por las cuatro esquinas, en la garita frontal derecha colocó al experto tirador Pedro Becerra, mozo de 21 años que había ganado su fama de bala fija, practicante del oficio desde sus primeros años en la caza de chigüiros, guires y danta que abundaban en los predios, entrado al servicio castrense a los 18. Estando Becerra en su posición observaría pero sin blanco abierto a Maisanta, cuando éste y sus macheteros derribaban la puerta de la jefatura civil, a quien si le pondría ojo y bala seria al general aragüeño Pedro José Fuentes, quien en inútil acto llamaba al cese del fuego, el balazo le desprendería la quijada derecha, el general Ramírez observando lo sucedido ordenó un alto al fuego para que los alzados retiraran el cuerpo del desafortunado, su compañía mayormente de araucanos y casanareños dispondrían de trasladarlo al otro lado (Arauca), infectada la herida al punto de engusanàrsele, posteriormente sería llevado a la capital de Colombia, en donde le implantarían una prótesis de platino, por este implante en adelante sería mejor conocido como Quijà de Plata. A las treinta y tres horas (33) de crudo enfrentamiento aquellos atacantes y defensores empezaron a sentir los efectos del cansancio. En su punto de operaciones el doctor Vargas ordena a la oficialidad un ataque final que terminara con la toma del cuartel, a la orden se enfilarían los generales Francisco Parra Pacheco, Marcial Azuaje (Cuello de pana), Carmelo París, José Capdevilla, Elías Aponte Hernández, Marcos Becerra, Manuel Montilla, entre otros, todos ellos ya probados en las montoneras y el boulevard de las guerrillas, en alusión a la definición de Carlos, M. Laya en su Apure Histórico. Había que estar allí para tener una idea clara y concisa de la bestialidad de unos y el esfuerzo sobrehumano de los otros por defender aquel cuartel y en el fondo la causa del Bagre. En la hora sexta pasado el meridiano por las cuatros calles inundadas más que de sangre que de aguacero la escena era terrorífica, las paredes de las casas, pulperías y otros negocios  agujeradas y con adobes desprendidos, muertos por todas partes, mujeres y niños escondidos bajo las camas, y hombres en vigilia ante una posible entrada de lo indeseable. La penuria, el horror y lo espantoso de ese hecho quedaría grabado en varias generaciones de guasdualiteños.

 

De pronto se oyó una voz, y una bandera se alzó,

el comandante Giménez desde los muros gritó:

“nosotros nos rendiremos si aquí viene el doctor Vargas”.

No le gusto esto a Maisanta, menos al general Cedeño,

pues el objetivo de ellos era el cuartel con las armas,

pero en acuerdo era el tuerto que entre todos comandaba,

un médico de conversa con prudencia exagerada.


A  las 1.15 pm del 21 de junio, luego de infernales horas de lucha una bandera blanca es izada por el soldado Claudio de Jesús Martínez, por el muro izquierdo se asomaría un mal herido general Giménez solicitando un alto al fuego, pidiendo la presencia del doctor Vargas, tiros al aire por los alzados, el objetivo aparentemente había sido logrado a costa de fuego y sangre. El general Arévalo Cedeño envía un emisario a informar al comandante en jefe, quien dispuso que fuera su amigo el general Francisco Parra Pacheco quien se entendiera con los gomecistas, para exigirles una rendición total. Se abrió la puerta del cuartel que crujía por el destornillamiento causado por la gran cantidad de plomo recibida, los apamates y samanes de la plaza igual recibieron un sin números de balas, sirviendo de protección a los instigadores. El diestro coronel Ramón Emilio Peña quien asumió el comando al ser heridos sus superiores,  con el escuadrón en formación recibe y saluda a Parra Pacheco llevándolo ante la presencia de sus generales heridos. Se acuerda la tregua, y por orden dada por el mismo Vargas desde El Chinquero, el ejército insurrecto se retira hasta Vara de María. Craso error seria este acuerdo para los alzados. Vendrían las deserciones en bandada, para el Arauca y sus alrededores seria el paradero de no pocos hombres convertidos en fantasmas vivientes, mal heridos y agotados, guiados en una guerra desproporcionada, vivir y no morir miserablemente era ya lo deseado. El general Arévalo Cedeño señalaría en su texto El Libro de Mis Luchas, pág. 158: “aquella disposición era fatal, para evitar discordias, se aceptó y marchamos a una legua de allí, en donde pernoctamos”.

   

La retirada fue aprovechada por el general Benicio Jiménez para enviar por caminos del monte a dos comisionados con destino al cuartel de Palmarito, el mensaje fue escrito por su puño ensangrentado y firmado a dura pena, el documento pasaría al Archivo Histórico de Miraflores con la signa Telegrama de 1921. Caja Nº 807, estampaba lo siguiente: “Después de un combate de treintiseis (36) horas con las fuerzas revolucionarias al mando de los Grales. Francisco Parra Pacheco, Roberto Vargas, Arévalo Cedeño, Toro, Pedro Pérez y el Dr. París, hemos llevado  a cabo un cese de hostilizados (sic) que durara hasta el día de mañana para recoger los heridos y darles momento de respiro a nuestras tropas por una lucha tan larga, la cual estuvieron batiéndose con la mayor bizarría sin tomar un bocado de pan. El combate ha sido muy sangriento (…) Todos los jefes y oficiales han luchado con un valor digno de alabanza. El coronel Peña asumió la dirección de combate acompañado del Gral. Ramírez, el cual se portó como viejo veterano”. El telegrama del general Giménez resumía en cortas líneas sin fanfarria ni exageraciones, la crudeza del combate, y a su vez la valentía y la determinación de los acuartelados.

 

El de Ospino beso la tierra enceguecido de rabia,

el machete sacudió profiriendo estas palabras:

“Como puedo ser posible que una batalla ganada

ahora tenga que perderse por culpa del tuerto Vargas,

lo de guerra es pa´ los hombres, no pa´ médicos ni damas”.

 

 La razón justificada por el médico general Vargas para el abandono de la plaza, y que plasmo en sus detalles biográficos, fue que un par de vigilias le habían informado que del estado Zamora exactamente de Puerto Nutrias se aproximaba y ya muy cerca los refuerzos comandados por el jefe civil  de Obispo el general  Silvano de Jesús Uzcátegui, quien a la postre llegaría vía fluvial por el puerto El Gamero con un reducido contingente y más del millar de municiones, además de esto, le llegaría información errada que el general Vicencio Pérez Soto, se aproximaba por Suripà con tropa y caballería, estas condicionantes lo obligaron a un cambio de planes. Tratando de ganar tiempo ordena a Pérez Delgado distraer a Uzcategui con dos escuadrones, en el sitio El Baldayero ocurriría una escaramuza, y la otra iniciando la Calle Real, devolviéndose los insurgentes en horas de la tarde del segundo día de lucha al sitio de Las Angosturas, allí era el punto de encuentro de todo el ejército rebelde para evitar ser tomados por fuerzas gubernamentales, frescas y bien apertrechadas, la decisión fue acatada con vista al suelo y con refunfuñeos por Pérez Delgado y Arévalo Cedeño, encargados de sembrar la discordia entre los otros generales y oficiales, el primero de ello según José León Tapia en su libro Tiempos de Maisanta se arrodillaría en un tramo de la Calle Real, besando la tierra y lanzando a los cuatros vientos su furia y descontento pronunciando: “Maldita sea los doctores y todo aquel que aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costillas de los de abajo,  juró ante sus atónitos oficiales que lo esperaban respetuosos: “Juro que no daré un paso más al lado de estos carajos, que cuando hay que jugársela toda como corresponde a los hombres completos, comienzan con la conversadera”.

  

En el sitio conocido como Las Angosturas, Arévalo Cedeño se insubordina y desconoce la orden y autoridad del doctor Vargas, José Garbi Sánchez, en la reláfica Batalla de Guasdualito expone sobre el acto: “no gustó a Arévalo Cedeño el retroceso de las tropas. Pensaba tomar la plaza y enfrentar a Uzcátegui. Siguieron los enfrentamientos personales; un hijo del general Marcial Azuaje, Eliseo Azuaje, intentó hacer armas contra Vargas pero su padre lo evitó. Recomendaron a éste que se fuera y el 24 de junio, para cortar de raíz la situación, pidió permiso para retirarse con la gente que le era afecta. Se fue vía a Arauquita con Luis Felipe Hernández, el coronel Maldonado y unos cuantos soldados. Arévalo Cedeño se vio dueño de la situación y en un arranque muy suyo, intimó la rendición de la plaza al general Giménez o de lo contrario, seria atacado nuevamente” (sic).

   

La respuesta desde el cuartel por parte del general Benicio Giménez  fue firme y decisiva, el coraje y valentía de aquellos andinos y barineses fue de admirar por el mismo Gómez. En un aparte del Archivo Histórico de Miraflores, se testimonia lo contestado a Cedeño por el comandante del cuartel: “No me lo permiten mis condiciones de soldado que sabe cumplir con su deber. Espero, pues, tranquilo un nuevo ataque que Ud. ejecutará a esta plaza, donde están los mismos soldados animados del mismo espíritu que tuvimos con Ud. en combate anterior”. Era tal la determinación de aquellos militares que en el último telegrama enviado a  Maracay signaba: “recibimos refuerzos del general Uzcategui, que ha traído 1800 tiros, en estos momentos que le participamos esto, el enemigo está alrededor de la población, y de un momento a otro se principiara el combate, sentimos mucho no tener proyectiles suficientes para rechazar el ataque, haremos todo el esfuerzo que este de nuestra parte en cumplimiento de nuestro deber”.

   

Tres arremetidas intentó Arévalo Cedeño con su ejército desmandado y extenuado contra la tropa gomecista, reanimada y con la moral en alto. Pendiente de la llegada de otros esfuerzos ordenaría la retirada final, se perdía la oportunidad de oro para los adversarios y opositores del régimen. En Las Angostura el coronel Eliseo Azuaje por poco le vuela cabeza al ya disminuido y derrotado Vargas, llamándole cobarde. Los atacantes insurgentes unos para el Arauca y otros por El Viento, guiados por desmoralizados generales que proferían acusaciones de todo tipo, pidiendo consejo de guerra y fusilamiento unos para otros. La victoria la tuvieron en las manos aquellos hombres, un enemigo vencido saliendo vencedor por la carencia de coherencia y unidad de criterios, luego cada quien pondría sus manos en el lavatorio, pero pronto los Pilatos y Judas Iscariotes cargarían sus culpas con grillos y cadenas en oscuras prisiones. No pudo Cedeño repetir en Guasdualito la acción de San Fernando de Atabapo, allá no faltó la estocada final, mientras que en Periquera faltó  el punto final del capítulo sangriento. El día 28 de junio a las 2 pm pone el pie en el poblado de cuatro calles fangosas convertido en un cementerio sin tumbas, el general y para entonces presidente  del estado Bolívar Vincencio Pérez Soto, en horas de la mañana del día siguiente el doctor Hernán Febres Cordero (presidente del estado Apure) y el general del estado Guárico Manuel Sarmiento (presidente del estado Guárico) pero ya todo estaba consumado, honor al valor, exaltas a los vencedores. Los pobladores fueron abriendo con temor puertas y ventanas, el hedor a muerto imponía acciones de entierro y sanitarias. El saldo de aquella carnicería era en extremo pavoroso: más de 250 muertos y más de 100 heridos, el panorama era desolador, el presbítero F.A Conteras en su informe del hecho relataría: “vieron mis ojos lo más parecido al infierno…”. Y sin duda que no exageraba, como no exageraba el médico Pedro Padilla Hurtado refiriéndose en su texto familiar al Guasdualito de aquel tiempo: “Podríamos afirmar que para esa época y en las primeras décadas del siglo XX nuestro pueblo era como decir el confín del mundo, un pueblo diezmado como consecuencia de la revueltas antigomecistas y epidemias de todo tipo, amparado a la gracia divina”. Días después de la hostilidad la normalidad trataba tímidamente de volver a sus fueros, por las tardes en la plaza los más viejos recordaban las alaridas proféticas del trotamundos  Enoc, según las cuales el ángel de la oscuridad visitaría al enclave ribereño acompaños de sus maléficos jinetes. De este suceso histórico se cumple este 19 de junio del año en curso ciento un  (101) años.

 

ALJER “CHINO” EREÙ.-.

 

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