Columna. Crónicas Alto Apureñas. Aljer “CHINO” Ereú
EL ANTIGUO CUARTEL Y EL SUCESO DEL 19 DE JUNIO DE 1921
Hecho
sangriento fue aquel
cuando querían
el cuartel
los alzados
contra Gómez.
Un festín de
sangre y llanto,
horas de
terror y espanto
con tregua y
con desplomes.
PREÁMBULO.-
La fecha del 19 de Junio de 1921
permanecerá estampada para siempre en el testamento histórico de Guasdualito,
capital del municipio Páez del estado Apure. Tropas revolucionarias comandadas
por el doctor Roberto Vargas (a) “El Tuerto” (comandante en jefe), secundado
por Fermín Toro (jefe de estado mayor), general Emilio Arévalo Cedeño (jefe de
la primera división), general Pedro Pérez Delgado (jefe del batallón Aramendi)
entre otros épicos, intentarían sin éxito tomar la plaza del poblado, la cual
estaba defendida por 270 hombres bien apertrechados en el Cuartel Militar (hoy
Casa de Gobierno) comandados los mismos por los oficiales gomecistas: general
Benicio Giménez, coronel Antonio Pulgar y general Jesús Antonio Ramírez,
veteranos militares que sin pestañeos ni titubeos ordenaron a sus hombres
defender el cuartel a costa de sus vidas. Treinta y seis horas de plomo limpio
con los Winchesters 30-30 y el continuo centelleo de los machetes Collins,
fueron más que suficiente para inundar las cuatro calles de tierra del pastoril
y apacible pueblo con la hemoglobina humana.
SOBRE EL CUARTEL.-
Los antecedentes históricos señalan, que por orden expresa del presidente designado del estado Apure, doctor José Núñez, se construye en el año 1910 el primer cuartel en el nuevo Guasdualito, ubicado por la calle Bolívar, frente a la principal plaza pública. Esto con la finalidad de tener el régimen del presidente Juan Vicente Gómez Chacón una presencia activa que le permitiera la eliminación de los caudillos criollos que tenían en la franja Elorza-Guasdualito-Arauca su corredero y aliviadero. De techo de palma y paredes de adobe seria la primigenia obra. Para 1937 por orden directa del trigésimo segundo presidente de Venezuela general Eleazar López Contreras, se construye una nueva instalación en el mismo sitio, pero ya con materiales de mayor resistencia y durabilidad, incorporando nuevos espacios para un mejor funcionamiento. El diseño arquitectónico estuvo a cargo del proyectista Andrés Ochoa, a quien mucho se le debe y poco se le ha reconocido su aporte al empuje del poblado de las cuatro primeras décadas del siglo caducado. En febrero de 1943 bajo la presidencia del tachirense Isaías Medina Angarita, se procede a efectuar una remodelación en contorno con paredes de ladrillos adheridos con argamasa, como responsable de la rehechurìa estaría el ingeniero Carlos Feo. Durante dieciséis años la infraestructura serviciaría de sede del principal componente militar (ejercito) hasta que en 1959 es ocupado y reacondicionado para la entrada en servicio de La Guardia Nacional. Durante los años 80 e inicios de los 90, la instalación quedaría en abandono. En 1998 por empeño del alcalde Exer Armando Fulco, se elabora y presenta el proyecto de Reconstrucción del Cuartel de Guasdualito, siendo aprobado en primera revisión por las instancias superiores. Adicionalmente al proyecto se le incorporó una moderna dotación. Se culmina la obra y se inaugura en 1999 como sede administrativa y representativa del gobierno regional, teniendo ese funcionamiento hasta la actualidad, siendo conocida como Casa de Gobierno.
EL SUCESO DEL
19 DE JUNIO DE 1921.-
Aquella mañana
dominguera del 19 junio de 1921, el pueblito de cuatro calles fangosas anclado
a la margen derecha del tributario Sarare despertaría sin cantos de gallos,
pero si con una caterva de zamuros que cabrioleaban en el cielo nublado al
compás silencioso del infortunio. Por la vieja Calle Real lentamente se fueron
abriendo las puertas y portones de madera que chirriaban temerosas, como
deseosas de volver al encierro invernal. El día anterior una extraña figura
parecida a una ave enorme se había posado por varios minutos en la cruz del
campanario de la rustica y vieja iglesia. Para unos, el hecho pasaría
desapercibido pero para otros era el presagio de un mal porvenir, y no se
equivocarían, algo oscuro y lúgubre cargaba esa amanecida. Pasadas las primeras
horas vespertinas de aquel día litúrgico, el monaguillo Ramón Zambrano por orden
del presbítero Contreras subió a la torrecilla a sonar campanas, como anuncio y
llamado al servicio religioso. A los pocos minutos en andar apresurado pasaban
las señoras y muchachas vestidas con impecables atuendos incluyendo los
abanicos de pavo real para atenuar rítmicamente el calor del recinto. Mientras,
a las 08: 00 am, en el viejo cuartel con paredes de adobe construido en 1910,
el general Benicio Giménez, viejo castrense yaracuyano obediente e
incondicional a la causa del general Gómez pasaba revista a la tropa. En la
jefatura civil el general barinès Jesús Antonio Ramírez con sus setenta y
tantos años, pero con la dureza de un roble hacia lo mismo, ausente del recinto
militar se encontraban el coronel Antonio Paredes Pulgar, y el jefe civil coronel
Ramón E. Peña, a quienes se esperaban en horas de la mañana proveniente de la
vecina población Arauca (Col). Al llegar se entrevistarían a puerta cerrada en
el acantonamiento, la razón: amonestación a los centinelas por el no
acatamiento de la orden superior, estos vigilantes no realizarían como era
habitual la ronda nocturna en los contornos del poblado, esta falla costaría
sangre y vida. A las 8.15 am por las cercanías de las sabanas de La Miel,
Misael Gallardo, campesino afecto al gobierno avizora un campamento y
banderolas alusivas al movimiento de alzados en armas liderados por Roberto Vargas, ingeniero, caudillo
militar y político,
apodado El Tuerto, y el general guariqueño Emilio
Arévalo Cedeño, el mismo que meses atrás en enero de 1921 había asaltado a San
Fernando de Atabapo (Amaz) fusilando en plaza pública al terrible Tomas Funes.
La osadía de Baldayo le valdría un plomazo en la garganta de los tiradores
revolucionarios. Un día antes la sublevación que pregonaba: ¡Viva la Libertad!
¡Muera el Tirano Gómez! había cortado
las líneas del telégrafo, logrando incomunicar totalmente al poblado.
Por el paso de
La Manga, caballo y machete en mano
entraría Pérez
Delgado dirigiendo a La Sagrada,
un escuadrón
del infierno, la muerte traían pintada.
¡Maisanta que
son bastantes! Y siguieron las palabras:
“el que quiera
se regresa y el que no plomo pa´ lante,
el que quiera
se regresa, me lo descabezan antes”.
No crea que
soy un farsante que tergiversa la historia,
esto me decía
Caropres: no me falla la memoria,
pregúntele a
José Fulco el pariente de Carmelo,
abría su carnicería cuando reventaba el duelo.
El tiempo
empezó a correr de forma vertiginosa. En el pulpito el cura Contreras en
singular homilía citaba la lucha entre David y Goliat ubicada en el libro de
Samuel. Por la Calle Real don José Fulco descendiente directo de los venidos de
la vieja Italia se dispondría abrir su carnicería, barriendo como tenia de
costumbre el frente de su negocio, mientras hacia el oficio conversaba en un
confuso italiano con su coetáneo Pascual Panza, dueño de una surtida pulpería
por la misma corredera, inocentes los dos, así como el resto de los habitantes
del infierno que se avecinaba. El desaparecido
Oldman Botello en el texto Guasdualito navegación por su historia, sobre
el suceso señala: “la tropa gubernamental estaba desprevenida. No esperaban el
ataque, los encargados de recorrer las sabanas permanecían en el cuartel, la
carnicería seria espantosa” (1988:83).
Lo sucesivo. A
las 9 am fue la entrada del caudillo de Ospinol, general Pedro Pérez Delgado,
el llamado Maisanta por el puente 19 de diciembre, a la cabeza el batallón
Aramendi, tomando por sorpresa a parte de la tropa gobiernera que aprovechaba
la hora para bañar sus monturas y lavar vestiduras. Allí iba el otrora jovenzuelo de La Mata
Carmelera, como poseído por el espíritu de Keres, guiando a espectros carnales
al Hades, arengándolos con su infernal grito: ¡El que quiera se regresa y si no
plomo pa`lante! Testigos del hecho como Pascual Panza y Pedro Becerra afirmaban
que de los 120 hombres de su escuadrón solo quedarían 17. La escena era de terror,
plomo, machete y decapitaciones, una carnicería humana se iniciaba, la
atmósfera se tornó más oscura debido a la pólvora quemada de los rifles
Winchester, muertos de parte y parte empezaron a colmar las calles. Sin
faltarle valor a ambos bandos arreciaron el enfrentamiento, los comandados por
Pérez Delgado llevaron la peor parte, explicada por la forma desordenada del
ataque, a él mismo casi le cuesta la vida
su terquedad y obstinación, en una reacción, viéndose disminuido envía a
uno de su sagrada solicitando al Tuerto Vargas, quien se hallaba en Los
Corrales con los generales Paris, Arévalo Cedeño y Parra Pacheco, refuerzos
para seguir el combate y obligar al enemigo a replegarse en el cuartel. Como
ayuda le dispusieron una compañía al mando de Isaías Bello, de la guardia del
propio Vargas, complementada con parte del batallón “Pío Gil”, al mando del
capitán Carrillo. Aquello no era para ganar la refriega, más bien para calmar
la sed de sangre del caudillo. En el trayecto aflorarían las discordias esparcidas,
el capitán Augusto Riobueno desertaría inesperadamente, en vista de ello
Maisanta ordenaría cargar con lo que se pudiera hacia el cuartel.
Por Morrones
Diego Arria metió su caballería,
traían una
algarabía: que viviera El Tuerto Vargas.
La población
se encerraba evitando así la muerte,
los infantes
inocentes se metían bajo las camas,
y las mujeres
al suelo todititas asustadas
atacadas por
el miedo oraciones recitaban.
La refriega
agarraba ardor, por orden expresa del general Fermín Toro (jefe el estado mayor
de los alzados) entra por Morrones el doctor y general merideño Ricardo Arria
Ruiz al frente de la brigada Páez, a su paso fue sembrando de cuerpos mutilados
la entrada principal que bordeaba el caño. Al oír la plomacera y los gritos de
las personas el párroco Contreras suspende el oficio y pide a los concurrentes
echarse al suelo; el coronel Luis Felipe Hernández acompañado del capitán
Marcos Porras disponen dirigirse al viejo puente, allí los esperaban los
gomecistas en un destacamento provisional, más plomo, machete y muertos al
caño, los enardecidos insurgentes vitoreaban loas revolucionarias, el ataque
sorpresa daba sus frutos momentáneos. Una vez eliminado el frente por orden del mismo Arria la tropa asaltante
se dirige al acantonamiento, allí estaban atrincherados los jefes militares y
sus escuadrones, superados ampliamente en número, 800 hombres contra 270, no
era por así decirlo cualquier concha de mango. Ese 19 de junio estaba bajo el
cielo de Periquera lo mejor de aquella insurgencia, pero desmembrada por
rencillas internas y ambiciones personales. A pocos metros de llegar al fortín
una bala certera da en el pecho del general Arria, el desconcierto en el
batallón no se hizo esperar, como pudieron cortaron objetivo a los tiradores ocultándose
en un cruce de calle, cargando en hombros dos soldados al bravo médico militar
que ordeno seguir avanzado, casi desangrándose lo introducen en la casa de la
familia Lara, posándolo en una mecedora. Al enterarse el boticario Silverio
Agüero de inmediato prepara su botiquín con medicina e instrumentos de primeros
auxilios, ambos eran farmaceutas de profesión y se profesaban estima y afecto.
Al salir de su casa por la Calle Real en la encrucijada de las casas del
italiano Guarino y del coronel Natalio Matute, una bala que vino de una
trinchera gomera cercana y no de Pedro Becerra, como han escrito varios
calígrafos, impacta en la cabeza del herbolario ocasionándole la muerte de
forma instantánea, fue una perdida muy sentida para los habitantes, debido a
que el fallecido era la mano munificente y sanadora de aquella ya diezmada
población. Mejor suerte correría el general Arria, a la mañana siguiente fue
llevado a la población vecina de Arauca, en donde lo atendería el prominente
galeno Pérez Hoyos, salvando milagrosamente su vida.
Eran varios
generales cada cual con sus soldados,
había uno de
bigotes, de estatura era pequeño,
al que todos
respetaban, Emilio Arévalo Cedeño.
Ese entro por
Los Corrales con un grupo de insurrectos,
carajo que
plomazón, la gente corría pa´ el templo.
Enardecido e
impaciente el general Emilio Arévalo Cedeño al fin entraría en acción, el
gritador de Cazorla, el siete por siete, llamado así por las siete invasiones
fracasadas que llevó a cabo con el objeto de tumbar al régimen. Con lo que restaba de la primera división
entraría por Los Corrales vociferando su célebre baladro. Se detendría por unos
minutos en el puente de madera ubicado en la cercanía en donde hoy se encuentra
La Estación de la familia Padilla Hurtado, al costado derecho observaría la
tumba del coronel legalista Candelario Rubio, caído en el enfrentamiento de
1914 junto al general Valentín Pérez “El Espaletao”. Bajando de su montura le prometería a la
memoria del difunto salir victorioso en la toma del cuartel, pero eso estaba
por verse. Con la ausencia del doctor Vargas el pueblo estaba tomado en su
totalidad por los insurgentes, con sangre y fuego fueron arrinconados los
defensores del gobierno en el cuartel. Muertos por todas partes, empezaba la
hediondez a cargar el aire. Inequívocamente el día y las horas más sangrientas
en la historia de Guasdualito. Una breve llovizna brindó una pausa a la
contienda, al cesar la misma, otro aguacero pero de plomo sulfuroso retomó su
ventisca. Los del cuartel no daban tregua, su ideal por encima de todo incluyendo sus propias vidas era defender al
general Gómez, quien se hallaba en reposo médico en su hacienda La Mulera (Mar)
pero al tanto de los movimientos previos, ya que en la primera semana de mayo
el general Félix Simancas, ganadero y comerciante, le había informado por línea
morse que la gente de Vargas y Carmelo París merodeaban y no con disimulo por
Elorza y El Amparo. Y otro comunicado
pero desde Palmarito, fechado el 19 junio a las 10.15 pm, el general Adolfo Hernández
le informaba directamente del estruendo de descargas que les llevaba el viento
en las horas nocturnas. La decisión del andino fue comunicar a los presidentes
de los estados Bolívar, Apure y Guárico dirigirse en máxima urgencia a
Periquera.
Con machete y
plomo bueno al gomecismo enfrentaron,
poco a poco
los llevaron a encerrarse en el cuartel.
Pulgar que era
coronel y su jefe un general,
y lo tengo que
nombrar, este era el nombre de aquel:
señor Benicio
Giménez un militar gomecista
colocó por las
garitas a sus francos tiradores
ordenándoles:
“Señores, no me fallen municiones,
una bala por
un hombre, muerto sin contemplaciones”.
Dura reyerta
en la mañana, y aún más en horas de la tarde, en el recinto militar el teniente
Teófilo Cañas brindaba los primeros auxilios al general Benicio Giménez,
comandante de las fuerzas, ante su presencia solicitó reunión con sus
oficiales, todos entendían que allí iban a quedar cocidos por las balas y
descuartizados por los filosos hierros Collins, su orden tajante fue no
desperdiciar municiones, una bala por muerto, al día siguiente (20) mandó a
colocar los francotiradores por las cuatro esquinas, en la garita frontal
derecha colocó al experto tirador Pedro Becerra, mozo de 21 años que había
ganado su fama de bala fija, practicante del oficio desde sus primeros años en
la caza de chigüiros, guires y danta que abundaban en los predios, entrado al
servicio castrense a los 18. Estando Becerra en su posición observaría pero sin
blanco abierto a Maisanta, cuando éste y sus macheteros derribaban la puerta de
la jefatura civil, a quien si le pondría ojo y bala seria al general aragüeño
Pedro José Fuentes, quien en inútil acto llamaba al cese del fuego, el balazo
le desprendería la quijada derecha, el general Ramírez observando lo sucedido
ordenó un alto al fuego para que los alzados retiraran el cuerpo del
desafortunado, su compañía mayormente de araucanos y casanareños dispondrían de
trasladarlo al otro lado (Arauca), infectada la herida al punto de
engusanàrsele, posteriormente sería llevado a la capital de Colombia, en donde
le implantarían una prótesis de platino, por este implante en adelante sería
mejor conocido como Quijà de Plata. A las treinta y tres horas (33) de crudo
enfrentamiento aquellos atacantes y defensores empezaron a sentir los efectos
del cansancio. En su punto de operaciones el doctor Vargas ordena a la
oficialidad un ataque final que terminara con la toma del cuartel, a la orden
se enfilarían los generales Francisco Parra Pacheco, Marcial Azuaje (Cuello de
pana), Carmelo París, José Capdevilla, Elías Aponte Hernández, Marcos Becerra,
Manuel Montilla, entre otros, todos ellos ya probados en las montoneras y el
boulevard de las guerrillas, en alusión a la definición de Carlos, M. Laya en
su Apure Histórico. Había que estar allí para tener una idea clara y concisa de
la bestialidad de unos y el esfuerzo sobrehumano de los otros por defender
aquel cuartel y en el fondo la causa del Bagre. En la hora sexta pasado el
meridiano por las cuatros calles inundadas más que de sangre que de aguacero la
escena era terrorífica, las paredes de las casas, pulperías y otros
negocios agujeradas y con adobes
desprendidos, muertos por todas partes, mujeres y niños escondidos bajo las camas,
y hombres en vigilia ante una posible entrada de lo indeseable. La penuria, el
horror y lo espantoso de ese hecho quedaría grabado en varias generaciones de
guasdualiteños.
De pronto se
oyó una voz, y una bandera se alzó,
el comandante
Giménez desde los muros gritó:
“nosotros nos
rendiremos si aquí viene el doctor Vargas”.
No le gusto
esto a Maisanta, menos al general Cedeño,
pues el
objetivo de ellos era el cuartel con las armas,
pero en
acuerdo era el tuerto que entre todos comandaba,
un médico de
conversa con prudencia exagerada.
A las 1.15 pm del 21 de junio, luego de
infernales horas de lucha una bandera blanca es izada por el soldado Claudio de
Jesús Martínez, por el muro izquierdo se asomaría un mal herido general Giménez
solicitando un alto al fuego, pidiendo la presencia del doctor Vargas, tiros al
aire por los alzados, el objetivo aparentemente había sido logrado a costa de
fuego y sangre. El general Arévalo Cedeño envía un emisario a informar al
comandante en jefe, quien dispuso que fuera su amigo el general Francisco Parra
Pacheco quien se entendiera con los gomecistas, para exigirles una rendición
total. Se abrió la puerta del cuartel que crujía por el destornillamiento
causado por la gran cantidad de plomo recibida, los apamates y samanes de la plaza
igual recibieron un sin números de balas, sirviendo de protección a los
instigadores. El diestro coronel Ramón Emilio Peña quien asumió el comando al
ser heridos sus superiores, con el
escuadrón en formación recibe y saluda a Parra Pacheco llevándolo ante la
presencia de sus generales heridos. Se acuerda la tregua, y por orden dada por
el mismo Vargas desde El Chinquero, el ejército insurrecto se retira hasta Vara
de María. Craso error seria este acuerdo para los alzados. Vendrían las
deserciones en bandada, para el Arauca y sus alrededores seria el paradero de
no pocos hombres convertidos en fantasmas vivientes, mal heridos y agotados,
guiados en una guerra desproporcionada, vivir y no morir miserablemente era ya
lo deseado. El general Arévalo Cedeño señalaría en su texto El Libro de Mis
Luchas, pág. 158: “aquella disposición era fatal, para evitar discordias, se
aceptó y marchamos a una legua de allí, en donde pernoctamos”.
La retirada
fue aprovechada por el general Benicio Jiménez para enviar por caminos del
monte a dos comisionados con destino al cuartel de Palmarito, el mensaje fue
escrito por su puño ensangrentado y firmado a dura pena, el documento pasaría
al Archivo Histórico de Miraflores con la signa Telegrama de 1921. Caja Nº 807,
estampaba lo siguiente: “Después de un combate de treintiseis (36) horas con
las fuerzas revolucionarias al mando de los Grales. Francisco Parra Pacheco,
Roberto Vargas, Arévalo Cedeño, Toro, Pedro Pérez y el Dr. París, hemos llevado a cabo un cese de hostilizados (sic) que
durara hasta el día de mañana para recoger los heridos y darles momento de
respiro a nuestras tropas por una lucha tan larga, la cual estuvieron
batiéndose con la mayor bizarría sin tomar un bocado de pan. El combate ha sido
muy sangriento (…) Todos los jefes y oficiales han luchado con un valor digno
de alabanza. El coronel Peña asumió la dirección de combate acompañado del
Gral. Ramírez, el cual se portó como viejo veterano”. El telegrama del general
Giménez resumía en cortas líneas sin fanfarria ni exageraciones, la crudeza del
combate, y a su vez la valentía y la determinación de los acuartelados.
El de Ospino
beso la tierra enceguecido de rabia,
el machete
sacudió profiriendo estas palabras:
“Como puedo
ser posible que una batalla ganada
ahora tenga
que perderse por culpa del tuerto Vargas,
lo de guerra
es pa´ los hombres, no pa´ médicos ni damas”.
La razón justificada por el médico general
Vargas para el abandono de la plaza, y que plasmo en sus detalles biográficos,
fue que un par de vigilias le habían informado que del estado Zamora
exactamente de Puerto Nutrias se aproximaba y ya muy cerca los refuerzos
comandados por el jefe civil de Obispo
el general Silvano de Jesús Uzcátegui,
quien a la postre llegaría vía fluvial por el puerto El Gamero con un reducido
contingente y más del millar de municiones, además de esto, le llegaría
información errada que el general Vicencio Pérez Soto, se aproximaba por Suripà
con tropa y caballería, estas condicionantes lo obligaron a un cambio de planes.
Tratando de ganar tiempo ordena a Pérez Delgado distraer a Uzcategui con dos
escuadrones, en el sitio El Baldayero ocurriría una escaramuza, y la otra
iniciando la Calle Real, devolviéndose los insurgentes en horas de la tarde del
segundo día de lucha al sitio de Las Angosturas, allí era el punto de encuentro
de todo el ejército rebelde para evitar ser tomados por fuerzas
gubernamentales, frescas y bien apertrechadas, la decisión fue acatada con
vista al suelo y con refunfuñeos por Pérez Delgado y Arévalo Cedeño, encargados
de sembrar la discordia entre los otros generales y oficiales, el primero de
ello según José León Tapia en su libro Tiempos de Maisanta se arrodillaría en
un tramo de la Calle Real, besando la tierra y lanzando a los cuatros vientos
su furia y descontento pronunciando: “Maldita sea los doctores y todo aquel que
aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costillas de los de abajo, juró ante sus atónitos oficiales que lo
esperaban respetuosos: “Juro que no daré un paso más al lado de estos carajos,
que cuando hay que jugársela toda como corresponde a los hombres completos,
comienzan con la conversadera”.
En el sitio conocido como Las Angosturas, Arévalo Cedeño se insubordina y desconoce la orden y autoridad del doctor Vargas, José Garbi Sánchez, en la reláfica Batalla de Guasdualito expone sobre el acto: “no gustó a Arévalo Cedeño el retroceso de las tropas. Pensaba tomar la plaza y enfrentar a Uzcátegui. Siguieron los enfrentamientos personales; un hijo del general Marcial Azuaje, Eliseo Azuaje, intentó hacer armas contra Vargas pero su padre lo evitó. Recomendaron a éste que se fuera y el 24 de junio, para cortar de raíz la situación, pidió permiso para retirarse con la gente que le era afecta. Se fue vía a Arauquita con Luis Felipe Hernández, el coronel Maldonado y unos cuantos soldados. Arévalo Cedeño se vio dueño de la situación y en un arranque muy suyo, intimó la rendición de la plaza al general Giménez o de lo contrario, seria atacado nuevamente” (sic).
La respuesta
desde el cuartel por parte del general Benicio Giménez fue firme y decisiva, el coraje y valentía de
aquellos andinos y barineses fue de admirar por el mismo Gómez. En un aparte
del Archivo Histórico de Miraflores, se testimonia lo contestado a Cedeño por
el comandante del cuartel: “No me lo permiten mis condiciones de soldado que
sabe cumplir con su deber. Espero, pues, tranquilo un nuevo ataque que Ud.
ejecutará a esta plaza, donde están los mismos soldados animados del mismo
espíritu que tuvimos con Ud. en combate anterior”. Era tal la determinación de
aquellos militares que en el último telegrama enviado a Maracay signaba: “recibimos refuerzos del
general Uzcategui, que ha traído 1800 tiros, en estos momentos que le
participamos esto, el enemigo está alrededor de la población, y de un momento a
otro se principiara el combate, sentimos mucho no tener proyectiles suficientes
para rechazar el ataque, haremos todo el esfuerzo que este de nuestra parte en
cumplimiento de nuestro deber”.
Tres arremetidas
intentó Arévalo Cedeño con su ejército desmandado y extenuado contra la tropa
gomecista, reanimada y con la moral en alto. Pendiente de la llegada de otros
esfuerzos ordenaría la retirada final, se perdía la oportunidad de oro para los
adversarios y opositores del régimen. En Las Angostura el coronel Eliseo Azuaje
por poco le vuela cabeza al ya disminuido y derrotado Vargas, llamándole
cobarde. Los atacantes insurgentes unos para el Arauca y otros por El Viento,
guiados por desmoralizados generales que proferían acusaciones de todo tipo,
pidiendo consejo de guerra y fusilamiento unos para otros. La victoria la
tuvieron en las manos aquellos hombres, un enemigo vencido saliendo vencedor
por la carencia de coherencia y unidad de criterios, luego cada quien pondría
sus manos en el lavatorio, pero pronto los Pilatos y Judas Iscariotes cargarían
sus culpas con grillos y cadenas en oscuras prisiones. No pudo Cedeño repetir
en Guasdualito la acción de San Fernando de Atabapo, allá no faltó la estocada
final, mientras que en Periquera faltó
el punto final del capítulo sangriento. El día 28 de junio a las 2 pm
pone el pie en el poblado de cuatro calles fangosas convertido en un cementerio
sin tumbas, el general y para entonces presidente del estado Bolívar Vincencio Pérez Soto, en
horas de la mañana del día siguiente el doctor Hernán Febres Cordero
(presidente del estado Apure) y el general del estado Guárico Manuel Sarmiento
(presidente del estado Guárico) pero ya todo estaba consumado, honor al valor,
exaltas a los vencedores. Los pobladores fueron abriendo con temor puertas y
ventanas, el hedor a muerto imponía acciones de entierro y sanitarias. El saldo
de aquella carnicería era en extremo pavoroso: más de 250 muertos y más de 100
heridos, el panorama era desolador, el presbítero F.A Conteras en su informe
del hecho relataría: “vieron mis ojos lo más parecido al infierno…”. Y sin duda
que no exageraba, como no exageraba el médico Pedro Padilla Hurtado
refiriéndose en su texto familiar al Guasdualito de aquel tiempo: “Podríamos
afirmar que para esa época y en las primeras décadas del siglo XX nuestro
pueblo era como decir el confín del mundo, un pueblo diezmado como consecuencia
de la revueltas antigomecistas y epidemias de todo tipo, amparado a la gracia
divina”. Días después de la hostilidad la normalidad trataba tímidamente de
volver a sus fueros, por las tardes en la plaza los más viejos recordaban las
alaridas proféticas del trotamundos
Enoc, según las cuales el ángel de la oscuridad visitaría al enclave
ribereño acompaños de sus maléficos jinetes. De este suceso histórico se cumple
este 19 de junio del año en curso ciento un
(101) años.
ALJER “CHINO”
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