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martes, 15 de noviembre de 2022

COLUMNA CRÓNICAS ALTO APUREÑAS: Una Plaza en el Tiempo (Guasdualito) por Aljer “Chino” Ereú.

Columna Crónica Alto Apureñas. Aljer “Chino” Ereú.

UNA PLAZA EN EL TIEMPO

Un pueblo, una plaza,

un pasado, y una historia,

que mi mano traza

con identidad satisfactoria.


El paso del tiempo como gradual Davinci renacentista, con sus técnicas veladas, ha ido mezclando sus colores índigos para darle cromaticidad y trama a la Plaza Bolívar de Guasdualito, otorgándole pigmentos de historicidad y fatualidad local, conformándose en las eras como una glorieta declarante de nuestro pasado y neurálgica central de nuestra agitada contemporaneidad. Erigida como ágora a mediados de la séptima década (1874) del siglo XIX por decreto del presidente del Estado Apure, el general apureño Raimundo Fonseca (1844-1921) en honor al prócer Libertador Simón Bolívar, siendo una de las más antiguas del país. La tarea del encuadre inicial se encomendaría al jefe civil coronel Francisco Martínez, quien eficientemente cumpliría el acometido, colocando inicialmente en el centro de la misma un pedestal de adobe solidificado en extremo del ilustre caraqueño de aproximadamente 1,75 metros de altura. El primer busto de mármol fue puesto el 24 de julio de 1878 por gestión del general José Bonifacio Galindez, para entonces encargado y titulado como presidente de la jurisdicción apureña.


Arribaría el siglo XX, llamado el siglo de la vanguardia, y alejado de vanguardias se encontraba el pequeño poblado ubicado al sur occidente del estado Apure, muestra de ello es lo reflejado en el informe oficial del párroco Daniel Delgado, que describe sin tapujos la realidad de aquella tierra inhóspita y casi desértica iniciando la nueva centuria, citado en breves líneas: “El pueblo es uno de los más importantes del Alto Apure, en lo histórico y lo económico, las casas de construcción ligera, techados con palma o con zinc, calles donde se observan las cercas, empalizadas y mangas de bambú o alambre de púas, lo que delataba la presencia de ganado suelto, una frondosa y pequeña plaza, con iglesia caída, y menos un sacerdote. (Delgado: 111).


Lo anterior denota el grado de incivilización en el que se hallaba Guasdualito para la época, aquel incipiente villorrio con escenarios macondianos inspirarían no una obra como la del Gabo de Aracataca, pero sí refractaria en unas lucidas y excepcionales mentes para plasmar tiempo y hechos en sus testimonios escritos, tal y como lo perpetuó Pedro Enrique Padilla en su recopilación familiar, de la cual transcribimos una breve y ajustada grafía “Podríamos afirmar que para esa época y hasta avanzadas décadas del siglo XX, Guasdualito era como decir el confín del mundo, parte de un país diezmado como consecuencia de la devastadora guerra de la independencia, donde contingentes de venezolanos y entre ellos un considerable número de llaneros, perecieron en la lucha por la libertad de medio continente. La comunicación con San Fernando de Apure – capital del Estado – se hacía a través de la sabana a pie, en bestias y carretas y por el eje fluvial Sarare-Apure, la más utilizada para el transporte de carga, en rústicas embarcaciones desplazadas sólo por la fuerza del hombre, a palanca, remo y viento, sin ayuda de máquina alguna. Un viaje normal desde la capital del Estado, subiendo contra la corriente del río duraba normalmente quince días.

 

Avanzada la segunda década del siglo empiezan a llegar desde Ciudad Bolívar utilizando el eje fluvial Orinoco-Apure, pequeños barcos de chapaleta impulsados a vapor por calderas alimentadas por leña, pero únicamente durante los meses de mayor invierno. Traían abundante provisión de víveres y mercancías en general, buena parte procedente directamente de Europa, no faltando la adecuada cantidad de licores en especial brandy, vino francés y español y hasta cerveza. Del Táchira nos llegaban víveres y mercancía en general y era el mercado casi exclusivo para todo el ganado producido en gran parte del Estado Apure. Además, del Táchira se dependía en lo militar, en lo fiscal, en lo educativo, en lo eclesiástico, etc”.


Siguiendo con en el orden histórico de la plaza. Un hecho vinculante e importante fue la puesta en su céntrico de una placa de mármol de Carrara (municipio italiano en la región de Toscana) en 1911, por parte de la progresista colonia italiana en conmemoración del centenario de la firma de independencia de Venezuela. Aquel grupo de expatriados que encontraron patria chica en Periquera, en un acto “Ad memoriam rei perpetuam”, de preclaridad y correspondencia, quisieron dejar en forma perceptible el apego por la tierra que los albergó y, en donde contribuyeron con visión de avance al empuje económico sustentado en actividades primarias y secundarias. Una década después de este acto se llevaría a cabo la batalla de 1921, sin duda la más encarnizada, feroz y sangrienta ocurrida en el ámbito local, y allí estaban los viejos arboles de la plaza sirviendo de escudo y testigos silentes de aquellas dantescas escenas, en las que los bulliciosos liderados por el doctor Diego Arria, Emilio Arévalo Cedeño, Pedro Pérez Delgado, entre otros alzados, intentaron sin éxito la toma del viejo cuartel, defendido valientemente por los generales Giménez, Pulgar y Ramírez y sus bizarros.


Derrotada aquella quimera llegarían décadas de sosiego, fue creciendo el pueblo contra las adversidades e infortunios, y ya en las décadas posteriores la Plaza Bolívar fue convirtiéndose en el sitio de reencuentro familiar y social, en donde con entusiasmo varias generaciones de guasdualiteños fueron a socializar, e igualmente a observar y a oír las retretas de los fines de semanas brindadas por virtuosos músicos locales y algunos llegados de otras lindes. Ya casi para ultimar la reseña, algo nítido en la evocación de generaciones anteriores era el sumo respeto que se tenía que mostrar al pasar frente a la estatua del padre la patria, incluyendo el quite del tricornio (sombrero) por parte de dignos y buenos guasdualiteños. Allí continúa en medio de la ágora el Libertador, en observancia de los tiempos, empuñando su espada, con su mirada aguileña, con su traje y capa al hombro, como recordando El Paso de Los Andes, como recordando a Tame, a Tunja, a Pisba y Boyacá. Como “extremum illud”, gracias a inquietos captores gráficos de oficio el testimonio calcado de la Plaza Bolívar perdura para el conocimiento de las actuales y posteriores fecundaciones de guasdualiteños.

 

ALJER “CHINO” EREÙ.-.

 

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