Opiniòn. Vito Vinceslao
Desde el pasado 5 de marzo entró
definitivamente en la historia el mandatario más polémico de la historia de
Venezuela. Con la desbordada pasión adolorida de sus seguidores en las calles y
con el respetuoso silencio y la sobria condolencia de quienes lo adversamos.
Desde su irrupción en la vida pública
través de la asonada militar del 4 de febrero de 1992, lanzó a los venezolanos
hacia extremos opuestos tomando como pivote su acción.
De un lado, quienes leyeron en él una
suerte de Robín Hood que venía a traer una justicia que parecía escurridiza
entre los vicios de la llamada Cuarta República. De otro, quienes reprobaron su
acción al margen de las costumbres democráticas y con armas de por medio; armas
de la República, armas que no existían para ese objetivo.
Desde ese día se sembró la polémica y la
polarización en el país y parece haberse multiplicado exponencialmente día tras
día hasta este lamentable desenlace que nadie hubiera deseado.
Ha sido calificado por quienes lo
siguieron como un segundo Libertador, un comandante vitalicio; fue un líder
cuyo fallecimiento ha provocado el duelo oficial en seis países
latinoamericanos y ha concitado la atención de los espacios informativos del
mundo entero. Sus decisiones audaces y a contrapelo durante casi tres lustros
de gobierno son hoy debatidas por intelectuales y especialistas del mundo
entero.
Tuvo unas cotas de popularidad impensables
en sus inicios como Presidente, e incluso logró mantenerlas elevadas hasta el
final, como lo demostraron las encuestas de la reciente disputa por la
Presidencia de la República, incluso las que le eran más adversas reconocían un
capital duro en la simpatía popular.
Nos toca hoy a quienes lo adversamos tener
la humildad y la sensatez de revisar su legado, que sin duda lo hay. El
involucrarnos a todos en la política, el impulsarnos a accionar para presentar
una contrapropuesta a su proyecto socialista y el cambio de foco en la
concepción del poder, a nuestro juicio tan errada como potente.
Sí lo creemos: fue un héroe equivocado.
Ese no era el camino. Con los niveles de popularidad que lo llevaron a
Miraflores, hubiera podido ser incluyente, impulsar reformas más efectivas,
cortar con la dependencia petrolera, invertir para que creciéramos como nación,
convocar a todos los venezolanos en un proyecto de ganar-ganar, no avasallar a
unos para beneficiar a otros.
Nos toca a quienes hacemos vida política
en la Venezuela de hoy, analizar esa carencia y esa fe con la cual sintonizó,
nos deja claras necesidades de nuestra gente que se pueden satisfacer de manera
más eficaz y sin dañar o destruir.
Hoy, cuando su partida está tan reciente,
preferimos pensar que siempre actuó de buena fe. Equivocadamente, pero de buena
fe. Una popularidad y un poder que se le fueron de las manos. No es tiempo de
juicios, esos le tocan a Dios y a la historia.
*Coordinador
Regional de Independientes por el Progreso - Apure