Columna. Crónicas Alto Apureñas.
Aljer “Chino”
Ereú.
(Texto
incluido en el nuevo libro: Reminiscencias Guasdualiteñas)
Era Gómez
presidente
y en Apure
Pérez Soto,
el prefecto
del pueblito
era un tal
Santos Padilla.
Pueblito de
cuatro calles
no quiero
perder la rima,
las casas de
bahareque
las
poquiticas que habían.
Las calles
eran barriales
que daban a
la rodilla,
una iglesia,
un botiquín,
un cuartel y
pulpería
un terraplén
para el río
era lo que se
veía.
Bajo los
medrosos fulgores solares de una mañana de julio de 1920 atracaba en el puerto
El Gamero (Guasdualito-Apure) el estridente steam boat rebautizado en costas
patrias como Vapor Arauca, perteneciente esta embarcación a la Compañía Anónima
de Navegación Fluvial y Costanera de Venezuela (CAVN) cuyo principal accionista
y copropietario era el presidente Juan Vicente Gómez. La ardua travesía de esta
nave de chapaletas alimentadas por calderas se inicia en 1913, e incluía el
itinerario: San Fernando (Apure)-Puerto Nutrias (Barinas)- Palmarito (Apure) -
Guasdualito.
Esta ruta
fluvial era la actividad comercial más importante del país para la época. El
Vapor Arauca como sus otros hermanos de la flota CAVN fue ideado originalmente
para el transporte de materiales de construcción, suministros, alimentos,
equipos y motores de mediana dimensión, pero además de esto, en regulares
ocasiones era utilizado para el traslado de fuerzas gubernamentales a los
puntos fronterizos con la finalidad de sofocar intentonas gaulescas y combatir
a cuatreros que azotaban a los pequeños pero estratégicos poblados. Todo un
acontecimiento resultaba el recaleo del Vapor Arauca al litoral del Sarare. Ya
era tradición que previo al arribo de cada steam boat se decretara (formal o
informalmente) día de júbilo en el pueblito de cuatro calles fangosas, en donde
una rustica iglesia, un cuartel, una botica y una pulpería eran los principales
elementos del enclave ribereño.
La nutrida
concurrencia de los pobladores al atracadero fluvial en esa mañana del 15
agosto se debía a dos razones particulares. La primera: la llegada de
alimentos, bebidas y artículos que eran pagados en morocotas o transadas en
modalidad de trueque (enseres por cultivos y alguna que otras veces por carne
vacuna); la segunda: el arribo del general y presidente del estado Apure:
general Vincencio Pérez Soto (n: El Tocuyo el 24 de julio de 1883, m: en la
ciudad de Caracas el 18 de noviembre de 1955) quien regentaría el territorio
regional durante el periodo 1918–1921.
Según la
oralidad y algunas fuentes bibliográficas en esos años actuaba y dispensaba en
Guasdualito como jefe civil Julio Olivar, igualmente en los predios hacía de
las suyas un coronel de nombre Epifanio Gutiérrez, san fernandino llegado al
poblado como pacificador pero que luego se convertiría en un secuaz del régimen
conocido con el alias de “Manotano”. Era la época en que los regentes locales
se sentían dueños y amos de sus comarcas y contornos, no en balde el ilustre
novelista Rómulo Gallegos incluiría en su excelsa obra Doña Bárbara al
personaje Ño Pernalete, como la personificación deshonrosa de la virulenta
epidemia de jefes civiles que se aprovechaban a diestra y siniestra de los
incautos e indefensos pobladores provincianos.
Sin embargo,
no tardarían las acciones y vejámenes de Epifanio en llegar a oídos de la
máxima autoridad del estado. Dispondría
Pérez Soto tomar cartas directas en el asunto a sabiendas de lo
peligroso y hábil de su antes protegido, ya en varias ocasiones había enviado a
algunos de sus emisarios a dar escarmiento al cacique local, cayendo los mismos
ante el imperturbable pulso y certero gatillo de Manotano. La orden que giraría
la autoridad del estado era clara y concisa: eliminar de cualquier forma al
procaz y problemático marcial. No obstante, conociendo el coronel Olivar (jefe
civil) y sus hombres a la clase de persona que se enfrentarían las precauciones
en el caso eran extremas. Lejano no estaba el día en que este Olivar se plegara
a la causa rebelde de Arévalo Cedeño.
El
recopilador oral e investigador apureño Luis Felipe Martínez Veloz, en su obra
Guasdualito en la historia, referente al hecho expresa: “En esos días Pérez
Soto había regresado del Alto Apure en visita oficial y se dijo que le había
montado una trampa a su más fiel esbirro, porque ya le ofendía tenerlo a su
lado”. (Sic) (2010:19). (Fin de cita).
Lo expresado en el párrafo anterior concuerda con lo reflejado en las
diversas fontanas orales consultadas por quien rúbrica estas líneas.
En su estadía
en la capital del Alto Apure el general Vicencio Pérez Soto, hospedado en la
casa de unos italianos llegados de Provenza, era informado de las tropelías y
abusos del subordinado. Testigos presenciales llegaron a corrobar que mientras
ponía oído a las quejas, sin perturbación alguna degustaba un vaso de brandy escoses
en una mano y en la otra su infaltable tabaco isleño. En esa liza con la mirada
distante pero presente planificaba la forma de desaparecer al servicioso
esquirol. Mientras tanto, el deleznable Manotano llegaba a Guasdualito por la
vieja Calle Real. Con no poca curiosidad observaría en el cielo una caterva de
zamuros sobrevolando la iglesia, como un presagio de su devenir exclamaría a
sus espalderos: “Veo la parca volando cerquita”-ya razón tenía.
El otrora
intercesor y secuaz pistolero luego de ajustarse el cinto de su revólver, sin
despabilamientos marcharía imperturbable junto a sus hombres al puerto El
Gamero, con un pensamiento entre ceja y ceja: enfrentar y despachar a sus
victimarios. Lo ocurrido luego es digno de un guión de películas del oeste
norteamericano. En el botiquín de Eufrasio Rodríguez, el coronel Manotano era
el invitado honorable en el festín de su muerte.
Allí fue
citado y atendido por el jefe civil Julio Olivar, en su nombre se dispuso un
banquete criollo que incluía ternera y variada gastronomía llanera. Conocido
era la apetencia del ya casi interfecto por las frugales comidas, a las que
aderezaba con más sal de la permitida por el paladar humano. Al pedir a los
sirvientes el salero para condimentar un costillar oiría la voz del propio
general Vicencio Pérez Soto: “tráiganle la sal al coronel Manotano para que le
agarre más gusto a la muerte”.
Las balas no
se hicieron esperar. Bien conocida era la determinación en momentos apremiantes
del general tocuyano, a la par, su fama y agilidad con el revólver estaban bien
ganadas. Esta vez sería con un fusil Winchester Repeating de la Arms Company
que enviaría a la otra dimensión y sin pasaporte de regreso al temible esbirro,
quien en un intento por desenfundar su pistola automática Colt government de
1911 quedaría inanimado con la garganta destrozada por el mortal plomo acertado
por Pérez Soto, cayendo desangrado en el piso del lupanar.
Otro trago de
brandy, bajaron los nervios, el ecuánime militar e intelectual gomecista luego
de vociferar: ¡Viva Gómez y adelante! ordenaría a sus hombres sacar el cuerpo e
ir a enterrarlo. Luego continuaría la música de arpa de Cupertino Suarez, con
la tertulia a baja voz sobre lo acontecido. El segundo de Manotano llamado
Darío Liscano, ausente en el lugar de los hechos, al conocer la noticia
embarcaría en una chalupa rápidamente con rumbo a El Amparo y de allí a
refugiarse en tierras araucanas.
El
cunavichero Antonio José Torrealba “El hombre que se creía caballo” registraría
en su Diario de un Llanero lo siguiente:
“Ese día cayó
un aguacero como de dos horas. Cuando los enterradores llegaron a la fosa donde
habían dejado a Manotano, lo hallaron sentado en el hoyo, con el agua al pecho,
al ver a la gente dijo con voz desfallecida “No me enterréis vivo que no quiero
que se cumpla una maldición que me echaron en una oreja una vez”. Como no
estaba muerto, lo montaron en una carreta para llevarlo al centro asistencial,
pero una perra en celo mordió al buey en una pata y este corcoveó, sacó al
herido “y quedó con la cabeza en el suelo y los pies amarrados y empezó a
corcovear y a pisarlo y sacudíendolo contra el suelo; lo primero que hizo fue
sacarle los ojos con los cascos traseros. Después emprendió la carrera con el
hombre a rastras; lo cierto fue que, cuando pudieron agarrar al buey no tenía
Manotano ni cabeza, ni corazón ni costillas, ni bofe.” (Diario de un llanero.
Antonio José Torrealba, tomo 5, pp. 65, 66, 67).
La muerte del
coronel Epifanio Gutiérrez sentaría un bálsamo para los pobladores de
Guasdualito. Sus acuciantes tropelías llegaron a su fin de la forma más
prolija, dolorosa y sangrienta. No obstante, la quietud y el sosiego no serían
por mucho tiempo. El 18 de junio del siguiente año (1921) días antes de la
dantesca batalla de Guasdualito, varios locales recordarían en la plaza Bolívar
la muerte del otrora pacificador, el mismo que había repelido con regular éxito
algunas intentonas antigomecistas: al tristemente célebre y dezlenezable
Manotano.
Columna. Crónicas Alto Apureñas.
Aljer “Chino” Ereú.
ALJER “CHINO” EREÙ.-.
#columna
#cronicasaltoapureñas
#aljer
#guasadualito
#apure
#sanfernandodeapure
#senderosdeapure
#yoamoapure
#venezuela